“La erotización está rompiendo las fronteras que la ubicaban solo en los ámbitos adultos, para ir penetrando también en los infantiles. Cada vez les arrebatamos más la niñez a nuestros niños, para trasladarlos al mundo de los mayores”, alerta la Doctora en Ciencias Sicológicas Patricia Arés Muzio, para quien la hipersexualización de la infancia debe ser un foco de atención para la familia.
En diálogo con SEMlac, la especialista explica que “la sexualidad es propia de todos los seres humanos, desde los más niños hasta los más grandes, siempre y cuando la entendamos como todo lo que involucra a nuestro cuerpo, su autoidentificación, cuidado, uso y respeto. Entonces, de lo que se trata, cuando hablamos de ‘erotización precoz’ o hipersexualización de la infancia, es de la manera en que se impone un erotismo adulto en la sexualidad de los niños y adolescentes, un fenómeno cada vez más frecuente y que provoca un desfase entre las diferentes áreas de desarrollo; es decir, puede adoptar conductas o comportamientos de los adultos, cuando se tiene una mente aún inmadura para procesar esa experiencia”.
¿Podría decirse que en las niñas es aún más marcada, como resultado de los estereotipos de la sociedad machista y patriarcal?
De los estereotipos de la sociedad machista y patriarcal heredamos una imagen de la mujer como objeto sexual: que será valiosa en la medida en que sea atractiva para el varón. Este, a su vez, es empujado a reafirmarse en su rol machista. En definitiva, las prácticas sexualizadoras mantienen a las mujeres como objetos de atractivo sexual y de decoración; lo que condiciona la libertad de su pensamiento y evolución en el mundo.
La sexualización infantil es una forma de violencia de género contra las niñas, que está muy normalizada y pasa desapercibida demasiadas veces.
Actualmente existe un bombardeo de erotización en los medios de comunicación masiva, en particular la televisión, las películas e incluso las letras de las canciones y la silueta de las muñecas, que es muy marcada en el caso de las niñas.
¿Cómo impactan estas prácticas sexualizadoras en niñas y niños?
La erotización basa el valor de una persona esencialmente en sus atractivos sexuales, de ahí que empuja a los niños, niñas y adolescentes a potenciar su atractivo sexual y a creer en la fantasía de que solo a través del sexo serán válidas como personas. Tempranamente se empieza a hacer énfasis en los atributos eróticos y en el rendimiento personal que se le puede sacar al atractivo sexual. En definitiva, la sexualidad acaba por excluir a otros aspectos de la personalidad y se convierte en el único parámetro válido para juzgar la valía de un individuo.
Ese sería un primer efecto en el desarrollo psicológico y físico de niñas, niños y adolescentes, quienes cambian su rol de pequeños exploradores del mundo, que juegan a las muñecas o a los carritos, para asumir el papel de los hombres y mujeres protagonistas de televisión.
La erotización temprana puede provocar, además, afectaciones en la salud física, como desórdenes de la alimentación, en especial la anorexia y bulimia; y psicológica, expresada fundamentalmente en la depresión y los complejos estéticos.
Una maduración psicosexual inapropiada conlleva la adopción de conductas sexuales de riesgo –promiscuidad, descuido de los métodos anticonceptivos–, a una edad en la que no se está mentalmente preparado. Otra arista es que los convierte en personas vulnerables a los traumas –como violaciones, agresiones sexuales, violencia de género…– relacionados con el ejercicio de una libertad sexual mal entendida. En particular, las niñas erotizadas están absolutamente indefensas ante este tipo de ataque.
La doctora Arés llamó la atención sobre el ámbito de internet y las redes sociales, que no solo introducen nuevos escenarios para el consumo de esos productos, sino para la experimentación de la sexualidad. “Las niñas aprenden cómo tomar autorretratos y posar provocativamente. Las recompensas como los ‘me gusta’, comentarios y los seguidores son una gratificación inmediata. Sin embargo, los riesgos son altos”, advierte.
¿Qué debiera hacer la familia?
Es importante que la familia tome conciencia y se produzca una mediación familiar para prevenir la erotización temprana. Echarles la culpa a los medios es depositarles la responsabilidad de la educación y, aunque estos tengan también un encargo educativo, los padres no deben hacer una apropiación acrítica de sus propuestas.
Por tanto, deben procurar estar al tanto de las revistas que leen sus hijos, de los programas que ven, de la música que oyen, los sitios de internet que visitan. Si el contenido no les parece adecuado, han de hablar de ello y escuchar lo que tienen que decir al respecto. En este sentido es útil procurar ver la TV con ellos y ejercer la crítica de las actitudes que no se consideran correctas, así como los motivos. Hay que cuestionar que, si prestan demasiada atención a ciertos aspectos externos, su entorno obviará el resto de su calidad como personas.
Ser claros y explicar por qué ciertos programas, prendas de vestir o complementos no son adecuados es muy importante. Es normal que las niñas, niños y adolescentes se sientan presionados por la moda, los medios de comunicación o el grupo de amigos a la hora de adoptar ciertas actitudes; hay que ayudarlos a escoger acertadamente.
En el caso específico de las niñas, es recomendable tratar de encauzarlas hacia actividades que hagan énfasis en el talento y en otras habilidades diferentes a la mera estética. Hacerles saber que las muñecas, los dibujos animados, los personajes de los videojuegos y lo que ven en la mayoría de los anuncios publicitarios no es real. Asimismo, las madres son el principal modelo femenino de sus hijas: si ellas se liberan del patrón de hipersexualización, estarán liberando también a sus hijas.
De forma general, deberían hablar de sexo con naturalidad con sus hijos, sin tabúes y encuadrando la sexualidad dentro de una vida saludable, íntima y, sobre todo, madura y satisfactoria. Además, hacer un repaso de los productos que compran, los hábitos que mantienen, los valores que transmiten o los programas que ven en presencia de sus hijos. Ellos imitan su conducta, porque los padres son su espejo.