Historias tras huracanes

Desde septiembre pasado cambió la vida de Miguelito, un niño de siete años, tímido ante las preguntas y con una sonrisa escasa de dientes, por la edad. A partir de ese momento, ni su escuela es su escuela ni su casa, su casa.

«Desde que pasó el huracán Ike, que tumbó el techo de la escuela, damos clases en otro lugar, media jornada, porque allí hay otros niños. La casa se cayó, pero mi papá construyó una más chiquita hasta que hagan otra más fuerte», dice sin tristeza, porque el espacio donde solo se conserva el piso le sirve hoy de terreno de juegos, sin los peligros de la calle.

«A decir verdad, la casa no estaba buena, era de madera, tenía más de 60 años, algunas tablas estaban comidas por el comején, y el viento acabó con ella», reconoce su papá, José Miguel Marino López, de 41 años, custodio de una instalación deportiva de Banes, más de 800 kilómetros al este de La Habana.

El huracán categoría III en la escala Saffir-Simpson, de un máximo de cinco, tocó el oriente cubano por Cabo Lucrecia, en el municipio holguinero de Banes, la noche del 7 de septiembre.

El nombre de Banes puede resultar poco conocido, sin embargo, una de sus playas, Guardalavaca, es considerada uno de los más importantes polos turísticos de Cuba.

El territorio, de 550 kilómetros cuadrados,  cuenta también con yacimientos arqueológicos que datan de la conquista de América. Los daños en esas zonas no fueron relevantes, aunque sí en la agricultura, infraestructura y, sobre todo, las viviendas.

Era noche de carnaval, una de las fiestas tradicionales que se celebran en fechas distintas en todo el país. La gente, poco acostumbrada a huracanes de gran intensidad, no quería perderse la fiesta  y no escuchaba las advertencias de lo peligroso que prometía ser Ike.  Para que las personas se dispersaran, recuerdan algunos, la policía tuvo que botar la cerveza.

Cuatro horas y quince minutos estuvo el ojo del huracán sobre la provincia. Según los meteorólogos, si se tiene en cuenta la influencia de sus bandas espirales, el impacto fue de 30 horas. Los vientos máximos sostenidos fueron superiores a los 195 kilómetros por hora.

Según Jorge Proenza, jefe del grupo provincial de Pronósticos de Meteorología, desde 1841 el territorio holguinero ha sido visitado por unos 40 ciclones tropicales. Aunque el huracán Flora dejó más de mil muertos y desaparecidos en toda la zona oriental de Cuba en 1963, Ike es «el primero intenso que nos impacta».

Con la casa derrumbada, José Miguel, que reside a 22 kilómetros de Punta Lucrecia, tuvo a su familia tres días en casa de unos vecinos, pero decidió tomar el destino en sus manos. Con las tablas y vigas sanas levantó dos cuartos y organizó una cocina comedor y una salita, pese a la insistencia de conocidos de que dejara todo como

estaba a modo de evidencia, pero el no quería que la familia se alojara en un albergue.
De acuerdo con Orlando Velázquez, vicepresidente del gobierno, de las 26.000 viviendas de la ciudad, 70 por ciento (19.400 casas) sufrió daños parciales y totales, fundamentalmente en aquellas con techos ligeros y de madera, la tipología más común de las moradas de Banes, fundado en 1887.  

Del total, 4.045 quedaron en el suelo. Alrededor de 70 por ciento de los comercios urbanos y rurales del territorio sufrieron daños, por lo que se decidió que funcionaran en casas de familia. Un total de 143 escuelas perdieron sus techos, indica Velázquez.

Allí Odalys, la esposa de José Miguel, ha  logrado acomodar su hogar. Las camas bien tendidas, el piso limpio y todos los utensilios de la cocina en su lugar. Ella trata por todos los medios de que su familia, sienta menos el impacto del cambio mientras llega la vivienda definitiva, que puede demorar, quizás, años.

Autoridades locales señalan que, hasta el momento, han sido reparadas unas 5.000 viviendas tanto por las acciones particulares de la población,  como por los organismos de la construcción, en la medida en que los recursos asignados llegan a la localidad.

«Como hay muchas viviendas de madera de dos pisos, una de las prioridades fue garantizarles el techo porque, de lo contrario, eran dos familias damnificadas. Se buscan, además, las soluciones constructivas más duraderas, incluso, para las tejas de barro, y habrá que traerlo de otros lugares porque el de aquí no tiene la calidad necesaria para hacer buenas tejas», señaló Velázquez. 

Solidaridad a lo cubano

«Hay cosas que pasan aquí que no se ven en ningún lado», opina Belkis Maga, una mulata  que esconde muy bien sus 67 años. Hasta hace unos días, su casa fue la bodega del barrio, adonde los vecinos acuden comúnmente a adquirir los alimentos que se comercializan mediante la cartilla de racionamiento, a precios subsidiados.

«La bodega se quedó sin techo, el huracán acabó con ella, algunas cosas se echaron a perder; el resto, lo evacuaron hacia mi casa, fuerte, de mampostería. Y entonces, yo que soy la dependienta desde hace 30 años en esa bodega, me vi despachando los mandados en mi propia casa», explica Belkis, que bajó «como 20 libras, con tanto ajetreo».

Apilaron los sacos de arroz, azúcar y otros víveres en dos de los cuartos, pusieron una pesa y las personas acudían en la mañana y la tarde a hacer las compras.   Además, tuvo en su casa unos días a «unas personas de La Habana, que no tenían donde quedarse».

«Los cubanos somos así, aunque dicen que en los últimos años se ha perdido la solidaridad, le tendemos la mano a la gente cuando lo necesita, sobre todo cuando hay alguna desgracia o una cosa como esa, que nunca había pasado por aquí con tanta fuerza», dice Roger Peña, uno de los clientes.

A José Arnaldo Pérez Vicente, de 63 años, arrendador de casa de huéspedes, la casa se le llenó de gente.  Su vivienda es fuerte, de dos plantas y la mantiene bien pintada. Allí le alquila cuartos a turistas que llegan de vacaciones, en temporada de verano.

Una pareja y una mujer con discapacidad pasaron allí el mal tiempo y las horas se hicieron menos largas en medio del corte del servicio de electricidad. Cocinábamos y nos asomábamos a la ventana a ver como volaban partes de techos, ramas de árboles y todo cuanto Ike encontraba en el camino.

Cuando pasó el huracán, por iniciativa propia, fue a ver  al representante del barrio (delegado) donde reside y brindó su casa para lo que fuera necesario.  «Un día estaba afeitándome y vinieron a buscarme. En el portal armamos el aula y cada día, por varias semanas, recibieron allí sus clases 22 niños y niñas», cuenta José.

«Fíjese si la pasaron bien, que cuando amenazó otro huracán en noviembre, Paloma,  hubo gente que vino, con maleta y todo, a quedarse aquí», dice y afirma que con él «se puede contar».

 

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