Gisela Pérez: «El género no es amenaza, sino oportunidad para las iglesias»

Era menos que utopía la ordenación de mujeres en la estructura eclesial protestante cuando Gisela Pérez Muñiz emprendió esa batalla en la comunidad bautista oriental, allá por los sesenta del siglo pasado, en Santiago de Cuba, a unos 860 kilómetros de La Habana.

La teóloga logró sensibilizar con su caso a otros líderes religiosos que defendieron la postulación y así pudo convertirse en una de las primeras pastoras bautistas de Cuba, ocupación que ejerció desde 1965 hasta 2014, cuando se jubiló.

En cinco décadas, Pérez Muñiz colaboró con la integración ecuménica de la región oriental mediante proyectos de capacitación que la hicieron fundar, junto a otros líderes religiosos, el Centro Cristiano de Servicio y Capacitación «Bartolomé G. Lavastida» (CCSC- BG Lavastida), en Santiago de Cuba.

Desde 1995, esa institución ecuménica vincula la formación con el servicio social para comunidades religiosas y grupos expuestos a vulnerabilidad social y económica, con proyectos que abarcan desde la prevención de salud hasta la permacultura, la ecología y la soberanía alimentaria.

Aunque son varias las instituciones ecuménicas de este tipo en el país, el Centro Lavastida es la única que opera en la mitad oriental cubana y cubre con sus acciones la totalidad de esta región.

El interés de su directora por reivindicar el papel de las mujeres en la estructura social y ofrecerles oportunidades de empoderamiento convirtió la equidad de género en una de las líneas sostenidas de la institución.

Más de 30 comunidades rurales han sido beneficiadas por los proyectos de este Centro que, además de facilitar medios, brindar servicios y capacitar, promueve relaciones equitativas entre hombres y mujeres con la sensibilización en género y la creación de oportunidades para que ellas superen los roles domésticos tradicionales.

Con más de 70 años, la pastora bautista acumula una trayectoria en función de la equidad de género en la iglesia, que le hace referente en la transgresión de los dogmas patriarcales dentro de la fe cristiana en Cuba, tema sobre los que accedió a dialogar con SEMlac.

¿Qué le hizo fundar el Centro Lavastida?

En la década de los noventa comencé a trabajar en el Consejo Mundial de Iglesias, en el Departamento de Renovación y Vida Congregacional, y allí se intentaba descubrir nuevas formas de «hacer iglesia». Tuve entonces la oportunidad de participar en un seminario ecuménico en Suiza sobre justicia, paz e integridad de la creación, con personas de 34 países, gracias a las cuales descubrí distintos centros laicos que renovaban la función de la iglesia.

Con esa experiencia, comenzamos a pensar en cómo organizar algo similar en Santiago de Cuba y, en el proceso de descubrir cuáles serían las características de un centro de este tipo para el Oriente cubano, decidimos poner énfasis en la situación femenina.

Yo había participado en un curso de teología de la mujer en Costa Rica, en 1994, y al regreso quisimos replicar aquí ese contenido porque en la iglesia cubana era necesario releer la Biblia con perspectiva de género, porque esta puede ser muy descorazonadora para la mujer si no se tienen algunos códigos de interpretación que ayuden a comprender por qué dice lo que dice.

Iniciamos con pequeños cursos que releían la escritura sagrada para mover el esquema tradicional de mujer dentro de la iglesia. A la par, hicimos un diagnóstico del contexto de Santiago de Cuba para determinar las necesidades a las que podíamos proyectarnos como centro ecuménico.

Era la época de pleno Período Especial y nos encontramos demandas de todo tipo, porque eran muchos los problemas económicos. No obstante, concebimos dos áreas de trabajo: capacitación y servicio social.

Aunque en los primeros proyectos fuimos algo asistencialistas, poco a poco nos concentramos en áreas específicas como la línea alimentaria, la ecológica y la rehabilitación de viviendas, por ser esta última una las problemáticas más complejas de Santiago.

La producción de alimentos ha sido centro de nuestro trabajo porque vivimos en un país con crisis económica y la alimentación preocupa a las familias. Luego, se han insertado aspectos como la permacultura, la armonía del ser humano con la creación, la conservación de alimentos, la nutrición, etc., todo con un enfoque de género transversal.

Ese enfoque desafía el mito de que en los espacios religiosos hay resistencia a transgredir las divisiones tradicionales entre mujeres y hombres.

Es cierto que la iglesia no puede ser de avanzada en el desarrollo social, porque es más bien conservadora y el tema de la mujer es de las áreas más resistentes al cambio. Pero, como mujer, me resultaba inconcebible que la Biblia me dijera que tenía que hacer cosas con las que no concordaba, y aceptarlas como palabra de Dios, porque mi concepto de Dios era otro.

El énfasis por transformar la posición social de la mujer lo vivencié como rebeldía y después lo he podido canalizar en la relectura teológica.

En el Centro empezamos a trabajar primero el tema mujer y luego desde el género, porque queríamos que las iglesias descubrieran una misión más integral de su ministerio.

Las mujeres en la iglesia siempre han sido las que más trabajan y las que menos dirigen, las que más hacen pero menos deciden. Intentamos romper ese esquema para que ellas valoren su trabajo y se capaciten para ello.

Mantuvimos cursos sobre esos temas por más de una década y, a la larga, las graduadas fueron promovidas a cargos nacionales en sus denominaciones cristianas.
Después nos dimos cuenta de que no solo podíamos estimular a las mujeres a releer la Biblia, porque se trata de una experiencia de relación y los hombres tenían también que estar presentes. Por eso, de una perspectiva de mujer pasamos a perspectiva de género y también incluimos renovación litúrgica, salud familiar, juventud, etc.

El género se volvió un aspecto vinculante de todos los proyectos del Centro Lavastida, porque es oportuno aprovechar todas las intervenciones para estimular la participación de las mujeres en sus comunidades.

¿Ha sido complejo insertar este punto de vista?

Una de las cosas más difíciles de nuestro trabajo ha sido que las personas religiosas descubran que el género no es amenaza, sino oportunidad para las iglesias. Si no lo ven así, se tensionan y se enfrentan.

¿Por qué amenaza?

Porque se rompe el patrón tradicional de que la mujer esté sometida, que sea un personaje de acompañamiento. Ese esquema lleva a pensar que si el hombre pierde su autoridad absoluta, la familia se va a pique. Para la iglesia conservadora, la promoción de la mujer atenta contra la estabilidad de la familia.

¿Cómo lo entiende usted?

Para mí es distinto, porque en la medida en que hombre y mujer contribuyamos a la vida familiar en igualdad, esta será más completa y no habrá nadie en quien el edificio se apoye, sino que se equilibrará.

Generalmente, la mujer lleva la carga y el hombre la representación y eso no es justo. Pero romper los sitiales tradicionales es riesgoso porque hay que crear las alternativas de sustitución. Por eso me parece oportuno enfatizar en la responsabilidad familiar compartida, porque esa es todavía una carga de la mujer y el hombre debe asumir la parte que le corresponde para que el edificio no se resquebraje. Por justicia y para que funcione mejor, la familia tiene que ser un trabajo de colaboración.

En Cuba se ha incrementado la comunidad cristiana, pero no todas las denominaciones transmiten esta idea emancipada sobre el rol femenino.

Es propio de la postmodernidad el énfasis en lo subjetivo y emocional, y eso en la vida de la iglesia es fatal. Alguien decía que cuando la iglesia crece de esa manera, no se desarrolla, sino que engorda, y la gordura no es salud. Insistir en el crecimiento es riesgoso, porque puede ser inflamatorio.

No creo que sea fácil frenar los movimientos de crecimiento desorbitado y poco profundo porque responden a la época; pero no traen desarrollo, sino retroceso. Hay que tener paciencia y fe para seguir sustentando valores distintos a los conservadores, con la esperanza de que esas sean coyunturas a superar y que las aguas tomen su nivel.

¿Dónde se localizan las resistencias y las alianzas al trabajo del Centro Lavastida?

Las incomprensiones dependen mucho de las personas que representan el nivel oficial.

Dentro de la iglesia ha habido todo tipo de reacciones hacia nuestro enfoque. A veces ha sido interesante que representantes religiosos que han participado en actividades aquí se desvinculan del Centro, pero replican en sus denominaciones lo que aprendieron y eso nos valida.

También contamos con el apoyo de las universidades y todos los años realizamos un cónclave científico y teológico, que analiza un tema desde ambas perspectivas. A veces creemos que nuestras distancias son más grandes, pero no es así. Los objetivos pueden ser comunes y para ellos colaboramos.

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