La fecundidad en Cuba suele ser bastante homogénea por territorios y zonas de residencia, pero existen pequeñas diferencias que requieren de miradas detenidas y atención urgente, aseveran especialistas.
«Cuando fui por primera vez a casa de mi prima Linnet, en La Habana, me sentía como un bicho raro. Tenía ya tres hijos y era dos años más chiquita que mi prima, que aún no tenía ninguno», contó a SEMlac Aleydis Griñán, una técnica agrónoma de 39 años que reside en la ciudad de Bayamo, a poco más de 760 kilómetros de la capital cubana.
Cuando Griñan visitó a Linnet tenía apenas 28 años, una pequeña de ocho años y dos varones de cuatro y tres, respectivamente. Entonces trabajaba en una finca cafetalera en el municipio de Contramaestre, en la oriental provincia de Granma, y se acababa de separar del padre de sus hijos.
«Mi prima tenía entonces 30 años y daba clases en una escuela secundaria, vivía con su novio, pero ninguno de los dos quería tener hijos. Ahora, finalmente, Linnet tiene una bebé de dos años y mi hija mayor ya va a cumplir 20», agregó la bayamesa, quien actualmente trabaja por cuenta propia cuidando a personas mayores.
Las estadísticas nacionales están en línea con la historia de Griñán. En Cuba, las mujeres de las zonas rurales muestran niveles de parto más altos que las de las zonas urbanas y tienden a tener más hijos, por lo que llegan a sumar dos e incuso tres al final de su vida reproductiva, confirmó la Encuesta Nacional de Fecundidad (ENF), levantada en 2009.
Desarrollada por el Centro de Estudios de Población y Desarrollo (CEPDE), de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), la ENF también comprobó que «la concentración de mujeres en las edades más fecundas es ligeramente superior en la zona oriental del país».
El Anuario Demográfico del CEPDE indica que al cierre de 2013 las provincias cubanas que registraron mayores índices de nacimientos fueron Holguín, Granma, Santiago de Cuba y Guantánamo, todas en la mitad oriental del país, una zona donde se concentran las mayores áreas rurales y los más bajos índices de desarrollo económico y social.
La encuesta confirmó, en tanto, que en el centro y el oriente predomina ligeramente la unión consensual sobre el matrimonio formalizado, y que el uso de anticonceptivos es ligeramente superior en las zonas urbanas de la isla.
La zona urbana también «parece asociarse con una mayor recurrencia al aborto y a las regulaciones que la rural, pero con diferencias mínimas», asevera la ENF.
«Es apreciable la diferencia del tamaño de las familias entre la ciudad y el campo, creo que porque en el campo, al estar cerca de la producción, es más fácil mantener a más personas en una familia», reflexionó con SEMlac Jorge Gómez Alarcón, a cargo de la formulación de proyectos en la Asociación de Agricultores Pequeños (ANAP), en el municipio de Jiguaní, provincia Granma.
Sin embargo, Griñán no comparte ese criterio: «Es verdad que cuando estás cerca de la tierra es más fácil garantizar la comida diaria, pero no siempre ocurre así. Y esa no fue la razón por la que tuve tres hijos; en realidad siempre pensé que una se juntaba para eso. Si no me hubiera separado del padre de los niños, a lo mejor tendría más», explicó.
Económicos o no, en Cuba, un país con bajas tasas de fecundidad y un avanzado proceso de envejecimiento, las diferencias en el número de los nacimientos, ya sean por edad, zona, región u otras especificaciones, merecen ser detenidamente estudiadas, defienden especialistas como María del Carmen Franco, demógrafa del CEPDE y parte del equipo que realizó la ENF.
Brechas de la ruralidad
Una de esas particularidades de la fecundidad en la isla es el aumento en los últimos años de los embarazos -y de los partos- entre muchachas muy jóvenes.
Cifras de la ONEI reflejan que Cuba ha incrementado la tasa específica de fecundidad adolescente desde 47,3 por cada mil mujeres menores de 19 años en 2004, hasta 54,2 en 2013.
«Aunque no son marcadas las diferencias entre las zonas urbanas y rurales, son las provincias orientales las que alcanzan los valores más elevados», refiere el artículo «Maternidad adolescente y estrategias familiares en comunidades montañosas de Santiago de Cuba: estudio de casos».
La provincia de Santiago de Cuba, a unos 860 kilómetros al este de La Habana, representa «la tercera con mayor crecimiento natural de la población y posee una tasa específica de fecundidad adolescente de 57 por cada 1.000 mujeres de entre 10 y 19 años», apuntan las master en Ciencias Yenisei Bombino y Livia Quintana, autoras del texto.
Bombino, del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) y Quintana, del Centro de Estudios Demográficos (CEDEM), de la Universidad de La Habana, realizaron su investigación, específicamente, en dos municipios montañosos de la referida provincia: Guamá y Tercer Frente.
Considerados fundamentalmente rurales, estos territorios tienen una alta presencia de comunidades dispersas por el macizo montañoso de la Sierra Maestra, donde se encuentran las mayores elevaciones de la isla.
En Tercer Frente, más del 64 por ciento de la población residía en zonas rurales en el momento de la investigación, en 2010, mientras que en Guamá esa cifra alcanzaba 76 por ciento. En ambos municipios los hombres constituían la población predominante.
En 2010, según datos del CEPDE, Guamá y Tercer Frente presentaron tasas de fecundidad adolescente de 92,8 y 58,5 por cada mil mujeres de este segmento etario, cifras por encima de la tasa registrada por la provincia en su totalidad.
«Uno de los resultados más interesantes de la investigación fue que la maternidad constituye una estrategia de vida para las adolescentes de estas zonas, insertada en proyectos tradicionales de familia que tienen que ver con limitadas oportunidades de desarrollo personal y carencias de estrategias que induzcan a la toma de decisiones reproductivas responsables», explicó Bombino a SEMlac.
Al explorar las condiciones ideales que se deben disponer para tener hijos, las adolescentes entrevistadas por estas investigadoras declararon que estas incluían tener un trabajo, la edad necesaria y desear tenerlos, pero además, contar con una vivienda con condiciones y un padre para ese hijo o hija.
«Pero apreciamos una contradicción entre lo expresado y sus realidades de vida: estudian o han abandonado los estudios, no planificaron ni deseaban la maternidad, suelen ser madres solteras y las condiciones de la vivienda son precarias», precisó Bombino.
Los resultados del estudio apuntan que mientras para un grupo de adolescentes la maternidad continúa siendo un indicador que refuerza la identidad femenina, para otras «responde a una carencia de oportunidades sociales, debido a limitadas opciones de continuidad de estudio, empleo, recreación y oportunidades de desarrollo».
«También constatamos que las muchachas no estaban tomando sus decisiones reproductivas de forma responsable, sino que llegaban a ellas por caminos conducidos por la voluntad de otras personas y circunstancias: los hombres, la familia o el grupo de pares», apuntó Bombino.
El estudio encontró entre los hombres adolescentes y jóvenes el criterio de que debían tener hijos con todas las mujeres que fueran sus parejas, un elemento que no ayuda a la toma de decisiones responsables.
Las adolescentes entrevistadas tampoco recurrieron con frecuencia al aborto, un comportamiento bastante común en el resto del país.
Según el citado estudio, entre las razones más reiteradas se detectaron «carencias en la comunicación familiar sobre los temas de la sexualidad, lo que limita la búsqueda de protección y apoyo tempranamente».
También creencias socialmente compartidas sobre posibles efectos en su capacidad futura de procrear y «concepciones interiorizadas de no impedir el nacimiento de los hijos porque son seres vivos desde el claustro intrauterino».
Ambas autoras consideran oportuna la creación o activación de otras redes de apoyo social que permitan liberar de cargas a las madres adolescentes para poder dedicarse a trabajar o superarse.
Pero también señalan la urgencia de pensar en estrategias de intervención que apunten a la búsqueda de igualdad de oportunidades y a cambiar patrones machistas muy entronizados en la zona.
«El elevado número de embarazos adolescentes en estas comunidades montañosas se relaciona también con la persistencia de una arraigada cultura patriarcal que reproduce desigualdades de género», aseveró Bombino.
Siempre que he ido a filmar en zonas rurales del país una de las cosas que más me llama la atención es la presencia de una gran cantidad de niños y niñas a nuestro alrededor y muchas madres muy jóvenes que en no pocas ocasiones permanecen en sus casas sin muchas perspectivas de progreso, atendiendo la vida doméstica, sub valoradas en sus funciones de reproducción de la vida. Creo que se mezclan muchas cuestiones, pero al final todo apunta a la persistencia de un orden patriarcal que encuentra terreno fértil allí donde las políticas públicas flaquean y la desatención y la pobreza pululan. Gracias por el trabajo.