Las familias cubanas tienen cada vez menos hijos, un proceso con múltiples causas que ha tomado décadas en afianzarse como tendencia en el país y al cual será muy difícil darle marcha atrás, coinciden especialistas de diversas disciplinas. En las últimas décadas, hubo años en que la población cubana disminuyó y otros en los que creció, pero siempre en magnitudes muy pequeñas y con inclinación a decrecer en términos absolutos, explica a SEMlac la doctora Grisell Rodríguez Gómez, subdirectora del Centro de Estudios Demográficos (Cedem) de la Universidad de La Habana.
De acuerdo con los últimos datos del Anuario Estadístico de Salud, la tasa de fecundidad al cierre de 2016 fue de 1,63 hijos por mujer.
Rodríguez Gómez defiende que el asunto no es tan sencillo, aunque en medios de comunicación y espacios públicos se insiste una y otra vez en que «las cubanas no quieren parir».
Además de ser una evaluación simplista del fenómeno, la afirmación no es totalmente cierta y refuerza patrones machistas que culpabilizan a las mujeres de una decisión para la que, generalmente, cuenta la opinión no solo de las madres, sino de los padres y, en muchos casos, de familias enteras.
«Lo demostrado es que se tiene el primer hijo y luego el segundo se dilata en el tiempo y a veces no llega», asegura la doctora Rodríguez Gómez, psicóloga y demógrafa.
La historia de Irina Vargas, informática capitalina de 48 años, avala esa tendencia. Con un hijo de 22 años, estudiante universitario, Valdés cuenta a SEMlac que siempre quiso tener dos o tres hijos, «pero me cogió la confronta», asegura, a medida que fueron pasando los años.
Nacida en una familia numerosa, esta profesional residente en el populoso municipio del Cerro tuvo a su hijo en 1995, en medio de la crisis económica que vivió Cuba en la última década del siglo XX y cuando aún no tenía una vivienda propia.
«Teníamos un cuarto con una cuna en mi casa, otro en la de mi suegra y nos turnábamos para no recargar mucho ninguna de las dos casas», detalló.
A veces, incluso, Valdés y su esposo pasaban días separados, cada uno en casa de sus respectivas familias de origen.
«Mario, mi esposo, no participó mucho del cuidado del bebé, a veces porque no estaba y otras porque se llevaba mucho trabajo para la casa. Él es periodista y siempre ha escrito para varios medios de prensa en busca de mayor ingreso».
Cuando el niño tenía cuatro años, la pareja pudo, finalmente, mudarse a un apartamento propio. Entonces llegó la odisea para habilitar la nueva casa.
«Empezamos con un refrigerador prestado y casi sin muebles y el hermanito se fue posponiendo. Finalmente, cuando parecía el momento, yo cambié de trabajo a uno mejor y pude empezar la maestría. Para cuando terminé la especialización, ya el niño estaba en secundaria y yo no tenía deseos de empezar de nuevo», relata Valdés.
La experiencia de Valdés, aunque común, es apenas una de muchas. «La fecundidad cubana de la primera década del siglo XX ya era baja para el contexto de América Latina y el Caribe, por lo cual estamos asistiendo a un proceso que se inició hace mucho tiempo», asevera Rodríguez Gómez, al profundizar en las causas de la situación demográfica del país.
En su opinión, el fenómeno amerita también interpretar diferentes dinámicas culturales del comportamiento del ser humano, tanto individual como colectivo.
Una investigación de 2017 del Cedem, que comparó la fecundidad de mujeres en la isla con la de cubanas migrantes en los Estados Unidos, confirma algunos de esos criterios de esta experta.
«El comportamiento de la fecundidad de las cubanas migrantes en Estados Unidos es mucho más cercano al de las nativas que al de sus colegas hispanas en ese país», asegura la doctora Daylín Rodríguez Javiqué en su artículo «La fecundidad de las hispanas en Estados Unidos. Una comparación con las cubanas en ese país», derivado de los resultados de su investigación doctoral.
Ese hallazgo indica que, a pesar de que muchas veces las mujeres en Cuba aseguran que están posponiendo la decisión de tener hijos por sus planes de emigrar, en la práctica no cambian sus aspiraciones en cuanto al número de hijos cuando ya se encuentran fuera del país.
El estudio comparó la fecundidad de las cubanas migrantes residentes en Estados Unidos con el resto de las hispanas y nativas en ese país y las cubanas de la isla entre 2000 y 2014. Al final, comprobó que no hay muchas diferencias entre el comportamiento de estas mujeres dentro y fuera de Cuba.
«Este cambio, más allá de ser un efecto de una posible adaptación al patrón norteamericano, podría ser un producto de mudanzas en los proyectos de vida de las cubanas», reflexiona Rodríguez Javiqué.
Sin embargo, la estructura de su fecundidad por edades sí experimenta una transformación significativa, según el citado estudio. A diferencia de lo que ocurre actualmente en Cuba, donde las tasas de embarazo adolescente preocupan a autoridades y estudiosos, la investigación de Rodríguez Javiqué confirmó que esos valores bajan fuera del país.
«Las cubanas migrantes entre 15 y 19 mostraron una fecundidad cinco veces menor que las cubanas en Cuba, e incluso menor que la de las propias estadounidenses», reconoce el texto.
Para Rodríguez Gómez, se confirma una tendencia muchas veces avalada en la historia universal: «sin dejar de lado la influencia importante de elementos económicos y culturales, la baja fecundidad llega con el acceso libre a la salud y, simultáneamente, con la salida de la mujer del hogar, la elevación de su nivel educacional y la incorporación de la vida laboral».
En ese camino, aún no se ha recogido evidencia en ninguna parte del mundo que indique que este comportamiento puede ser reversible.
«Llevamos 40 años con la fecundidad por debajo del nivel de reemplazo. No hay país donde, después que baja la fecundidad de manera sostenida, esta pueda elevarse nuevamente», precisó Rodríguez Gómez.
Migración: variable para estudiar
Aunque las cubanas parecen variar poco su patrón reproductivo cuando salen de la isla, la migración sí se perfila como elemento importante para estudiar la baja fecundidad en el país.
«La migración ha pasado a ser un importante factor explicativo de los desequilibrios que se observan en los índices de masculinidad», afirma la doctora María Elena Benítez en su artículo «Un acercamiento demográfico al mercado matrimonial cubano», publicado en la revista Novedades en Población, en su última edición de 2016.
La composición por sexo de la población, o sea, si hay mayoría de hombres o de mujeres, «vendría a afectar la frecuencia e, indirectamente, la manera en que se forman las parejas», reflexiona la experta del Cedem.
En consecuencia, también se verían afectadas «la formación, reproducción y estabilidad de las familias», agrega Benítez en su texto.
Otros estudios alertan respecto al impacto de las migraciones sobre variables de la dinámica demográfica como la fecundidad, pues desde 1995 las mujeres representan más de 50 por ciento del total de las personas que emigran.
«Como en otros países del área, la emigración femenina cubana se caracteriza por ser mayoritariamente joven, en correspondencia con los niveles medios y altos de calificación del país», había alertado a SEMlac el doctor Antonio Aja, director del Cedem, en 2014.
Tras las nuevas regulaciones migratorias de 2013, que flexibilizaron las posibilidades para salir y entrar al país, creció el monto de migrantes, pero se mantuvo la superioridad femenina entre quienes cruzan las fronteras.
Entre el 14 de enero de 2013 y el 30 de noviembre de 2014, por solo poner un ejemplo, viajaron 346.295 cubanos, según el artículo «Reforma migratoria en Cuba e impacto psicosocial en la sociedad cubana», publicado en la edición digital de enero-junio de 2015, de la revista Novedades en Población.
Nuevamente, más de la mitad (53 %) fueron mujeres, reafirmando la tendencia acentuada hace mucho más de una década.
Esa mayoría femenina en la estructura de la emigración «constituye un reto para lograr elevar los niveles de natalidad en nuestro país, ya que en correspondencia con los porcentajes de los grupos etarios, gran cantidad de estas mujeres se encuentra en etapa fértil», asegura el citado texto de las psicólogas Consuelo Martín y Jany Bárcenas, ambas de la Universidad de La Habana.
Aja, por su parte, asevera que «las migraciones continúan siendo un elemento clave en la dinámica de la población cubana en la actualidad», según suscribe en su artículo «La perspectiva migratoria en 2017: ¿Cambio de reglas?», publicado en marzo de 2017 por la revista Temas.
Las migraciones se están posicionando como un factor importante para la formación de pareja, a juzgar por los estudios de Benítez.
Pero también impactan en la capacidad de la población para reproducirse y pueden llegar a ser, incluso, «el mecanismo conductor de su crecimiento», a juicio de Aja.