Más allá de ausencias o rupturas, el fenómeno migratorio supone también un drama para toda la familia, sujeta a los cambios temporales o definitivos que se derivan de este movimiento, transforman e impactan sus dinámicas y provocan una reestructuración de roles.
Al centro de este proceso muchas veces se encuentra la mujer, en un contexto donde la feminización de las migraciones aumenta, tendencia a la que Cuba no escapa, asegura a SEMlac la psicóloga Consuelo Martín Fernández, profesora de la Universidad de La Habana y estudiosa del tema.
«Cuba tiene un proceso migratorio cuyo patrón comienza a ser externo en la década del treinta del siglo XX, y en el cual migraban más los hombres», explica la experta.
Sin embargo, todo eso cambia luego de la primera mitad del siglo XX y en el siglo XXI, cuando empiezan a desarrollarse en Cuba una serie de políticas favorecedoras de la incorporación social de las mujeres, quienes también emigran, sean profesionales, mujeres solas, con hijos
«Hay desde entonces un mosaico de posibilidades de que emigre una mujer. Esto no es un fenómeno privativo de Cuba», sostiene la entrevistada.
De acuerdo con la especialista, aunque no se ha realizado un estudio profundo de género y migraciones en el país, de hacerse quizá se observaría, a su juicio, que al igual que con la fecundidad, la mujer cumple con patrones de países desarrollados y subdesarrollados.
«La cubana es una profesional que emigra y, al mismo tiempo, también cumple patrones como una mujer que es sola y que, sea profesional o no, tiene recursos suficientes para emigrar y con eso ayudar a sus hijos», ejemplifica.
No obstante, destaca una particularidad del contexto cubano: el caso de las cooperantes, que cumplen misiones profesionales fuera del país. Aunque no se les reconoce como migrantes, científica y académicamente lo son; pues la misión es, en realidad, una migración temporal clásica por motivos laborales, advierte Martín Fernández.
De cualquier modo hay un impacto sobre la familia, apunta, se trate de migración permanente o temporal, de misiones laborales o por las opciones que abrió la nueva Ley Migratoria en el año 2013, que permite permanecer fuera del país por casi dos años sin que la persona cambie su condición de ciudadana residente.
En los últimos 15 años han emigrado de Cuba entre 20.000 y 46.000 personas cada año y todo indica que esa tendencia continuará, indica el artículo «La migración internacional de cubanos. Escenarios actuales», publicado en el número 14 de enero-junio de 2018 de la revista del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana, Novedades en Población.
«En resumen, se trata de flujos migratorios de rostro preferente femenino-excepto en las edades comprendidas entre los 30 y 44 años-, joven y de elevada calificación, si la comparamos con los estándares internacionales», refiere el texto.
Para la psicóloga, la desestructuración de los roles y funciones familiares es una consecuencia de este proceso, pues lo que hacía la persona que emigra lo tiene que asumir otro miembro de la familia.
«Esas actividades van desde ocuparse de los menores, ser proveedor de estabilidad familiar y lidiar con los conflictos, hasta estar en los momentos en que el niño se cayó, o que lo llamaron de la dirección de la escuela. Una dinámica que le corresponde al padre o a la madre que no están y que tiene que ser suplida por otro integrante de la familia».
Significativamente, en las mujeres recaen con mayor frecuencia estas responsabilidades. De ahí que haya una percepción diferente, incluso a nivel familiar, sobre la mujer como migrante.
«Culturalmente, la imagen de la madre, aun aplaudida porque va a cumplir con un proceso profesional solidario en las proyecciones de nuestra sociedad, es vivenciado de una manera muy estresante por la familia», precisa la profesora.
En ello influye mucho la idea de la maternidad que se ha asumido en la sociedad cubana, que se suele considerar como un rol más importante que el del padre, precisa Martín Fernández.
Cuando un niño o niña comienza a tener afectaciones derivadas de la ausencia que provoca la migración, las miradas se vuelven frecuentemente hacia la mujer. «Desde hace tiempo para acá es común ver niños en consultas de sicología que vivencian la sensación de abandono de uno o ambos padres».
«En nuestra cultura, si el padre emigra tiene un efecto sobre el niño, pero justificado por la familia; si es la madre, ejerce un efecto sobre el niño no justificado incluso por otros miembros femeninos de la familia: abuela, tía
, q quienes les corresponde atender a esos niños. Es una etiqueta, un estereotipo, que la madre tiene que quedarse junto al menor», enfatiza la profesora.
Otro tanto ocurre con las personas ancianas, quienes no solo se sobrecargan con el rol de padres en el momento de ser abuelos, sino que comienzan a percibir la ausencia de los hijos como abandono, como deslealtad. «Todos los seres humanos que tienen hijos y forman familia asumen, consciente o inconscientemente, que un día, cuando sean mayores, esos hijos les serán leales y los cuidarán», opina la especialista.
El cuidado al centro del fenómeno migratorio
Cuando los hijos emigran, los cuidados de las personas mayores recaen en otros miembros más lejanos de la familia o en cuidadores que paga el emigrado. «Pero de todos modos no complementa la nostalgia que expresan, que en el fondo es la sensación de haber sido abandonados o la deslealtad», sostiene Martín.
En tanto, la psicóloga Teresa Orosa Fraíz, presidenta de la sección de Psicogerontología de la Sociedad Cubana de Psicología, apunta que entre los factores que determinan esas expresiones está el factor cultural, en particular la cultura de género y del cuidado, que se reproduce de una generación a otra.
Una investigación en proceso citada por Orosa revela que entre las personas mayores estudiadas se ha observado la certeza de no volver a ver a quien ha partido, por tener edad avanzada; el temor a enfermar o enfrentar el no validismo en soledad, a morir en soledad y a las herencias desplazadas, al no tener a quién dejar sus bienes y recuerdos de familia.
También emerge el aprendizaje del uso de las nuevas tecnologías como necesidad de comunicación familiar y la aparición de los abuelos viajeros.
Pero, al volver la atención hacia las mujeres en ese período de la vida, la presidenta de la Cátedra del Adulto Mayor de la Universidad de La Habana refiere que, por efecto de la cultura de cuidadora universal, la mujer que ha sido la criadora de todas las generaciones que le precedieron, suele quedar impactada cuando ya no dispone del cuido de parte de sus hijos y nietos.
La relación migración-envejecimiento comienza a ser estudiada en las aulas de la Cátedra del Adulto Mayor, como una de las dimensiones de la familia cubana actual y que aparece como factor que afecta especialmente a la generación que hoy es adulta mayor, agrega.
«Lo más difícil es aprender a ser madre o padre de un hijo o de una hija migrados, asumiendo los cambios que se van produciendo. Cada reencuentro es una muestra de ello, la comunicación cambia porque hemos cambiado», considera la especialista.
«De igual modo, hay que aprender a ser abuelos y abuelas a distancia. Resulta difícil desprenderse de la expectativa de ser, en alguna medida, como los abuelos que tuvimos y nos cobijaron. Ahora, en el mejor de los casos, nos envían las primeras fotos de, vamos a la wifi y hasta tenemos que aprender vocabulario básico de otros idiomas, por tener nietos de otras nacionalidades», dijo.