«Adelanta la raza», «el pelo lacio es más bonito», «no me traigas ni un mulato», «las negras no son para casarse» o «tenía que ser negro» son frases que se han repetido por generaciones en las familias cubanas como expresión de prejuicios racistas vigentes en la isla caribeña.
Especialistas aseguran que la familia resulta un espacio esencial para la transmisión de patrones discriminatorios por color de la piel y, en el caso de las mujeres negras y mestizas, estos se concretan en una violencia simbólica constante por no coincidir con el canon occidental de belleza.
«Desde la educación de niños y niñas se aprenden comportamientos racistas que luego, en la adultez, es más difícil romper», apuntó la historiadora Daisy Rubiera en la más reciente edición de la tertulia «Reyita», del grupo feminista Afrocubanas, realizada el pasado 20 de febrero en el Memorial Salvador Allende de La Habana.
Aquellos núcleos donde convive una niña negra o mestiza deben encontrar respuestas para las burlas que ellas reciben por su apariencia, sobre todo si mantienen su cabello natural, reconoció la activista.
La presión social sobre el cuerpo de las mujeres afrodescendientes se evidencia desde las primeras edades, cuando se forma la personalidad, y con ello deben lidiar madres y padres de niñas negras, reconocieron varias de las participantes de la cita.
Nociones como que las mujeres afro son «antifemeninas», lujuriosas, escandalosas y feas se repiten de manera implícita o sugerida desde los medios de comunicación, la cultura, la escuela y, en ocasiones, también en la familia.
La profesional Isabel Junco pasó mucho tiempo intentando convencer a su nieta de cinco años de que sus crespos eran tan hermosos como el pelo de las niñas rubias de su aula.
«Cuando le lavaba la cabeza y los rizos se hacían más rebeldes, no quería salir al balcón porque le daba pena», relató durante el encuentro.
Aunque en Cuba la Constitución proscribe el racismo y existe igualdad en el acceso al empleo, la educación y los servicios públicos como máxima estatal desde la Revolución triunfante en 1959, las discriminación racial permanece sobre todo a nivel subjetivo, así como en las desventajas económicas y sociales que acarrean históricamente las personas afrodescendientes.
«En la familia se aprende a tolerar las manifestaciones racistas a través de mecanismos que tienen una fuerza simbólica muy grande y están regulando todos nuestros comportamientos», reflexionó Midiam Lobaina, especialista en género del Consejo de Iglesias de Cuba.
Resistencias al amor
Tener parejas con la tez de otro tono constituye un conflicto, tanto para personas blancas como afrodescendientes, si bien la resistencia a admitir uniones interraciales es más pronunciada entre las familias blancas, coincidieron varias de las asistentes a la reunión.
«Mi primer novio nunca pudo conocer a mis padres ni visitar mi casa porque era negro», relató a SEMlac Yisell Almería, una cubana de 30 años que hoy reside en Estados Unidos.
La relación iniciada cuando ambos contaban 16 años se mantuvo a escondidas por un tiempo, pero terminó debilitada por la enérgica oposición familiar.
«Me criticaban por haberme involucrado con un negro y me prohibían salir con él. Sufrimos mucho, porque nos queríamos y es duro cuando te discriminan las personas de las que esperas apoyo, por eso terminé emigrando para hacer mi propia vida», confesó la maestra de profesión.
Para la socióloga Yulexis Almeida, por su carácter íntimo y orientador, la familia ha sido uno de los espacios que menos ha cambiado en materia de prejuicios racistas, que a veces se suavizan con la burla o el chiste, pero sin perder la esencia discriminatoria.
Durante una investigación sobre representaciones sociales de la racialidad en un barrio habanero, realizada en 2008, Almeida encontró que hombres de cualquier color de piel estuvieron abiertos a tener relaciones interraciales, lo mismo que mujeres de tez oscura. Sin embargo, las mujeres blancas entrevistadas hicieron más resistencia a emparejarse con negros y mestizos.
«El control de la sexualidad ha funcionado como mecanismo para mantener el poder patriarcal y racista, porque hay mucha más tensión sobre una mujer blanca que tiene relaciones con un hombre negro que cuando una mujer negra es pareja de un hombre blanco», explicó a SEMlac la profesora universitaria durante la tertulia.
El más reciente Censo de Población y Viviendas de 2012 develó que 35,9 por ciento de los casi 11, 2 millones de habitantes de la isla caribeña se declaró como persona negra o mestiza. Este último grupo de mestizos constituyó el 26,6 por ciento del total de la población cubana, lo que incrementó en 1,7 el porcentaje de quienes se reconocen como tales, respecto 2002.
Dicha proporción hace de Cuba la segunda nación con mayor cantidad de personas negras y mestizas en la región latinoamericana, solo superada por Brasil con 45 por ciento y seguida por Colombia (11%) y Ecuador (5%), según un estudio de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL).
La tendencia al mestizaje es un proceso histórico en la isla, donde cada persona comparte como promedio 20 por ciento de genes africanos, 72 por ciento europeos y ocho por ciento amerindios, independientemente de su fenotipo, asegura una investigación de la Sociedad Cubana de Genética Médica difundida a finales de 2013.
Otro estudio del antropólogo Pablo Rodríguez Ruiz, publicado en 2007, determinó que la formación de familias interraciales en Cuba está favorecida por circunstancias socioeconómicas y demográficas.
Al evaluar 607 hogares, el investigador constató la tendencia a mantenerse en un mismo grupo racial, pues solo 32,5 por ciento de los núcleos estudiados eran mixtos.
En aquellas parejas donde uno de los miembros tenía la piel negra, solo 6,1 por ciento de los cónyuges era blanco, por lo que el experto concluyó que aún existen resistencias familiares al «traspaso de la línea de color» en Cuba.
Según recoge el informe de Rodríguez, las parejas interraciales son más comunes entre núcleos más numerosos o liderados por personas jóvenes, en las estructuras familiares de más complejidad, en las familias reconstituidas, las que tienen por jefe una mujer y, sobre todo, las que habitan en solares o ciudadelas.
Un asunto público, no de familia
Para Rosa Voghon Hernández, profesora de sociología en la Universidad de La Habana, la nación cubana precisa entender la problemática racial como asunto público, lo que supone incrementar las investigaciones sobre el tema y revertir sus resultados en políticas públicas.
«La familia también es un ámbito político, de ahí la importancia de trabajar la problemática racial con toda la sociedad», consideró la joven investigadora en entrevista con SEMlac.
Voghon identifica manifestaciones explícitas de estereotipos racistas que afectan a las familias con personas no blancas, en cuanto a la apariencia física, las relaciones interraciales y la escuela.
En su opinión, hacer visible comportamientos y prácticas racistas que terminan marginando a familias afrodescendientes es una necesidad social del país, que introdujo el tema entre las prioridades políticas pautadas en la Conferencia Nacional del gobernante Partido Comunista de Cuba, en enero de 2012.
«Es importante tener en cuenta que las personas radican en un territorio específico y que estos temas se relacionan con otras complejidades sociales, por lo que habría que propiciar acciones concretas que favorezcan a las familias pobres, casi siempre negras», aportó.
Con ella coincidió Almeida, quien opinó que no debe dejarse en la familia toda la responsabilidad para atajar el racismo.
«El tema hay que trabajarlo desde el Estado y las diferentes instituciones sociales», reconoció la profesora universitaria, quien sugirió preparar los hogares de afrodescendientes para dar respuesta a las manifestaciones de discriminación que sufren, sobre todo sus niños y niñas.
«Como es un tema del que apenas se habla, no sabemos cómo denunciarlo y se termina asimilando la exclusión para no buscarse más problemas», reconoció la estudiosa.
Por otra parte, los medios de comunicación siguen representando a las personas negras en roles negativos o subvalorados, mientras los protagonismos y modelos positivos de relaciones familiares se asocian con la piel clara.
El llamado a profundizar mecanismos estatales que protejan a las familias negras y mestizas fue compartido por las más de 20 participantes de la tertulia, que trimestralmente analiza temas de la realidad social cubana para desmontar desigualdades de género y raza.