Cambiar la mirada hacia las labores de cuidado y asumirlas como trabajo y como responsabilidad familiar constituyen desafíos para la sociedad cubana actual, inmersa en un cambio cultural impulsado también por la implementación del nuevo Código de las Familias.
Los cuidados son trabajo, aunque no se remuneren, y cansan, desgastan y generan sobrecarga, subrayó Arahazay Lami Hormaza, especialista de trabajo comunitario del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), durante un espacio de debate promovido por esa institución en Telegram, el 22 de febrero.
“Las labores de cuidado son todas aquellas que permiten la satisfacción de las necesidades básicas de la vida cotidiana, el bienestar físico y emocional de las personas. Todas y todos recibimos cuidados en algún momento de nuestras vidas”, refirió la experta.
Sin embargo, tradicionalmente hombres y mujeres hemos sido educados desde el nacimiento para responder a modelos de género socialmente establecidos que asignan determinadas funciones y roles, donde asuntos como la reproducción, el cuidado y la crianza son considerados como tarea casi exclusiva de las mujeres, apuntó en el intercambio incluido como parte de las Jornadas Maternidad y Paternidad, iguales en derechos y responsabilidades.
Lami Hormaza, a partir de la metodología de los procesos correctores comunitarios, que pone el acento en aquellos malestares de la vida cotidiana que generalmente asumimos y no cuestionamos, remarcó la necesidad de compartir las tareas en el ámbito familiar y evitar las sobrecargas en una sola persona, lo cual requiere repensarnos la construcción de los roles de género desde los mandatos hegemónicos que generan molestia y dependencia.
Con estas ideas coincidió Mercedes Clensi Muñoz, presidenta del proyecto comunitario Luz de vida, que ejemplificó cómo la feminización de los cuidados obedece a estereotipos de género, aunque todas las personas estemos en condiciones de desempeñar estas labores.
En tal sentido, apuntó que su esposo, vicepresidente del proyecto, se desenvuelve con soltura tanto en la atención a niños como a adultos mayores, a quienes consideró no se les ofrece toda la atención que se debería, al igual que a las personas con discapacidad.
“Ahora mismo tenemos dos casos de niños que padecen síndrome de West, uno en el municipio de Artemisa y otro acá en La Habana. Sus padres han tenido que asumir su cuidado debido al abandono de las madres, han tenido que hacerlo con la ayuda de las abuelas, y traer además el sustento económico, debieron asumir la doble función”, añadió.
Conocido también como espasmos infantiles, el síndrome de West suele comenzar en el primer año de vida y se caracteriza por espasmos epilépticos y retardo del desarrollo psicomotor.
La división social y sexual del trabajo en la familia, y el papel de proveedor asignado al rol masculino la aleja de las labores de cuidados, acotó Lami Hormaza. Desde niños se les educa para ese papel y no se les enseña a cuidar y se les distancia incluso de todo lo que implique demostraciones de afectos, sostuvo.
“Estos roles tan segregados han propiciado que hasta hoy la maternidad sea considerada como una dimensión clave de la identidad femenina, sin cuestionarse la construcción de los roles desde los mandatos hegemónicos, que entre otros aspectos propicia las desigualdades en la distribución de las tareas de cuidado y del trabajo doméstico no remunerado.
“Este trabajo reproductivo, que no es ni reconocido ni valorado, y mucho menos monetizado, es el que sostiene el otro trabajo que sí es reconocido, el que hace cualquier profesional, obrero, maestro, médico, ingeniero, científico, funcionario público y todos los que forman parte de la economía formal”.
A pesar de ello, señaló Carla Padrón, también del Cenesex, muchas veces no se es consciente de que cuidar es una ocupación y se le reclama a la persona que se quedó en casa porque no hizo esto o aquello. “La mujer ha naturalizado sobreexigirse en todos los ámbitos”, significó e insistió en que pedir ayuda no hace a una persona débil.
“Las mujeres no tienen que ser superheroínas”, no tienen que poder con todo: los hijos, el esposo, la casa…”, remarcó.
Al respecto, Maily, estudiante de Psicología en la Universidad de La Habana, comentó que la salida de la mujer más allá de la mera reproducción y del cuidado del hogar, el marido y los hijos, en lugar de alivio ha traído una sobrecarga para ellas, que no han dejado de ser las principales cuidadoras.
Esta situación, no obstante, no solo tiene consecuencias en el plano de su salud física y emocional, sino que incluso impacta el ámbito económico.
En particular, advirtió sobre cómo las ausencias laborales por cuidar a sus padres e hijos, entre otros, pueden conducir a perjuicios salariales por requerir licencias y certificados médicos, aun cuando en Cuba no existe la brecha salarial como en otros países, donde mujeres y hombres perciben distintas remuneraciones a pesar de realizar el mismo trabajo.
Sobre el tema, Lami Hormaza añadió que cuando una mujer sale del hogar a trabajar, suele suceder que otras asumen esas labores de cuidado que siempre tiene que realizar alguien.
Los cuidados son también un trabajo, generan desgaste, ansiedad; las personas a veces se llenan de malestar, de culpa, enfatizó, y aludió a la necesidad de poner la mirada en el vínculo interdependiente y desigual que se establece entre los roles, lo cual condiciona la manera en que se brindan los cuidados, así como la forma en que se asumen la maternidad y la paternidad.
“Es preciso cuidarse todos y que no recaiga ese cuidado de las relaciones, de los vínculos, en una sola persona. Esa persona también necesita de cuidados”, subrayó.
“Es muy importante generar espacios para el autocuidado, repartir las tareas de manera equitativa, delegar… Roles equitativos, acuerdos y responsabilidades compartidas aportan también soporte psicológico, emocional y efectivo, importante y vital para el crecimiento y desarrollo de todos los integrantes de la familia”, afirmó.