Por Ilse Bulit
La cubana Danais Bautista es visible en la red mediática. Consiguió la popularidad de la noche a la mañana.
Resumo las noticias. Al tratar de subir al metro madrileño en el andén de Nueva Numancia, cayó en la intersección entre dos vagones. Está viva, porque un viajero, con el freno de mano, paralizó el tren en los primeros metros. El brazo izquierdo de la joven de 37 años fue aplastado por el hombro. En el hospital Gregorio Marañón, en una intervención de 13 horas, lo reimplantaron.
Dijeron que sería difícil que la dulce voz de la jazzista volviera a ser acompañada por los acordes de su propia guitarra. Tenían razón. Al tercer día, estuvieron obligados a amputar desde el hombro. En los sitios, en los tele diarios, se habla, se discute. Si esos viejos vagones separados propician el peligro, si está lejana la fecha de la puesta de mamparas protectoras en todos los andenes, si fue una imprevisión de la muchacha. Si el Metro la indemnizará. Si le otorgarán la pensión vitalicia, pues hacía pocos días que había obtenido la residencia. Algunos elucubrarán sobre el porqué de la estancia de la cantante, guitarrista y compositora cubana en España.
Danays fue en busca de la libertad. Lo escribí en este sitio cuando partió, hace casi año y medio, en dos comentarios, sin revelar su nombre. Respeto la intimidad de las personas. Detesto jugar con los sentimientos y pareceres de las gentes.
Conocí a Danays cuando ella comenzaba la veintena, recién estrenada yo en la ceguera. Junto a mi esposo, la escuché cantar. ¿Cómo es?, le pregunté. En esos días, todavía me interesaba imaginar a los demás. Ya para mí los otros son voces, sentimientos y acciones.
Manolo, entusiasmado, me dijo: “Puede ser tu hija, es tu retrato cuando eras jovencita”. Así nació un cariño que la estudiosa de la música reciprocó. Años después, antes de marchar a las jornadas en La Dominica del Centro Histórico de La Habana, donde amenizaba junto a la banda Esperanza que dirigía, me repasaba por teléfono las clases de computación con el programa especial para los invidentes.
A su marcha a España, mediante una invitación, escribí en noviembre de 2008, bajo el título “Discapacitadas cercadas por el amor equivocado”.
“Desde hace unos días, mi amiga X está en Madrid. Vive en un estudio prestado por un músico colega. El miedo la embarga. Reconoce con las manos, sus manos de guitarrista, los utensilios de la cocina. Nunca ha freído un huevo ni lavado sus bragas”.
“Sin embargo, en su patria Cuba, asistió a una escuela especial para niños ciegos, estudió música, integra un grupo dedicado al jazz. Por medio de su computadora, con el programa de lector de pantalla, compone piezas al igual que los demás. No piensa siquiera incorporarse a la lista de los emigrantes ilegales”.
“En La Habana dejó una casa medianamente confortable, un contrato laboral que, por lo menos, asegura lo indispensable. Quiere estar aquí solo por un tiempo. El tiempo suficiente para romper la atadura al cordón umbilical de su madre, atadura extendida por 30 años, sus años de vida, o mejor dicho, de vida a medias”.
“Mi amiga X es portadora del síndrome del amor equivocado, así lo designo después de conocer las experiencias de algunas discapacitadas, activas en la esfera cultural y educacional. Aunque X dio el paso de la separación, se siente culpable. Si es difícil, a rastreo de bastón, tomar el Metro correcto en un país extraño; más difícil es pensar que le ha robado a la madre su razón de existencia, que es ella misma de pies a cabeza”.
Complicado sería explicar aquí las normas de entrada y salida del país que rigen en Cuba para sus ciudadanos. A los 11 meses, mi amiga debía retornar. Por medio de otra invitación, quizás podría regresar a Madrid, si le otorgaran la visa.
Antes de cumplirse la fecha, recibí un correo desgarrador. Indagaba si existía la posibilidad de un cambio en esas disposiciones. Tenía el pasaje de regreso a Cuba y el bolso vacío para intentar un retorno a España. Sufría por la lejanía de la familia y la tierra. No pude enviarle noticias halagüeñas.
Un invidente cubano la visitó en esos días. A la vuelta, me contaba que había encontrado a una Danays diferente, una Danays independiente, la máxima aspiración de cualquier discapacitado y, sobre todo, si es mujer. A la vez, recogió sus añoranzas, mientras ambos comían frijoles negros.
Entonces, escribí en este sitio:
“Mi amiga X probó la miel de la libertad y quemó sus naves. Hablé de ella en esta red el 21 de noviembre de 2008, bajo el título “Discapacitadas cercadas por el amor equivocado”. Estaba en Madrid con su guitarra, su voz melodiosa, sus conocimientos académicos de música y su ceguera total. Huía de su sacrificada madre. Quería freír unos huevos y saborearlos quemados o no. Elegir una camiseta, aunque el vocablo rojo sólo se le asociara con el calor del fuego. Hasta caer en una acera por equivocación de su bastón, pero guiado por su propia mano, o recibir un desprecio o burla para enfrentarla con su inteligencia y posible ecuanimidad”.
“Quería ser ella. Alejarse de la sombra protectora de la familia. Con la mejor de las intenciones, vivía enjaulada. Hoy es independiente y arrostra los peligros de la independencia. Anda con su guitarra en un metro europeo. En las noches, hila su sueño profesional. Un sueño diminuto sin aspiraciones a premios internacionales, ni escenarios de lujo. Integra un grupo de mujeres jazzistas. En su Habana natal, escuchó conversaciones con ese dejo lastimero que tanto hiere, felicitaciones recibidas con ambigüedad por la pregunta interna: ¿Felicitan mi interpretación o mi ceguera?”.
Le ha costado cara la independencia a Danays. El brazo amputado es lo visible de un drama mayor. Doblemente discapacitada, otra página en blanco en su futuro. Tiene derecho a encerrarse en el caracol. También, a subir al escenario y regalar y regalarse su dulce voz. Dejemos que repose su infortunio. Ella es la única dueña de sus discapacidades, sus capacidades y de sus nuevas decisiones.
Junio 2010
(Solicite el trabajo completo a semcuba@ceniai.inf.cu)