Por Raquel Sierra / raquels@enet.cu
Hace casi una década, el cineasta cubano Humberto Solás (1942-2008) redescubrió la ciudad de Gibara, cuando estrenó allí su Festival Internacional de Cine Pobre. Este año, el evento no pudo regresar a ese distante paraje del oriente cubano y debió quedarse en La Habana. Sin embargo, es innegable su impacto entre la población de Gibara, para la cual la vida no será ya la misma, de acuerdo con varias fuentes consultadas por SEMlac.Bajo el influjo de esta propuesta cultural —que desde 2003 impulsa el uso de la tecnología digital para la realización de un cine de bajo presupuesto, pero a su vez de alta calidad artística—, todo cambió en la denominada “villa blanca”, en la provincia de Holguín, unos 775 kilómetros al este de la capital.
“Cuando surgió la idea, no pocos le decían que era una utopía, pero Humberto tenía una visión larga y amaba el lugar, donde consideraba existía una magia especial, no solo por la belleza del entorno, sino también por sus personas”, recordó para SEMlac Elia Solás, hermana del reconocido cineasta.
Aunque Solás había filmado dos veces allí (Miel para Ochún, 2001, y Barrio Cuba, 2005), al principio hubo recelo con la llegada de cineastas de Cuba y el mundo. “A la gente le llamó la atención aquel señor y sentía curiosidad por las ideas que traía. Luego, su carisma y sencillez los fueron atrapando y las personas se abrieron poco a poco, se integraron e hicieron suyo el festival”, explicó Elia, guionista de una de las películas de Humberto, «Miel para Ochún».
De la mano del cine de bajo presupuesto llegaron a Gibara los conciertos de trovadores y las muestras de artistas de la plástica. Las personas vestían sus mejores galas para las presentaciones y comenzó el diálogo con creadores y creadoras.
Cada año, junto al enriquecimiento espiritual y la inyección de esperanza, surgieron pequeños negocios, se movió la economía del poblado y Gibara dejó de ser un olvidado punto en la geografía cubana.
A diferencia de otros festivales de cine, con estrellas alojadas en hoteles cinco estrellas, delegados e invitados se quedaron en casas de familias gibareñas que brindaron sus techos y camas, y abrieron sus corazones.
“La primera vez que fui a Gibara, en 2000, me pasó lo mismo que a Humberto Solás: me enamoré de esa ciudad y de su gente. Desde entonces siempre he vuelto, por razones de trabajo o para ver a los amigos que siempre están allí”, dijo a SEMlac la periodista cubana Dalia Acosta.
“He estado en Gibara en tiempos de festival y en otros momentos del año y es impresionante la diferencia. Durante el festival la tranquilidad desaparece, la calle se llena de personas que toman los espacios como propios… es como si la ciudad quisiera vivir cada minuto con la mayor intensidad posible”, añadió.
Para Sergio Benvenuto, presidente del Festival de Cine Pobre, “son muy profundos los vínculos entre el proyecto y la comunidad. Es muy difícil separar el evento profesional y el comunitario, pues se ha creado una fusión entre el clima que entablan cineastas y especialistas y el que establecen con la comunidad”.
Cambio de 180 grados
El solo hecho de visibilizar e insuflarle vida a un poblado ya le daría un valioso aval al Festival Internacional del Cine Pobre. Pero hay mucho más.
“En Gibara había un cine club que apenas funcionaba. Con el festival se revitalizó, se crearon talleres de creación. Queda pendiente el sueño de Humberto de hacer también cursos de verano”, recuerda Elia.
Para Danae Diéguez, profesora de cine y género de la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual del Instituto Superior de Arte (ISA), “uno de los aportes del festival es que las personas se convierten en hacedores de cultura, la gente ha comenzado a hacer su propio cine. Además, hoy ya hay una manera de expresarse que no existía”.
Al gibareño Armando Capó el festival y Humberto le cambiaron el destino. Tocó por primera vez un equipo de cine durante el festival, luego se graduó en la facultad de audiovisuales del ISA y la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños.
Entre sus realizaciones están los cortos «La marea» y «Nos quedamos», presentados en la Novena Muestra del Festival del Cine Pobre, realizada del 5 al 10 de abril en La Habana y en el poblado ultramarino de Regla.
Entre las ganancias propiciadas por el proyecto de Solás está el documental «Niños del Presente», realizado por niñas y niños de Gibara de 10 y 11 años, quienes relatan, desde sus vivencias, el paso devastador del huracán que en 2008 estremeció hasta los arrecifes del lugar.
Según explicó a SEMlac la socióloga Silvia Padrón, quien junto a Yuliet Cruz trabajó en el audiovisual, este fue preparado con apoyo de Unicef para enviar un mensaje de aliento y solidaridad a la niñez de Haití, país azotado en enero de 2010 por un gran terremoto.
“Trabajaron en talleres sobre lo que significaban las pérdidas, cómo sacar recursos interiores para recuperarse. Crearon sus propias historias y el material fue hecho enteramente por ellos, desde el argumento hasta las cámaras, el vestuario, las escenografías y la dirección, con excepción de la edición”, abundó.
En el camino, el Festival Internacional de Cine Pobre fue creciendo como una bola de nieve, pero cuesta arriba e imponiéndose a los tropiezos. Humberto “tuvo que romper muchos moldes, soportar vaivenes, pero aprendimos que hay que seguir adelante y nunca cancelar nada; tienes que amoldarte a la situación y hacerlo con calidad”, insiste Elia.
A ese principio recurrieron este año sus organizadores cuando “a partir de las restricciones económicas que estamos enfrentando, se decidió realizar el Festival con un carácter bienal y alternarlo con una muestra de filmes premiados en ediciones anteriores o afines al perfil del evento”, de acuerdo con una nota circulada por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC).
Con la esperanza de regresar a Gibara en 2012, el encuentro fue trasladado a La Habana Vieja y al ultramarino poblado de Regla, en la capital, y organizado en tiempo record, como una manera de garantizar la continuidad.
Profundizar estudios de impacto
En Regla la población asistió a las muestras de cine y teatro como parte del evento, primero tímidamente y luego con mayor participación. En los encuentros teóricos se debatió sobre festival y comunidad, escuelas de cine, el ejercicio de la crítica y otros temas.
Esa práctica se ha mantenido en los encuentros teóricos anuales y en las muestras temáticas que se organizan desde hace tres años, para promover un diálogo entre las ciencias sociales y el arte, en una fusión capaz de enriquecer la creación y acercarla al palpitar de la sociedad y sus complejidades.
Uno de los preceptos de Solás era que “a un Cine Pobre, invisible, marginal, a contracorriente, deberá acompañarle un sistemático cuerpo teórico-crítico que se enfrente a la bien remunerada literatura cinematográfica de la élite”.
En esta novena edición, el panel Festival y Comunidad recomendó que especialistas de psicología y sociología realizaran estudios profundos de campo sobre los impactos reales que ha tenido el evento en la comunidad de Gibara.
A juicio de Diéguez, eso incluye valorar si ha habido una transformación de los paradigmas culturales en el imaginario simbólico de la comunidad, e inclusive, la vida cotidiana, lo económico y las microprácticas en el pequeño espacio, que fusionados cambian la perspectiva de las personas.
“Si algo te da la posibilidad de soñar, de pensar de otra manera, entonces cambia tu actitud ante la vida y ese es un impacto que el festival tiene que medir”, sostiene la académica.
Abril de 2011