Hildelisa Leal Díaz es educadora popular y activista barrial. Su compromiso con las comunidades y el trabajo comunitario la han vinculado a los Talleres de Transformación Integral del Barrio (TTIB) y proyectos de organizaciones de la sociedad civil. Actualmente es una de las coordinadoras de los proyectos “AfroStética” y “Sonrisa de Esperanza”, que vinculan derechos de las mujeres y activismo antirracista.
Leal Díaz ha sido testigo de lo que especialistas y organizaciones internacionales han mostrado en números: la pandemia ha significado un incremento de las violencias machistas y eso se nota en las comunidades. El cruce de otras discriminaciones como el racismo, la precariedad económica e incluso la pobreza, hace más cruenta esta realidad.

¿Cuánto afecta la violencia de género a las comunidades en las que ha trabajado por décadas? ¿Cómo se cruza con otras discriminaciones?
En estos momentos, en las comunidades hay más violencia a raíz de la pandemia, pues las mujeres están más tiempo en sus casas con sus hijos y muchas veces con el maltratador. En esos casos, indiscutiblemente, ha aumentado la violencia física, psicológica y económica porque las condiciones de vida también se han tornado muy difíciles para ellas.
Muchas mujeres que no habían sufrido este tipo de violencia en otros momentos, ahora sí se han visto violentadas psicológicamente.
El mismo contexto es muy adverso para ellas; ir a una cola a comprar un producto es una violencia psicológica y casi física que, aunque no se dirige contra las mujeres, sí las afecta a ellas en su mayoría por ser las encargadas de asumir las compras y la gestión de la vida cotidiana. En lo personal, tengo la absoluta certeza y la esperanza de que estos grados de tensión económica irán disminuyendo en nuestro país.
Indiscutiblemente, estas violencias se cruzan con otros tipos de discriminación. Lo sabemos desde 2006, cuando empezamos a trabajar el problema. Pero en 2012 se me cruzaron por completo en lo personal, cuando me comprometí firme y conceptualmente con la lucha contra la discriminación racial. A partir de entonces, fue más evidente para mí que las mujeres negras sufrían esta discriminación doble: recibir maltrato físico y económico, aunque psicológico también, y ser discriminadas además por el color de su piel.
No solo me percaté de esta situación en estudios o análisis generales hechos por especialistas, sino que lo he vivido y presenciado.
Es un gran desafío demostrarles a las mujeres negras que pueden empoderarse y no tienen que sufrir ninguna de estas discriminaciones; más a las de bajos recursos económicos, de comunidades periféricas o marginalizadas, quienes más sientes estos maltratos. Ellas tampoco los identifican como expresiones de violencia de género o racismo y las naturalizan pues consideran que es normal que ocurran.
En las comunidades en las que he trabajado se ha puesto de manifiesto que la violencia, sobre todo la de género, afecta el reconocimiento que tienen ellas de sí mismas y provoca a la larga una escasa valoración sobre sus capacidades y posibilidades.
También pudimos constatar, en la mayoría de los casos, el desconocimiento que tienen sobre sus derechos y a reclamar no ser violentadas. En este sentido, el trabajo que realizó el Centro Oscar Arnulfo Romero (OAR), de 2006 a 2015, tuvo como centro la sensibilización de actores locales en diferentes poblaciones y municipios de La Habana e Isla de la Juventud.
Fue muy importante porque estos actores llegaron al final del proceso con conocimientos, hicieron actividades y asesorías durante muchos años. Pero la movilidad laboral impuso que muchas de estas personas capacitadas se trasladaran a otros espacios y empleos, con menos vínculo e influencia en este problema. En algunos lugares no se pudieron continuar los talleres, por falta de recursos, y perdió sistematicidad el trabajo de sensibilización en las comunidades y escuelas. Se fue disminuyendo ese accionar directo con un número importante de mujeres en la comunidad, aun cuando existen las Casas de Orientación a la Mujer y la Familia de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y el trabajo colectivo o individual de los Talleres de Transformación Integral del Barrio (TTIB).

¿Qué desafíos tiene el trabajo comunitario en relación con las violencias machistas?
Cuando hablo de las comunidades, estoy pensando en uno de los actores más importantes con los que cuenta la ciudad de La Habana, que son los TTIB. Es necesario apoyar estos espacios, insistir en la comunicación y trabajar con un número mayor de mujeres para que estén inmersas en estos procesos.
Creo que el mayor desafío que tiene el trabajo comunitario en relación con las violencias machistas es poder hacer más talleres para compartir información con las mujeres de las comunidades y esto pasa por un problema económico, incuestionablemente. No se puede convocar a un taller si no tienes recursos, no se puede distribuir información si no tienes cómo realizar los productos. En las comunidades hay muy pocas posibilidades de hacer estas cosas.
Con el proyecto «Sonrisas de esperanzas” logramos la incorporación de muchas mujeres a actividades manuales y, durante el proceso, este grupo de mujeres estableció una relación empática, mediante la cual compartían sus problemas, conversaban. Las coordinadoras, que ya estábamos preparadas, incluíamos los temas relacionados con la violencia de género en una conversación afable y amena. Si las convocábamos para un taller de género, no iban; pero si era para aprender hacer muñecas u otra manualidad, sí asistían y salían igual con el conocimiento y la experiencia. Con esto quiero decir que habría que buscar formas diferentes y creativas como alternativa a los talleres tradicionales.

¿Qué otras recomendaciones daría para trabajar las violencias de género en las comunidades?
Es necesario hacer alianzas con todas las instituciones y organizaciones que están en el mapa de actores para el acompañamiento a las mujeres, a sus familiares y en particular a sus hijos e hijas.
Otro desafío y a la vez recomendación sería en el plano laboral. Creo al igual que muchas otras personas, que no hay cultura ni conocimiento en el ámbito laboral, ni deseos de abordar la violencia de género que muchas veces se expresa a partir del maltrato verbal, la humillación, el acoso sexual y laboral y, sobre todo, en las nuevas formas de cuentapropismo.
Muchas personas con las que converso en la comunidad perciben que hay desconocimiento en actores locales sobre los temas de género y las víctimas no se reconocen como tales, no saben cómo canalizar las denuncias, pues tienen miedo. Hace falta profundizar en la cultura jurídica y en las asesorías, que las personas sepan a dónde ir y qué acciones encaminar. También hace falta más presencia en los medios.

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