«Vivo en el Cerro, específicamente en el glamuroso Consejo Popular Las Cañas, territorio ilegalmente ocupado por el reguetón…pero este domingo triste lo habita el silencio», escribió la joven periodista Leticia Martínez en su perfil de Facebook.
Residente en uno de los más populosos barrios de La Habana, el testimonio de Martínez resume de alguna manera la cotidianidad de Cuba desde la noche madrugada del pasado 25 de noviembre, cuando se anunció el fallecimiento del líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro. Con 90 años cumplidos el pasado 13 de agosto, Fidel encabezó las principales transformaciones sociales que experimentó Cuba desde 1959; también aquellas que garantizaron el acceso de las mujeres a la educación, el deporte, la cultura, la salud, incluida la sexual y reproductiva y la igualdad frente al empleo.
«Fue una persona que nunca nos abandonó y nos acompañó en cada éxito o desilusión que tuvimos los atletas cubanos en Juegos Centroamericanos y del Caribe, Panamericanos o Juegos Olímpicos; siempre estuvo ahí mostrando su apoyo incondicional. En cada medalla conquistada estará presente su inmenso legado, ese que nunca olvidaremos, aseguró a la televisión nacional la campeona olímpica de atletismo Ana Fidelia Quirot.
«Si bien Martí decía ‘ser cultos para ser libres’, Fidel entendió que para que el pueblo razone, sea intelectual, emprendedor, también necesita sentir, soñar, emocionarse, y eso lo entrega el arte, lo entrega la cultura que nos hace humanos», dijo, por su parte, la primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba, Viengsay Valdés.
En línea con el sentimiento popular, el Consejo de Estado de la República de Cuba declaró nueve días de Duelo Nacional, a partir de las seis de la mañana del domingo 26 de noviembre, hasta el 4 de diciembre, día en que se inhumarán las cenizas del líder en el Cementerio de Santa Ifigenia, en la provincia de Santiago de Cuba, a más de 600 kilómetros de La Habana.
Razones para un duelo compartido
A Inocencia Cardet la vida le cambió la primera vez que escuchó hablar a Fidel Castro, tan temprano como el primer día de enero de 1959. Nacida en Santiago de Cuba, tenía apenas 18 años cuando triunfó la Revolución y el líder entró en su ciudad natal.
«Estaba loca por salir a la calle pero no veía la forma de escaparme de mi papá y de mi novio, con quien ya estaba a punto de casarme. Aunque esperaba mi boda con mucho embullo, también quería hacer otras cosas, pero a las muchachas de antes eso no se les permitía», contó hace unos años en entrevista con esta reportera.
«Finalmente mi papá salió y mi novio no andaba por todo el barrio y me fui a oír a Fidel. Ese discurso me cambió la vida».
Las mujeres son «un sector de nuestro país que necesita también ser redimido, porque es víctima de la discriminación en el trabajo y en otros aspectos de la vida», aseguró Fidel Castro aquel día, en el santiaguero Parque Céspedes, y llamó a las cubanas a ser parte del proceso de cambios que comenzaba en el país.
Cardet siguió el llamado al pie de la letra y le costó no pocos tropiezos en casa. El padre, aunque con trabajo, «poco a poco fue entendiendo», pero el novio nunca quiso dar su brazo a torcer y «el vestido de la boda quedó colgado en el escaparate; creo que lo usó mi hermana», narró.
A mediados de 1960, ya la muchacha era parte activa de las jóvenes que en su ciudad fundaron la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Esta santiaguera murió hace dos años, pero probablemente hubiera manifestado iguales sentimientos que los compartidos por Martínez, Quirot o Valdés.
Como ella, otras muchas cubanas sintieron su suelo removido con las palabras de Fidel en aquel primer discurso público, donde reconoció a las mujeres como una fuerza imprescindible para hacer caminar el proyecto social que soñaba para la Isla.
Los cambios se sucedieron, uno tras otro, durante los primeros meses de 1959 y continuaron durante las décadas siguientes.
«Si a nosotros nos preguntaran qué es lo más revolucionario que está haciendo la Revolución, responderíamos que lo más revolucionario que está haciendo la Revolución es precisamente esto» (la movilización de las mujeres), reflexionó Fidel Castro en 1966, durante la clausura de la V Plenaria Nacional de la FMC.
«Nuestro objetivo fundamental siempre fue lograr la plena participación de las mujeres en la vida económica, política, cultural y social del país, en igualdad de oportunidades y posibilidades con los hombres. Fidel fue promotor de ese pensamiento», aseguró a la quincenal revista Bohemia en el año 2000, Vilma Espín, presidenta de honor de la FMC.
Entre las tareas pioneras de aquellos años, acaparó empeños lograr el acceso al empleo en igualdad de condiciones que los hombres.
Venciendo no pocos obstáculos, la herencia machista quizás el mayor de ellos, la naciente FMC fue casa por casa, incorporando de manera creciente a la mujer a la vida socialmente activa, como estudiante o como trabajadora, provocando cismas al interior de no pocos hogares.
«Cuando me fui a alfabetizar, mi papá dijo que no me quería más en la casa, que eso no era cosa de mujeres. Pero cuando volví, meses después, descubrí que le había contado a todo el barrio que su niña era maestra voluntaria y que se había echado la culpa de la ruptura de mi noviazgo ante algunos chismes, aunque él no había tenido nada que ver», recordó Cardet en la citada entrevista.
Para potenciar la educación de las cubanas, a partir de 1961 se iniciaron planes educativos sin precedentes en el continente, estimulados por Fidel desde la dirección del Gobierno.
Así nació el Plan de Educación para Campesinas Ana Betancourt, donde miles de muchachas, procedentes de las áreas rurales, recibieron clases de corte y costura, superación cultural y una preparación esencial que las capacitaba para actuar como agentes impulsores de los cambios sociales en sus comunidades.
Si la Campaña Nacional de Alfabetización de 1961 tuvo el valor enorme de enseñar a leer y escribir a más de 700.000 personas en pocos meses; al proyecto de las Ana Betancourt dotó a las mujeres de los campos no solo de conocimientos en letras y números, sino de herramientas para entender -y emplear- los cambios que la Revolución ponía en sus manos.
El 11 de diciembre de 1961, en la tercera graduación de la escuela Ana Betancourt, Fidel Castro hizo un balance del proyecto.
«Hace un año ustedes no tenían la experiencia que tienen hoy, hace un año no tenían los conocimientos que tienen hoy, hace un año no sabían lo que saben hoy, hace un año no podían comprender las cosas que comprenden hoy; hace un año, muchas, posiblemente, no habían estado en escuela alguna (
), muchas no tenían una tarea que realizar, no tenían una misión que cumplir», sentenció.
A esta escuela pronto se sumaron las de superación para las trabajadoras domésticas y las que prepararían a las directoras, asistentes y educadoras de otro programa de estreno: el de los Círculos Infantiles (guarderías).
A conquistas como la plena integración al trabajo «en la calle», el fortalecimiento de la independencia económica, las opciones de estudio, se sumaron la legalización del aborto, y con ella, la libertad para elegir el número de hijos; además de cultura, alfabetización y atención médica gratuita.
«No solo es justo que la mujer tenga oportunidad de desarrollar su capacidad en beneficio de la sociedad, sino que también es necesario para la sociedad que la mujer encuentre todas las posibilidades de desarrollar plenamente sus capacidades», reflexionó Fidel durante el Primer Congreso de la Federación de Mujeres Cubanas, en 1962.
La contradicción entre el espacio abierto a nivel social a favor de las mujeres y la permanencia de no pocas tradiciones patriarcales al interior de la familia y de muchas otras áreas de la vida nacional confirmó una certeza demostrada por especialistas diversos: los cambios políticos, jurídicos, legislativos, caminan más aprisa que aquellos que involucran a la cultura y a las costumbres.
Así lo reconocía Fidel en 1985, durante el Cuarto Congreso de la FMC: «una de las tareas más difíciles de la Revolución, la más prolongada, la más larga en el tiempo para alcanzarla, está relacionada con la cuestión de la discriminación de la mujer».
Muchas cubanas en estos días reconocen ese legado humanista.
También desde su perfil en Facebook, otra periodista lo prueba: «Fidel nos dio lo más preciado para cualquier ser humano: la dignidad. La dignidad para la mujer, para el negro, para todos. Sin dignidad no imagino la vida. También nos enseñó a ser optimistas, algo fundamental para cualquier empresa», escribió Marisela Pérez Unday.