Desde 2002, la pobreza por ingresos cayó del 40 al 29 por ciento de la población en América Latina y el Caribe, pero las mujeres pobres superan a los hombres con igual característica en la región. Estudios recientes y especialistas insisten en que no podrá erradicarse la pobreza si no se cierran las brechas de género.
«No se puede reducir la desigualdad de clase sin incorporar al debate la desigualdad de género, este debiera ser un aprendizaje para los gobiernos de izquierda», dijo en La Habana Juliana Martínez Franzoni, investigadora de la Universidad de Costa Rica.
Martínez Franzoni participó en el panel «Los retos de las políticas públicas para enfrentar la pobreza y la desigualdad», efectuado el pasado 9 de octubre como parte del Seminario internacional El futuro de la política social en América Latina.
Especialistas de la región integraron los análisis de género en el Seminario que organizó el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), FLACSO Cuba y el Centro de Estudios Martianos, celebrado del 9 al 11 de octubre en la capital del país.
Según datos recientes, las latinoamericanas y caribeñas siguen siendo el colectivo más excluido en la región, pese a los avances cosechados en la última década de gobiernos progresistas.
El informe «Privilegios que niegan derechos. Desigualdad extrema y secuestro de la democracia en América Latina y el Caribe«, realizado por la organización no gubernamental Oxfam Latinoamérica, expone el complejo escenario de la desigualdad en la región y la particular situación de las mujeres.
Problemáticas como el acceso a la educación, al empleo, a la seguridad social, la tenencia de la tierra y el tiempo dedicado al trabajo no remunerado inciden directamente en la pobreza económica y la exclusión de los colectivos femeninos.
Acceder al empleo, formal e informal, es un reto. Si bien el porcentaje de latinoamericanas y caribeñas sin ingresos propios bajó de 42 por ciento en 2002 a 32 por ciento en 2011, las brechas salariales se mantienen.
«Hoy, a pesar de que estamos más formadas y capacitadas, se estima cobramos 22 por ciento menos del ingreso salarial que perciben los hombres», expuso en el panel Rosa Cañete Alonso, economista y coordinadora de la Campaña IGUALES en América Latina y el Caribe de Oxfam.
Por igual trabajo, las mujeres reciben menos salarios, pero también influyen las ramas de la economía en las que usualmente encuentran empleo. De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en 2013 casi 77 por ciento de la población ocupada femenina se encontraba en ramas que, en su mayoría, son informales, de baja productividad o relacionadas con el servicio doméstico.
El trabajo remunerado resulta un paso fundamental para acortar las brechas de género y la pobreza. Estudios también apuntan a que se mantiene la invisibilización y desvalorización del trabajo no remunerado.
Martínez Franzoni afirma que el tiempo dedicado al cuidado por parte de las mujeres es el más elástico en la región, mientras que el de los hombres es el más inamovible.
Datos de encuestas nacionales de 2007 realizadas en México, Costa Rica, Uruguay y Ecuador informan que una mujer dedica en promedio siete horas y media al trabajo no remunerado, mientras que un hombre solamente invierte menos de dos horas.
«La imposibilidad de incorporarse al empleo tiene un impacto terrible en nuestras vidas. Limita nuestros ingresos promedios, la posibilidad de tener una pensión en el futuro, la cobertura sanitaria va a depender de que nuestra pareja la tenga o no, en procesos de violencia doméstica es más difícil romper con el ciclo de la violencia, etc.», dijo Cañete Alonso a SEMlac.
Cuba, experiencias y aprendizajes cruzados
Por distintos motivos, hablar de desigualdad y pobreza en Cuba es un reto. Las políticas del gobierno socialista para eliminar la pobreza desde principios de la pasada década del sesenta tuvieron resultados y eso influyó en la invisibilización y negación de la problemática tiempo después.
La isla del Caribe es aún reconocida como uno de los países más igualitarios en la región. Pero, desde la profunda crisis económica y social de los pasados años noventa, estudios sociales evidencian la reemergencia de la desigualdad y la pobreza.
«En Cuba podemos hablar de un fenómeno de pobreza que tiene características muy particulares porque comparte determinados criterios como las limitaciones de los ingresos y la precariedad en la vivienda y el hábitat. Pero al propio tiempo, existen elementos de protección social y garantías», reflexiona la investigadora cubana María del Carmen Zabala Arguelles.
La ausencia de datos e investigaciones actuales dificulta reconocer la problemática en la sociedad cubana y las características de las poblaciones en situación de pobreza.
El último dato disponible data de 2004, en un estudio publicado por el Instituto Nacional de Investigaciones Económicas (INIE), que presentó un coeficiente de desigualdad (coeficiente de Gini) de 0,38 y un índice de pobreza urbana de 20 por ciento en la capital del país.
En materia de igualdad de género, las políticas de acceso universal y gratuito a la educación y a la salud han favorecido la amplia participación de las cubanas en la vida económica, social y política del país.
Ellas representan 48 por ciento del total de las personas ocupadas en el sector estatal civil y 46 de los cargos de dirección. Son además 66,8 por ciento de la fuerza de mayor calificación técnica y profesional, de acuerdo con el Anuario Estadístico de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (Onei) publicado en 2016.
La igualdad salarial es un hecho en el país. Sin embargo, los datos oficiales muestran que ellas siguen más representadas en esferas de la economía con menos remuneración como lo son el sector público, comercio y educación.
Activistas y expertas denuncian que la sobrecarga doméstica y el tiempo dedicado al trabajo no remunerado reflejan la pervivencia de una cultura patriarcal que responsabiliza a las mujeres con las labores en el hogar, el cuidado de infantes, personas ancianas y dependientes.
Según participantes en el evento académico realizado en la isla, cruzar la experiencia cubana con los aprendizajes y realidades de América Latina y el Caribe no es ocioso.
Los resultados que ostenta el país en materia de política social y el proceso de cambios que vive la economía cubana fueron temáticas abordadas en el encuentro.
«Creo que hay mucho que aprender de los errores y aprendizajes de la región. Por ejemplo, en el caso de la política tributaria que se está construyendo en Cuba, es muy importante que se tome en cuenta que en América Latina las zonas libres de tributación para empresas han demostrado no ser efectivas, como tampoco lo ha sido sostener la tributación en el consumo por la vía precios, pues se castiga fuertemente a la población y en especial a las personas con menos ingresos», opina la oficial de Oxfam.
Para la investigadora cubana María del Carmen Zabala, los retos en materia de política económica y social son complejos.
«Hay un reto grandísimo que tiene que ver con el reconocimiento de este fenómeno y su desnaturalización, para no acostumbrarnos a la pobreza y la desigualdad en Cuba. Tenemos que reconocerlo y visibilizarlo para identificar los factores y procesos que inciden en este fenómeno», alerta la académica.
Otros de los retos expuestos por Zabala Arguelles son: lograr la eficiencia económica sin que lacere la equidad; asumir un enfoque multidimensional de la pobreza y la desigualdad; sostener la cobertura de servicios con calidad atendiendo de manera particular a grupos en desventaja y propiciar la participación ciudadana en el diseño y control de las políticas.
«Una política social efectiva es aquella que garantiza una universalidad de calidad y es capaz de desarrollar programas para grupos que tienen condiciones particulares, como las madres solteras, mujeres con cargas de trabajo y cuidado, que viven con alguna discapacidad, mujeres negras y rurales. Políticas que nivelen el piso de las desigualdades», concluye Cañete Alonso.