¿Hasta qué punto llega la responsabilidad de la escuela en la educación de niños y niñas? ¿Hasta dónde llevar estos límites en el hogar?
Los cuestionamientos responden a las propias expectativas y aspiraciones de las familias en cuanto al futuro de los infantes. Pero también se acrecientan en tanto lo hace la brecha entre la educación escolar y de la casa, ante la nueva cara del país.
Todas tenemos una amiga, un familiar, una conocida (o nosotras mismas en ocasiones), que pagamos a personas para que, en tiempo extra escolar, asuman el papel de repasadores de nuestros retoños.
El tema de estas figuras docentes, particulares, responde a muchos factores que no son el punto de mira de este comentario; no obstante, vale no hacer de la vista gorda y mencionarlos. El proceso docente educativo no siempre está a la altura de lo que predica nuestro sistema social; los maestros y maestras a veces no poseen la preparación necesaria o las mejores técnicas de enseñanza; hay ausencia de materiales complementarios para la docencia en la mayoría de los centros.
De estas ausencias surgió la necesidad de cargar a chicas y chicos con clases reforzadoras, repasos de noche y fines de semana. También comenzaron, desde el punto de vista de los proveedores, por el salario insuficiente del profesorado cubano.
Ahora bien, sin ánimos de juzgar las maternidades, paternidades o responsabilidades familiares de nadie, las familias han dejado ocupar su espacio de formación por estas clases particulares.
Pensando que niños y niñas están ocupando un tiempo con saberes que les faltan en la escuela, los sometemos a recargas de estudio con profesores por cuenta propia; asumiendo que allí recibirán todo lo que necesitan para crecer (académica y profesionalmente).
Padres, madres y demás familiares, en cambio, perdemos el precioso tiempo de la comunicación, de la formación de valores, de crear el hábito del estudio individual y otras responsabilidades que como individuos les competen dentro del hogar.
Pagar clases particulares se ha convertido, en muchos casos, en pagar a un cuidador o cuidadora para muchachos y muchachas (mayores de la edad prescolar o de los grados inferiores). Por un lado, no siempre estas figuras resultan el complemento educativo que pensamos o deseamos. Por otra, obviamos otras carencias que precisan los individuos en su infancia y adolescencia que se resumen en elementos como: intercambio familiar, relaciones sociales con otros pares y el juego.
La educación, tan compleja en su significado como en su esencia, es cuestión del sistema escolar, de la sociedad, pero más de la familia, encargada de enrolar todas estas influencias para que los hombres y mujeres del futuro compartamos un mundo más justo, equitativo y coherente con los seres humanos.