Por Sara Más / Foto: Randy Rodríguez Pagués
Si anuncian una posible penetración del mar en la costa norte del litoral habanero, aunque sea leve o moderada, Teresa Muñoz Gutiérrrez no se confía.
Esa mañana, probablemente, ella interrumpirá su rutina habitual y no se irá a las aulas de la Universidad de La Habana, donde imparte clases como profesora de la Cátedra de Sociología, en la Facultad de Filosofía e Historia. Un pensamiento decidirá que se quede en casa, y lo declara en una sola frase: “hoy nos mojamos los pies”.
Así comienza una historia difícil que por horas, días o semanas, según sea la intensidad y nivel del mar, involucra a muchas personas que, como Muñoz, viven en la parte baja de El Vedado o un poco más allá, en el municipio de Centrohabana, justo frente al malecón de la capital cubana, una franja azotada eventualmente por las penetraciones del mar. El hermoso paisaje marino que baña a esta isla del Caribe, por sus cuatro costados, puede llegar a ser tormentoso y provocar una verdadera tragedia en la vida de mucha gente cuando el mar penetra a la tierra y arrasa con lo que halla a su paso, despiadadamente.
“Yo tengo que estudiar mi situación particular; a mí nadie puede darme recetas generales. Cada cual debe crear su propia estrategia individual”, asegura a SEMlac Muñoz, quien vive hace más de 25 años en la calle E con quinta, a unos 40 metros del muro del malecón, que infructuosamente intenta contener las olas, cuando “el mar se pone feo”.
Esta mujer es partidaria de considerar la vida cotidiana como un espacio donde la gente y la comunidad, desde su propia experiencia, producen un conocimiento que hay que tomar en cuenta.
“Por mi cuadra sube el agua cuando avanzan y se unen la que viene por la avenida G y la de Paseo, por direcciones opuestas. Vivo a metro y medio de altura de la calle y a mi casa ha entrado dos veces”, relata.
Convivir con eventos como estos, prepararse para lidiar con las inundaciones, aprender a proteger vidas y bienes materiales; en fin, idear cómo vivir, alimentarse, atender la salud y las necesidades vitales cuando se está sitiado por las aguas y no hay servicios de luz, agua potable ni gas disponibles, se ha convertido en una pesadilla y también en práctica frecuente para no pocos habitantes de esta isla.
“Cada vez, como resultado del cambio climático, hay consecuencias más negativas frente a una naturaleza prácticamente incontrolable. El mar es algo que tú no puedes prever”, alerta esta mujer, que ha creado sus propios mecanismos de defensa.
Las penetraciones marinas, asociadas a las surgencias o grandes olas que acompañan a los ciclones tropicales cuando estos tocan tierra, pueden dañar hasta 200 kilómetros de costa a la derecha del punto de entrada de la tormenta.
También pueden aparecer vinculadas a fenómenos meteorológicos, como un frente frío, como ocurrió en marzo último, justo en la zona baja del barrio El Vedado, con olas de tres metros de altura.
Investigaciones de especialistas de los Institutos de Meteorología y Planificación Física estiman que, si bien la frecuencia de ciclones no aumentará, sí crecerán las penetraciones del mar que les acompañan.
Esta es una vieja y conocida historia para cubanas y cubanos. En 1944, en el sur de La Habana, la surgencia alcanzó seis metros de altura y provocó más de 500 muertos.
Sin embargo, el desastre mayor por penetración del mar ocurrió antes, el 9 de noviembre de 1932, en el sur centro-oriental de Camagüey, provincia a 534 kilómetros al este de la capital del país, cuando una ola gigantesca de siete metros arrasó con el pueblo costero de Santa Cruz del Sur y ocasionó más de 3.000 muertos.
Se estima que en las zonas costeras de Cuba viven 1.400.000 personas, concentradas en 245 asentamientos, de ellos 181 rurales y 64 urbanos. Estas poblaciones están expuestas al peligro de inundación por ascenso del mar, debido a cambios climáticos y por eventos meteorológicos severos.
”Te dan un pronóstico, pero no sabes hasta dónde llegará el mar ni lo que demorará en retirarse; es muy difícil de predecir”, comenta Muñoz, quien ha visto y padecido varios episodios de ese tipo, “pero ninguno como el de 1993, con la Tormenta del Siglo, o las inundaciones de 2005, con el huracán Wilma”.
De esos momentos le quedan recuerdos nefastos: una amiga con la casa inundada y que fue robada, mientras ella y su madre se protegían en la planta alta; las aceras llenas de colchones al sol, cuando el agua cedió; dos paredes unidas en una casa, el piso levantado en otra, un terrible olor a pudrición, jardines y cisternas contaminados…
“Cada vez es mayor la altura que toma el agua y, lo que es más peligroso todavía, se ha prolongado el tiempo que dura la inundación, lo que hace más daño. Antes el mar entraba y se retiraba mucho más rápidamente que ahora”, describe la profesora universitaria.
Ella solucionó su problema. Hizo un segundo piso dentro de la casa, gracias a que el inmueble tiene puntal alto. A ese mezanini sube todos los muebles de la planta baja cuando hay amenaza de inundación. “Allí me evacuo yo, junto a otras dos personas de mi cuadra que no tienen a dónde ir”, relata Muñoz a SEMlac.
Hay quienes la pasan peor. “Todavía hay mucha gente al nivel de la calle y sus casas se llenan de agua, que ha levantado los pisos, las alcantarillas. Quienes viven en los sótanos tienen que dejarlos totalmente vacíos y son, además, quienes menos recursos tienen”.
Investigadores, especialistas y actores sociales alertan sobre la importancia de identificar los diversos grados de vulnerabilidad a que se expone la isla y sus habitantes ante situaciones de riesgo y desastres asociados a fenómenos meteorológicos y del cambio climático.
En opinión de la doctora María del Carmen Zabala, profesora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), hay que combinar “los diversos criterios de vulnerabilidad, para lograr estrategias realmente efectivas”.
“Primero están los peligros referidos a la exposición a riesgos, en este caso la ocurrencia de desastres naturales”, reconoció la especialista en estudios sobre desigualdad social y pobreza. Luego se añade una mayor vulnerabilidad para los grupos en condiciones socioeconómicas adversas, que viven incluso en la misma vecindad.
“Quienes dispongan de una vivienda más adecuada o de mayores recursos, podrán prepararse mejor para esa contingencia, o para recuperarse. Su condición económica los coloca en un lugar diferente”, precisó Zabala durante el panel Mujer y Cambio Climático, convocado del 30 de junio al 2 de julio en la capital cubana por la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre, el Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (UN-Habitat) y la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (Cosude).
Más frágil aún es la situación de las mujeres, “no porque se crea que sean más débiles biológicamente, sino por su condición de género y las asignaciones de tareas y responsabilidades como madres y cuidadoras de la familia”, aclara.
Un estudio cualitativo realizado por UN-Habitat, la Fundación y Cosude exploró la percepción de varias mujeres del Consejo Popular Vedado-Malecón frente a las penetraciones del mar y concluyó, entre otros aspectos, que “hay un mayor reconocimiento de las tareas que ellas desarrollan, por otros y por ellas mismas”, precisó la socióloga Marilyn Fernández Pérez, coordinadora nacional de UN-Habitat en Cuba.
En la práctica, son mujeres quienes, ante estos y otros eventos, garantizan que el agua esté hervida, los alimentos preparados, cuidan de los hijos, de las personas adultas y mil detalles más. Circunstancia que se agrava, además, “si es la jefa de un hogar monoparental, porque ella sola debe cuidar a su familia y hacerse cargo de casi todo”, agregó la doctora Zabala.
Esas situaciones deben tenerse en cuenta, también, a la hora de facilitar las ayudas a la población perjudicada, coinciden las especialistas.
Entre otras variables de vulnerabilidad, se incluyen las personas de 60 años y más, que en Cuba representan actualmente 17 por ciento de su población de 11,2 millones de habitantes, así como que la cuarta parte de las familias están encabezadas por mujeres, según datos y estudios de la Oficina Nacional de Estadísticas.
“En mi cuadra hay casos críticos, pero nadie se va de allí, porque hay una red de solidaridad, de apoyo, que funciona”, relata la profesora Teresa Muñoz.
Ella reconoce que se ha ganado en organización por parte de la población, las autoridades y la Defensa Civil ante la ocurrencia de estos eventos, lo que ha evitado tener que lamentar la pérdida de vidas humanas.
Sin embargo, por experiencia personal, sostiene que, al pasar la inundación, hay gente que no se prepara más.
“Son eventos que te sacan de la vida”, dice. “Tienes que estar por lo menos una semana metida en la casa; necesitas velas, agua, alimentos que no se descompongan, un radio con baterías para estar informada sobre lo que está ocurriendo. Pero a veces la gente se traumatiza mucho en ese momento y luego no toma medidas por si vuelve a suceder”, subraya.
Julio 2010
(Solicite el trabajo completo a semcuba@ceniai.inf.cu)