Por Ilse Bulit
Los consejos difundidos ampliamente por los medios de comunicación cubanos ante el peligro inminente del aumento de los casos de la influenza A/H1N1 por la llegada del otoño primero y el invierno después, me retrotraen a la infancia.
A diario, con la misma insistencia de un vendedor de artesanías tras un turista, me repetían: Lávate las manos cuando llegues de la calle. Tápate la boca cuando tosas. Tápate la nariz cuando estornudes. No te olvides de tu pañuelo. No te encimes a las personas cuando hables o te hablen. Cuida que tu saliva no salte hacia los demás. No llames a gritos a un amigo en la calle, en el cine, en un transporte. Estos alertas en bajo relieve combinaban el respeto al otro con el cuidado personal de la salud, como aquello de “no uses cubiertos ajenos” o “no intercambies ropas con tus amigas, ni toallas, ni peines”.
Parecían medidas carcelarias, pero me las decían en tono cariñoso y, de acuerdo con mi crecimiento en años y entendimiento, me las explicaban.
En esa lejana infancia, el derecho al trabajo no estaba consignado en leyes o si estaba, no se cumplía. Para los pobres, además de la honradez, era necesaria la exquisitez en la aceptación por ley de los llamados buenos modales o buena educación. Se podía ser analfabeto y portarlos. Era un distintivo a favor para obtener el puesto laboral más simple y menos remunerado.
Por esta última causa de asegurar la subsistencia con una ocupación honrada o por la frenética, y dulce a la vez, repetición familiar de los principios señalados, los interioricé y, en verdad, me abrieron paso entre las multitudes.
Un buen día, a estos buenos modales o buena educación, en Cuba se les llamó “educación formal”. Desconozco el porqué del cambio. Manejo suposiciones. Tal vez, por huir de frases con reminiscencias pequeño burguesas. O la mala traducción de un texto ruso. Ni en la Wiki se encuentra la respuesta. Lo ofrezco, sin costo adicional, como tema de una candidatura no tan estrafalaria como algunos opinarán.
Porque un mal día, esos días de sopesar el “mí mismo” frente o al lado del otro en la convivencia diaria, los habaneros comprendimos que aquellos consejos abonados en el hogar eran desconocidos por una obesa cantidad de conciudadanos.
Los llamados “buenos modales”, “buena educación” o “educación formal” eran echados a la bahía, junto a las latas de cerveza, las botellas de ron peleón y los inútiles condones usados.
Una de las causas, no la única, pero la más evidente y que también es muestra de desajustes en la convivencia social, está en el crecimiento descomunal de una población que gusta hacer el amor y no los hijos.
Pagábamos el precio de debutar como mega capital de más de dos millones de habitantes sin condiciones previas para alojar a los numerosos hermanos cubanos venidos de todo el archipiélago. Nos hacinamos. Nos apretujamos. Nos molestamos. Buscamos un cacho de vida para vivir.
Las familias carecen de tiempo para inculcar aquellos consejos tradicionales o los consideran tan obsoletos como las máquinas de escribir. O se limpian la responsabilidad, al depositarla en las guarderías, las escuelas, o en las distintas organizaciones que los agrupan.
En los abarrotados ómnibus, se tose, se escupe, se grita, se canta, sin conmiseración con el prójimo. En las calles, te gritan al oído un llamado no dirigido a ti, que penetra sin permiso en tu tímpano y te baña de saliva como regalo adicional.
Los chicos y las chicas impusieron la moda del saludo babeado en besuqueos desde la primera presentación. En las guarderías, los niños intercambian mocos como lo canta un trovador. Los adolescentes internos en centros de estudio prestan los objetos de uso personal como prueba de la solidaridad.
El malhadado virus comparte las normas de la solidaridad. Se reparte entre todos, aunque tiene sus preferencias. Castiga a las embarazadas, los niños pequeños, a los más jóvenes.
En la saliva del besuqueado saludo adolescente hace nido. En el juguete del bebé manoseado por otros bebés, se adormece. Trasmuta. Recuerda que nosotros trasmutamos costumbres familiares en que el hogar preparaba para cualquier circunstancia. Muchos olvidaron trasladar aquellos buenos modales, buena educación o como quieran llamarla. Regresan multiplicados por los medios y con un tiempo exacto para aceptarlos.
Un virus los pone de moda ahora ante el peligro de la muerte.
Octubre 2009