Las construcciones machistas sobre cómo ser hombre o mujer en Cuba, junto a otras desigualdades de género, también pueden encontrarse entre las causas del embarazo adolescente, aseveran especialistas.
Los índices de fecundidad temprana han acaparado preocupaciones y no pocas investigaciones en la última década, al punto de considerarse un problema de salud en el país.
En 2016, 50 de cada 1.000 muchachas menores de 20 años se convirtieron en madres, según la más reciente edición del Anuario Estadístico de Salud de Cuba, correspondiente a 2017.
Aunque el dato disminuye en relación con el año anterior, cuando fue de 52,5 por cada 1.000 jóvenes en esas edades, el indicador se ha incrementado respecto a una década atrás, cuando el valor era de 41,8 nacimientos por cada 1.000, de acuerdo con el Anuario Demográfico de Cuba, de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (Onei).
Hechos como las uniones tempranas, que ocurren más entre muchachas que entre muchachos; la violencia sexual o los estereotipos sexistas se vinculan estrechamente a las condiciones en que se producen el embarazo y la maternidad adolescente, señalan investigaciones recientes de Centro de Estudios Demográficos (Cedem), de la Universidad de La Habana.
Por ejemplo, «existen claras asimetrías en cuanto a edad, ocupación y escolaridad entre las mujeres adolescentes que inician sus relaciones sexuales y continúan sus gestaciones, frente a sus parejas», aseveró a SEMlac la doctora en Demografía Matilde Molina Cintra, autora de uno de estos estudios.
Psicóloga de profesión, Molina Cintra precisó que «ellas son en promedio entre siete y 10 años más jóvenes que los hombres, con lo cual ellos suelen tener empleo y mayor escolaridad, mientras ellas se ubican en una situación de dependencia económica y centradas en labores de cuidado», precisó Molina.
Con 22 años y dos hijas de siete y cuatro años, Claudia Ramos1 , ama de casa residente en el municipio capitalino del Cerro cuenta su historia personal, que confirma los resultados de múltiples investigaciones.
Tuvo a su hija mayor recién cumplidos los 15 años, cuando estaba en el noveno grado de la escuela secundaria. Terminó el curso con muy malas calificaciones y dos años después, por insistencia de su mamá, cursó el preuniversitario (bachillerato) en clases nocturnas.
«En realidad no me hacía falta seguir estudiando. Yo me casé antes de tener a la niña y mi esposo ya trabajaba, tenía una buena entrada (ingresos) y no le gustaba mucho la idea de que yo anduviera por la calle y dejara a la niña con extraños, pero terminé el pre para que mi mamá se quedara tranquila», explicó a SEMlac.
Ramos volvió a salir embarazada y antes de que la segunda bebé cumpliera su primer año comenzaron los problemas con su pareja.
«No quería que yo saliera sola, pero tampoco me llevaba con él y nunca estaba en la casa. Me enteré de que andaba con una muchacha de su trabajo y, cuando le reclamé, me dijo que él no tenía la culpa de que yo hubiera decidido tener más hijos, pero que ahora tenía que atenderlas y no tenía tiempo para estar en la calle», contó la muchacha.
Finalmente, Ramos se divorció, ahora vive con sus padres, las dos niñas y trabaja como camarera en una cafetería privada cerca de su casa. Todavía se culpa de lo sucedido.
«Es cierto que nunca le dije a mi esposo que había dejado de tomar anticonceptivos, pero con lo que él quería a la niña más grande, ¿qué iba a imaginar yo que él no quería tener otro?», se preguntó durante la entrevista.
Asimetrías en cifras
«La edad en que sucede la primera unión o formación de pareja incide en la fecundidad, si las relaciones sexuales son desprotegidas. Cuanto más temprana sea la edad al unirse, más rápido estará expuesta la mujer al riesgo de concebir», aseveran las doctoras Daylín Rodríguez Javiqué y Molina Cintra, del Cedem, en su artículo «Fecundidad adolescente en Cuba: algunas reflexiones sobre su comportamiento por provincias y zonas de residencia».
Publicado en la primera edición de 2016 de la revista Novedades en población, el texto advierte que las adolescentes casadas y unidas aumentaron entre 2002 y 2012, según el último Censo Nacional de Población y Viviendas de 2012.
Si en 2002 se casaban o unían 210 adolescentes por cada 1.000, para 2012 esa proporción se elevó a 220.
«Por lo tanto, en el período intercensal 2002-2012 aumentó el número de mujeres de 15 a 19 años expuestas al riesgo de concebir», corrobora el citado artículo.
Estándares internacionales refieren que dos de los indicadores que mejor expresan las brechas de género presentes en el embarazo adolescente es la cantidad de matrimonios concretados antes de los 20 años y sus diferencias por sexo.
Los resultados de la Encuesta de Indicadores Múltiples por Conglomerados (MICS), realizada por el Ministerio de Salud Pública con el acompañamiento de Unicef en 2014, confirman algunas preocupaciones y alertas de las demógrafas consultadas por SEMlac.
El 31,2 por ciento de las mujeres de 20 a 49 años consultadas se casaron o unieron antes de los 18 años, frente a 13,1 por ciento de los hombres en esas edades.
El informe revela que 15,8 por ciento de las muchachas estaban casadas o unidas cuando se realizó el estudio, en 2014, frente a 6,7 por ciento de muchachos en igual situación.
La diferencia de edad de las adolescentes respecto a sus parejas y la carencia de negociación sobre las condiciones en que se producen las relaciones evidencian un desequilibrio de poder y la toma de decisión, alerta Molina Cintra.
Las propias encuestas MICS revelaron que 33 por ciento de las madres de 10 a 14 años estaban casadas o unidas con hombres de 20 a 24 años.
Otro dato, además, llama poderosamente la atención: 28 por ciento de las entrevistadas declaró que desconocía la edad de su pareja, lo cual lleva a preguntarse qué tipo de relación están asumiendo muchas de estas adolescentes, que desconocían informaciones tan elementales.
Las estadísticas indican, además, que las adolescentes cubanas usan menos la anticoncepción que las mujeres de edades más avanzadas.
Los resultados de las propias MICS muestran que, en 2014, casi 60 por ciento de las mujeres entre 15 y 19 años, casadas o en unión, declararon usar un método anticonceptivo en comparación con 73,7 por ciento de las mujeres de 20 a 24 años.
Estudios diversos confirman la presencia en Cuba de procesos desestructurados de planificación familiar.
Las jóvenes evidencian pocas habilidades de negociación en el uso de métodos de protección, como el condón, sobre todo en las primeras relaciones sexuales, por cuenta de mitos y estereotipos sexistas.
Muchas «adolescentes poseen juicios y valores estereotipados, pero también creencias erróneas sobre los métodos anticonceptivos y el aborto, todo ello cimentado por una cultura machista y por el protagonismo del hombre ante su deseo», explicó Molina Cintra.
Entre los juicos y valores identificados por la experta están el mito de la relación sexual como «prueba de amor» y considerar la exigencia femenina del condón como muestra de «desconfianza».
«Es evidente una clara asimetría de poder al interior de las parejas, que redunda en una subordinación de la mujer y en pobres habilidades sociales para negociar una decisión en torno a la reproducción», agregó la psicóloga y demógrafa.
En paralelo, la recurrencia a la interrupción voluntaria de embarazos mediante el aborto es otro elemento que destaca en el comportamiento sexual y reproductivo de las adolescentes.
Según datos oficiales, en 2014 la tasa de aborto por cada 1.000 mujeres de 15 a 49 años era de 27,6. En tanto, la de las adolescentes era de 37,1.
«Y la mayor parte de las veces es una decisión que toma la muchacha sola o con su familia, sin informar o dar participación a sus parejas», confirma la doctora Grisell Rodríguez Gómez, del Cedem.
La creencia de que la protección es un «asunto de mujeres» es otra de las brechas de género involucradas en la maternidad en edades tempranas.
Para Molina Cintra, poner solución a estos problemas debe ser una responsabilidad social, que se asuma desde intervenciones intersectoriales y desde una perspectiva no asistencial: tiene que nacer de la deconstrucción de creencias y mitos machistas.
Pero, sobre todo, pasa «por la participación de los adolescentes en todas las etapas de la elaboración y ejecución de cualquier estrategia, programa o políticas relacionada con la salud sexual y reproductiva», afirmó.
1 A solicitud de la entrevistada, su nombre ha sido cambiado y se han omitido algunos detalles de la historia.