Por Sara Más / saramas_2000@yahoo.com / Fotos: Randy Rodríguez Pagés
Labores hogareñas, cuidado de padres y otras personas, educación y atención a los hijos, entre muchas otras labores diarias, se disputan el tiempo de creación y realización profesional de las artistas de esta isla del Caribe en franca lucha de conciliaciones.Ellas postergan planes y les roban tiempo al descanso, al sueño, a otras responsabilidades y deberes para favorecer el trabajo que realizan, muchas veces dentro y fuera de casa, sin límites de horario y apenas reconocimiento. Otras veces dan prioridad a la familia y aplazan proyectos profesionales. «Es más complicado porque muchas personas creen que el trabajo intelectual y artístico no es trabajo», opina la directora de televisión Magda González Grau, una de las ponentes de la mesa «Mujeres creadoras: el arte de la conciliación», realizada en la capital cubana el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.
La propuesta contó además con la escritora Laidi Fernández de Juan, la realizadora de audiovisuales Marilyn Solaya y la economista Teresa Lara, invitadas al espacio «Mirar desde la sospecha».
Auspiciado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y el Grupo de Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero, con apoyo de la Agencia Española para la Cooperación Internacional y el Desarrollo, la Consejería Cultural de la Embajada de España y la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación, el espacio es coordinado por la académica Danae C. Diéguez y las periodistas Lirians Gordillo y Helen Hernández Hormilla.
«Las artistas sufren la misma carga doméstica que el resto de las mujeres, incluso cuando permanecen en sus casas realizando su trabajo creativo y deben elegir entre su labor profesional y la doméstica», comentó Lara, experta en demografía e indicadores de género.
A ello suma «lo peor»: los familiares no reconocen su trabajo profesional dentro de casa. «Se hace difícil alcanzar la conciliación de la vida laboral y familiar si no se cuenta con la adecuada distribución de responsabilidades dentro del hogar», sostuvo a SEMlac.
Estudios locales en grupos de hombres y mujeres y la encuesta del uso del tiempo aplicada por la ONE en 2002 dan cuenta de que las cubanas dedican más del 50 por ciento de las horas de su vida a trabajar.
«Trabajan más que los hombres y se destacan por ser muy buenas en el trabajo doméstico, una conclusión que es internacional. Los estudios revisados no muestran grandes distancias entre las cubanas y las mujeres de países industrializados como Austria e Italia», precisó Lara.
Internamente hay diferencias entre una mujer urbana y una rural, a favor de esta última, o respecto al nivel educacional: mientras más alto, menos horas de trabajo no remunerado.
Pero, frente a los hombres de igual condición, estos siempre gastan menos tiempo en trabajo doméstico y cuidado no remunerado pues, principalmente, se dedican a gestiones, compras y arreglos, mientras ellas limpian, cocinan, lavan, cuidan a niñas, niños y ancianos.
«Ese trabajo de jornada doble o triple», que no se paga, «tiene la peculiaridad de que se nota solo cuando se deja de hacer», advierte la escritora Laidi Fernández de Juan, esposa, madre, hija y también médica, «una profesión extremadamente demandante» y que la convierte en «quien vela por la salud de todos».
Únicamente con la renuncia al descanso o descuidando algún deber se permite el placer de escribir. «No he logrado, ni creo que lograré esa conciliación entre los distintos ámbitos en que transcurre mi vida. No dispongo de suficiente tiempo, disciplina o quizás coraje para alejarme totalmente de uno de mis universos cuando me adentro en el otro», confesó a SEMlac.
A eso añade una condición etaria que la coloca en el justo medio, como a muchas de su generación. «Pertenezco a la llamada edad-sándwich, que comparte la responsabilidad del cuidado de los hijos -todavía incapaces de valerse por sí mismos- con las atenciones que demandan los padres ancianos -ya necesitados de ayuda-, de modo que soy cuidadora por partida doble», comentó.
Frente a tantas exigencias, cada quien establece su propia estrategia o método, según sus prioridades. «Soy buena cocinera y no me importa fregar, pero mi esposo y mi hijo saben que si quieren sus camisas planchadas tendrán que esperar o hacerlo ellos mismos», contó González Grau, para quien la clave del éxito familiar está en amarse y respetar mutuamente los espacios profesionales, aunque aludió también a «las ‘huelgas de brazos caídos’ que a veces tenemos que hacer para poder jerarquizar lo que realmente nos importa como profesionales».
Para la directora de televisión, con responsabilidades además en la UNEAC, no es tanto un problema de legislación o voluntad política, sino que depende de la subjetividad de las personas.
«Pese al apoyo que supuestamente nos brindan las políticas al respecto, a la hora de su implementación estamos muy lejos de lo que se pretende con alguna que otra legislación progresista», aseguró a SEMlac.
La realizadora audiovisual Marilyn Solaya vive un panorama más complicado. Madre soltera con dos niños -una de 9 años y uno de 6-, emigró de un poblado de la central provincia de Camagüey a la capital, donde no dispone de red familiar de apoyo y lucha por llevar a la práctica sus proyectos cinematográficos en una industria deprimida, que apenas cuenta con recursos para ello, y sin protección institucional.
«Yo hago en la vida la función de hombre y de mujer, porque atiendo a la familia, a los niños; soy la proveedora y la artista», dijo a SEMlac Solaya, quien asegura haber renunciado a muchas cosas para hacer cine, un oficio que «ha sido más bien masculino» y al que ha tenido que entrar «según esas reglas».
«Soy mujer y una mujer plena. Es un asunto de pensamiento patriarcal: no se entiende que una creadora necesita otra manera de acceder a los recursos. Hago cine por pasión, pero no están creados los mecanismos ni las acciones afirmativas por las que tanto se lucha», comenta.
Solaya duerme de día cuatro horas, trabaja el resto del tiempo, madura ideas mientras acomete las tareas del hogar y concede muchas horas y energías a la atención y educación de su descendencia. «No se tienen hijos para que los críe la escuela, sino para participar de su educación, al menos si se quiere hacer con seriedad, como es mi caso», relata.
En su opinión, la cultura machista hegemónica condena a las mujeres a ser «víctimas o victimarias», pues se sienten siempre culpables. «Hasta que la sociedad y las instituciones no retribuyan todo lo que trabajamos, no hay nada que hacer», puntualizó.
Lara insiste en la importancia de evaluar el trabajo doméstico que no se paga, se nombra «quehaceres del hogar» si lo asumen esposa, madres e hijas, pero se convierte en «trabajo doméstico pagado» cuando lo hace una persona empleada o contratada para ese fin, por el cual es remunerada. «Mientras lo hacemos estamos dando una contribución considerable a la reproducción social», precisa.
En su opinión, darle una dimensión de género al análisis de la cohesión social es, precisamente, no verla solo desde la perspectiva del trabajo productivo, como se ha hecho hasta ahora, sino también con respecto al trabajo doméstico no remunerado.
«Las mayores inequidades de género se encuentran en los hogares y la familia», sostiene y aboga por compartir en esos espacios no solo los triunfos de las mujeres, sino también los costos que implican, para identificar responsabilidades dentro de la familia.
Es partidaria, además, de abrirle paso al apoyo institucional con mirada de género, ampliar y fortalecer servicios ya existentes, formular otros ante nuevas demandas e incorporar el enfoque de género en los presupuestos públicos.
Proyectos postergados, culpas, menos horas para dormir, descansar o el esparcimiento personal, incomprensión familiar y otros pesares suelen ser algunos de los costos que les dejan a las mujeres estas cargas laborales, con y sin pago.
La presión es mayor para las que asumen cargos directivos. «Si no te mantienes viva como creadora pierdes la esencia de por qué estás allí», sostiene González Grau. «Las mujeres somos muy buenas dirigentes; sin embargo, creo que esa doble carga doméstica y profesional hace que nos rindamos en el camino».
La escritora Laidi Fernández de Juan considera que la mujer que se dedica solo al trabajo profesional tiene un costo familiar. «Es un dolor que no estoy dispuesta a asumir», dice y sostiene que no cree que «con mayor espacio propio produciría una literatura mejor».
Eva González, actriz española radicada en Cuba, explica que su vida profesional se basa en varios roles que no consigue armonizar. «Acumulo complejos de madre ‘imperfecta’, con complejos sobre mi necesidad de satisfacción y con ansiedades por la lentitud de mi proceso de producción profesional», detalla a SEMlac. «Soy incapaz de vivir ninguna de las esferas sin intensidad y absoluta implicación, y muchas veces son o parecen incompatibles los objetivos, y debo elegir», reconoce.
«Creo que toda nuestra vida social como mujeres, del ámbito más íntimo al más externo, tiene todavía miles de presupuestos, líneas pre-dibujadas que no favorecen nuestra multiplicidad o la que muchas de nosotras necesitamos y podemos abarcar», remarca.
Para Lourdes Fernández Rius, psicóloga y profesora universitaria, hace falta repensar el propio término de «conciliación» y dirigir el enfoque hacia la corresponsabilidad.
«También es importante situar qué estamos conciliando y con quién», reflexionó Gemma García, de la AECID. «Siempre estamos conciliando, pero llegas a un punto en que ya te das cuenta que necesitas negociar de otra manera».
Consciente de que las mayores inequidades de género están en los hogares, Lara señala que el conflicto se evidencia más en las mujeres que realizan una actividad remunerada en el ámbito público y otra no remunerada en casa.
«Eres toda una profesional pero, cuando abres la puerta de la casa ya no eres la misma persona; te tienes que dividir y te conviertes en una mujer fragmentada, con ese fuerte conflicto interno».
Marzo de 2012