Por Dixie Edith
La música, como sucede con casi todas las manifestaciones culturales, puede convertirse en vehículo de legitimación de la violencia, en particular la de género, a juicio de no pocos especialistas.
«Estamos experimentando una suerte de asimilación cultural de la violencia, que se traslada a otros escenarios», comentó a SEMlac el doctor en Ciencias Psicológicas Manuel Calviño, profesor de la Universidad de La Habana.
Comunicador con amplia experiencia en los medios audiovisuales, Calviño sostiene que «los modos de cantar, de bailar, la gestualidad, el modelo de las relaciones interpersonales están cada vez más matizados por una sobredosis de agresividad».
Ya en la década de los noventa del siglo XX, medios cubanos de prensa como el diario Juventud Rebelde y la quincenal revista Bohemia habían promovido debates públicos, no acerca de la violencia en la música pero sí sobre la «vulgaridad» de algunas canciones del repertorio popular cubano.
Entonces, el llamado Caballero del Son, el músico Adalberto Álvarez, aseguraba al diario que en aquellos momentos había, entre compositores y músicos, un nivel de creación muy bajo.
El músico formulaba varias interrogantes. «¿Alguien se ha puesto a pensar por qué músicos se va a reconocer a Cuba, dentro de 30 ó 40 años? Ahora todavía se habla de Bola de Nieve, Rita Montaner, el Benny… Salvando las excepciones honrosas, nosotros, ¿qué vamos a dejar al futuro?».
Según el sonero, había mucho facilismo: «El 90 por ciento de todo, de la mediocridad y los textos vulgares, está en el facilismo», afirmaba. Una certeza compartida entonces por otros músicos como Pachito Alonso, director de una orquesta de música bailable.
«El auge de la timba y el reguetón trajo consigo letras semántica y simbólicamente agresivas para quienes escuchan, tanto para hombres como para mujeres», sostuvo en 2007, una década después, Teresa Montoya Hernández, quien estudió el discurso de cantantes cubanos de timba y reguetón, para su trabajo de diploma en la Facultad de Humanidades del Instituto Superior Minero Metalúrgico de Moa, en la oriental provincia de Holguín.
Pero, aunque ritmos como el reguetón y la timba han sido llevados al banquillo de los acusados en años recientes–junto al hip-hop, el rap y hasta la salsa–, por letras y gestualidades vulgares y agresivas, el asunto de la violencia en la música trasciende a los géneros e, incluso, a quienes la producen.
«Recuerdo que, cuando era una niña, en la década de los ochenta, mi tía escuchaba una y otra vez las canciones del dúo Pimpinela, de Argentina, que narraban casi siempre batallas campales dentro de una pareja, con muchos insultos y poca comunicación», contó a SEMlac Adria Ramos, abogada de 36 años.
«Antes no se reparaba mucho en la violencia, pero si hoy hacemos un análisis de aquellos textos y de otros de la música pop, o incluso de boleros tradicionales, descubriremos agresiones de todo tipo», aseveró Ramos.
La psicóloga Sandra Álvarez, máster en Estudios de Género y creadora del blog Negra cubana tenía que ser, donde ha escrito más de una vez sobre el tema, coincide con Ramos.
«Hay gente que hace música e imprime sus valores, prejuicios, creencias, etcétera, a lo que escribe. Tan solo eso. Hay letras de boleros tan violentas y agresivas como el peor de los reguetones, o la canción más famosa de las salsas», dijo a SEMlac.
Más que efecto de la poca preparación o profesionalidad a la hora de componer, Álvarez ve la reproducción de patrones y hábitos sociales heredados, que mucho cuesta transformar.
Para ilustrar, la psicóloga citó algunos versos de canciones de géneros diversos. Así, «tú eres una bruja, una bruja sin sentimiento» o «las mujeres son malas, las mujeres son zorras», vienen de la música popular bailable; mientras «en la cárcel de tu piel, estoy preso a voluntad» es apenas una muestra de una tradicional balada romántica.