A la lucha, que somos muchas

Por  Susana Gomes Bugallo

¿Qué hace una mujer cubana para ganarse la vida en la calle? ¿Cuándo empieza y acaba la jornada laboral si las fuerzas son el límite? Ellas cuentan lo que viven…

En cualquier esquina la voz de mujer llama. Da igual para lo que sea, ellas siempre tienen algo que ofrecer con tal de «hacer el día». No tienen oficinas o puestos fijos. Se mueven en dependencia de lo que haga falta. Son estas luchadoras cotidianas que inventan cualquier negocio humilde y sacrificado con tal de ganarse el pan.

Y no descansan nunca. Su límite es conseguir la comida de la noche. O un par de zapatos para el hijo en casa, o la ayuda para la mochila de la nieta. Siempre hay algo que resolver cuando la batalla constante está en la calle.

Trajín de cualquier día

«El olor a grasa requemada no se quita fácil del pelo. Hay que lavarse la cabeza todos los días. Y luego llegar a casa y seguir cocinando. A esa hora ya no quiero ver una frita delante de mí. Y con lo que les gustan a mis hijos. Por no hablar de mí, que siempre acabo almorzando lo mismo. ¿Tú crees que voy a dejar mi carrito solo para ir a buscarme una cajita de comida? ¡Qué va! Yo voy comiendo de mis frituritas, mis chicharritas, y me doy banquete el día que hago churros, porque esos son mis preferidos. Soy «enferma» a las cosas dulces. A lo mejor un día, si el carrito da, me hago una dulcería famosa en la casa para que vaya todo el mundo. Y así me doy el gusto de probar todos los postres.

«Yo trabajé toda la vida en comercio, en la empresa de aquí del pueblo, pero en cosas de oficina, aunque siempre fui una luchadora. Llevaba mis dulcecitos, mi café, y lo que apareciera para hacer un menudeo para el día a día. Hasta que me aburrí. O, mejor dicho, me animé. Y decidí que no iba a seguir así, y que tenía que tener algo mío, con horarios que yo eligiera y ganancias que me dejaran vivir mejor. Pero todo tiene algo bueno y algo malo.

«¿Lo más difícil? La gente. Que si no les gusta esto o lo otro, que si están apurados y el fogón se demora en freír, que si échame más o baja los precios. Nada grave, trajín de cualquier día. También me cansa un poco no poder parar nunca. Porque hay que seguir invirtiendo para poder ganar. Y es una cadena que no te da tiempo para nada. Pero hay que seguir, ¿verdad?». (Amalia Saburido López, 52 años)

Esto es lo mío

«A mí lo que me gusta es caminar. Ir por ahí hablando con la gente y, de paso, venderles lo que traigo. Muchas señoras mayores que viven solas me agradecen lo que les llevo hasta la puerta de su casa. Porque todo está perdido, mija. Y si yo puedo hacer las gestiones y resolverles la bolsa de leche en polvo que estaban esperando, o el detergente líquido del bueno (que siempre está escaso), entonces es ayuda para las dos.

«Yo sé que hay mucho lío con los revendedores y eso, pero, ¿qué voy a hacer? Hay que inventar algo, ¿no? Yo me muevo bastante por todas partes para poder llevar a algún lugar lo que conseguí en otro. Y así. Vendo de todo. Lo que aparezca. Menos cosas delicadas o peligrosas, claro. No me meto en medicinas o carne prohibida; ni muerta. Solo hago algo para no tener que depender de mis hijas. Ellas me ayudan, pero tienen sus familias. Y mi esposo nunca ha sido de inventar mucho: él sigue trabajando en su camioncito como desde que nos casamos. Por eso yo prefiero ayudarlo con lo que mejor puedo hacer. Caminar, conseguir y ayudar. Eso es lo mío». (Rosa Inés Castillo Méndez, 64 años)

Tengo que avanzar

«Todas las semanas cambio los barrios. Porque yo sé que nadie compra estas cosas todos los días. Y tengo que variar los lugares por los que ando para conseguir clientela. Como siempre quedo bien, hay gente que hasta espera lo que yo traigo porque dicen que lo vendo más barato. Pero es que a mí siempre me enseñaron que ganar poco es el mejor modo de ganar. Y me desespero, claro, pero aguanto porque si no, nadie me compra.

«Me voy para las áreas verdes de La Habana, como dice la gente, y compro allí las cositas de cocina que más se venden: pozuelos, jarros, estropajos, esponjitas y cualquier cosa que me encarguen. No me gano mucho porque no me gusta ser abusadora, y porque no tengo cara para estafar así a las personas. Vendo todos los días, hasta los domingos porque está la gente en la casa y es más fácil que salgan a ver cuando yo grito lo que traigo.

«Lo peor es el sol, o cuando están los días muy malos y tengo que virar rápido para la casa. Lo otro es que el calor no es fácil y todo el mundo no te da un vaso de agua cuando lo pides, además de que no es fácil andar comiendo cualquier cosa por ahí. También me cae mal cuando me llaman, están media hora hablando y luego no compran nada. Por eso te dejo, que tengo que avanzar». (Rosleisi Torres Alcánzar, 38 años)

Es como ser una artista

«Renté este portal porque al Vedado viene más gente que a otros lugares. Hasta he arreglado yumas que van pasando y se interesan por vivir la experiencia como lo hacemos en Cuba. Y es verdad que tienes que tener todo al día para estar en esta zona porque los inspectores no te dejan vivir, pero vale la pena.

«Desde que era una niña le pintaba las uñas a mis amiguitas con lo que apareciera: hasta crayolas usábamos a veces, y plumón un día, porque después nos regañaron porque no se caía. Pero yo estudié y todo, aunque sabía que mi futuro era dedicarme a ser «manicuri». Y no cualquiera, sino de las mejores de La Habana. Que lo digan mis clientas.

«Yo a veces digo que soy casi adivina, porque me gusta mucho lo de los signos y trabajar aquí me ayuda a conocer a la gente. Con solo conversar un rato me pongo a adivinar cómo son en sus casas, qué pasa en su vida, y lo que más desean. Claro, eso es con las que hablan, porque hay cada mujer que llega y no dice ni media palabra… Eso es lo que más mal me cae.

«Y lo mejor son las pequeñas pinturitas que se llevan en sus uñas. Es como ser una artista, pero con el cuerpo de una mujer, con sus uñas. Soy feliz con esto, aunque los dolores me machuquen un poco y sepa que la vista se maltrata bastante. Pero esto es lo que me gusta hacer y no lo cambio por nada. A lo mejor un día pongo mi propio salón y ayudo a otras jóvenes como yo que están empezando y no tienen para hacerlo solas. Me gustaría mucho». (Yanelis Hechevarría, 29 años).

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