“Dentro de ti hay una mujer inteligente, dinámica y capaz.
Permítele salir”.
Louise Hay, 1997
El empoderamiento de las mujeres constituye una condición indispensable para el alcance de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible), es por ello que en el ODS # 5 se visualiza la necesidad y aspiración de “lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y niñas”.
Cuando se alude al empoderamiento de ellas, debe pensarse en términos de colectividad; pues no basta con que algunas mujeres hayan alcanzado sus metas, su realización, su bienestar, sientan haber vencido las barreras estructurales del poder patriarcal y hayan tomado el timón de sus vidas; si esta aún no es una realidad común para todas o, al menos, a la que todas aspiran.
Para que eso suceda, son necesarios algunos factores:
a. La existencia de un contexto, donde el marco legislativo y las políticas sostengan y promuevan la equidad social.
b. El desarrollo del movimiento feminista, que identifica las inequidades de género, las denuncia y puja por los cambios que favorecen la justicia de género.
c. La fortaleza de las mujeres, expresada en la conquista de derechos, autonomía económica, participación social, autoestima, tenencia de herramientas prácticas y estratégicas para lograr su propio desarrollo y el de otras.
Cuba cuenta con un proyecto político y socio-económico que ha favorecido el proceso de empoderamiento de las cubanas como colectivo. Nuestra historia cuenta con páginas memorables en ese sentido y la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) ha jugado un papel esencial. Poder contar con una historia que no se parece a la de otros contextos y gozar de los derechos que para otras constituyen solo metas lo debemos al desarrollo del pensamiento y la acción feminista de algunas que apostaron todo por un sueño; también a la prioridad que han tenido y tienen las mujeres como grupo en el diseño político de este país.
Sin embargo, aún seguimos soñando con un mundo más equitativo, donde no solo tengamos las mujeres y los hombres la igualdad real de derechos y oportunidades; si no que exista la conciencia social de la pertinencia de este hecho y se interiorice que, más que una simple aspiración, es una condición primordial para el alcance del verdadero desarrollo sostenible.
Para lograr este fin, debemos seguir trabajando juntas y desmontando poco a poco los anclajes que sostienen el sistema de dominación patriarcal. Debemos aprovechar cada espacio o tribuna que se nos presenta y usar variadas metodologías y procedimientos para hacer incidencia.
Sororidad: principio ético para una práctica feminista
La sororidad es una dimensión ética, política y práctica del feminismo contemporáneo. Es una experiencia de las mujeres que conduce a la búsqueda de relaciones positivas y a la alianza existencial, cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con otras mujeres. Mediante la sororidad se pueden construir acciones específicas para eliminar formas de opresión femenina (visibles o invisibles) y fomentar el apoyo mutuo para establecer el poderío genérico de todas y el empoderamiento vital de cada mujer
La sororidad constituye un principio ético de la verdadera práctica feminista; no imagino un feminismo diferente, al menos en mis concepciones idealistas de lo que debe ser el movimiento y la proyección de quienes lo integran. Sin embargo, la realidad es más rica que el limitado vuelo que puedan tener mis anhelos y pensamientos. Se sabe que las relaciones entre mujeres son complejas y están atravesadas por sus poderes distintos, jerarquías, competencias y rivalidades. He leído y visto cómo algunas, desde “su altura”, tratan a otras con altanería, desprecian sus saberes, experiencias y filosofía de vida y de trabajo, incluso en el marco de este movimiento, justo desde donde se promueve una realidad diferente.
He tenido la suerte de compartir espacios profesionales con algunas maestras del feminismo contemporáneo, a quienes observo y escucho con extremada atención, y he notado cómo lanzan a otras regalos virtuales que nunca llegan o disertan sobre la triste realidad de las otras, sin comprometerse con el proceso real que revertiría su situación. Hay varios momentos que me han marcado en este sentido, por ejemplo: el debate académico que se produjo en una de las mesas del Congreso LASA 2018 celebrado en Barcelona, cuando una feminista ecuatoriana, activista comunitaria e integrante del movimiento LGTB de ese país, emplazó a otra y le dijo algo parecido a: “no me pienses sin respeto, no me uses sin recelo, no te recrees en mi filosofía de vida si realmente no crees en ella y por favor, reconoce en tus aportes teóricos el origen de principios filosóficos propios de los pueblos originarios”.
Esas, sin dudas, han sido experiencias amargas. Pero existen otras muy enriquecedoras, que me han inspirado no solo a actuar diferente, sino a fomentar principios éticos de respeto y complicidad entre los grupos de mujeres con los cuales he tenido y tengo la oportunidad de trabajar y/o compartir espacios de vida.
¿Por qué son importantes los grupos de mujeres? ¿Cuánto contribuyen estos espacios a sus crecimientos?
Los espacios diseñados para el encuentro entre mujeres son muy viejos y han sido mirados desde la sospecha, históricamente, sobre todo por los hombres. Recordemos que, en el diseño patriarcal del universo, las mujeres hemos estado destinadas al aislamiento doméstico, por lo que la conexión con desconocidas o con el espacio público ha sido una conquista trascendental.
Conectarnos entre nosotras, mirarnos a los ojos, crecernos juntas, dialogar sobre nuestras vidas, preocupaciones y proyectos ha resultado una práctica fabulosa para muchas, no solo porque cuando tejemos nuestras propias redes nos volvemos poderosas, sino porque estos procesos suponen –por lo general– un soporte para las que han avanzado menos respecto a su autonomía.
Las mujeres necesitamos hablar, compartir experiencias e intercambiar formas de hacer; no solo lo relacionado con recetas de cocina, métodos para cuidar mejor a nuestros bebés o mantener “contentas” a nuestras parejas, como podría pensarse desde los preceptos sexistas que intentan moldear y limitar nuestras agendas a roles y espacios tradicionalmente asignados. Nosotras necesitamos hablar de todo, pero sobre todo de nuestras conquistas y sueños, también de las posibles estrategias para liberarnos de esas cadenas patriarcales que aún limitan nuestras libertades ciudadanas, bienestar, felicidad y nuestros tiempos.
Hace muchos años, leyendo a Marcela Lagarde, descubrí lo importante que eran para esta feminista los grupos de mujeres a los que pertenecía. Refiriéndose a la importancia de este tipo de experiencias, expresó: “No habríamos sobrevivido a los avatares de la vida sin otras mujeres conocidas y desconocidas, próximas o distantes en el tiempo y en la tierra”. Es cierto: nosotras, las mujeres, en nuestros lazos de amistad, vecinales, comunitarios, familiares, hemos construido la vida y superado la muerte en el sentido más amplio de esa palabra.
Entonces, si ya sabemos lo importante que son estas alianzas, ¿por qué dejarlas al azar de nuestras existencias?, ¿por qué no intencionar nuestros propios espacios y grupos de autocrecimiento?
A partir de estas interrogantes en mi cabeza y motivada por la experiencia acumulada de trabajar con diversos grupos de mujeres a lo largo del país con mi amiga Zulema Hidalgo Gomez, especialista del Centro de Reflexión y Solidaridad “Oscar Alnulfo Romero” (OAR), surgió la iniciativa de crear un grupo de mujeres aquí en La Habana, hace algunos años. Una idea que se perfiló en los últimos tres años, en el marco del proyecto de extensión universitaria “Experiencias Piloto de atención integral a la Violencia contra las Mujeres en el ámbito comunitario”, en el cual participan cinco comunidades de la capital del país (Alamar Este, Párraga, Buena Vista, Libertad y el Canal).
Ecos de una experiencia que inicia: el espacio Aire
«AIRE: un espacio para el autocrecimiento de líderes feministas cubanas» nació en marzo del presente año. Surge con la intención de articular a mujeres feministas de distintas procedencias, para compartir herramientas que nos permitan crecer, empoderarnos, conocernos mejor, fijar metas, estimarnos más… Se ha concebido como una oportunidad para que las mujeres podamos dialogar libremente sobre estrategias para nuestro empoderamiento personal y colectivo.
No es un espacio para conferencias ni nada por el estilo, sino que ha sido diseñado para la socialización de buenas prácticas, la realización de técnicas y ejercicios de entrenamiento para nuestro desarrollo, el intercambio de pareces y prácticas habituales de nuestras vidas cotidianas.
Pretende que las mujeres que se vinculan a la iniciativa puedan agendar un momento para su crecimiento y cuidado, para reconocer sus cualidades, capacidades y habilidades, identificar sus metas personales a corto y mediano plazo, elaborar estrategias encaminadas al alcance de sus metas y socializar experiencias de vida y aquellas utilizadas para lidiar con las dificultades de la vida cotidiana y los obstáculos que la propia condición de género a veces nos impone.
Un hecho altamente valorado en esta experiencia es la participación en estos encuentros de feministas con liderazgo académico, comunitario, gubernamental y de otro tipo, quienes generalmente se ven implicadas o coordinan proyectos sociales encaminados a la equidad de género y cuentan con experiencia en este sentido. Debo referir que, aunque muchas lideramos procesos y enseñamos a otras a manejar mejor sus vidas, en ocasiones no aplicamos esas herramientas a las nuestras (por ejemplo, en lo relacionado al uso y manejo del tiempo). Otras veces, somos expertas en algunos temas y conocemos mecanismos de superación y autocrecimiento que necesitan ser socializados entre colegas que luego lo expandirán a otras y otras. Cuando aprendamos a cuidarnos, respetarnos y valorarnos más nosotras mismas, estaremos en mejores condiciones de trabajar con otras mujeres.
Constituye un error pensar que un espacio como este es solo para mujeres que están enfermas, que no se estiman, que son víctimas de la violencia o que no tienen nivel; pues las herramientas y aprendizajes que se comparten en estos encuentros servirán de ayuda a todas, incluso las que se presentan como empoderadas. De igual modo, aprovecho para compartir lo siguiente: si por alguna razón alguna mujer se siente poderosa en tanto domina su vida, su tiempo, su economía, cuenta con una carrera y un trabajo que le gustan, ha construido la familia que quiere y se siente realmente realizada; no debe desechar la oportunidad de compartir con otras las estrategias que ha implementado o implementa. De ese modo estaría contribuyendo, desde la sororidad feminista, a que otras puedan alcanzar esos estándares de bienestar y realización.
El modo en que se organiza(rá) el espacio, la frecuencia y su duración en el tiempo lo determinará el propio grupo. Solo tocará a la coordinación sugerir temas e incitar la participación de especialistas que puedan posicionar el diálogo y/o presentar ejercicios, técnicas o estrategias para que, a partir de ahí, las participantes puedan opinar, aportar nuevos recursos o intercambiar experiencias de vida.
Para finalizar, debo confesar que estos encuentros constituyen también un pretexto para reunirnos y compartir ideas, proyectos profesionales, personales, vivencias o, simplemente, tomarnos un café o un refresco entre amigas que, por nuestras propias dinámicas profesionales y familiares, no nos vemos con la frecuencia aspirada Entonces, se trata de defender espacios y vínculos que nos hacen crecer y ser más felices.