Las historias y conflictos cotidianos de varios grupos de mujeres en esta isla del Caribe, sobre todo la atención a su salud, pasan inadvertidas para especialistas y muchas personas porque ellas siguen siendo, en no pocos casos, «mujeres invisibles».
De esa forma las identificaron expertas, especialistas y activistas de los derechos sexuales y reproductivos durante una mesa sobre estos temas, el lunes 28 de mayo en La Habana, a propósito del Día Internacional de Acción por la Salud de las Mujeres.
«Las visiones siguen siendo muy fragmentadas y por eso quedan fuera de los programas de salud algunos grupos de mujeres que se han invisibilizado», señaló Marisol Alfonso de Armas, oficial nacional de programa del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), agencia que convocó al encuentro junto al Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) y la Sociedad Cubana Multidisciplinaria para el Estudio de la Sexualidad (Socumes).
Como parte de esas «mujeres invisibles» Alfonso de Armas identificó a las cubanas entre 40 y 50 años de edad, el grupo más amplio de la población femenina en la isla con características particulares.
Ellas transitan por los cambios biológicos del climaterio, afrontan determinadas afecciones a su salud y mantienen una sobrecarga laboral y doméstica que se agrava por su actividad como cuidadoras, en un país donde la población envejece y la atención a personas adultas mayores sigue recayendo, fundamentalmente, en las mujeres.En Cuba suman actualmente más de un millón de mujeres entre 40 y 59 años de edad, que representan el 38 por ciento de la población, de acuerdo con el último anuario de salud de 2011.
«La osteoporosis, más común a esas edades de lo que las personas creen, no se ve hasta que aparece la fractura», sostuvo la endocrinóloga Daysi Navarro, quien alertó así acerca de un problema también «invisible» del que apenas se conoce sus reales dimensiones entre grupos poblacionales que, por lo general, quedan fuera de la atención especializada en el sistema de salud.
La incorporación a los estudios de la mujer de los diversos ciclos de vida, no solo como etapas, sino como sumatorias con efectos en la salud y calidad de vida, se incluye entre los desafíos para Cuba, más allá de sus resultados reconocidos en salud sexual y reproductiva. «Todo lo que nos ocurre tiene un impacto en las siguientes etapas de la vida», reiteró la funcionaria del UNFPA.
Caridad Benítez, jubilada de 66 años, lo vive en carne propia. «De niña, nunca me gustó la leche de niña ni me preocupé demasiado por mi alimentación mientras me sentí fuerte y fui joven. Ahora sufro de una osteoporosis que me diagnosticaron tardíamente, porque tampoco me quejé ni fui al médico a tiempo», cuenta a SEMlac.
Se trata de afecciones que, al decir de la doctora Navarro, no se originan en ese momento de la existencia «sino que vienen arrastrándose, bien desde el punto de vista genético, bien por el estilo de vida desarrollado hasta ese momento», reflexionó.
Por otra parte, entre los desafíos cubanos afloran temas que necesitan igualmente atención prioritaria en materia de salud sexual y reproductiva, señala Alfonso de Armas, a dos años de cumplirse los 20 años de la Conferencia Mundial de Población celebrada en el Cairo, Egipto, en 1994.
Entre ellos está la baja percepción de riesgo de la población femenina frente a las Infecciones de Transmisión Sexual (ITS) y el VIH/sida, la utilización del aborto como regulador de la fecundidad y la fecundidad adolescente.
Otros retos se refieren a la agudización de la sobrecarga por razones de género que afecta la salud femenina, la violencia basada en género y el tema de los derechos sexuales, así como a la atención a las personas con mayor riesgo como las mujeres mayores de 60 años, las madres solteras, las cuidadoras, entre otras.
Pero las de edad mediana no son las únicas «mujeres invisibles». Una realidad de la que apenas se habla y casi siempre permanece oculta es la que viven las mujeres lesbianas y transexuales ante situaciones de salud sexual, salud reproductiva y ejercicio pleno de sus derechos sexuales.
En comentario especial para SEMlac, la psiquiatra Ada Alfonso aseguró que la violencia contra las mujeres lesbianas se encuentra también en una zona de silencio que, a su juicio, debe tomarse como señal de aviso que permita reconocer la ausencia de políticas sociales que las tomen en cuenta y de programas de salud que integren y den respuesta a sus necesidades.
«La sociedad próxima, representada por las instituciones de base comunitaria, la comunidad (vecinos y amigos), algunos miembros del grupo familiar y, en ocasiones, los profesionales de la salud mental que son consultados se hacen cómplices de la violencia, ya que adjudican a la orientación sexual la responsabilidad de los malos tratos que sufren las mujeres lesbianas», sostiene Alfonso en su artículo «Zona de silencio».
«SI las mujeres estamos en posición de subordinación y sufrimos la asimetría de poder en relación con los hombres, ¿en qué situación están las lesbianas?», inquirió durante el intercambio la psiquiatra Alfonso, vicepresidenta de Socumes.
Tal invisibilidad parte, en un primer momento, del tema de género y después pasa por la construcción de la identidad de estas mujeres, argumentó.
Testimonios diversos lo confirman. Teresa Fernández contó, por ejemplo, que ella y su pareja, otra mujer con la cual mantiene una relación de muchos años, decidieron renunciar a la maternidad. «De haber querido tener hijos, una de nosotras dos hubiera tenido que sacrificarse en una relación con un hombre para quedar embarazada, algo que no quisimos hacer», comentó.
Otras preocupaciones tienen que ver con el conocimiento de temas de salud por parte de las mujeres lesbianas, algo que los médicos casi siempre pasan por alto cuando una de ellas asiste a consulta sola y dan por sentado que su pareja debe ser un hombre.
«De ese modo, una no sabe si el contagio de una ITS se deba a un determinado patrón o práctica sexual, si es posible aunque no haya penetración y otras muchas dudas que no se explican ni se preguntan», reflexionó la joven Yamilé Fajardo.
También se comentaron algunas de las dificultades que viven cotidianamente las mujeres transgénero. Una de ellas, Olivia Lam, habló de los temores y «tragos amargos» que deben afrontar porque su imagen o apariencia física no se corresponde con la identidad consignada en el documento de identidad.
Aunque aseguró haber encontrado en el Cenesex una gran ayuda para sus demandas de atención de salud, confesó que le teme al momento de tener que consultar a un médico en cualquier centro de salud. «Prefiero no ir porque allí se crea ‘un circo’ o, si no, cambia enseguida el comportamiento, la forma en que te tratan, cuando notan que eres una mujer con nombre de hombre en el carné de identidad», explicó.
«¿De qué servicios estamos hablando si no tenemos una cultura de los derechos sexuales?», se preguntó la psiquiatra Alfonso y señaló que el personal vinculado a la salud, incluidos sus profesionales, muchas veces no reconocen ni comprenden los procesos de la construcción de género y la identidad sexual para poder atender estas situaciones en consulta.
Para Alfonso no se trata solo un tema de salud física, sino también mental, y «de un vacío de conocimientos en quienes se encargan de proveer salud, que parte desde los currículos docentes de las y los profesionales en formación», aseguró.
Bajo el título «28 de mayo: Salud de las mujeres. Recuentos y desafíos», el intercambio sirvió para identificar los temas principales de la agenda de la sección de Salud y derechos sexuales de Socumes para 2012-2013.
Fue convocado en respuesta al llamado «Salud integral, derechos sexuales y derechos reproductivos plenos: defendamos el Consenso de El Cairo para seguir avanzando», de la Red de Salud de las Mujeres Latinoamericanas y del Caribe (RSMLAC).