Para conseguir buenos rendimientos agrícolas en Cuba no basta con estar atentos a los eventos climáticos o a las plagas, se debe comenzar por mejorar los suelos, coinciden especialistas de diversas ramas de investigación.
La afirmación pudiera parecer elemental, pero llevarla a la práctica requiere de trabajo duro, según confirma la historia de Yennis Ramírez y Julio Cesar Calzadilla, agricultores de la oriental provincia de Las Tunas, a poco más de 650 kilómetros de La Habana.
La finca «Las Y de Calzadilla», perteneciente a la Cooperativa de Créditos y Servicios Fortalecida (CCSF) «Niceto Pérez», es bien conocida allí no solo por el nombre, que viene de la coincidencia de letras en los de Ramírez y sus hijas Yannelys, Yenminet y Yisel; sino por el manejo integral de los suelos.
«Las Y » es el tercer proyecto productivo que emprenden juntos Ramírez, ingeniera agropecuaria, y Calzadilla, agricultor de toda la vida. Esa historia comenzó alrededor de 2003, cuando se conocieron y decidieron compartir sus días.
«Julio es de Velazco, en Holguín (alrededor de 100 kilómetros al este de Las Tunas), una zona bautizada como ‘el granero de Cuba’ por la facilidad con se logran los cultivos de frijoles. Cuando nos casamos, él decidió mudarse para acá, pues yo trabajaba en la Delegación Provincial de la Agricultura y me era más difícil el traslado», contó Ramírez, de casi 40 años, a SEMlac.
Comenzaron de cero en una finca estatal de 13,42 hectáreas de extensión. Allí tuvieron que desbrozar zonas compactas del arbusto espinoso llamado popularmente marabú, que cubría prácticamente el terreno, construir una vivienda y todo lo necesario.
«En aquella primera finca estuvimos como cinco años. Pero no había electricidad y estaba lejos de las vías de comunicación. Cuando nacieron las dos primeras niñas, decidimos mudarnos para una más cercana a la ciudad», narró Ramírez.
Ya en ese momento, casi a fines de la pasada década, el Estado cubano había autorizado la entrega de tierras en usufructo para personas dispuestas a cultivarlas y a esa opción se acogió la pareja.
«El problema de la nueva tierra era que el agua para riego estaba muy distante y los suelos muy deteriorados», agregó.
Ramírez halló la solución acudiendo a los conocimientos ganados en sus estudios. «Había que implementar medidas de conservación de suelos, algo que yo aprendí en la universidad, pero que casi nadie aplicaba», explicó.
Entonces corría 2009 y se empezaban a montar los primeros polígonos experimentales de suelo en Cuba, iniciativa que promueve la aplicación de diferentes técnicas de protección y nivelación de las áreas cultivables en busca de fertilidad, mayor drenaje y, por supuesto, mejores rendimientos.
La finca de esta pareja de agricultores rápidamente se sumó con éxito a la experiencia que recién comenzaba, también, en Las Tunas. Y aunque actualmente, «Las Y » no está ubicada en aquellos terrenos, sigue siendo la finca piloto del Polígono Provincial de Suelos de esta demarcación del oriente cubano.
Hace unos tres años la inquieta familia volvió a mudarse, esta vez a unas tierras vecinas, algo más fértiles, donde además de cultivos varios, granos, frutales y leche, ahora producen tabaco.
«Dice el refrán que a la tercera va la vencida. Volvimos a empezar desde cero, de nuevo rompimos marabú y construimos una vivienda, pero con la experiencia, los conocimientos y los recursos que ya teníamos, todo fue mucho más fácil», aseveró Ramírez.
Para lograr resultados con los suelos poco fértiles, el trabajo de Ramírez y Calzadilla incluyó la siembra en semicírculo y en curvas de nivel; el relleno del terreno con vegetal y material orgánico; hacer correcciones cárcavas, también conocidas como aliviaderos para el drenaje; sembrar barreras vivas o malezas que se tupen y no permiten el arrastre de nutrientes, entre otras técnicas.
También ejecutaron labores temporales como el enriquecimiento de la tierra con restos de cosechas y el uso de los «abonos verdes», mediante la siembra de plantas que se incorporan al suelo para elevar su fertilidad.
Mirar a la tierra
Los esfuerzos de Ramírez y Calzadilla no han sido exagerados. Por razones asociadas a su formación geológica natural, las tierras del archipiélago cubano no son particularmente fértiles.
Según datos del Instituto de Suelos (IS), un centro de investigaciones adscrito al Ministerio de la Agricultura, solo 28 por ciento de los suelos cubanos se consideran muy productivos para la agricultura.
Las principales limitantes tienen que ver con la acentuada salinidad, una erosión mantenida, mal drenaje, baja fertilidad, compactación natural, acidez, muy bajo contenido de materia orgánica, poca retención de humedad y desertificación, entre otras, según valoraciones publicadas por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI).
En Las Tunas, la situación es particularmente compleja, pues además de poseer un 80 por ciento de sus tierras afectadas por factores degradantes, es la provincia cubana con menor promedio histórico de lluvias, un poco más de 1.000 milímetros por año.
Informes de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) aseveran que solo en 2011 se perdieron 24 millones de toneladas de suelo fértil, equivalente a 3,4 toneladas por habitante, en tanto cada año se destruyen 13 millones de hectáreas de bosques por explotaciones inadecuadas y malas prácticas agrícolas.
La creación de polígonos de suelo y otras iniciativas similares ha permitido rehabilitar alrededor de 35.000 hectáreas de terreno por año, según informó Dagoberto Rodríguez, director del IS, durante un taller del proyecto para la Alianza Mundial por el Suelo (AMS), celebrado en La Habana en octubre de 2013.
La AMS es un mecanismo auspiciado por la FAO para promover la conservación de los suelos a nivel mundial y Cuba fue seleccionada para el lanzamiento de la iniciativa en la región latinoamericana y caribeña, lo que ocurrió justo en ese taller.
Ramírez, por su parte, tiene muy clara la importancia del trabajo que han realizado: «Imagínense que para formar un centímetro de capa vegetal de manera natural se requiere entre 300 y 500 años, y cualquier evento hidrometeorológico puede destruirla en pocos minutos», argumentó.
La fiesta de los granos
Ramírez y Calzadilla están convencidos del valor de la capacitación para hacer producir la tierra, así que no se quedaron en los conocimientos que la ingeniera adquirió en sus años universitarios.
También se sumaron al Proyecto de Innovación Agropecuaria Local (PIAL), iniciativa conducida por el Instituto Nacional de Ciencias Agropecuarias (INCA), con el propósito de lograr métodos descentralizados y participativos para innovar, producir, distribuir y comercializar los alimentos.
Además de funcionar como polígono provincial de suelos, en «Las Y de Calzadilla» muchos productores entrecruzan sus experiencias con expertos del INCA y los institutos de Suelos y Sanidad Vegetal para ganar en diversidad y calidad de sus producciones.
En ese camino, y con el apoyo de PIAL, también han aceptado el reto de la diversificación de las semillas y granos.
Para la doctora en Ciencias Agrícolas Raquel Ruz Reyes, coordinadora provincial de PIAL en Las Tunas, esos proyectos de innovación «tienen un profundo sentido de capacitación, de forma tal que los productores aprendan, asimilen, intercambien y apliquen las mejores prácticas en escenarios que resultan clave hoy para la satisfacción de las crecientes necesidades alimentarias de la población», explicó a SEMlac.
Coordinado por el INCA y financiado por la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (COSUDE), con participación del Ministerio de la Agricultura, esa alternativa se ha propuesto llegar en términos de capacitación a unos 19.000 productores y productoras de 45 municipios cubanos, en asuntos como la diversidad genética y tecnológica, o la adaptación y mitigación del cambio climático, entre otros.
Ruz Reyes asevera que los resultados de Ramírez y Calzadilla son palpables. La pareja de agricultores tuneros ha logrado producir en su finca más de 50 variedades de frijoles, por solo poner un ejemplo.
«Fíjate si hay que hacer alianzas entre el conocimiento tradicional y la ciencia moderna para lograr mejores semillas, que en mi finca puede que se den cinco tipos de ellas que a dos o tres kilómetros de aquí no se logran. Esas semillas se obtienen en laboratorios, pero si no hay voluntad y rigor en la disciplina tecnológica del campesinado, jamás se le dará su verdadero valor», confirmó, por su parte, Ramírez.
«PIAL no solo fue el motor que nos impulsó a hacer mejor las cosas en nuestra finca; también motivó a otros campesinos para asimilar prácticas que ahora nos permiten lograr mucho más, a pesar de la escasez de recursos, sin perjudicar el suelo y sin atentar contra el medio ambiente», concluyó esta ingeniera agrónoma.
Ahora, con años de experiencia en estos quehaceres, Jenny Ramírez y Julio Calzadilla se han propuesto no solo convertirse en un paradigma de las producciones ecológicas, sino en apoyo para quien desee aprender de sus experiencias.