Por Dayma Echevarría, socióloga, Centro de Estudios de la Economía Cubana
Cuba ha tenido como meta y prioridad la producción y distribución de alimentos con equidad; pero, a la vez, como “talón de Aquiles”. En medio de la crisis desatada por la pandemia de la Covid-19, el tema de la seguridad alimentaria también se ha posicionado en el centro del debate público y cobra mayor importancia en un contexto de recrudecimiento del bloqueo y caída de los ingresos asociados al turismo y las remesas.
Pero, ¿afecta la inseguridad alimentaria por igual a todas las personas? Para considerar los efectos de la pandemia en la producción de alimentos y, más en general, en la seguridad alimentaria, se debe tener en cuenta la posición que ocupa cada persona en el trabajo productivo y reproductivo. La revisión de las estadísticas y otras fuentes de información secundaria permiten aseverar que mujeres y personas jóvenes o mayores se encuentran en condiciones de mayor vulnerabilidad a la seguridad alimentaria[i]. En este comportamiento subyace como causa la división sexual –y también por qué no- generacional del trabajo, que asigna roles diferenciados a mujeres y hombres en dependencia del momento del curso de vida en que se encuentren.
En tiempos de pandemia, la inseguridad alimentaria aumenta tanto por la disminución de la oferta de alimentos, como por la incapacidad para acceder a ellos –inestabilidad de los suministros e insolvencia económica.
Desde la oferta de alimentos (disponibilidad) se puede decir que si bien se ha visto restringida en la etapa de la pandemia, esta situación viene a agravar los complicados desempeños previos que tenía el país en este ámbito. En el caso de las mujeres, el efecto de la contracción en la producción de alimentos sobre sus vidas estará ligado a su inserción ocupacional en el sector:
Como productoras: si bien aquí las mujeres tienen una baja presencia[ii], las campesinas, cooperativistas, usufructuarias, contratadas informales, productoras de patios y parcelas pueden enfrentar mayores desafíos para mantener sus producciones, ya que por una parte aumenta la tensión entre sus roles productivos, reproductivos y comunitarios —al aumentar los tiempos requeridos para el cuidado por el cierre de las escuelas y de servicios de apoyo al cuidado de personas mayores y con discapacidad— y, por otra, debido a no estar insertadas suficientemente en redes de innovación y de producción local, pueden tener menos acceso a insumos productivos y mercados más atractivos.
Aunque faltan datos desagregados por sexo en otras ocupaciones, es de esperar que las mujeres representen la mayoría en las minindustrias e industrias de procesamiento, especialmente de frutas y condimentos; también como especialistas de calidad en laboratorios de alimentos. Su trabajo debió paralizarse en los momentos más difíciles de la pandemia, aunque probablemente ya se encuentren incorporadas y es de esperar que estén sometidas a una mayor presión, desde lo productivo, ante la urgencia de producir alimentos de calidad y crear nuevas ofertas.
Las personas al frente de pequeños negocios asociados a la provisión de alimentos a nivel local –como pueden ser jugueras, puestos de procesamiento de condimentos y conservas, cafeterías de barrio-, casi siempre mujeres, pueden estar particularmente afectadas por la escasez de materia prima para poder elaborar sus productos. Por lo general, ellas no logran contar con suficientes reservas de productos imprescindibles para producir —materias primas, capital, entre otros recursos—, que les permitan soportar el efecto de la escasez de productos.
Como especialistas, técnicas, administrativas y empleadas de servicios en las oficinas de las entidades estatales del sector agroalimentario, su trabajo debió paralizarse en los momentos más difíciles de la pandemia, aunque probablemente muchas ya se encuentren incorporadas. Igualmente, deben estar sometidas a una mayor presión desde lo productivo ante la urgencia de producir alimentos de calidad y, al mismo tiempo, deben ser las responsables principales de los procesos de higienización en sus respectivos trabajos.
Las directivas de estos sectores deben estar viviendo tensiones entre las demandas de coordinar procesos importantes para la producción de alimentos y las demandas de cuidado familiar. A ellas puede generarles también alguna tensión incorporar las necesidades de las mujeres en la agenda de atención a los efectos de la Covid-19 y la fase pos pandemia.
En general, se puede afirmar que el empoderamiento económico de las mujeres puede afectarse de manera significativa en esta etapa. Allí donde ellas contaban con algunos activos –como ganado menor y otros productos asociados a emprendimientos económicos de las mujeres, que usualmente consideran “la caja chica” en términos de ahorro–, una de las estrategias familiares puede haber sido consumir o vender estos productos para palear la alimentación de la familia o como vía para obtener ingresos. Por lo general, esos bienes son los primeros en utilizarse en situaciones de crisis y los primeros en agotarse también.
La reducción de la capacidad de compra y con ello la obtención a los alimentos puede tener expresiones diferentes según mujeres y hombres y según la etapa del curso de vida en que se encuentren. A la par, pueden analizarse al menos dos aristas: el incremento del precio de los alimentos y la disminución de los ingresos.
Aunque no se dispone aún de oficiales, los precios de los alimentos de la dieta básica cubana se han incrementado exponencialmente desde marzo a la fecha, también su oferta se ha “sumergido” en el mercado informal. Por solo citar algunos ejemplos: el arroz superó más de seis veces su costo, de cuatro pesos cubanos no convertibles (CUP) a 25 CUP en el mercado informal; los frijoles más que se duplicaron: de 10 CUP por libra a 25 CUP). Otro incremento significativo fue el de la carne de cerdo, que pasó de 45 CUP por libra –en La Habana- a 65 CUP. Estos incrementos se relacionan, en primer lugar, con problemas en la producción de estos renglones alimentarios previos a la pandemia, que se han agravado ante las medidas de restricción del transporte y el aislamiento social. Sin embargo, su efecto se hace evidente en la estructura de gastos de las familias cubanas, donde ocupan un destino principal, de acuerdo con varias investigaciones.
Si bien se ha mantenido el consumo normado y se han tomado medidas para incorporar productos con venta controlada por la libreta, esto aún resulta insuficiente para completar los requerimientos alimenticios. La inestabilidad e incremento de los precios de los alimentos conlleva, entre otros efectos, la realización de largas filas frente a los mercados suministradores de alimentos, para poder adquirir productos indispensables. Según diversas estrategias familiares, estas filas las realizan las mujeres, porque según preceptos de género “están mejor entrenadas para comprar”; o las personas jóvenes por ser menos vulnerables al contagio; o las personas mayores porque, aunque son vulnerables, tienen más tiempo y realizan usualmente este tipo de trabajo, por lo que también están entrenadas.
En un próximo trabajo se abordará la disminución de los ingresos, otro elemento clave para garantizar el acceso a los alimentos.
[i] Este material se basa en información recopilada, analizada y sistematizada por la autora a solicitud de la Oficina de la FAO en Cuba, en apoyo al diseño e implementación del Plan de Seguridad Alimentaria y Educación Nutricional.
[ii] Al cierre de 2019, ellas solo representaban el 8 % de las propietarias y el 8,2 % de las usufructuarias. Además, tenían una baja presencia en general en el sector agropecuario: 13 % de las personas asociadas a cooperativas y 33 % de las que trabajan en empresas agropecuarias. (González, 2020). En el Programa de Agricultura Urbana, Suburbana y Familiar, representan el 31 %. (Plan SAN)