El contexto económico desfavorable que vive Cuba se ha combinado con tradiciones culturales machistas de vieja data y aún son pocas las mujeres incorporadas formalmente a las labores agropecuarias, en contraste con el peso que la fuerza laboral femenina tiene en otros espacios de la vida nacional.
Según el más reciente informe sobre desarrollo humano publicado en Cuba, las cubanas representan el 46,3 por ciento de la población rural, pero apenas el 26 por ciento de quienes trabajan en los campos.
Ellas suman poco más del 15 por ciento de las personas ocupadas directamente en la agricultura, el 16 por ciento de las usufructuarias y el 32 por ciento de las propietarias de tierras, refiere el texto titulado “Ascenso a la raíz. La perspectiva local del Desarrollo Humano en Cuba 2019”.
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Nersa Pérez Vargas es una de esas campesinas que ha compartido el protagonismo de los hombres en la agricultura e incursiona ahora en nuevas líneas de producción para mantener con vida su finca.
A pesar de los tropiezos, se declara feliz en El Parnaso, una localidad rural, cercana a la ciudad de Las Tunas, a unos 600 kilómetros al este de La Habana.
Pérez Vargas vive en una pequeña casa de mampostería, con paredes sin pintar. A 50 metros se divisan sus cochiqueras vacías, sumidas en un silencio absurdo e incómodo que sintetiza otro capítulo amargo en su vida de mujer rural.
Pero las reses, también visibles desde las ventanas de la casa, le salvan las cuentas y el buen ánimo a esta ganadera de más de 50 años, que aprendió temprano a buscar alternativas cuando se le cierran los caminos.
Ella hacía planes para llegar a totalizar 1.000 cerdos en diciembre de 2021, cuando la crisis económica que acompaña a la pandemia de covid-19 anuló la importación y producción de piensos en Cuba, cuenta a SEMlac.
“Llegué a tener 600 cerdos y estaba haciendo otra cochiquera para seguir creciendo”, dice, ante la nave a medio construir.
Mediante convenio con la Empresa Porcina, Pérez Vargas recibía lechoncitos de pocos días y entre el 70 y el 100 por ciento de los alimentos para cebarlos. A los seis meses se los vendía de vuelta a la Empresa por un precio previamente acordado.
Estos convenios porcinos están entre las producciones y negocios que más prosperaron en el sector agropecuario de Cuba antes de la pandemia.
Pero el déficit de alimentos forzó el abandono de esta línea por muchos de sus productores, casi de golpe. Pérez Vargas también tuvo que renunciar a ella, después de haberse dedicado a la cría de cerdos desde 2011, dos años después de arrendarle la finca El Parnaso, de 18,5 hectáreas, al Estado.
“Comencé con 120 puercos y fui subiendo hasta que el año pasado se puso la cosa mala, por el déficit de comida. Si no, estaría en 1.500 puercos o más”, presume.
“Cuando vuelva a tener comida, sigo en la crianza de cerdos porque esa es la rama que a mí me gusta”, insiste Pérez Vargas.
Nuevas alternativas
Pérez Vargas, sin embargo, no perdió el tiempo con lamentos. En 2021 reinvirtió sus ahorros en la ganadería vacuna. Actualmente tiene 12 vacas y 10 toros de ceba en pastoreo libre en los potreros de su finca. Diariamente ordeña nueve vacas y le entrega entre 49 y 50 litros de leche a la empresa acopiadora.
Los ojos le brillan más cuando se refiere a los toros, que en breve sacará al mercado por primera vez. “Ya están para vender carne”, comenta Pérez Vargas.
El gobierno cubano liberó en mayo de 2021 la venta directa de carne de res por parte de los productores agropecuarios privados y cooperativas, sin la intermediación monopólica de empresas estatales, como era antes.
Al resumir los momentos más duros de su vida, esta campesina empieza por el más reciente: “Cuando tenía cientos de puercos sin comida para darles”. También recuerda con amargura la dura sequía que azotó el oriente cubano entre los años 2003 y 2004.
Sin embargo, para ella la pérdida de su madre ha significado la experiencia más dura de su casi medio siglo de existencia. Fue un capítulo triste y difícil.
“Mami tenía 42 años nada más; yo 21. Era la mayor de los cuatro hermanos y como mujer quedé de cabeza de familia”, rememora Pérez Vargas.
Su padrastro, con quien siguieron viviendo, trabajaba en una empresa estatal. Mientras él se mantuvo como sostén económico del hogar, le dejó a ella la gestión doméstica, el cuidado de los hermanos y el trabajo en la finca. La hermana más pequeña solo tenía cinco años. Nersa Pérez Vargas pasó a ser la otra columna del hogar, la principal.
Cuando hace balance de su vida hasta ahora, esta tunera confiesa que la ruta que siguió desde joven le ha dado fortalezas, autonomía para decidir y capacidad de gestión.
Pérez Vargas ha ganado un protagonismo evidente en la actividad económica rural y a ella misma le cuesta trabajo entenderse como un caso poco común. Cuando le preguntan si es normal que las mujeres laboren y administren a la vez una finca -también cría carneros, además de cultivar frutales y viandas- dice, sin vacilar, que sí.
Sin embargo, interrogada por este servicio sobre la relación numérica entre hombres y mujeres en la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) “Carlos Manuel de Céspedes”, a la que pertenece, Pérez Varga admite, finalmente, que no hay muchas mujeres como ella. De 262 personas asociadas a la CCS, solo ocho son de sexo femenino.
Trabajo y vida duros
En los años 90 del siglo XX, Pérez Vargas compartía con su esposo una finca en otra localidad de Las Tunas, Buena Vista, hasta que decidieron mudarse para El Parnaso. Pero se divorciaron, 25 años después de casados, cuando esta campesina descubrió que su pareja iba a tener un hijo con otra mujer.
“Hay errores que no se perdonan”, razona Pérez Vargas. “Si la mujer los perdona, termina pisoteada”.
Ahora vive con un sobrino joven, José Lázaro Montejo Vargas, que le acompaña en las labores rurales.
¿Para muchas personas puede parecer una osadía dejar al hombre y quedar sola al frente de la finca?
“No, yo siempre he sido jefa de la finca. Mi esposo trabajaba conmigo y con los obreros y me enseñó a defenderme. Pero fui yo quien contraté la finca usufructo, yo”.
¿Cómo mujer, encuentra obstáculos para trabajar? ¿Barreras para negociar con otros?
No sé si será un privilegio o yo me he ganado el respeto, pero a donde voy, a mí me escuchan, a mí me atienden. A veces tengo dificultades para resolver un problema, pero no ha sido lo usual. Aquí en Las Tunas, la mujer con mayores producciones porcinas era yo.
¿Cuáles crees que son los principales desafíos que tienen las mujeres del campo?
La mujer rural tiene posibilidades que antes no tenía, tiene empleo. Nos sentimos más protegidas. Antes la mujer era nada más para la casa. La mujer era un objeto del hombre. Ahora tiene los mismos derechos.
¿Y se los dejan cumplir? ¿Cree que todo el mundo lo ve igual?
Muchos no lo ven así. A muchos hombres les cae mal que yo sea productora. Son machistas y me dicen que yo no debo hacer este trabajo porque es de hombres. Pero como integrante de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) me han enseñado a defenderme por mí misma, a no ser dependiente del bolsillo del hombre.
“Otros me elogian por lo que hago. Yo tengo buenas relaciones con hombres productores de esta y de otras cooperativas. Somos compañeros y amigos”.
El sobrino de Pérez Vargas confirma que la mayoría de los productores de la cooperativa son hombres, pero respetan a su tía porque es una mujer trabajadora, recta, “que no anda conversando con mucha gente”.
¿Qué hace falta para que haya más mujeres productoras en el campo? ¿Y para que sean más las que soliciten tierras?
Hacer más convocatorias. Pedirles que se incorporen. La mayoría de las muchachas están estudiando y después no vuelven al campo. No vaya a creer. El campo es duro. Otras muchachas se casan y ya no trabajan más. O no les gusta el campo o el marido no las deja.
¿Entonces, el marido sigue determinando lo que hacen muchas mujeres?
Nosotras tenemos derechos, pero el trabajo del campo es duro. La mujer campesina se levanta por la mañana, hace las cosas de la casa y de ahí va para el campo. Cuando vuelve del campo, tiene que volver a la cocina y las cosas de la casa. Ser mujer y campesina es un orgullo, pero es duro.
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