Mujeres rurales exploran nuevas alternativas de empleo

Por un camino de tierra húmeda, bordeado de follaje y modestas casitas de madera, se llega al hogar de Yamilé Puentes, donde próximamente funcionarán una peluquería, un centro de lavado y un taller de manualidades gestionados por mujeres del barrio La Cidra, en el municipio de Baracoa, en la oriental provincia cubana de Guantánamo, a 993 kilómetros de La Habana.

La promotora cultural se animó a emprender ese espacio creativo y de servicios, sin precedentes en la comunidad rural de 25 kilómetros cuadrados y casi 150 personas, como alternativa para mejorar los ingresos familiares y de otras 15 vecinas.

Según confirma a SEMlac esta entusiasta mujer de 32 años, la idea surgió a raíz de un microproyecto que ejecutan desde junio de 2014, con apoyo del Centro Cristiano de Servicio y Capacitación «Bartolomé G. Lavastida» (CCSC- BG Lavastida), de Santiago de Cuba, y fondos de Acción Ecuménica Sueca (Diakonia), entre otras agencias de cooperación.

Su alcance en capacitaciones y beneficios materiales llega también al vecino barrio La Alegría, con unos 600 habitantes.

Puentes lidera el Comité Gestor Local de la iniciativa para favorecer la autogestión comunitaria y los pequeños emprendimientos, que integran también otras cinco personas de la comunidad religiosa, entre ellas su esposo Elmer Núñez y sus suegros Feliciano Núñez y Elsa Labañino.

«Luego de recibir capacitaciones durante nueve meses en conservación de alimentos, manualidades, género, cultura alimentaria, agroecología, permacultura, entre otros temas, diagnosticamos las necesidades del barrio y elaboramos el proyecto cubriendo esas aspiraciones», relata Puentes, madre de tres hijos.

Entre los problemas más visibles se encontraba la falta de empleo para las mujeres, una tendencia que se repite en otras zonas del campo cubano como consecuencia de inequidades de género, según alertan investigaciones de los últimos años.

Yamile Puentes planea ampliar los servicios de peluqueria que ahora ofrece de manera informal a las vecinas del barrio. Foto: SEMlac«Varias mujeres de por acá no tenían cómo ganarse el sustento, y después de pasar los cursos de manualidades ofrecidos por el Centro Lavastida se motivaron con la artesanía para ganar dinero, adornar sus hogares y donar parte de lo hecho a grupos necesitados de la comunidad», apuntó la joven.

Muñequería, agarraderas, paños de cocina, títeres, tallas en madera y adornos artesanales son algunos de los productos confeccionados por las 16 emprendedoras, que hasta el momento comercializan a bajos precios, en ferias comunitarias.

Pero cuando a inicios de 2015 logren concluir el local multiservicios donde tendrán una máquina de coser, herramientas y materiales de trabajo adquiridos con el financiamiento del Centro Lavastida, el grupo femenino podrá expandir sus producciones en un taller de elaboración y vender desde allí las artesanías.

También comprarán una lavadora rústica y otra semiautomática, materiales para la reconstrucción del local, entre otros insumos.

«Entre los barrios La Cidra y La Alegría suman más de 50 mujeres con nivel superior, sobre todo maestras, enfermeras e ingenieras agrónomas, pero la mayoría tienen que trabajar en otra parte porque son pocas las oportunidades en el campo», reconoce a SEMlac María Elena Galfisa, encargada de la delegación local de la Federación de Mujeres Cubanas, organización femenina de carácter masivo, con sedes en todo el país.

La también promotora contra las adicciones del microproyecto asegura que tras las capacitaciones recibidas aparecen nuevas alternativas de reanimación comunitaria.
Entre ellas la peluquería y lavandería, novedosas debido a la distancia de servicios para el embellecimiento corporal y el apoyo doméstico, por lo general ubicados en poblados con más densidad de habitantes.

«Analizamos la necesidad de estas ofertas para que fueran rentables, porque hay muchos campesinos que viven solos y no tienen tiempo para lavarse la ropa», confirma Galfisa.

Además del crecimiento económico de las familias, el proyecto realiza trabajo comunitario a través de talleres mensuales para el círculo de abuelos, dirigidos a la infancia y con mujeres.

En ellos las activistas comparten nociones de nutrición, equidad de género, manualidades, conservación de alimentos y violencia de género.
Puentes y su esposo aprovechan también las actividades que organizan como promotores culturales del Consejo Popular El Jamal para insertar estos contenidos, y aspiran a usar el taller de manualidades para estas capacitaciones.

«Tenemos el caso de personas jubiladas, limitadas fisicamente, niños y niñas a los que se espera sensibilizar para impulsar una nueva cultura comunitaria y, a su vez, fomentar un desarrollo sostenible mediante trabajos manuales con materiales reciclables que beneficien la economía familiar», explica Puentes, a cuyo nombre deberá aparecer la licencia de trabajadora por cuenta propia.

El resto de las participantes estarán como contratadas, aunque a largo plazo pretenden convertirse en una cooperativa que comparta responsabilidades e ingresos.
Para el Centro Lavastida, constituye la primera experiencia de apoyo a pequeños emprendimientos, un servicio que, al decir de la encargada del área de conservación de alimentos, Heidi Lavastida Pérez, incrementarán en el futuro, a tono con las transformaciones del modelo económico del país desde 2008.

La ampliación legal de las opciones del trabajo por cuenta propia desde 2011 representa una alternativa de empleo para la población cubana que, al cierre de 2014, contaba con 477.000 personas en esa modalidad laboral, lo que supone un crecimiento de más de 30.000 nuevos emprendimientos en el año.

El microproyecto distribuye parte de sus ganancias para el beneficio comunitario, que alcanza a 120 personas, 71 de ellas mujeres.

Otro de los aportes de la experiencia ha sido la creación de huertos familiares para el autoconsumo, y la conservación del excedente de estas producciones.
«Pensábamos que nuestra tierra no produciría, porque solo contamos con una pequeña extensión de jardín, pero los conocimientos agroecológicos recibidos nos enseñaron a fertilizarla con materia orgánica y lombricultura», explica Elmer Núñez, promotor cultural.

Junto a su esposa Yamilé y alguna ayuda de sus padres, logran producir vegetales y condimentos en la zona que bordea la casa.

«Nuestra alimentación ha cambiado porque, cuando más necesitados estamos en casa, la huerta nos sirve para llenar el plato y aprendimos cómo alimentarnos más sanamente», reconoce.

El proyecto también favorece opciones de participación y liderazgo femenino apoyando explícitamente las iniciativas de ellas y la creación de huertos para el autoconsumo.

Algunas de las participantes en las capacitaciones utilizan la permacultura y la conservación de alimentos para incrementar sus ingresos.

«Antes me atenía a mi esposo, solo como ama de casa, pero en los cursos de conservación de alimentos me animé a hacer mis propias producciones», testimonia Maday Noa, una campesina de 38 años del barrio La Alegría.

Ella comenzó a cultivar en el patio de su casa verduras, condimentos y viandas que utiliza para las conservas de dulces y encurtidos.

«En los 15 años de estar casada no había tenido dinero mío y ahora me entra aunque sea un poco todos los días, además de que producimos parte de nuestra comida», asevera.

Según Mercedes Morris, especialista en ecología del CCSC-BG Lavastida, la experiencia de trabajo en comunidades rurales devela un machismo persistente.
«Habitualmente el trabajo de las mujeres en el campo no es remunerado porque se consideran tareas domésticas y los mismos esposos no les quieren pagar», reconoce.

De ahí que el enfoque integral con que el centro ecuménico trabaja sus proyectos de desarrollo comunitario, hace más de 15 años, otorga un rol determinante a las sensibilizaciones sobre equidad entre hombres y mujeres.

Ellas constituyen más del 60 por ciento de las beneficiadas en productos y servicios en los microproyectos del Centro Cristiano.

Un diagnóstico realizado por la ONG en 2013 determinó como prioridades femeninas mejorar el acceso, calidad y diversidad de la alimentación de la familia; de las condiciones del trabajo doméstico; la infraestructura de viviendas, viales y servicios y el incremento de fuentes de empleo.

«Con el tiempo hemos logrado que las mujeres participen en los proyectos, involucrar a los esposos en tareas del hogar y demostrarles el valor del trabajo de ellas», asevera Morris.

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