Sobre la mesa de trabajo, Mayra Fernández acumula diminutos circuitos que con paciencia convierten en analógicas las teclas digitales de un microondas averiado. Sigue los planos diseñados junto a su esposo, ingeniero de profesión y por quien la cubana de 49 años aprendió a arreglar equipos eléctricos hace más de una década.
Cuando estudió magisterio en la pasada década del ochenta no pensó que encontraría un destino laboral tan diferente, pero en época de crisis económica decidió montar un taller para reparar electrodomésticos en su casa de Cárdenas, pueblo matancero a 150 km de La Habana.
«Estudié para ser educadora de círculo infantil (guardería) hace 22 años en Santiago de Cuba, pues era mi vocación y por entonces no había capacidad para esta carrera en mi provincia», rememora en entrevista con SEMlac la dueña de un negocio de reparación de electrodomésticos con más de 13 años de existencia.
Terminó graduada también como maestra de primaria, pero pudo ejercer su profesión por poco tiempo, pues la madre enfermó y debió regresar a su pueblo para cuidarla.
Los ingresos limitados del magisterio no le alcanzaban para independizarse y construir una casa, por lo que Fernández tornó el rumbo hacia el turismo y tomó un curso de gestión de la calidad que le permitió trabajar como supervisora en hoteles y villas del balnerario Varadero, hasta que nació su hijo, hoy con 23 años.
«Desde pequeño comenzó a convulsionar y yo dejé el trabajo para cuidarlo. Cuando a los 7 años le dieron el alta, decidí quedarme en casa como trabajadora independiente aprovechando lo aprendido con mi esposo en la electrónica», revela esta cubana de notable entusiasmo.
Los vecinos y amigos la desanimaron porque dudaban que fuera una alternativa viable en un barrio donde otras personas se dedicaban a ese oficio, pero ella confiaba en lograr un servicio diferente.
«Me puse un DVD debajo del brazo, salí a recorrer los talleres de los otros siete técnicos de la zona y me di cuenta de que no todos eran competentes, porque abundaba la informalidad y el maltrato», evoca sonriendo por la osadía.
Durante esas pesquisas previas a solicitar la licencia se convenció de que a los clientes les gusta estar presentes mientras arreglan sus equipos, que les ofrezcan garantía, buena atención y piezas nuevas.
«Nos fuimos ganando la confianza de las personas con el buen trato», sentencia la emprendedora.
En un primer momento, muchos arreglos los realizaba su esposo en las tardes, cuando regresaba del trabajo en una tienda estatal, pero Mayra figuró como representante del negocio debido a que él tenía una dirección oficial en otra ciudad y le era imposible obtener una licencia de trabajo por cuenta propia en Cárdenas.
Con la práctica, ella también dominó las complejidades internas de los aparatos y sumó la reparación a sus roles de gestora comercial, encargada de buscar materias primas y atender la clientela.
«Fundamentalmente, me dedico al arreglo de equipos pequeños como reproductores de DVD, ollas arroceras, planchas, batidoras y microondas. Los grandes, como televisores y lavadoras, los arregla mi esposo», afirma.
Poco a poco acondicionaron la casa de modo que uno de los cuartos sirviera de almacén y en el portal quedara espacio para atender a las personas y reparar frente a ellas sus equipos.
«Tratamos de cobrar menos que en otros lugares, no exigimos dinero por determinar cuál es el desperfecto ni por hacer algún remiendo a un equipo muy viejo. Aunque aparentemente se recibe menos, a la larga tenemos más trabajo y fidelidad de la clientela», describe.
Su experiencia atestigua que «cuando se gana un cliente no se pierde nada».
Nuevas estrategias comerciales
En los últimos dos años, Fernández ha participado junto a otras mujeres en cursos dirigidos a cuentapropistas que organiza el no gubernamental Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo- Cuba (CCRD), con sede en Cárdenas, con el apoyo de diversas organizaciones de cooperación internacional.
Al recibir temas como gestión empresarial y mercadeo por destacados economistas del país, la pequeña negociante encontró métodos para perfeccionar su trabajo y aumentar ingresos.
En verano, por ejemplo, alquiló reproductores de DVD por una semana a familias que pudieran necesitarlo como entretenimiento.
Además, procura cumplir con la fecha exacta acordada para la devolución del efecto electrodoméstico averiado y, si las personas lo necesitan, presta alguno que lo sustituya.
Los dolores de cabeza le llegan cuando intenta conseguir las piezas y otros componentes para trabajar. Para esto se agenció de una red de personas a quienes paga por suministrarle materiales de este tipo que comercializan en Santa Clara, Matanzas, La Habana y Santiago de Cuba.
«En algunas tiendas estatales venden equipos averiados y piezas como motores, capacitares y otros. Allí tenemos que acudir los técnicos porque no hay otros espacios para adquirirlos», refiere.
Según la cuentapropista, ella prefiere invertir la mayor parte de los ingresos en materias primas de calidad.
En lo que más prestigio ha ganado el taller «Mayra y Noel» es en la reparación de microondas, de difícil manipulación porque una vez abiertos pueden emitir ondas que aceleran las células cancerígenas, sostiene la electrónica.
Fernández se especializó en estos equipos, sobre todo cuando rehace artesanalmente el teclado inoperante. «Les damos garantía de por vida, porque cambiamos cada contacto digital», reseña.
Lleva un registro semanal de gastos y ganancias para planificar las nuevas inversiones, según las necesidades del momento. «Hace poco íbamos a comprar piezas para DVD y televisores, pero nos dimos cuenta de que las cosas cotidianas del hogar se rompen más y es mejor comprar repuestos de este tipo», ejemplifica.
De frente al machismo
No obstante los éxitos de su emprendimiento y el apoyo familiar alcanzado, Fernández ha encontrado resistencias sociales por su oficio poco tradicional en las mujeres.
«Hay hombres que llegan preguntando por el técnico y cuando les digo que soy yo quieren irse. Sobre todo los machistas son más groseros, pero trato de mantener la calma y demostrarles que domino lo que hago», confiesa.
«A veces no me dejan revisar el equipo y exigen que sea mi esposo quien lo haga, pero muchos de los que buscan otra persona que les repare porque yo soy mujer terminan regresando», declara.
Ahora sueña con crear una cooperativa entre varias personas que se dedican a la reparación de electrodomésticos en la zona, explotando cada una sus potencialidades.
«De alguna manera funcionamos desde esa concepción cuando dirigimos hacia otros talleres muchos clientes que nos llegan con lavadoras y televisores plasma, porque no damos abasto con el trabajo que tenemos y nos mantenemos en comunicación constante con otros colegas», expone Fernández, la única mujer de esta cadena.
Con la sostenibilidad de su negocio, el matrimonio de 32 años siente seguridad económica y mantiene a sus padres jubilados. Además, recientemente incorporaron a algunas actividades del taller a su hijo graduado de informática.
Para las tareas del hogar cuentan hace ocho años con los servicios de una joven que dos veces por semana realiza el aseo, aunque Mayra sigue manteniendo la responsabilidad de la cocina.
«Una estrategia efectiva para organizarse cuando se es cuentapropista es hacer una lista de pendientes y establecer prioridades. Así logro concentrarme en el trabajo de nueve de la mañana a cinco de la tarde, y también dedicarme a otras acciones comunitarias como religiosa de la iglesia prebisteriana», confiesa.
Fernández disfruta ayudar a otras personas, especialmente ancianos. Desde hace varios años colabora con la Casa del Abuelo de la ciudad realizando trabajos de asistencia social y en apoyo a grupos de alcohólicos anónimos.
También forma parte del Movimiento Nacional de Radioaficionados, que además de entretenimiento le sirve para localizar piezas de equipos electrónicos en varios lugares del país o preguntar alguna duda sobre la reparación de un equipo.
«Me gusta crear y hacer por los demás. Cuando hay una crisis, esta capacidad se hace más fuerte, porque he tenido que atravesar tantas en mi vida que dentro de ellas salgo a flote y encuentro una ilusión nueva», insiste.
El cooperativismo sería un camino a través del cual grupos de mujeres pudieran fomentar experiencias económicas que desde las comunidades se expandan, rompiendo el monopolio de los espacios productivos estatales allí donde estos se han vuelto inoperante o son un lastre; pero además si se tiñe de equidad, feminismo y consciencia de género, puede el cooperativismo impulsar un movimiento que transgreda la hegemonía patriarcal sobre los medios de producción y la economía toda. No obstante, mucho queda en Cuba por hacer para que la cooperativa encuentre una plataforma social, jurídica y política que coadyuve su progreso sin límites y más para que se concientice dentro de las dinámicas económicas y las agendas productivas una perspectiva de género, ecológica y solidaria. Me gusta mucho el trabajo, es motivador para acercarse al tema de las cooperativas de mujeres y experiencias afines. Gracias.
Que buena historia!!!Aquí en la UCI existe un grupo de muchachas programadoras porque ciertamente el mundo de la informática y la ingenieria es muy machista. Les haré llegar a mis amigas esta entrevista. Recien descubrí el sitio porque estoy haciendo un trabajo sobre mujeres en la ciencia y la técnica.
Saludos
Yamila