Creatividad y reciclaje parecen ser las palabras de orden en Vintage Bazar, un breve espacio abierto a la imaginación y al mercado de las luminarias en la capital cubana, en medio del reciente panorama de la iniciativa privada que crece en la isla caribeña. Su creadora es Gretel Serrano Abascal, una joven actriz que hace unos años permutó la escena teatral por la terraza de céntrico apartamento, donde hizo germinar su proyecto: una tienda de lámparas que se distingue por la exclusividad.
Allí las piezas son únicas: nacen de la transformación de cualquier objeto cotidiano, del encargo de algún cliente o de la imaginación del equipo creativo que da vida a las lámparas e intenta complacer cada pedido desde que Vintage Bazar abrió sus puertas, en febrero de 2015, en la céntrica avenida 23, entre 8 y 10, en el Vedado.
«Pensé en una tienda porque era algo que, dentro del marco legal, se podía hacer», cuenta Gretel mientras recuerda los inicios que la llevaron a buscar y reformar, con los recursos del patrimonio familiar, un local donde ubicar la venta.
El proyecto había surgido en comunión con un amigo que se dedica a hacer lámparas; pero él, finalmente, no pudo quedarse. Entonces muchas de las ideas de Gretel empezaron a crecer.
«Yo pensaba dedicarme a las relaciones públicas, me veía cotizando y vendiendo, no tanto como creadora. Pero siempre tuve un gran fanatismo por la luz y ahí empecé a crear mis propios diseños».
No niega que algunas veces dudó o la invadió el temor a fracasar. Era la primera vez que asumía un proyecto de este tipo, completamente nuevo para ella, lo que significaba también lanzarse a lo desconocido arriesgando las finanzas de la familia.
Dos años y medio después, no se arrepiente de nada. Vintage Bazar ha significado para ella trabajo, triunfo laboral y profesional, pero también una enorme satisfacción personal y familiar.
«Con esta tienda he logrado mi independencia, completamente. Ya no extraño el teatro, siento que hago arte desde otro lugar. No me creo una persona de éxito, plenamente realizada, pero sí me siento muy feliz con lo que hago», asegura la joven emprendedora.
«Los tres primeros meses suelen ser muy buenos, pero luego empiezas a saber de verdad si tu producto interesa, si es bueno o no, y tienes que trabajar para afianzarte en el mercado», dice cuando examina el camino recorrido.
Estilos clásicos y modernos se mezclan en el catálogo de ventas de Vintage Bazar, donde tres vendedoras atienden al público y un equipo de dos mujeres y dos hombres asumen la producción desde taller.
Muy pocas veces hacen producciones seriadas, aunque las asumen si es necesario. En sus creaciones hay mucho de reciclado y reconversión de piezas únicas. La creatividad y el reciclaje llevan a la obtención de productos exclusivos y a ofertas fuera de lo común, diseñadas muchas veces a partir de objetos que recopilan o que alguien les regala.
Una vieja cafetera y una antigua máquina de moler pueden transformarse, con mucha imaginación y habilidad, en bases de novedosas lámparas de mesa. O un fuerte tronco de madera logra recuperarse como soporte de rústicas y modernas luminarias.
«Hay objetos y piezas que pueden estar guardadas por mucho tiempo en el taller, hasta que alguien propone una idea, otros la complementan y todos vamos agregando sugerencias para llegar al producto final. Así surge cada lámpara. Luego también viene alguien y pide que le hagamos una de algún objeto que nos trae», explica Gretel.
Con los triunfos conviven las dificultades, que han aprendido a sortear, como la falta de un mercado de insumos que les permita asumir cada producción. Pero, al final de la jornada, Gretel considera que es una persona agradecida de la vida. «Cada cosa la conocí en el momento adecuado y de todo he ido aprendiendo».
Poco a poco la vida le ha puesto en el camino personas o viajes que le han permitido hacerse de instrumentos, herramientas y materiales que, cuando empezaron, ni idea tenían de poder adquirir.
«Se pasa trabajo, hemos inventado mucho y al principio tuvimos que usar hasta soques y cables reciclados. Hoy tenemos esos materiales y, ciertamente, nos ha costado lograrlo. Son cosas que siguen faltando en el mercado cubano. Ahora trato de importarlas hasta donde se puede y está establecido. Pero sigue siendo una limitante porque son insumos que, al no tenerlos a mano, encarecen el producto final, y lo que yo quiero verdaderamente es que todo el mundo pueda comparar mis lámparas».
Al aprendizaje diario del oficio, se han ido sumando experiencias valiosas en ferias y encuentros, los conocimientos adquiridos en el curso «Cuba emprende» y la posibilidad de brindar servicios asociados, como la restauración de lámparas, pantallas e instalaciones eléctricas.
«Lo más reconfortante es cuando el público celebra lo que hacemos. A veces no pueden comprar, pero entran, disfrutan y solo con apreciarlo ya es importante para nosotros. En ocasiones traen algo para regalar, alguna pieza que no usan y saben que podemos necesitar o reciclar. Otras veces nos piden transformar o inventar una lámpara con lo que tienen. Eso es estimulante, que guste lo que hacemos.
«Vintage Bazar no me ha dado mucho tiempo, pero sí satisfacciones para mí, para mi pareja, mi niño, mi familia. Siempre es gratificante el reconocimiento social y del entorno», confirma Gretel, agradecida.
Sus ideas con este proyecto no se detienen. Quiere crecer, disponer de un taller más amplio, hacer trabajo comunitario, impartir talleres para niñas, niños y personas interesadas en crear una lámpara con cualquier objeto. También sueña con incursionar más en el diseño de interiores, sobre todo si ese trabajo incluye, como elemento vital, la iluminación.