Historias de permacultoras

Por Dayneris Mesa Padrón

Tres mujeres cubanas, de distintas edades, orientaciones vocacionales y gustos personales, coinciden en una manera de llevar la vida. Ven en la permacultura y las bases de la agroecología el saneamiento de un planeta Tierra sobreexplotado. También perciben en estas fórmulas la integración y la mejoría hacia las familias y las sociedades.

María, Ismar y Leidy constituyen el eslabón de una cadena completa que circula en torno a sus fincas, poblados y comunidades. Cada una, desde su visión y experiencia particular, comparte con SEMlac y su grupo de lectores por qué enrumbar el camino hacia una modalidad de producción y consumos sostenibles y cómo la presencia de las mujeres y del resto de la familia refuerza los conceptos de la ética de la permacultura.María Caridad Cruz trabaja en la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre, como coordinadora del programa Localidades Sustentables.

Además de mi labor en el programa, soy permacultora desde hace muchos años.

Al principio, en este movimiento predominaban los hombres. Tuvimos una etapa en que solo ellos venían a capacitarse, porque «supuestamente» las mujeres no tenían tiempo. Entonces empezamos a trabajar con los hombres en uno de los principios éticos de la permacultura, que es cuidar a las personas, y sobre una de sus líneas de diseño, que radica en buscar la cooperación y no la competencia.

La idea era que implicaran a sus compañeras, asumiendo ellos responsabilidades que no tenían hasta ese momento. Fuimos creciendo y creo que hemos llegado a tener más del cincuenta por ciento de mujeres, aunque no valoramos el crecimiento desde las cifras.

No obstante la incorporación femenina, apreciamos como eje fundamental la implicación de la familia. Vives en un lugar donde está tu patio, tu techo, todo lo que precisas, el diseño no puede recaer o llevarlo una solo persona, sino que tienen que convivir los intereses de las mujeres, los hombres, los niños…

Antes los hombres decían que había que tener un espacio para que las mujeres tendieran la ropa, ya ninguno lo manifiesta así, sino que piensan en un espacio para tender la ropa, sin etiquetar esta responsabilidad. Esto da cuenta de un cambio de patrones y estereotipos.

La permacultura es una filosofía de vida diferente, que tiene que ver con la ética humana. También es un sistema de diseño para establecer asentamientos humanos sustentables, que puede ser una finca, un poblado, una ciudad.

La escogimos como herramienta porque nos demostró que, aplicándola desde el quehacer, es factible para la sustentabilidad y la sostenibilidad. Necesita políticas públicas en su favor, pero también responsabilidad individual, colectiva y hacer que donde vivimos sea un buen lugar para eso, vivir.

Ismar Garcés Palmero, permacultora de Sancti Spíritus

Pertenecemos al movimiento de agricultura urbana del municipio cabecera desde 1994 y en 2000 conocimos la permacultura y empezamos a aplicar sus principios para obtener más producciones, con mucha más diversidad, y brindar alimentos sanos a la población.

Conocer de permacultura fue muy importante para mi familia, porque nos dimos cuenta de lo importante que es para llevar a cabo este sistema. A la vez, une más a sus miembros, los ayuda a respetarse, quererse y mirarse de otra forma.

A pesar de que nuestras hijas son mujeres con sus propias carreras, participan en todas las actividades de nuestro sistema productivo.

El mayor logro que me ha traído esta manera de vivir ha sido tener la familia que tengo y que hemos logrado mi esposo y yo con la educación que les brindamos. Tenemos un estilo de vida natural, propio, equilibrado, donde se comparten los saberes, las inquietudes, el trabajo y sus frutos.

Leidy Casimiro Rodríguez, finca de El medio, Sancti Spíritus. Licenciada en Economía y Doctora en Agroecología.

Mi familia y yo vivíamos en el pueblo. A raíz de la crisis del periodo especial, retornamos a una finca que era de mi bisabuelo. Estaba muy degradada, no producía y por eso no era atractiva para casi nadie. Mi padre vio en ella una oportunidad para incorporarnos a una agricultura de nuevo tipo, pues aunque desde pequeños veníamos arraigados a la vida en el campo, por mis abuelos, nunca lo vivimos de una forma tan directa.

Lo primero que sucedió fue encontrarnos ante un panorama extremo de degradación de suelo, sin recursos, en un momento en que las condiciones en el país eran difíciles para todo el mundo. Partimos de la agricultura convencional que estábamos heredando y enseguida iniciamos otras prácticas más conservadoras del medio ambiente y saludables para nosotros.

Mi papá, que es un innovador, propuso soluciones a cada problemática que enfrentábamos, incluso variantes tecnológicas para economizar tiempo y esfuerzo.

La permacultura es para nosotros el modo que nos permite tener un espacio para que la finca florezca cada día, pero también que la familia pueda recrearse y compartir. Una de las problemáticas que existe en los campos cubanos es que no hay mano de obra, pero como familia hemos creado mecanismos para que cada miembro participe en todos los procesos. Mi hermana, por ejemplo, que es una joven artista de 23 años, cada día se levanta y ordeña las vacas. Ha construido herramientas para el trabajo. Hay que romper los constructos de la que la mujer de campo es tosca, diferente.

Al mismo tiempo que hacemos y defendemos estos temas, los promocionamos entre otras personas, no solo por la importancia para el medio ambiente, sino desde la ética humanista. Esto hace que nos consideremos una finca familiar resiliente. Nuestra experiencia ha servido para motivar a familias campesinas cubanas y de otros lugares del mundo.

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