El entusiasmo de Gisela Vilaboy por el trabajo comunitario no la dejó conformarse con emprender un exitoso negocio de artesanía junto a su esposo, hace cinco años.
«Bambú Centro», el taller que comparte el matrimonio en el barrio Los Sitios, uno de los más pobres y céntricos de La Habana, se ha convertido en espacio para atender conflictos sociales mediante el arte.
Al dorso de la entrada del Barrio Chino habanero se localiza la sede del emprendimiento que la artista independiente aspira a oficializar muy pronto como cooperativa del Ministerio de Industrias, apoyada en las nuevas regulaciones que operan en el país para ampliar esta forma de gestión laboral desde 2013.
Las habilidades manuales que se transmitieron generacionalmente en su familia de padre carpintero ebanista y madre costurera y artesana de papier maché han sido sustento de la mujer de 44 años, graduada de Artes Plásticas y Restauración en el curso para trabajadores de la Universidad de las Artes de Cuba.
Gisela y su esposo Carlos Martínez confeccionan muebles y objetos decorativos de bambú junto a cuatro ayudantes de la localidad, en su mayoría jóvenes que se encontraban sin trabajo o provienen de familias de bajos ingresos.
La caña del bambú es la fuente de sustento de todo este grupo que hoy vende productos en las ferias más importantes del país, como HABANARTE, Fiart, Arte para mamá, Arte en la Rampa, la Feria del Libro y espacios de venta fijos en Varadero, Matanzas y Pinar del Río.
«Desde niña me gustó la artesanía y quería ser artista. Cuando entré a la universidad, llevaba años ejerciendo empíricamente, después de recibir varios cursos de restauración», relata a SEMlac la creadora.
Por mucho tiempo, Vilaboy trabajó de restauradora en el Museo de Regla, el Archivo Nacional y como especialista de conservación y restauración del Ministerio de Cultura, sin dejar de pintar por su cuenta cuadros que vendía en las ferias de artesanos de La Habana.
Pero el salario estatal no le resultaba suficiente para cubrir sus gastos y los de su hija pequeña, por lo que decidió dedicar todo su tiempo al arte independiente, aprovechando su membresía en el Fondo Cubano de Bienes Culturales.
«Sabía que podía ser un riesgo perder la estabilidad de un trabajo fijo. Sin embargo, sentí que solo de ese modo me alcanzaría el tiempo para trabajar con la comunidad y dar clases, uno de mis sueños», confiesa.
Dos años después, Carlos, quien llevaba un camino recorrido en la elaboración de muebles de bambú por cuenta propia, le propuso crear «Bambú Centro», con el apoyo del gobierno municipal de Centro Habana, que les facilitó un local público para radicarse como proyecto de desarrollo local.
Las paredes vetustas y humedecidas del antiguo almacén se fueron transformando con los murales, fotografías y adornos artesanales que le colocaron, tanto en la zona de producción como en el recibidor donde exponen los muebles y la pequeña galería con los objetos decorativos.
Por su formación de ingeniero mecánico, Carlos trabaja sobre todo las estructuras de los muebles y su confección, mientras Gisela lleva la línea de decoración de interiores con bambú y la realización de búcaros, centros de mesa, portavelas y otras artesanías utilitarias.
El bambú es una gramínea de cáscara dura que debe depurarse mucho para lograr el resultado final. No es común encontrar mujeres que lo trabajen, pues debido a su peso y la dureza de sus tallas su conocimiento se transmitió históricamente entre grupos masculinos.
Aunque era una actividad artesanal nueva, Gisela se dedicó a estudiar su tradición, cultivada sobre todo en países asiáticos.
«Es un arte que se comporta un tanto sectario porque exige trabajo físico fuerte. Hay que cortarlo a su tiempo, curarlo, escudarlo, quitarle las cáscaras, lijarlo, curarle las plagas, y todo eso tiene su técnica», refiere.
«Las mujeres estamos en capacidad de asumir un embarazo, un parto, educar un ser humano y ese es el mayor emprendimiento sobre la tierra, así que podemos hacer cualquier cosa», defiende.
Para cumplir con una demanda en aumento, se abastecen de la finca de un campesino con el que ya tienen contrato para comprar todo el bambú que produce, porque les gusta monitorear el corte ellos mismos, como garantía de calidad.
La artesanía es, a su juicio, un modo de vida encantador. «Me interesa el reconocimiento social como artista, sin creerme que soy el ombligo del mundo. Pero lo mismo que cuando me compran, me gusta que alguien celebre nuestro trabajo expuesto desde una vitrina», aduce.
Proyecto comunitario
Vilaboy proyecta el taller como una miniacademia en la que pueda transmitir lo que conoce a los muchachos con los que labora.
Tienen además espacios semanales de instrucción para una decena de niños y niñas de la comunidad entre los seis y 11 años, a quienes enseñan dibujo y manualidades de forma gratuita.
«Quiero ser profesora no solo del bambú, sino de todo lo que les pueda ser útil para la vida, porque al ser un barrio con muchos problemas sociales, algunos provienen de familias disfuncionales o viven en albergues con dificultades», argumenta.
Cuando aparece el pretexto, organizan en el taller fiestas de fin de verano, por el día de los enamorados, el día de la Mujer y desde hace un par de meses comenzaron la peña «Bambú-temba», para compartir el talento artístico de personas de edad mediana de la localidad.
«Mientras más crezcamos como negocio, más podremos hacer cosas por la comunidad, pero a veces nos es complicado decidir en qué invertir», asegura Gisela.
Unida a un grupo de mujeres emprendedoras, capacitadas por proyectos de cooperación internacional financiados por OXFAM y la organización no gubernamental española ACSUR Las Segovias, Vilaboy ha ido aprendiendo sobre organización empresarial y planeación de negocios.
«Comenzamos solos este proyecto, pero hemos ido incorporando personas de las que nos sentimos responsables. Cometimos errores estratégicos al inicio, pero ya aprendimos y nos matriculamos en cuanto curso aparece sobre economía, cooperativismo y economía solidaria», sostiene.
Entre sus proyectos, la emprendedora quiere ampliar las plazas de venta e incrementar producciones, e incluso llegar a exportar a países cercanos, si continúan flexibilizándose las normas para el trabajo independiente en el país.
«Si puedes hacer un negocio que permita a las familias comer lo mejor que puedan, es bueno para todos», mantiene.
Incansable y vertiginosa, Vilaboy entorna los ojos sobre los espejuelos y sonríe cuando habla de su hija de 10 años, también interesada por la artesanía.
«Quiero que vea a su madre trabajando por un mundo mejor, para que las mujeres tengan más oportunidades, porque somos una sociedad machista que aún mira mucho a los prejuicios que subvaloran nuestra capacidad», opina.
Buen trabajo, me gustó Helen, y Gisela se lo merece, abrazos