Gisela Blanco: «Dirigir una minindustria me hizo mujer orquesta»

La curiosidad por transformar elementos con la mezcla de sustancias fue el motivo por el cual Gisela Blanco Ramírez se hizo ingeniera química, hace 22 años, en su natal provincia Holguín, a 735 km de La Habana.

De esa vocación por la alquimia sacó las ideas para encauzar la minindustria de conservas de alimentos «Sí se puede», ubicada en el municipio habanero de Centro Habana, que en ocho años pasó de ser un local ruinoso con producciones deficientes a la rentabilidad y crecimiento actuales.

«Lo que más me gusta hacer en la vida es elaborar productos de buena calidad, competitivos. Me la paso experimentando», revela a SEMlac la también dueña de «Vinos JP», una tienda vinatera que fundó en septiembre de 2014.

Antes de comenzar a dirigir esta cooperativa, Blanco fue profesora de bioquímica en la Universidad de Holguín, donde alcanzó el grado de máster. Pero la economía apremiaba y en 2002 debió dejar la cátedra para emplearse en una agencia de Seguridad y Protección en su provincia.

«Cuando me mudé a La Habana, en 2006, me ofrecieron dirigir la minindustria, que estaba casi en cero, y hoy es una de las más exitosas de la provincia», reconoce a SEMlac esta mujer de 47 años.

Al ocupar ese cargo, ya contaba con capacitaciones en negocios, ética profesional, motivación laboral, protocolo, entre otros, a las que fue sumando temas de higiene, nutrición y normas técnicas.

 

La pasta de ajo es uno de los productos más demandados.Cooperativa en crecimiento

 

«Sí se puede» es de las pocas minindustrias procesadoras de alimentos existentes en la capital cubana y funciona desde 2009, como parte de la Unidad Básica de Producción Cooperativa Hermanos Amejeiras.

Previamente, habían creado las cartas técnicas de cada producto, según los requisitos de higiene y epidemiología.

Cuenta con unos 14 productos, entre ellos salsa china, mojito criollo, pasta de ajo, dulces, encurtidos, vinagre, vino seco, zumos de fruta, entre otros, y para el próximo año pretende abrir nuevas ofertas, como los huevos encurtidos.

Según explica la especialista en conservas, este tipo de pequeñas fábricas con vínculo estatal buscan sustituir importaciones de alimentos y aprovechar mejor las cosechas.
«Todo lo que producimos es de forma muy sana, sin aditivos químicos, utilizando conservantes naturales como sal, vinagre, vino seco y los cambios de temperatura», sostiene Blanco.

Aunque pertenecen a una cooperativa estatal, funcionan como un centro de costo independiente, autofinanciado, que vende por cheque o en efectivo, directo a los puntos de venta.

Después que se reducen los gastos y las inversiones, las ganancias se reparten de acuerdo a la capacidad y nivel intelectual del trabajo realizado por las 12 personas contratadas, la mitad de ellas mujeres.

«Los salarios son más altos que en un lugar estatal y, por tanto, ha aumentado nuestra calidad de vida», advierte.

Hasta el momento, abarcan una red de distribución de 31 agromercados en el municipio Centro Habana, y en algunos de Habana Vieja, el Vedado, Marianao, Cerro y de la vecina provincia Artemisa, contigua a La Habana.

Procesan una tonelada de productos mensuales pero, si contaran con un local más amplio, la directiva cree que pudiera incrementarse porque es un negocio muy rentable.
En 2014, por ejemplo, se habían propuesto un plan de ventas de 100 mil pesos cubanos que ya estaba cubierto en el mes de octubre.

«Para 2015 tenemos la perspectiva de pasar a ser cooperativa independiente, lo que garantizaría mayores producciones e ingresos y salarios mucho mejores», avizora.

Las condiciones de trabajo y el local aún no son las idóneas para incrementar la calidad de las producciones.Los suministros los obtienen por convenios directos con grupos productores, pero insumos como el arroz y el azúcar deben comprarlos en las tiendas industriales, al mismo precio minorista.

«Nuestra principal barrera es que aún no contamos con una máquina para sellar, ni envases completamente inocuos», advierte la emprendedora.

Por ahora compran las botellas de cristal y recipientes plásticos a la Empresa de Recolección de Materias Primas, a donde llegan sucios y por ello deben ser sometidos a la esterilización.

Blanco certifica que, tras esos procesos, avalados por autoridades sanitarias del territorio, sus producciones quedan totalmente seguras para consumir sin peligros de contaminación.

Próximamente aspiran a obtener un local más grande, propuesto por las autoridades municipales, que les permita realizar encurtidos, pulpas de frutas, pastas de tomate y salsa vita nouva.

Recientemente, Blanco se integró al proyecto Mujeres Emprendedoras que coordina la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP), con apoyo de la organización no gubernamental española ACSUR Las Segovias, para ofrecer capacitación e insumos a pequeñas negociantes cubanas.

«Después de tantos años, aprendí a llevar el flujo de caja, administrar las inversiones y hacer un plan de negocios. Además, conocí otras mujeres emprendedoras de todo el país y nos apoyamos con ideas», relata.

 

Vinos por cuenta propia

 

3-	Blanco asesora los procesos químicos que aseguran las normas higiénicas de los productos.La experiencia acumulada en estos años de emprendimiento colectivo animó a Gisela a formar una casa de vinos en Centro Habana, donde comercializa sus propias creaciones.

«Ofertamos vinagre, vino seco, encurtidos y todo tipo de vinos, que elaboramos mi esposo y yo o compramos a otros vinateros de La Habana», declara.

El pequeño establecimiento, ubicado en la calle San Francisco, esquina a Infanta, es gestionado por una vendedora que Blanco preparó en ventas y mercadeo.

«Los vinos son muy rentables, porque solo hace falta el azúcar y las frutas, los granos o arroz, que se consiguen fácilmente. Es un proceso de fermentación sencillo, lo mismo que para obtener vinagre y vino seco. Aunque no tenemos espacio para grandes producciones, se venden bien», sustenta.

«Tenemos precios más baratos que otras tiendas similares, porque es mejor vender más aunque ganemos menos en cada botella», considera.

En el futuro, Blanco aspira a tener un gran negocio de vinos y encurtidos, que se complemente con los resultados de la minindustria. «La casa del vino es la niña de mis ojos y no la voy abandonar», defiende.

Por el momento, se trata de un negocio familiar, donde también participan su esposo e hijo, y para el cual necesitaron de una inversión inicial para reparar el local y diseñarlo al estilo de una taberna.

«Somos una familia de negocios. Mi hijo de 26 años trabaja en una carnicería particular, al lado de la vinatería, y mi esposo es también mecánico, albañil y plomero», describe.

Con toda esta vorágine de proyectos, la ingeniera química asegura sentirse plena en su espacio profesional, pero no satisfecha.

Ahora se esfuerza por registrar los productos de la marca «Sí se puede» ante el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.

«Todavía nos falta mucho para mejorar la calidad del etiquetado, el envase y los productos», confirma.

Muestra de productos de la minindustriaAdministrar un negocio, a su juicio, debe ser entendido como un arte. «Ser profesora por 20 años me dio la psicología para llegar a la gente y lograr que el colectivo haga lo que se desea», confiesa.

«Dirigir la minindustria me hizo una mujer orquesta. Soy la encargada de todo: la económica, la contadora, la que atiende los medios básicos y asesora la producción», agrega.

A su juicio, la clave está en alcanzar el respeto, sin imponerse.

Solo le pesa, como a muchas mujeres en su posición, la batalla diaria contra el tiempo, que la hace parecer poco dedicada a su familia.

El trabajo diario, a veces sin descanso, consume casi 10 horas, pero Blanco se empeña en reservar un tiempo para el disfrute personal y la convivencia con su esposo e hijo.

«Los domingos son días sagrados: para pasear, disfrutar de lo que me gusta y dedicarme a mi casa», advierte.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

15 + dieciocho =