Conquistar el espacio púbico, generar ingresos propios, acceder a recursos productivos, autoabastecerse de alimentos y desmitificar estereotipos de género son algunos de las metas conquistadas por mujeres en 12 comunidades del oriente cubano.
Beneficiadas por el proyecto Comunidades por la vida en su segunda fase, muchas de ellas convertidas hoy en emprendedoras, han cambiado su propia realidad a partir de las iniciativas locales lideradas por el Consejo de Iglesias de Cuba.
Los resultados y experiencias fueron compartidos en las voces de sus protagonistas al cierre de una etapa en que también culmina el apoyo de la ONG alemana Pan para el Mundo, que durante tres años apoyó esa experiencia.
Leonela Álvarez Área, de Manatí, al norte de la provincia Las Tunas, a más de 660 kilómetros de La Habana, asegura que hoy tiene incorporadas a una docena de mujeres al taller de manualidades de su comunidad.
Con ello no solo generó una fuente de empleo, sino también un sustento económico que les permite mayor protagonismo en el ámbito de sus familias. Los tejidos, bordados y otros productos artesanales que ellas crean, hoy se comercializan en las ferias y exposiciones comunitarias, así como en otras regiones de la provincia.
El matrimonio de Clarisbel Peña Carnet y Pedro Luis Furquet, en la barriada de Santayana, Camagüey, provincia al centro de la isla, fue contra todo estereotipo. Ella asume la cría de conejos y patos destinados a la comercialización mientras él ahora se dedica a la confección de artículos manuales y decorativos.
Deleinis Nides Sayú, de 24 años y también de Santayana, recién comienza el trabajo como productora agrícola. El terreno que se localiza al fondo de su casa se estaba perdiendo cuando decidió sembrar especies y hortalizas, algunas de las cuales ya dan sus frutos.
“Recibí talleres de capacitación para trabajar la tierra. Muchas cosas no las sabía y los conocimientos adquiridos garantizaron las condiciones básicas para comenzar a desarrollar esa actividad”, subraya la también madre de un bebé de nueve meses.
Nides Sayú se ha ganado el asombro de la gente que le ve trabajando desde muy temprano. Para ella, sin embargo, no tiene nada de raro, pues sí tiene bien claro que la tierra hay que aprovecharla. Numerosas son las aspiraciones de esta joven que sueña con tener un patio con gran variedad de cultivos. Algunas semillas todavía yacen bajo el suelo, pero no pasará mucho tiempo para que germine el fruto de su trabajo y de ese emprendimiento al que le imprime su sello.
En Santiago de Cuba, una pareja de pastores comparte las labores y compite en precios con cuentapropistas de la localidad. Justina Álvarez Camino, de Chaveco, no solo asume la responsabilidad como pastora de la Iglesia Ortodoxa, también brinda servicios de peluquería y barbería a precios más económicos, junto a su esposo Jorge Luis, lo que garantiza que siempre tengan clientes y poder adquirir los insumos para continuar.
En esta región del archipiélago, afectada en 2012 por el huracán Sandy, el proyecto Comunidades por la vida II ha contribuido a la reanimación de servicios básicos y otros asociados al cuidado y la estética, que inciden de manera positiva en la vida de las mujeres.
“Recobré mi libertad, mis derechos y la posibilidad de llevar a otras personas de mi edad el disfrute y la realización de sus sueños”, significó Viviane Díaz, de Nuevitas, Camagüey como el cambio más significativo que dejó el proyecto en su vida.
El programa liderado por el CIC en cada una de estas comunidades tuvo como uno de sus ejes transversales la política de género. Sensibilizar a hombres y mujeres sobre estos temas fue uno de los objetivos propuestos en el proyecto, que identificó, entre otras problemáticas, la poca preparación y bajos ingresos de ellas, falta de autoestima, deterioro del carácter y escaso acceso a recursos económicos.
Al cierre de esta última etapa, los resultados de mayor impacto se relacionan con el desarrollo de una economía solidaria, la autogestión y abastecimiento, así como la tenencia de un empleo e ingresos propios que permiten una mayor participación en la toma de decisiones al interior de sus hogares y en los lugares donde viven.
Otro de los saldos positivos fue el proceso de formación y capacitación que se realizó en estas comunidades, con un enfoque inclusivo. Desaprender los estereotipos y constructos de género, con más arraigo en estas regiones, es un tema que necesita continuidad por parte de cada una de las incitativas involucradas. Mientras, quedan sentadas las bases para que otras mujeres se incorporen al espacio público con viejos emprendimientos y nuevas perspectivas.