Zoila Bárbara Loynaz Álvarez se buscó la vida siempre trabajando duro, con el oficio que sostiene al mundo y que apenas nadie ve: el empleo doméstico.
Primero en diferentes centros y entidades estatales, hace ya varios años en casas particulares, ese fue el camino que le dio la independencia, el sostén de su familia y de su casa, desde que empezó limpiando vagones en la terminal de trenes de La Habana.
Entonces tenía 21 años, un matrimonio desde los 18, una niña de tres, otros por venir y había vivido una infancia y adolescencia relativamente cortas…”
Así presenta a esta mujer Emprendedoras, un libro realizado por el Servicio de Noticias de la Mujer de Latinoamérica y el Caribe (SEMlac) y el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), con apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid).
El volumen recoge las entrevistas realizadas a 33 cubanas que, con ocupaciones, vocaciones y oficios diferentes, se han abierto camino desde sus empeños personales, con un espíritu innovador.
Zoila, por ejemplo, cobra por lo que hace entre el fregadero, la lavadora, la tendera y el cubo de la limpieza, en una casa particular de la capital cubana.
Nidia se gana la vida “al timón de una pachanga”, como llama al coche tirado por caballos con el que mueve pasajeros por las calles de Las Tunas, la ciudad oriental que está a más de 660 kilómetros de La Habana y donde mismo Yackelín se impone como carpintera.
Mientras, Damaris ha ganado fama de excelente ganadera en la finca Derramadero, un caserío de Limones de Palmero que es casi un pedazo de Macondo cubano en la provincia de Ciego de Ávila, al centro del país.
Y aunque Niuska no abandona su pasión por la composición musical y la guitarra, hace años que se posicionó en el competitivo mundo de “las paladares” y es la dueña de “Decamerón”, un concurrido restaurante de La Habana, esa capital donde Mirta Inés ha hecho compatibles dos oficios, el de periodista y agricultora.
En tanto, Nelia permutó su trabajo como enfermera por el de vendedora de alimentos agrícolas en su natal Santiago de Cuba, en el oriente del país, más o menos por el mismo tiempo en que ya Hortensia había heredado y asumido la producción del tejar que fundó su esposo en El Cano, por el occidente…
Sea por su forma de encarar los desafíos de la vida, como el modo en que se acoplan a los cambios económicos, ellas ha puesto a prueba sus capacidades en el terreno favorable abierto en el país para los emprendimientos personales, sea en el trabajo por cuenta propia o ajena.
La economista Teresa Lara y la socióloga Dayma Echevarría lo precisan en el prólogo y sus comentarios para el libro. Tanto en los testimonios recogidos como en los análisis que ambas académicas insertan en sus páginas, una misma idea define el emprendimiento.
Se trata de “una capacidad de las personas para obtener beneficios individuales o colectivos de forma continua, por un período de tiempo determinado, al lograr combinar las oportunidades del contexto con las capacidades básicas de cada ser huma- no, sobre una base sostenible”, señalan las especialistas.
También hay quien lo ve como medio para obtener rentas o ingresos, a cualquier costo; y hasta quienes optan por ello, solamente, como vía de subsistencia.
“Estas percepciones no son, necesariamente, excluyentes entre sí: en algunos casos pueden complementarse”, alertan las expertas.
En esas combinaciones influyen, de un lado, las políticas y el papel protector del Estado; y del otro, las estrategias individuales y familiares que pueden generar una nueva organización de la unidad familiar, vista como unidad económica, aclaran Lara y Echevarría.
Pero, ¿ha sido fácil para ellas?, ¿cómo han llegado hasta allí?, ¿parten las mujeres de las mismas condiciones que los hombres?, ¿tienen el mismo acceso, uso y control de los recursos que necesitan para emprender, impulsar y sostener esos proyectos?…
A estas y otras preguntas responden en el libro mujeres que se desempeñan en diversos sectores de la economía, como la agricultura, la ganadería, la manufactura, la artesanía, la construcción y los servicios.
Grandes esfuerzos, superación y constancia son tres de los pilares que sostienen sus historias y emprendimientos, llenos de éxitos y también de insatisfacciones, en un camino donde, definitivamente, se han reafirmado en su autonomía y crecimiento personal.
“En no pocas ocasiones, ellas optan por realizar labores que les permitan obtener ingresos propios y, a la vez, manejar el tiempo con cierta flexibilidad para no abandonar el papel de cuidadoras”, en esa “búsqueda constante del equilibro entre el trabajo remunerado y el no remunerado en el ámbito de su hogar y su familia”, sostienen Lara y Echevarría al referirse al trabajo que ellas eligen.
Cary, la “yerbera” del Vedado que se hizo trabajadora por cuenta propia después de jubilarse, lo confirma cada día, pues siente que tiene ahora más tiempo para disfrutar de la vida familiar y su nueva ocupación.
“…Ahora me da mucho gusto hacer con mis nietos lo que no pude hacer con mis hijos”, confiesa en la entrevista para SEMlac.
Por ello los testimonios hablan también de los trabajos que no se pagan y realizan mayoritariamente las mujeres en los hogares, con el afán de reconocerlos como otra esfera crucial de la economía en interrelación con el Estado y el mercado.
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Una de las cuestiones centrales del libro gira, precisamente, en torno a debatir los nexos entre el trabajo remunerado de las mujeres y el trabajo doméstico gratuito que ellas asumen.
Otro beneficio altamente valorado por las entrevistadas es el de poder organizarse su tiempo y su trabajo.
Para Nelia Arzola, quien hace más de 15 años, en su natal Santiago de Cuba, decidió dejar atrás la enfermería para convertirse en vendedora ambulante de productos agrícolas, no se trata solo de satisfacer una necesidad económica.
Su nuevo empleo le permite ajustar la jornada a su gusto, siguiendo sus propias reglas y horarios.
“Como enfermera tenía más tiempo para descansar, pero encima de mí estaba el yugo de los jefes. Ahora, cuando no quiero vender, no vendo; cuando no quiero trabajar, no trabajo; y nadie me lo cuestiona porque mi jefa soy yo. Pago un impuesto mensual y el día que no quiera hacerlo quito la licencia y me quedo en mi casa sin que pase nada”, dice tranquila.
Los testimonios confirman que muchas han encontrado en el trabajo por cuenta propia una alternativa para obtener ingresos y, aunque no pocas lo hacen en condición de contratadas, se benefician del resultado para alcanzar autonomía económica.
La ventaja más significativa —y reconocida por ellas— es la de “ser dueña”, entendida la frase en más de un sentido: se sienten dueñas de los recursos que tienen y de los ingresos que se generan al ponerlos en explotación. También de su jornada laboral y su descanso.
“Ser dueña les genera autoconfianza, mejora su autoestima y las pone en mejores condiciones para negociar, dentro de su hogar, la distribución equitativa de los roles y tareas que traen consigo desigualdades de género”, sostienen las expertas.