Hubo quienes la creyeron loca o la escucharon con reserva, sin tomarla muy en serio. Cuando Eloísa Bocour Vigil dijo que quería aquellas tierras para sembrarlas y hacer su finca, pocas personas dieron crédito y futuro a su proyecto.
«Esto era una cantera, de donde se sacó la tierra para hacer el vial de la montaña. Era un área sellada completa de marabú, pero disponible para quien quisiera hacer algo con ella», recuerda ahora esta mujer, a las puertas de su finca «La Caléndula», en Soroa, provincia de Artemisa, colindante al oeste con la capital cubana.
Cinco años atrás, sin más experiencia que la de maestra en una escuela primaria, Bocour Vigil quiso darle un giro a su vida y puso la mirada en aquellas tierras, ubicadas en un lugar privilegiado por el clima y el paisaje: la reserva biológica de Sierra del Rosario, en el extremo occidental cubano.
Aquello era monte cerrado de marabú, en suelo muy pedregoso, y sus primeras gestiones fracasaron. «No confiaban en que una mujer podía hacer aquel trabajo», explica, pues había que limpiar la zona, llena de plantas invasoras.
Pero Eloísa siguió tocando puertas y encontró el apoyo de varias personas, algunas fundamentales, en la Estación Ecológica de la zona. Le dijeron que sí era posible: la tierra era mala, pero podía trabajarse y ponerla a producir.
«Yo vivía cerca de aquí, con mi esposo y mi familia. Quería hacer algo que uniera a la familia y fuera, a la vez, fuente de empleo. Por eso pedí esta tierra, para hacer algo productivo», relata.
Cinco años después, con el trabajo incondicional de Eloísa y su hijo, junto al apoyo de otros proyectos, «La Cálendula» es una finca de referencia en materia de plantas medicinales y ha comenzado también el desarrollo de frutales.
Ya la finca es una realidad que mucho promete y está vinculada al proyecto Conectando paisajes, financiado por el Fondo para el Medio Ambiente Global (GEF), mediante el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y con participación del Ministerio de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente, su Agencia de Medio Ambiente, el Instituto de Ecología y Sistemática y el Ministerio de Agricultura, entre otras instituciones.
«Cuando llegamos a Eloísa, ya trabajábamos con 27 familias campesinas del macizo Guaniguanico, en la Sierra del Rosario», relataba Maritza García, directora de la Agencia de Medioambiente, el pasado 15 de octubre, Día de las Mujeres Rurales, durante un acto de reconocimiento a Eloísa Bocour Vigil por sus resultados productivos.
«Ella es una mujer muy emprendedora, que asumió un trabajo al que los hombres le cogieron miedo, por ser una tierra de muchos años sin cultivos y sobre rocas», abundaba García.
Cuando Eloísa comenzó su proyecto, la idea no era atractiva para las autoridades del territorio. «Solo los científicos estábamos pensando en esos temas y le dimos el acompañamiento», precisó García.
De sus vínculos con el proyecto ha ganado aprendizajes técnicos para la conservación del suelo, el manejo integral de la finca, la diversificación de cultivos y el empleo de barreras vivas y muertas, entre otras prácticas incorporadas. También se beneficiará con medios e instrumentos.
Desde 2015, el proyecto «Conectando paisajes: Un enfoque paisajístico para conectar ecosistemas montañosos amenazados» incluye cuatro zonas montañosas del país y trabaja por conservar la diversidad biológica ante amenazas actuales y futuras, con un enfoque novedoso que integra las áreas productivas y el paisaje, explicó su directora, Lázara Sotolongo Molina.
«Buscamos aumentar la conectividad del paisaje y disminuir la segmentación provocada por prácticas productivas no apropiadas. También nos hemos propuesto que las mujeres sean beneficiaras de sus principales acciones», agregó Sotolongo Molina.
Eloísa bautizó su finca con el nombre de su principal producción, la caléndula, una planta de propiedades valiosas para el sistema circulatorio.
Pero allí siembra de todo: romerillo, estevia, flor de Jamaica, tilo, llantén, aloe vera, jengibre, pasiflora, dormidera, orégano, chaya, muralla, guacamaya, artemisa, cundiamor, romero, menta, sagú, mejorana, salvia, hinojo, moringa y un sinfín de plantas más. También cultiva más de 200 variedades de frutales y plantas ornamentales.
Ahora mismo quiere crecer. Ya solicitó otras dos hectáreas de tierra para ampliar la siembra de frutales y añora que en su comunidad haya un dispensario que aproveche al máximo sus cultivos.
Convertir aquella finca en un punto frecuentado por la comunidad y sus huéspedes es otro de sus sueños recurrentes. Como impedir que sus vecinas vendan sus casas o se muden del lugar
«Nadie mejor que nosotras, la gente de aquí, para cuidar de esta maravilla y hacerla crecer», dice al referirse a Soroa, un lugar turístico muy visitado, donde se enclavan su finca y su comunidad.
«El amor a la naturaleza lo aprendí en la escuela y de mi familia», sostiene Eloísa, mientras su labor de maestra le ha dotado de una infinita paciencia para no dejarse vencer y continuar.
Tiene días, también, en que la ronda el pesimismo. «El trabajo del campo es duro», repite consciente de que todavía le quedan proyectos por concretar. A veces le ha fallado la semilla en tiempo o el petróleo para el riego, lo que ha mermado sus siembras y rendimientos.
Pero no se arrepiente del paso que ha dado, por radical que parezca. «Me siento bien, trabajo duro, pero la naturaleza me anima», asegura esta mujer que se siente premiada con cada planta que encuentra florecida al amanecer. «Eso me alegra la vida», dice. «Me hace sentir muy bien».