Con su trabajo hacen posible la vida de sus familias y propician que otras personas, de otras familias, hagan la suya.
Las empleadas domésticas, con paga y sin ella, siguen teniendo en sus manos la llave de la conciliación familiar y laboral. Limpian, cocinan, friegan, planchan, cuidan, educan, suministran medicamentos y hacen de todo para que la vida en casa no sea un caos y transcurra lo mejor posible, en su devenir cotidiano, para muchas personas.
Sin embargo, el trabajo doméstico, incluso el remunerado, sigue siendo el menos visible y reconocido, todavía hoy, al decir de la doctora en Sociología Magela Romero Almodóvar, autora de varios estudios e indagaciones sobre ese tema y el de cuidados en Cuba.
Con su investigación «El trabajo doméstico remunerado a domicilio en Cuba. Un estudio de caso en Miramar», esta profesora de la Universidad de La Habana defendió a inicios de año su título doctoral, se adentra en una realidad poco estudiada de la actualidad cubana y rescata la historia invisible de un grupo de mujeres que, desde el anonimato, permiten la reproducción de otros grupos humanos.
Es por ello que en diálogo con SEMlac aboga por hacer más visible el valor económico de esa actividad y llama la atención sobre «un trabajo que no existe, aunque existe», asegura, justamente por lo poco que se le reconoce.
Se supone que, con los cambios económicos y las nuevas opciones de empleo, el trabajo doméstico remunerado ha crecido en los últimos años. ¿Es así?
Ha crecido muchísimo. Las estadísticas son difíciles de obtener, pero datos del Ministerio del Trabajo indican que entre septiembre de 2010 y finales de 2013 habían aumentado en más de 3.000. Si además consideramos los estudios del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, que estiman por cada trabajador no estatal registrado, tres o cuatro sin registrar, el ascenso es mucho más notable.
En el caso de las trabajadoras domésticas remuneradas, calculo siete u ocho por cada una registrada, porque es un trabajo muy invisible, que ocurre puertas adentro de una casa y en muchos casos se suele confundir con vínculos de familiaridad, es más difícil de registrar.
El trabajo doméstico había desaparecido como empleo en los setenta, aunque se mantenía mediante agencias para el servicio al personal diplomático radicado en el país, de forma legalizada, y algunas otras mujeres pasaron entonces a ejercerlo en el mercado laboral informal.
Las condiciones cambiaron, ante mayor cobertura de empleo y trabajo de mayor dignidad. El cambio más importante en los sesenta fue que las domésticas desaparecieron como grupo social. Se desarticularon y muchas se incorporaron a los programas de empleo y educación, aunque algunas continuaron estas labores.
El primer incremento, realmente, fue en la pasada década de los noventa, con la crisis económica, cuando se dio una coyuntura específica: lo servicios para garantizar una serie de tareas domésticas fueron decayendo o desapareciendo paulatinamente, dando lugar a que este fuera un nicho de trabajo en el mercado laboral, sobre todo en el ámbito de la informalidad. Eso, a la larga, invisibilizó ese trabajo, sus dinámicas. Y desconoció un ejército de mujeres que seguían dedicadas a esas labores para vivir, así como sus derechos, que tampoco se reconocían.
Esa dinámica continuó en los 2000 y luego, con la reestructuración laboral de 2010, este trabajo se convirtió en una opción de empleo con mayor visibilidad.
¿Qué ventajas y desventajas encuentran las que se dedican hoy a esa labor como opción laboral?
Podrían verse como ventajas, en el contexto cubano, que ha permitido la entrada de un número importante de mujeres al mercado laboral, con empelo que les generan ingresos, a veces hasta muy superiores a los que podrían estar devengando de acuerdo con sus niveles escolares, profesiones y oficios.
Este es un trabajo que favorece también la conciliación de muchas mujeres que no pueden trasladarse a largas distancias y consiguen este tipo de alternativas, cerca de sus casas, que les permiten alternar el trabajo con labores de cuidado de sus familias.
Ha sido también una alternativa de socialización de muchas mujeres que estaban en sus casas, asiladas del mundo. A veces se piensa que quienes entran en estos servicios se embrutecen y no tiene que ser así, necesariamente. Muchas veces, cuando el servicio lo demanda, ellas llegan a tener un nivel de especialización que solo es posible con programas de superación que ellas mismas se gestionan, en la mayoría de los casos. Aunque se trata, casi siempre, un trabajo monótono, rutinario y pesado, que no siempre estimula la creatividad.
Como desventaja, todavía falta reconocer el valor económico y social de ese trabajo, no solo por la instituciones, sino también por los decisores.
Aunque hay cambios en el marco jurídico, todavía falta reconocimiento a este tipo de empleo. Se le reconoce como opción laboral, pero la norma no se ajusta a las especificidades de ese desempeño.
Quienes asumen este trabajo viven dinámicas laborales diferentes al resto de los trabajadores, se insertan en el espacio privado de una familia a la que no se tiene acceso, donde es muy difícil la presencia de inspectores. Además, viven condiciones específicas de trabajo, que pasan por una relación de afectividad, familiaridad y confianza muy peculiares, que no se ven en otro tipo de empleo.
Ello puede beneficiarlas o no, pues a veces sobre la base de esa afectividad las sobrexplotan, pagan mal y se violan los acuerdos, tareas y horarios laborales pactados inicialmente.
Otra dificultad es que estas mujeres a veces no son tampoco conscientes del estado de vulnerabilidad en el que se encuentran. Se sienten muy empoderadas, que son sus propias dueñas, cuando en verdad están en medio de relaciones laborales de explotación, si mucho margen para reclamar.
Por otra parte, la privatización de los servicios domésticos ha abierto estas oportunidades de empleo, pero al mismo tiempo ha incrementado el costo del servicio y hace también que algunas personas no puedan pagarlo.
Esa privatización y alto costo de los programas de facilitación de tareas domésticas han hecho que, si bien estas mujeres están entrando al empleo, otras no puedan ingresar en el mercado laboral. Cuando se presenta una situación familiar, como un anciano que cuidar, por ejemplo, casi siempre son mujeres las que asumen ese cuidado si no lo pueden pagar, y tienen que dejar de trabajar porque no pueden cubrirlo con sus ingresos.
Esa es parte de la complejidad de este problema hoy, pues faltan servicios estatales con precios módicos que puedan ser de fácil acceso para la mayoría de las personas. Se trata, al final, de una política que no beneficia la conciliación y esta entra en el marco de lo privado, que no siempre se puede pagar.
Esto ocurre, además, en medio de una situación socio-demográfica compleja, en que la demanda de los servicios se incrementa y las mujeres tienen menos ventajas que los hombres para entrar o permanecer en el mercado laboral.
¿Qué determina que se formalicen o no?
En mi estudio constaté que un número considerable de estas mujeres formalizan su empelo porque los empleadores se lo piden y no porque ellas directamente lo decidan.
Otras, en cambio, han tenido a bien hacer sus licencias, por el motivo fundamental de contar con un dinero de jubilación. Pero hay muchas más informales que con licencia. Otras no se legalizan porque consideran muy inestables su trabajo y sus ingresos.
En general se mueven mucho en varios ámbitos de trabajo: el estatal, el no estatal o cuentapropismo, el informal. Es un trabajo que depende mucho de las oportunidades que se presentan y van jugando con eso también.
¿Son estables en ese trabajo?
La permanencia es variable. Algunas que hoy son cuentapropistas no se ven haciendo ese trabajo en el futuro, lo ven como temporal. Otras dicen: «ojalá se mantenga por mucho tiempo más». Depende de las condiciones, las facilidades y los ingresos que obtengan.
¿Cuáles brechas de desigualdad socioeconómicas y de género se expresan en este tipo de actividad remunerada?
Sobre todo está atravesado por brechas de desigualdad social y de género. Estamos hablando de un trabajo que se basa en una desigualdad social: quien tiene dinero para contratar la fuerza de trabajo no vive la misma situación económica, social y de todo tipo que la persona que tiene que vender su fuerza de trabajo para vivir.
Es decir, es un trabajo que se basa en una situación de desigualdad social y ello es más visible en aquellas relaciones laborales donde son mayores las diferencias entre quien emplea y es empleado. Son relaciones que pueden atravesarse también por diferencias de clase, de color de la piel, nivel escolar y otras. Ahí la tensión que genera la desigualdad se hace más aguda, porque no se trata solo de brechas derivadas de la relación laboral.
Esas trabajadoras domésticas se insertan en la vida privada de esas familias y con su trabajo reproducen la vida cotidiana de personas cuyo nivel de vida no llegarán alcanzar, aunque a veces las puedan imitar. Se generan otras contradicciones porque, por mucho que los imiten, no consiguen ese bienestar.
Las desigualdades ahí se agudizan y afectan a las trabajadoras, en este caso.
A diferencia de otros, este tipo de trabajo se ancla en una desigualdad y se sostiene en una desigualdad cada vez más evidente, cruda y que no tributan a que esta mujer que esta hoy ofertando su fuerza de trabajo como domestica puedas salir o revertir su situación, aun queriéndolo.
Las desigualdades de género se aprecian marcadamente en las convocatorias que se hacen y las oportunidades de empleo que se ofrecen. Es evidente una distribución sexual del trabajo hacia el interior de las actividades. Las mujeres limpian, lavan, planchan; los hombres son jardineros, custodios, choferes, administradores, mensajeros. Ellos están en actividades de mayor contacto público y control de recursos.
Las domésticas asumen las labores de casa, puertas adentro, y tienen otros espacios de poder por el contacto más directo con sus empleadores, con su vida íntimas y mantienen muchas veces una relación de afectividad que puede generarles ventaja, porque generalmente se convierten en personas de confianza.
En las actividades, remuneración y horarios de trabajo también se manifiestan brechas de género. Las mujeres asumen en general jornadas hasta las cuatro o cinco de la tarde; los hombres, partir de esa hora. Por tanto, cuando una labor requiere más horas de trabajo, no es para ellas. Incluso si hay recepciones, que se pagan extra, las mujeres están limitadas de trabajar en ellas.
¿Qué rasgos distinguen a estas trabajadoras domésticas remuneradas?
Una de las características que tipifican el contexto cubano es que las relaciones que se establecen entre empleados y empleadores tienden a la familiaridad.
El grupo es muy heterogéneo, pero es algo sui generis para Cuba la presencia de universitarias y ello supone relaciones laborales específicas: se dan relaciones de explotación, pero se soportan menos; un episodio de discriminación o de violencia se tolera menos y llaman a contar más rápido al empleador. También tienen más posibilidades de negociar condiciones de trabajo.
No hay mucha presencia de mujeres jóvenes, las más jóvenes tienen más de 25 años, y como norma no pernoctan en las casas; es decir, muy pocas son adolescentes ni lo que se conoce como «domésticas puertas adentro», excepto algunas provenientes de provincias, a quienes les conviene albergarse en las viviendas.
Ganan altos salarios respecto a salario medio del país y sus condiciones de trabajo son muy variables, dependen del empleador. Entre las que entrevisté, muy pocas que negocian esas condiciones como punto de partida. Suelen acatar las condiciones que les explican en la entrevista de trabajo, pues están en situación de vulnerabilidad, requieren o necesitan ese trabajo. La mayoría depende de lo que el empleador le ofrece: si este desea, quiere y pretende que ella trabaje con dignidad, así ocurre. Pero si no se ocupa, ellas tienen que asegurarse sus instrumentos y medios de trabajo. A las que prestan servicios mediante agencias empleadoras (Palco y Cimex), sí se los garantizan.
¿Qué desafíos supone esta actividad a la política de empleo en el país?
Debe perfeccionarse el marco jurídico que, en esencia, no las reconoce. Como cuentapropistas, se benefician de todas las ventajas que depara la licencia laboral, como la seguridad social o las vacaciones. Pero otras peculiaridades de este trabajo escapan al marco jurídico actual, como antes señalé, en cuanto a la fiscalización del proceso o el conocimiento real de dónde realizan su trabajo, pues los datos de la licencia solo incluyen su localización personal, no la de sus lugares de empleo. Aunque es complicado, es necesario poder inspeccionar esas condiciones de trabajo.
Aunque son difíciles de recopilar, se necesita de estadísticas. Debiera contarse con instrumentos para verificar las que están inscritas y calcular las que se mantienen e ingresan en el mercado laboral informal.
Es importante crear una estrategia para hacer más visible el valor económico de esta actividad, más en el contexto actual, en que tanto se necesita de ese trabajo.
También hace falta sensibilizar a los decisores. Este es un trabajo que no existe, aunque existe. Si no se reconoce, no se puede influir sobre ello. La visibilidad de este tema debe trasladarse del espacio privado al público y de ahí al de la política, en busca de la conciliación, sobre la base de condiciones de trabajo dignas. Tampoco es un tema muy investigado y se necesita profundizar en ello, pues se trata de la realidad de muchas mujeres.