Cooperativas en acción contra violencias machistas

“Violencia no rima con amor”, reza uno de los mensajes de las pegatinas naranjas que mostrarán en sus ropas o pegarán en las bolsas que entreguen a su clientela en la cooperativa Dajo, que brinda servicios de lavandería, planchado, confecciones y manualidades, en la capital cubana.

“Sin violencia, el amor crece”, puede leerse en los sellos metálicos que mostrará en su uniforme el personal de cara al público en el restaurante-cafetería Potin, en el Vedado, también en La Habana.

Durante una jornada conjunta de trabajo, integrantes de ambas cooperativas intercambiaron sobre sus experiencias. A la izqueirda, Maura Febles, de Galfisa, junt a Tania Cano Méndez, presidenta de la cooperativa Potin. Foto SEMlac Cuba

Son apenas dos de las iniciativas que esos colectivos han ideado y ponen en práctica como parte del deseo y la decisión de convertirse en cooperativas por la No Violencia, tras varios meses y talleres de trabajo colectivo para conocer más del problema, cuestionarse sus propias creencias e intentar un camino en  el afán de prevenir las violencias machistas.

“Cuantas más personas reconozcan nuestra cooperativa como espacio libre de violencia o de lucha contra la violencia, más preguntarán, se acercarán y recibirán información y apoyo”, estima Tania Romay Delgado, un de las socias de la cooperativa Dajo. “Si quieren saber y vienen  a preguntar, es ya nuestro primer escalón de éxito”, asegura.

En condiciones difíciles, en medio de los meses más cruentos de pandemia en 2021, ambas cooperativas alternaron rutinas laborales y espacios de intercambio con el acompañamiento del Grupo América Latina, Filosofía Social y Axiología (Galfisa), del Instituto de Filosofía, y Oxfam.

“Tuvimos menos encuentros presenciales de intercambio que los deseados y tuvimos que migrar a la interacción por grupos de WhatsApp, una variante a la que podemos seguirle sacando provecho. Tejer relaciones de convivencia al interior de la cooperativa ha sido otro reto grande y un resultado que tampoco es menor”, asegura Maura Febles, de Galfisa.

Junto al mejoramiento de algunas condiciones de trabajo e higiene con insumos y equipos, el plato fuerte y renovador de la experiencia ha sido aprender a identificar y transformar los imaginarios que sostienen a las violencias. Un proceso permanente, aún no concluido, porque no se suplantan fácilmente esas ideas ni se borran las desigualdades de un día para otro.

Intentar ese tipo de acciones en los espacios laborales es un desafío, pero también una necesidad, a juicio de Mirell Pérez, también joven investigadora de Galfisa.

“Esencialmente, el proceso trascurre desde aprender a identificar las violencias hasta desmontar imaginarios y percepciones con las que conviven no solo en el entorno laboral, sino también en su vida cotidiana. Reconocer que naturalizamos esas violencias es esencial para la transformación”, aseguró a SEMlac.

En la cooperativa Potin han diseñado un suelto de informración de servicos que, al dorso, inserta mensajes útiles de cara a las violencias machistas.

Trabajar con este tipo de cooperativas fue intencional. “Son espacios que tienen contacto directo con públicos y, de forma consciente y responsable, pueden convertirse en replicadoras de mensajes contra la violencia de género, identificarse como cooperativas que contribuyen a su prevención, donde las mujeres en situación de violencia pueden encontrar información sobre lugares a los que pueden acudir para recibir ayuda”, agregó.

Integrantes de ambos colectivos confirman esa percepción. “Estamos logrando comunicar y llevar un poquito de lo que hemos ido aprendiendo a más personas. Por tanto, tenemos grandes probabilidades de que la campaña se multiplique”, explica Romay Delgado.

Para Adrián  González, dependiente de Potin, ha sido una gran motivación para un colectivo integrado, sobre todo, por jóvenes. “Lo que hemos aprendido nos ha llevado a querer buscar más información y conocer más”, explica.

También a cuestionarse si lo que hacían hasta ahora estaba bien o mal. “¿Cómo estoy tratando a mi novia?, ¿estaré respetando sus espacios?, ¿es violencia y control lo que hacemos y creemos que es amor? Son preguntas que nos ayudan a pensar si estamos siendo parte del maltrato”, añade.

Además de identificar las diversas formas en que se expresan las violencias, conocieron también de los lugares a dónde acudir en busca de ayuda. “Así podremos apoyar u orientar a quienes se encuentren en esa situación, facilitarles ayuda y hacerles saber que no están solas”, apunta el joven de 28 años.

Integrantes de ambos colectivos intercambiaron vivencias en un taller final de la experiencia, que les valió para resumir lo que han hecho, confrontar ideas y apostar por futuras acciones conjuntas.

Si las iniciativas avanzaron en esos deseos, pese a los contratiempos de la pandemia, fue por la necesidad reconocida de hablar de esos temas,  y ello ayudó a que se apropiaran de los conocimientos, construidos colectivamente a partir de dinámicas compartidas, reconocieron en un taller conjunto de trabajo.

“La violencia hacia las mujeres existe, aunque se naturaliza y no se reconoce. Hacer una alto en el trabajo y sentarnos  a hablar de esto por primera vez, nos ayuda a cambiar muchas cosas que teníamos como obvias y empezamos a verlas de otra manera”, sostiene Inmaculada Ayarza, al referirse a sus experiencias en Dajo.

Cree que, además, el valor solidaridad ha permitido que muchos de los aprendizajes lleguen más allá. Por eso una parte de los recursos los hicieron llegar a Matanzas, provincia a poco más de 100 kilómetros de La Habana, en los días en que allí hacía estragos la covid-19.

Con sentido crítico, creen que algunas cosas pudieron hacerse mejor, como haber tenido más encuentros y asesorías en materia de género, algo que en parte la pandemia impidió; haber desarrollado aún más la estrategia de comunicación de cada cooperativa; crear más productos y validarlos con los públicos; promover equipos de trabajo y mayor intercambio.

Como saldo positivo quedan una mayor conciencia de las violencias de género y la necesidad de erradicarlas. También propuestas para ir concretando en el camino: un trago que pueda pedirse en el bar del Potin cuando se quiera pedir ayuda por violencia, un menú que incorpore términos y motivos sobre el tema; un cuño con mensajes de prevención en las cuentas de clientes, carteles a la vista con los lugares a donde acudir por ayuda y el recordatorio de la Línea 103 contra la violencia.

A partir de las propuestas realizadas en talleres creativos de las dos cooperativas, sus socios y socias constuyeron sus propios mensajes de cara a los públicos.

En Dajo están organizado “un día naranja” donde el logo institucional acogerá ese color, presente también en pequeños lazos que llevarán en la ropa. Idearon también “la pisada naranja”, un camino de pasos que guiará desde la puerta de entrada hasta un espacio de apoyo e información.

Otras ideas en camino son las de acompañar los servicios con tarjetas de presentación que contengan la información general de la cooperativa y un mensaje de apoyo e inspiración. Emplear también para ello las etiquetas de los precios, donde podrá incluirse  información útil sobre a dónde acudir o teléfonos de ayuda.

“La sostenibilidad de prácticas como estas depende del compromiso de las personas y experiencias involucradas”, apunta Mirell y reconoce que identificarse como espacios de prevención de las violencias es asumir el reto de más trabajo.

“Pero también pasa por entender que es una ganancia en doble sentido: la responsabilidad social y el reconocimiento de la comunidad. Es, además, la posibilidad de formar parte de espacios de formación y capacitación en temas de género, conocer las vías y mecanismos para proteger a mujeres en situación de violencia, para luego asumir la responsabilidad comunitaria de llegar a más personas”, concluye. 

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