María de la Caridad Jorge es una mujer fuerte, en muchos sentidos. A la vista es corpulenta, de carácter aplomado, muy firme. Pero también hay en ella una fuerza no visible: la que ha tenido desde pequeña para sobrevivir situaciones adversas, levantarse y crecer como persona.
Ella es todo un personaje en Santa Clara, ciudad a más de 270 kilómetros de la capital cubana, donde mucha gente la conoce. “Soy cubana, por sobre todas las cosas, ciento por ciento. Una mujer lesbiana, la portera taquillera de El Mejunje, donde trabajo hace 27 años. Soy activista y militante del Partido Comunista”, declara, como carta de presentación, la coordinadora de “Labrys”, la red de mujeres lesbianas de Santa Clara.
Única niña y la menor de cinco hermanos, María supo que era lesbiana desde los siete años de edad. “Desde mi niñez tenía una novia en mi fantasía: los niños se enamoran de su mamá y yo me enamoré de la mía”, dice, sin ocultar su admiración: “¡La miraba y la hallaba tan bella!”, cierra la frase con una sonrisa en los labios y humedad en los ojos, mientras evoca la figura de su madre, una presencia muy valiosa en su vida.
“A los ocho años, mi mamá me llevó a una psicóloga muy buena, que le dijo: su hija no tiene ninguna enfermedad, no tiene nada; es normal, igual que otras”. Pero el resto del mundo no lo vio así y María sufrió por eso muchas veces.
“Cuando terminé la escuela primaria, a mi mamá la llamaron para que revisara mi expediente. Una maestra de mi cuadra le enseñó lo que la directora había escrito: que yo era una niña lesbiana —puso “tortillera”—, que jugaba con los varones y era masculina. ¡Todo eso en mi expediente escolar! Mi mamá empezó a llorar, a dar gritos y yo, sentadita en el piso, me asusté mucho y lloré también por verla así. Esa maestra borró todo y puso una opinión diferente, pero ese dolor nos lo hicieron pasar a mi mamá y a mí, que era una niña y no tenía que pagar por eso. Aunque una niña o un niño tengan otra forma de ser, diferente a la que está habituada la gente, no hay que avergonzar a su mamá, a su familia”.
En medio de tantas presiones, ocultarse fue su opción. “Era muy difícil, en aquella época, declararse homosexual. Eso era vetado, se oía el desprecio, el rechazo; no les llamaban gays ni lesbianas: “tortilleras” y “maricones”. Tuve miedo de perder a mi mamá, mi familia, mis amigas, mi entorno, mis vecinas y viví con eso adentro hasta los 19 años, cuando ya no pude más. Tuve parejas hombres, pero no sentía nada por ellos. Me casé a los 16 años para aparentar ante la sociedad y me divorcié un año después”.
María huyó de todo, de alguna forma, al matricular un curso para trabajar como textilera cooperante a Checoslovaquia, entre 1982 y 1986. Allí tuvo su primera relación con una mujer, otra alumna de Santiago de Cuba. “Fue maravilloso”, dice. “Logré lo que tanto había añorado y tuve un amor muy lindo con ella”. Los problemas, sin embargo, no terminaban. Las cubanas vivían en apartamentos compartidos y María convivía con otras dos: una era su amiga, la entendía; pero la otra no y a María ni se le ocurría decírselo. “Si la jefa te veía mucho con mujeres, era un problema. Le dijo a mi compañera de cuarto que teníamos que separar las camas, porque dos mujeres no podían dormir juntas. Y resulta que dormíamos juntas porque mi amiga tenía mucho miedo a todo. Yo había sufrido situaciones duras en la vida, era un poco más fuerte y rebelde; aun teniendo miedo, me enfrentaba a cualquier problema.
“Me preguntaron por qué no estaba con un hombre y tuve que hacerlo obligada para que no me mandaran a Cuba. Yo quería estar allí, me sentía libre, estaba fuera de mi familia y podía hacer lo que sentía. Tuve relaciones con mujeres checas, eslovacas, húngaras, alemanas. Allá era diferente en aquella época, no como aquí, donde te cuestionaban si te veían mucho con una amiguita”. Al regreso de Checoslovaquia, María decidió no vivir más en la mentira. “Senté a mi mamá y se lo dije. Ese día lloramos mucho las dos. Fue muy fuerte, pero lindo; ella me entendió. Le dije que podía irme de la casa si ella quería y, todo lo contrario, me pidió quedarme para protegerme y que no cayera presa. En aquel momento sí se llevaban presa a la gente por ser lesbiana: les habrían las habitaciones en los hoteles y las metían cuatro años presas por peligrosidad. No sé cuántas veces, estando en el parque, me recogieron con los gays y las lesbianas. Nos tenían encerrados durante horas en un camión y nos soltaban por la circunvalación. Teníamos que regresar a pie, pero nosotros de aquello hacíamos una fiesta, nos reíamos, gozábamos, jugábamos, en fin…”
Aquella primera historia de amor de María no sobrevivió mucho tiempo. Aunque quisieron reanudarla en Cuba y lo intentaron, una parte de la familia de su novia se opuso fuertemente, la otra no. “La madre me atendió muy bien, su papá y su hermanito también, pero la abuela no. Mi pareja sufrió, quería irse conmigo, pero preferí evitarle un problema con su familia, que con tanto amor me recibió. Su hermano era gay, me lo confesó estando yo de visita en Santiago, e hicimos una empatía muy linda”, relata.
En la propia familia de María las fuerzas estaban divididas. “Mi papá no me quería ni ver, dijo que tenía que irme de la casa; pero mi mamá no lo permitió, ella siempre me amparó. Mis hermanos no se atrevieron a decirme nada, pero había desprecio; no me rechazaban totalmente, pero era mal vista, estaba marcada por todo lo que hacía, aunque fuera lo más pequeño. Cuando se nace lesbiana o gay, quien primero te marca es tu propia familia, no la gente de la calle. Si en tu casa te sientes amparado, no importa la calle. La familia es fundamental; por eso siempre digo: cuiden la infancia, es lo más importante para un ser humano. De tu infancia depende lo que serás de mayor”.
Violencias múltiples
Además de vivir la lesbofobia como discriminación específica, María ha lidiado con otras expresiones de la violencia machista. De pequeña, la situación en su casa tampoco era fácil. “Fui una niña violada muchas veces. Éramos muy pobres: mi mamá lavaba para la calle, mi papá ganaba 111 pesos para mantenernos y yo, con 9 años, iba al campo a buscar leche para ayudar. Los hombres se aprovechaban, me tocaban y me hacían cosas feas. Nunca lo dije por miedo, por seguir ayudando, porque había mucha necesidad. Dependía de mi madre, la amaba y necesitaba; fue mi amiga, madre, hermana, compañera, todo. Ella estaba enferma del corazón y yo vivía pendiente de no hacerle daño. Pensaba que, si le decía algo, la dañaría”.
El entorno familiar masculino era igualmente complejo. “A los 10 años, vi a mi papá tocando a una niña y lo boté de mi casa. Me paré delante de mi mamá y le dije: ‘si no lo botas a él, me voy yo’ y le conté lo que vi. Ella se separó, pero luego él volvió arrepentido, lloró mucho y ella me dijo: ‘es tu papá, yo no quiero otro hombre aquí’; entonces lo acepté.
“Tenía un hermano esquizofrénico y me daba golpes con toallas mojadas. Era mayor que yo y me daba en la cara, por donde me cogiera, hasta un día que no aguanté más, me reviré y le dije: ‘mátame o te mato’. Era demasiado el abuso. Hay gente que se destruye con eso, pero yo me hice más fuerte. Esperé a crecer y me defendí. Nunca más me volvió a tocar ninguno de ellos, porque vivía con cuatro hombres en mi casa; tres hermanos y mi papá.
Otro episodio difícil sobrevino cuando regresó de Checoslovaquia, empezó a trabajar en la textilera y un jefe la amenazó con sacarla de la plaza si no se acostaba con él. María se negó y dejó de ir. El director, preocupado por sus ausencias, supo lo que pasaba y salió a buscarla. “Se llamaba Angelito, no recuerdo su apellido; vino a mi casa y se lo agradezco con el alma. Me dijo: ‘usted va a trabajar de nuevo y Dios lo libre a él de volver a decirle algo; usted es mi mejor trabajadora’. Se molestó porque aquello era injusto. Pero al final no me sentí cómoda y me fui; el otro siempre trataba de marcarme con el trabajo”, recuerda.
¿Vivías ya con tu pareja, en tu casa?
Sí y nadie podía decir nada. “Esta es su casa y estás aquí, gústele a alguien o no”, decía mi mamá. Era radical en ese aspecto, muy buena madre, supo defenderme siendo una mujer que no estudió ni se preparó. La madre no se tiene que preparar, solo ser madre; dejarse llevar por el corazón y amar a sus hijos es lo importante. No tiene que ser psicóloga ni nada. Yo tenía una comunicación linda con ella.
¿Y has vivido situaciones de lesbofobia?
Muchas: pedradas en la calle, escándalos, de todo vivimos gays y lesbianas en Cuba, años atrás. Ahora caminamos por la calle y no pasa nada; quizá un comentario, una risita. Pero antes nos tiraban piedras; a mí me hincharon un tobillo con un seboruco que, de haberme dado en la cabeza, me hubiera matado. Pasaban los hombres en camiones a trabajar y gritaban, decían horrores, daba vergüenza. Era despreciable, te abochornaban en los lugares, te obligaban a entrar a un cabaret con saya, con un hombre. Tenía que disfrazarme y buscarme un gay que me acompañara. ¡Qué estupidez, hasta qué punto llegó la sociedad a hacernos daño por gusto! En todos lados hay lesbofobia, hasta en El Mejunje. Siempre hay gente que desprecia, de una manera u otra, dicen cosas, te echan para un lado porque eres mujer y mucho más a las lesbianas, porque esta es una sociedad muy patriarcal. Hasta los gays desprecian a las lesbianas, nos dicen asquerosas.
¿Cómo es tu carácter?
Muy fuerte, ese es mi problema. Digo las cosas como son y, si tengo la razón, voy hasta el fin. Soy violenta en ese aspecto, pero no le permito a un hombre que me soquetee, ni soporto abusos de ningún tipo, ya aguanté bastantes. Ahora es palo a palo, lo siento. Pero también soy amor, cariño, apegada a mi familia, a mi pareja —a quien amo—, a mis amigas, a la gente que quiero y sé que están haciendo mucho por este país y por estas cosas de nosotras.
Otra vida
Con la salida del trabajo, María volvió al banco del parque que tan bien la conocía hasta que, en 1991, el centro cultural El Mejunje le dio un nuevo giro a su existencia. Silverio[1] había logrado abrir ese local después de luchar mucho por tenerlo. “Mi amor es El Mejunje, yo renací y crecí ahí. Trabajé tres años gratis y al tercero me hicieron el contrato de trabajadora fija, cobrando. Es como una isla en este país, el lugar donde todas las personas somos iguales. Allí la gente joven besa a los gays y a las lesbianas, se ríen y juegan”.
¿La militancia del Partido la obtuviste estando en El Mejunje?
Silverio me preguntó si quería pertenecer al Partido Comunista de Cuba. “¿Estás loco?”, le dije. “Soy lesbiana, practico la religión yoruba; me gustaría, soy revolucionaria, me crié con mi mamá que también lo fue, que pasó armas para el Escambray y nunca pidió un reconocimiento por eso; amo al Che, pero no sueño con eso, es imposible”, le expliqué. Él me propuso, escribí una autobiografía donde aclaré que soy religiosa y lesbiana, que no iba a dejar de serlo por el Partido y así me aceptaron. Soy la secretaria del núcleo del Partido en El Mejunje y el Guiñol y todos mis compañeros me entienden, hablar sobre homosexualidad y lesbianismo es para ellos normal. Dicen: “hay que respetarlos y darles sus derechos”. Esos viejecitos están “escapaos”, a veces son mayores y te entienden más fácil. Son más comprensivos porque no tienen miedo, están definidos, saben que han creado cosas lindas para este país. Cuando ves a una persona con ese odio hacia los homosexuales es porque no está segura de sí, o porque no es nadie y quiere sobresalir.
¿Cuándo y cómo te vinculas al activismo?
Empecé tarde. Del Cenesex (Centro Nacional de Educación Sexual) vino una compañera y habló conmigo para crear una red de mujeres lesbianas, pero no lo tomé muy en serio, no me interesé. Después, a los muchos años, apareció una muchacha en mi casa, era softbolista y la estaban echando a un lado por lesbiana. Le indicaron que fuera al Cenesex y regresó también con la idea de la red. Le dije: “busca a las muchachas y yo monto la red”. Así surgió “Labrys”, hace cinco años. Le fuimos dando forma, hicimos un logotipo, buscamos el nombre adecuado y aquí estamos trabajando.
“Labrys” tiene una peña en El Mejunje donde hablamos sobre salud, de cómo las mujeres se tienen que cuidar, las infecciones de transmisión sexual de las que hay que protegerse. Hablo del Cenesex, socializo información de los talleres. No estamos sentadas, sin hacer nada; pero a veces no dan el espacio y lo
utilizan para algún espectáculo gay. La jornada se llama “contra la homofobia y la transfobia”, la lesbofobia se fue del parque porque no le interesa a nadie. Nos cuesta más trabajo todo ¿En qué hemos avanzado? Hablamos, decimos, pedimos, pero ¿qué hemos visto como resultado? No hemos dado un paso adelante, ni medio. De “Labrys” se han ido un montón de muchachitas, ¿qué activismo estamos haciendo? A veces ni nos mencionan. Lo bueno son los talleres de capacitación, donde tanto se aprende.
¿Por qué las lesbianas son menos visibles entre las redes de activismo?
No hay un solo plegable de mujeres; afiches, solo los de las dos tacitas y los dos blúmeres. ¿Por qué no hacen otros con dos mujeres de la mano, dándose un beso, donde se vea que se quieren, se gustan, por qué no? No he visto todavía un plegable sobre salud para nosotras, solo el que estoy haciendo para “Labrys”.
¿Dónde están los libros, los estudios de los médicos? La mujer lesbiana no existe, no entiendo por qué no publican cada año un artículo en la revista Sexología y Sociedad, para que la mujer lesbiana se pueda interesar. La visibilidad es necesaria para que la mujer lesbiana que está en el clóset comprenda que no comete ningún pecado, que lo que siente es normal; para ayudar a que la familia y la sociedad lo entiendan también. Es importante hacernos visibles para que la vida se nos haga un poquito mejor, un poquito igual a la de todo el mundo.
¿Las muchachas de la red hacen espectáculos de transformismo?
Ya se han quitado todas, por eso mismo, porque hay dinero para pagarles a los transformistas gay, pero a las transformistas lesbianas no. Te estoy diciendo que todavía hay muchas cosas que hacer y si no eres fuerte…
¿Cuáles son las demandas de las lesbianas en la red de Santa Clara?
Las mismas de todo el país: más atención, que nos ayuden a hacer el trabajo, a tener más posibilidades. No hay lugares donde reunirnos, sentarnos a conversar, compartir serenamente, darnos un beso y reírnos. Tenemos muchas necesidades, sobre todo de que se hagan campañas. Necesitamos derechos.
¿Viven discriminación laboral?
Claro. Creo que a los gays les dan más rápido un trabajo que a nosotras. Las mujeres lesbianas y las trans tenemos ese problema, es muy difícil que nos den trabajo por nuestra apariencia, que cuenta mucho para el trabajo, para tratarte, saludarte; hay mucho irrespeto. En el grupo una muchacha necesita trabajar y le pedí a la Mora averiguar en la florería si había plaza. Le dijeron: “sí, ven cuando quieras”. La muchacha fue, pero se dieron cuenta de que es lesbiana y le dijeron que no hay plaza y se acabó. A la Mora sí se la iban a dar porque no se le ve.
¿En relación con la salud, has tenido dificultades?
No he tenido problemas ni he sentido que un médico me haya despreciado o atendido mal. Soy una paciente de oncología, con problemas de tiroides, diabetes y nunca he sentido que un médico o una enfermera me haya maltratado. Al contrario, hasta en un hospital militar estuve grave y me atendían con amor.
¿Qué piensas sobre el matrimonio, la adopción, la reproducción asistida?
El matrimonio es importante para las mujeres lesbianas. Yo misma, el día que me muera, ¿cómo dejo a la Mora? Después de tantos años juntas y tanto tiempo de amor, la dejo desamparada: ella no obtendría ningún retiro, no tiene derecho a nada mío. Puede llegar la familia y decir: “esto es mío y para ella nada”. Así pasa. Ella debe tener derecho sobre mis cosas, por lo menos las que yo le quiera dar: mi retiro, parte de lo poco que tengo. Por eso me gustaría casarme con ella.
¿Alguna vez quisiste tener hijos?
Estuve embarazada a los 19 años y lo perdí, creo que fue bueno para mí porque no sentía la necesidad de la maternidad; tenía necesidad de paternidad. Soy lesbiana; dentro de mí hay un hombre, pero soy una mujer, no quiero dejar
de serlo tampoco. Si vuelvo a nacer quiero ser mujer de nuevo, aunque vuelva a
tener un hombre por dentro.
Hay lesbianas con necesidad de tener niños, de ser madres también. No es mi caso, pero el de otras sí; deberían darles el derecho a que adopten o tengan sus niños ¿Es imposible eso? A la persona hay que medirla por su comportamiento, no por su vida sexual.
¿Y los hijos de tu pareja?
Son mis niños: los atiendo, los cuido, reunimos el dinerito y les compramos las cositas, son dos varones. Los fines de semana viven conmigo. El más chiquito viene más, es un niño con retraso, con problemas de agresividad a sí mismo. Tiene 13 añitos, es muy generoso.
¿Vives sola con la Mora?
Vivo con mi hermano, el mayor, que tiene 73 años y jamás se le ocurre hablarme de ese tema. Llevo siete años con mi pareja. La Mora tiene su casita, pero duerme todas las noches conmigo. Recuerdo una sola vez que, sentados a la mesa, mi hermano me dijo: “las personas, para ser lo que son, no tienen que aparentarlo”. Le respondí: “todo el mundo no piensa igual” y más nunca se tocó ese tema. Al contrario, cuando no la ve, dice: “¿y la Mora?, ¿y qué milagro que no ha venido?”. Todo normal, integrado a la familia.
¿Entre las propias mujeres lesbianas hay autocensura?
Cuesta mucho ejercer el activismo porque estamos muy estigmatizadas. Se supone que la mujer es de la casa, la familia, de atender a los hijos. Y cuando una mujer no es así, arde Troya.
¿Se aprende a identificar violencia entre parejas de mujeres?
Sí, en los talleres se aprende. Cuando fui joven tuve parejas a las que maltraté, las hice ser sumisas a mí porque yo cumplía un rol de hombre, patriarcal, el que nos han impuesto desde que nacemos y que aún se impone; algún día cambiará. A mí me han servido mucho los talleres para eso. Aprendí que tan mujer que soy y lesbiana, cómo voy a maltratar a una mujer, si yo creo que el amor más lindo que hay es entre dos mujeres. Nos tenemos que querer nosotras mismas, ya que no nos quiere la sociedad, ¿cómo nos vamos a maltratar, abusar una de la otra, con maltrato psicológico, con golpes…? Ahora comprendo los errores que cometí.
¿Qué esperas de esta historia que cuentas?
Me gustaría que este libro sirviera a muchas mujeres que todavía tienen miedo a salir del clóset y hacer su vida. Cada ser humano tiene el derecho de ser libre y vivir como quiera. Que salga, tenga su pareja, viva feliz, trabaje en su sociedad, en su país.
¿Y tú cómo vives tu condición de mujer lesbiana?
Tengo mucho sufrimiento dentro, pero estoy plena porque soy libre. Ser lesbiana no es un pecado, eso es una mentira de la iglesia. Si Dios es amor y ama a todo el mundo por igual, lo acepta como es. Ahora nadie me puede estigmatizar ni decir nada. No me pueden marcar. Soy libre dentro de mí, no tengo miedo.
[1] Ramón Silverio es actor y reconocida figura de la cultura cubana, fundador y director de El Mejunje, centro social y cultural de la ciudad de Santa Clara.
(Esta entrevista se realizó en el año 2018 y forma parte del libro Libres para amar, publicado en 2020 por la Editorial Caminos en colaboración con SEMlac Cuba)