Con una fuerte cultura patriarcal, que ha calado en mujeres y hombres, Cuba ha sido tradicionalmente un país difícil para cualquier homosexual, sin importar si son gays o lesbianas.
Pero las mujeres, definitivamente, son las peor vistas y tratadas. Así lo demuestra un sondeo de opinión realizado por SEMlac durante el pasado año en diferentes ciudades de la isla caribeña, fundamentalmente la capital.
Según la investigación periodística, pareciera existir una valoración más objetiva de la homosexualidad si se compara con la situación hace diez años, aunque todavía es alto el rechazo de la sociedad hacia los gays y, sobre todo, hacia las lesbianas.
“No son muy aceptadas, no es lo común, se ven grotescas. En las mujeres todo debe ser delicado y las lesbianas casi siempre tienen tendencias masculinas”, dijo a SEMlac un joven de 30 años.
El sondeo a la población tomó como referencia las mismas preguntas y cantidad de personas que otra aplicada entre 1993 y 1994 por periodistas e investigadores del diario Juventud Rebelde y presentada ese último año en el VII Congreso Latinoamericano de Sexología, en La Habana.
A juzgar por las respuestas, la percepción social de la homosexualidad sigue condicionada a las mismas influencias patriarcales y homofóbicas que predominan en la formación de costumbres y la vida familiar en la isla, como sucede también en otros países de América Latina.
“Yo no tengo nada en contra de los homosexuales, pero tampoco quiero ninguno en mi casa”, dijo tajante a SEMlac Magda Benítez, una mujer de 44 años y madre de dos hijas.
Aunque se define como “de avanzada para la media de este país” y con amigos y amigas de “todos los tipos, edades y colores”, ella tampoco puede sustraerse de una conducta común a muchas personas en la isla caribeña: los prejuicios y el rechazo hacia la homosexualidad.
La tendencia a ver esta variante sexual como un defecto, estuvo presente en casi todas las valoraciones de las 300 personas consultadas, de las cuales poco más de la mitad eran mujeres. De ellas, el 32 por ciento señala que el trato y amistad con las lesbianas debe ser “a distancia”.
“A veces es mejor ni mezclarse mucho, porque el cubano tiene la mente muy rápida. Si te ven dos o tres veces visitando una casa donde haya una lesbiana, enseguida te enganchan el cartelito”, aseguró una mujer de 36 años.
Si bien más de la mitad de las personas consultadas dijeron que tratarían a los homosexuales de forma normal, casi todas y sobre todo las mujeres, manifestaron su rechazo a las homosexuales femeninas, a quienes llegan a tildar de “repulsivas”, “intolerables”, “cochinas” y “repugnantes”.
Todo parece indicar, además, que las lesbianas continúan siendo la parte más oculta y marginada de la población homosexual, estimada entre el cuatro y el seis por ciento de los 11,2 millones de habitantes de la isla, según cálculos considerados conservadores.
Para ellas, la vida sigue transcurriendo muy calladamente, entre ambientes privados, en un país donde no hay leyes que sancionen la homosexualidad, ni legislaciones que la aprueben, reconozcan sus uniones o derechos de cualquier índole.
Tampoco existen espacios reconocidos de reunión ni organizaciones donde se agrupen, al estilo de las agrupaciones de lesbianas que proliferan por todo el mundo.
“Que yo sepa, no existen esos lugares públicos, marcados y conocidos. Y cuando algunas van a los sitios de los gays, que sí son más populares, siempre están en franca desventaja numérica”, comentó una psicóloga de 23 años, homosexual, quien pidió reserva de su identidad.
Especialistas atribuyen este comportamiento a un posible mimetismo de los roles tradicionales y del papel hogareño tomado de las relaciones heterosexuales. También hay quienes lo asocian a una mayor inhibición o miedo al rechazo, en una sociedad que suele ser más severa a la hora de juzgar moralmente a las mujeres y más aún a las lesbianas.
Aunque pareciera haber menos prejuicios y cierta apertura respecto a nueve años atrás, el sondeo arrojó que todavía el 22 por ciento de las personas consultadas sigue considerando la homosexualidad como una enfermedad, mientras el 55 cataloga a gays y lesbianas como “personas con problemas”.
Sin embargo, la percepción y reacción ante las preguntas pareciera tomar diferentes matices cuando se aborda el problema desde una perspectiva más cercana y personal.
A Maria Luisa Ortega, de 44 años, casada y con una hija, se le estremece el corazón de solo imaginarla de pareja con otra mujer. “Nunca la abandonaría, ella es todo en mi vida y por eso trataría de comprenderla y darle mi apoyo”, asegura.
Los criterios parecen no haber variado mucho, desde inicios de la década de los años 90 del pasado siglo a la fecha, respecto a la existencia o descubrimiento en casa de un hijo o hija homosexual. El 84 por ciento de la muestra total confesó que, pese a representar esto un gran disgusto, no rechazarían a su descendencia, pero irían de inmediato en busca de ayuda médica para intentar revertir el proceso.
Las manifestaciones más radicales y severas se encontraron en el interior del país, con expresiones que van del desengaño, la frustración y la incomprensión, a los actos violentos: desde “me produciría un shock”, “sería una gran decepción”, “no sé lo que haría”, hasta “lo mato” o “lo boto de la casa”.
Aunque los tiempos actuales parecen traer más tolerancia y el discurso institucional reconoce sus legítimos derechos, no es menos cierto también que la vida de gays y lesbianas transcurre generalmente fuera de lo admitido socialmente como correcto.
Para algunos, una prueba de que se viven nuevos tiempos es la aceptación de personas homosexuales en cualquier carrera universitaria. “Se les mide igual que a cualquiera y no por si le gusta alguien de su mismo sexo”, dijo una estudiante de contabilidad de la Universidad de La Habana.
Claro, “a veces les cuesta más, tienen que esforzarse más que otros estudiantes, porque aunque no haya un reglamento que los rechace, los profesores y también los estudiantes tenemos prejuicios, como mucha gente en este país”, reconoció la joven.
Pero la discriminación sigue existiendo bajo el manto de una fuerte tradición machista y homofóbica, mucho más difícil de variar por decreto o voluntad de las autoridades. El rechazo abierto o solapado, la incomprensión, desaprobación, las burlas o el desprecio, son algunas de sus expresiones cotidianas.
Como resultado, la simulación, el ocultamiento y el sufrimiento, signan la vida de no pocas personas homosexuales.
A la hora de caracterizarlos, la mayoría de las personas consultadas describe a los gays como delicados, finos, indiscretos, chismosos, exagerados en las relaciones sociales, con desmedidos rasgos femeninos y a veces excedidos en los límites y la confianza.
A las lesbianas, las encuentran rudas, toscas en sus gestos, poco femeninas, descuidadas en su apariencia personal y su figura, más introvertidas y reservadas, aunque aclaran que “a unas se les nota y a otras no”.
Por el sondeo se infiere también que las generaciones más jóvenes son más abiertos, comprensivos, ponen como condición el respeto mutuo y ven la homosexualidad como algo normal, de decisión personal, en la que influyen varios factores.
No obstante, sigue siendo alto el grupo que señala la persistencia del rechazo social, frente al 24 por ciento admite que en los últimos tiempos se nota un trato que “tiende a lo normal.”
Para el 78 por ciento, el tratamiento de autoridades e instituciones es ahora el adecuado. Lo significativo es que hace nueve años, solo opinaba así el 43 por ciento.
“Todavía los prejuicios que tenemos no permiten ver a los homosexuales como a los demás. Menos a las lesbianas. La sociedad cubana no está preparada para eso”, dijo una entrevistada de 42 años.
Más de la mitad de la muestra actual considera que los tratarían como personas normales, pero con ciertas diferencias: menos a lesbianas que a gays.
“En mi barrio hay dos mujeres que siempre están metidas en broncas y escándalos por celos. Todo el mundo se entera y son un mal ejemplo para los niños”, refiere un hombre mayor de 35 años.
Otro entrevistado, mayor de 50, cree que son “personas que sufren mucho por el rechazo que encuentran a cada paso”. Según su experiencia, no son felices, se ven obligadas a ocultar sus sentimientos y terminan marginadas, “aunque sean muy buenas personas”.
“Por suerte los tiempos van cambiando y se observa un poco más de aceptación a la diferencia”, dice. “Pero aún así, es un estigma que demorará muchas décadas en dejar de ser un problema”.
Los pasos de la homofobia
Un cuento con varias versiones teatrales y una cinematográfica, fue el suceso cultural que introdujo aires de tolerancia en el debate sobre la homosexualidad en la Cuba de los años 90 del pasado siglo. La conocida película “Fresa y Chocolate”, nominada al Oscar y dirigida por el fallecido cineasta cubano Tomás Gutiérrez Alea, llevó a la pantalla los sufrimientos e incomprensiones vividos por un joven homosexual y se erigió en llamado a la aceptación y apertura social e institucional.
Pero de la historia menos reciente cubana se recuerda aún la breve y desafortunada existencia de las Unidades Básicas de Apoyo a la Producción (UMAP), donde no pocos homosexuales fueron confinados y obligados a trabajar en condiciones difíciles.
Tampoco se olvidan los tiempos de la “parametración” -no cumplir los parámetros establecidos-, cuando no pocos gays y lesbianas perdieron sus puestos de trabajo en los sectores de la educación y la cultura, por su supuesta influencia negativa en la formación de “las nuevas generaciones”.
Durante décadas ser homosexual, o sospechar que lo era, bastaba para no ser aceptado en el gobernante Partido Comunista -único partido político cubano-, no ocupar puestos confiables o no acceder a determinadas carreras universitarias. Superadas esas historias, no existe hoy legislación o reglamento conocido que vete a una persona por su orientación, atracción o preferencia sexual.
La reforma del Código Penal, en 1997, excluyó de las leyes cubanas todo lastre homofóbico y sustituyó la categoría de “escándalo público” por “ultraje sexual”, que comprende entre otros delitos el acoso con “requerimientos sexuales”, hasta entonces definido como importunar con “requerimientos homosexuales”.
Luego, en 1998, quedó derogado el artículo 359 del Código Penal de 1979 que establecía multas y privación de libertad a quien hiciera “pública ostentación de su condición homosexual o importune, o solicite con sus requerimientos a otro”. El artículo contemplaba también como “delitos contra el normal desarrollo de las relaciones sexuales” realizar “actos homosexuales en sitio público o en sitio privado, pero expuestos a ser vistos involuntariamente por otras personas”.
Así y todo, los períodos de permisibilidad y apertura parecen alternarse con otros de intolerancia y homofobia siempre vigentes. Esto último se evidenció hace apenas dos años, cuando el semanario Tribuna de La Habana, único periódico capitalino, publicó un comentario de ese corte. Aunque no hizo mención directa a gays y lesbianas, para muchas esa referencia quedó sugerida por el autor, quien censuró a quienes se reunían en un espacio frecuentado, sobre todo, por homosexuales masculinos y travestis.
El artículo llamó más aún la atención, porque el de la homosexualidad es un tema casi nulo o apenas tratado por los medios de comunicación cubanos. En la isla no existen organizaciones de gays o lesbianas y el único intento que se conozca en ese terreno data de inicios de los años 90, cuando un grupo de homosexuales seropositivos al virus de inmunodeficiencia adquirida (VIH), causante del sida, intentó buscar seguidores para la creación de una asociación gay cubana. Una iniciativa que no prosperó y de la cual tampoco se ha vuelto a hablar.