Humani nihil a me alienum
puto…
La sociedad patriarcal ha establecido como norma la institucionalización de la heterosexualidad y esa orientación sexual ha sido legitimada a través de los siglos, desde todas las esferas posibles, mediante las leyes, las religiones, las ciencias, la cultura, la familia, la educación, la economía, el Estado. Las otras opciones sexuales, desviadas de esa norma, han quedado bajo el estigma, enajenadas de los derechos, el prestigio y el poder que asisten a la heterosexualidad por haber sido elevada a la categoría de paradigma dominante.
Antes del nacimiento de un nuevo ser humano, cuando los futuros progenitores conocen el sexo biológico del feto, se inicia la adecuación social de la/el bebé según los patrones preestablecidos y sin ningún cuestionamiento del sentido que esos patrones tienen:
Color azul para el varón, rosado para la niña; ropa, juguetes y objetos que irán identificando al recién nacido con el género y el rol de género que, según la observación de los genitales externos, se supone que deberá asumir.
Todo lo que girará alrededor de esa nueva persona estará condicionado por lo que, desde la familia, la escuela y la sociedad en general, se impone como modelo de conducta a seguir para que crezca y devenga como mujer u hombre debidamente conforme a una cultura binaria, heterosexista, donde los roles de género están preestablecidos, afianzados y naturalizados.
En ese contexto herméticamente concebido, donde se aplica una camisa de fuerza para lograr un deber ser, según los intereses hegemónicos de la sociedad patriarcal, ¿cómo será asumirse, si las pulsiones que animan a la niña o al niño no se corresponden a la heterosexualidad institucionalizada, o si no se identifica con el género asignado, o si sus genitales no están claramente definidos? ¿Cómo será construirse como hombre no hetero o como mujer no hetero porque sus deseos erótico afectivos están proyectados hacia las personas de sus mismos sexos? O construirse como hombre sintiéndose mujer o como mujer convencido de ser un hombre, o no querer renunciar a ser una persona intersex.
La respuesta está en la vulneración, en la invisibilidad, en el irrespeto, el estigma, la patologización, la negación, en la homofobia, la lesbofobia, la transfobia, en el abandono, el desamor, la desidia, la incomprensión, la ausencia de ciertos derechos, la violencia en la que han vivido y aún viven generaciones de personas lesbianas, gays, bisexuales, transexuales e intersex (LGBTI) en las sociedades patriarcales y heteronormativas.
Esas niñas y niños que descubrieron desde edades tempranas o en la adolescencia, que deseaban diferente, descubrieron al mismo tiempo que no tendrían las mismas facilidades, los mismos derechos, la misma serenidad que sus coetáneos porque la diversidad que los determinaba acarreaba prejuicios, discriminación, alienación, burla, acoso, desprecio y el dolor de saberse diverso en una realidad monolítica, donde la diversidad tiene un precio que se paga a costa de la autoestima y la salud.
Los años de la adolescencia y la primera juventud en las personas LGBTI estarán condicionados por la necesidad de asumir (o no) y aceptar (o no) una sexualidad no heterosexual o una identidad de género diferente. A diferencia de otros adolescentes y jóvenes, deberán elegir cómo comunicar a sus padres y hermanos su orientación sexual o su identidad de género, con el riesgo de sufrir el rechazo y la incomprensión de la familia. Deberán enfrentar la aceptación o no de las amistades y encontrar los espacios donde socializar y convivir en las mejores condiciones posibles.
La juventud y adultez serán etapas en que, si han alcanzado la madurez, autoestima y autorrealización necesarias como individuos, si han constituido una pareja estable, deberán constatar que, a nivel social, no tienen derecho al matrimonio, a la reproducción asistida, a la adopción, a beneficiarse de la pensión de la pareja en caso de fallecimiento y otros derechos patrimoniales de los que gozan las personas heterosexuales.
A pesar de que muchas lesbianas y hombres homosexuales hayan logrado éxitos profesionales y prestigio, seguirán viviendo, con respecto a los heterosexuales, como ciudadanos de segunda categoría, con sus derechos vulnerados y en un mundo donde su sexualidad, sus relaciones erótico-afectivas, su identidad de género seguirá padeciendo privaciones e inequidades sociales, deberán seguir luchando por el reconocimiento de sus derechos sexuales como derechos humanos, por el respeto, la inclusión, el derecho a una vida de dignidad plena.
La ciencia, la educación, las políticas sociales, las leyes, las religiones, los medios de comunicación, la cultura aún se generan bajo la óptica del patriarcado y en sus creaciones persiste la resistencia a promover una cultura de cambio que ponga al descubierto la manipulación del poder patriarcal, una cultura que libere a los seres humanos del binarismo de género, de la heterosexualidad como expresión autorizada y legitimada de la sexualidad, en detrimento de las otras opciones.
En esta realidad de las sociedades patriarcales, llegar a la etapa de la adultez mayor o envejecer siendo una persona LGBTI significa que, a pesar de haber sobrevivido al escollo de una sexualidad no heteronormativa, en la mayoría de los casos no disfrutarán de una descendencia propia, ni de los beneficios del reconocimiento de hecho y de derecho de su unión de pareja; vivirán sin políticas sociales que tengan en cuenta el segmento de población a la que pertenecen y tantos otros vacíos e inequidades que los han acompañado a lo largo de toda una vida.
Sabrán cuán ajena su humanidad ha sido.