Foto Zanele Muholi (Umlazi, Durban, Sudáfrica, 1972)En contadas ocasiones hablamos de las consecuencias dolorosas que nos impone el machismo y cómo se convierte en una forma de violencia para las mujeres, en particular para las lesbianas, y también para los hombres y diferentes masculinidades.

Es sabido que la autovaloración depende de nuestras experiencias con las personas que nos rodean, de los mensajes que vamos recibiendo en la comunicación respecto a nuestro valor como persona primero, en el seno de la familia, luego en la escuela, en los medios de comunicación y la sociedad en general.

Precisamente, uno de los ámbitos donde más se manifiesta la violencia machista es el psicológico, más en el caso de las lesbianas, en quienes funciona en dos planos: hacia dentro, por los conflictos de la autoaceptación y, desde fuera, por los patrones que asigna la heterosexualidad normativa.

Como suele plantear la feminista Monique Witting, no se le perdona a las lesbianas romper con la idea de que las mujeres son concebidas como “un grupo natural”, “como un objeto”, pues esta ruptura con el patriarcado desmonta, de alguna manera, la historia de fuerza y poder de la virilidad.

Sin embargo, el mito cultural de la familia como institución nuclear y heterosexual ha forzado a muchas lesbianas a enfrentar realidades muy costosas para su psiquis. Un ejemplo fue la experiencia vivida por Herminia, quien fue obligada a casarse desde muy joven, al recibir la queja de su maestra por el amor a una amiguita. Bajo presión familiar, Herminia se casó y tuvo hijos que sufrieron acoso en sus escuelas y vivieron el rechazo e incomprensión de las maestras, cuando la madre negra decidió vivir, finalmente, su orientación sexual lésbica. Herminia fue acusada constantemente por su familia, la comunidad y la escuela de sus hijos.

Salirse de la norma heterosexual conlleva estar en una situación diabólica. Ser negra, además, implica doble estigma y doble violencia: la racial y la sexual, que la ubican en dos definiciones de inferioridad. Evidencia de que, en la práctica, todas las mujeres no sufren las mismas realidades.

En la conciencia popular, ser negra es sinónimo de suciedad, fealdad, amoralidad, de entes no pensantes. Es por esto que la realidad es más dura para una lesbiana no blanca. La mayoría de esta población procede de zonas empobrecidas y barrios “marginales”, justificación de los estereotipos que nos muestran como diferentes, semi analfabetas, con bajos salarios, disponibles para cualquier trabajo, sumisas, obedientes, buenas en la cama y, por tanto, objeto sexual y potencial prostituta.

Entonces, ser lesbiana y negra suma un conjunto de sensaciones y experiencias de violencia. Es como sentir un látigo de tres puntas: compartimos con las mujeres heterosexuales la violencia que el sistema machista ejerce sobre nosotras, pero se suma la carga extra que recibimos como lesbianas, por no querer seguir las normas heterosexistas (poniendo algunas en situación de simulación constante para ser aceptadas) y, para completar, tenemos el color de piel de la subvaloración histórica que, nos pone en una posición social desventajosa.

Las mujeres negras lesbianas están en la peor situación, no solo por las implicaciones de muchas vivir en la pobreza, sino también porque viven con una mayor incomprensión, perseguidas por las críticas, las amenazas, injurias, calumnias, que a veces las hacen sentir inseguras, inferiores, angustiadas, con baja autoestima y con sentimiento de culpa. Experimentan también la incomprensión y poca solidaridad por parte de otras congéneres y además el escarnio de mujeres negras con quienes comparten la pobreza.

Si se analizan las múltiples y simultáneas opresiones que se viven, no hay duda de que nos encontramos en el paradigma de la interseccionalidad que lleva a diferentes gradaciones de violencia y a un enfoque que va más allá del género. Realidad que subraya el carácter social e interrelacional de las categorías género, raza, clase y orientación sexual.

Estas estructuras de opresión o látigo de tres puntas –como son la heterosexualidad obligatoria, el racismo y la discriminación por clase– ejercen un impacto poderoso sobre las minorías con múltiples identidades subordinadas, inciden negativamente en su autoconcepto y contribuyen a desempoderarlas más.

Ahora bien, esta violencia simultánea no implica una conformidad en el grupo que lo vive en la Cuba actual. Muchos recursos se han ido encontrando para hacerle frente, por ejemplo, desencadenando toda una red de apoyo, que si bien no se muestra como una única solución, al menos posibilita la visibilización de la problemática desde diferentes ángulos.

Hacer frente a estas dificultades y al machismo

Para poder entender todo el proceso por el que pasa el reconocimiento y enfrentamiento de una identidad lésbica desde la afrodescendencia, hay que analizar todas las luchas que durante tantos años vienen enfrentando las mujeres para ser reconocidas como ciudadanas de derecho.

Es evidente que la lucha de las mujeres lesbianas negras no solo puede enfocarse desde la desigualdad generada por la hegemonía histórica del hombre sobre la mujer, como lo señala la afrofeminista Sueli Carneiro. También hay que incluir la opresión del racismo.

Desde 2003, ya existía en Santiago de Cuba un espacio informal de mujeres lesbianas que enfrentaban el machismo y la violencia desde diferentes puntos de vista. Ellas decidieron, llenas de coraje y valentía, convocadas por Izel Calzadilla, lo que resume el lema “…vivir con el cuerpo y el alma, rompiendo el silencio, defendiendo el amor”. Fue esta la primera experiencia en Cuba de un grupo de mujeres lesbianas que decidieron reunirse para hacer un espacio de apoyo ante las realidades discriminatorias y de violencia que vivían.

Entre los móviles que unió a estas mujeres estuvieron las experiencias de rechazo vivido en el ámbito laboral y limitaciones en el desarrollo profesional. En varios espacios, integrantes del grupo—llamado con posterioridad Las Isabelas— han referido que se limitó su posibilidad de tener cargos de dirección cuando se conocía su orientación sexual. Ante la discriminación laboral, muchas no conocían cómo denunciar estos hechos. Otras no eran conscientes de la violencia que vivían o callaban por temor a las consecuencias, pues hubieran tenido que poner en evidencia su identidad sexual.

Estas realidades hicieron que el grupo se acercara al Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) para buscar asesoría y al área de Psicología de la Universidad de Oriente para hacer alianzas con especialistas interesadas en el tema. Hoy cuentan con el apoyo de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) de la provincia para realizar sus talleres y actividades y también con la Casa de Orientación a la Mujer y la Familia de su localidad. Todas se han formado como activistas por los derechos sexuales.

No podemos referir un trabajo directo con las lesbianas negras como tema especial en ese grupo, pero si la referencia de realidades de sus integrantes que han vivido la expulsión de sus casas por incomprensión familiar, quienes al menos pudieron contar con el apoyo emocional que este grupo sigue posibilitando para su crecimiento emocional.

Hoy existen en casi todas las provincias del país espacios de mujeres lesbianas y bisexuales para enfrentar y visibilizar realidades de discriminación por orientación sexual y violencia machista. Ellas trabajan en red con el área comunitaria y social del Cenesex.

Han surgido otros espacios alternativos y hasta boletines para trabajar y concientizar sobre estas problemáticas que la violencia machista promueve y fortalece. Entre ellos se encuentra el Proyecto Arcoiris, coordinado por una feminista, marxista y bloguera que trabaja con un colectivo LGBT de Cuba, anticapitalista e independentista, que también enfoca el afrofeminismo.

Recientemente salió también a la luz el Boletín “TUTUTUTU”, visibilizando un nuevo espacio de encuentro con enfoque afrofeminista y que tributa al enfrentamiento de las tres puntas de ese látigo que azota con violencia.

Dónde estamos y propuestas

La etapa que ahora se vive, después de más de 10 años de sensibilización y concientización desde el Cenesex y otras instituciones cubanas, muestra algunos avances. Pero aún no hay un debate sobre las realidades de lesbianas afro de manera específica, aunque estas no dejan de estar incluidas en el empoderamiento que esas redes y acciones propician para la comunidad LGBT.

Aún las situaciones de vivienda siguen siendo una constante entre las dificultades enfrentadas por las mujeres lesbianas, sin diferencias del color de piel, al igual que el sufrimiento ante la lesbomaternofobia. Las familias de mujeres lesbianas sufren el conflicto de sentir que, por un lado, pueden ser un apoyo al tener la posibilidad de aumentar el crecimiento demográfico de la natalidad, pero al no verse incluidas en proyectos de reproducción asistida se sienten devaluadas. .

Sigue siendo una necesidad trabajar la subjetividad cotidiana, ya que a veces esta violencia machista se evidencia en las relaciones de parejas lésbicas. Pero ser lesbiana es, igualmente, un acto de liberación de lo asignado a nivel mental, que trae reajustes de la conciencia entre lo que está permitido históricamente y lo que no, lo cual las atrapa entre una exigencia social y el yo.

Al respecto, la afrofeminista Ochy Curiel refiere que se sufre en la toma de conciencia de la propia imagen, que no permite ubicarnos en alguna de las identidades, en contraposición con lo que la sociedad define como femenino o masculino. Enfrentándose incluso a lo que habitualmente creen muchas personas que es ser lesbiana, a veces se piensa que es solo mantener una relación erótico-afectiva con mujeres, cuando asumirse es más que eso, es una posición política frente a la heterosexualidad obligatoria, es negarse a depender de los hombres sexual, emocional, económica y simbólicamente.

Este enfoque conlleva un trabajo de análisis y concientización entre las propias lesbianas, para lo cual se hace necesario incorporar enfoques feministas actualizados a la capacitación.

Tiene apenas dos años la creación del Capítulo Cubano de la Red de Mujeres Cubanas Afrodescendientes de América Latina y el Caribe que, en su activismo social, incluye el tema de las mujeres lesbianas afrodescendientes. Realmente, el trabajo está en sus primeros pasos, pero con este punto en su agenda, se trabaja ya en algunos barrios y/o zonas vulnerables a nivel de talleres para la promoción y desarrollo de la autoestima y el empoderamiento de las mujeres lesbianas.

Considero que vamos por buen camino, aunque con mucha cautela, y creo sería bueno enfrentar esa triple violencia incorporando a los debates las experiencias de académicas y expertas en las evoluciones del feminismo actual. Hace falta incluir los enfoques del afrolesbianismo; mostrar las experiencias y realidades de mujeres en prisión, donde un porcentaje significativo son afrodescendientes y lesbianas; analizar esas nuevas realidades que buscan soluciones económicas mediante transacciones sexuales y la prostitución, que también constituyen formas de violencia machista.

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