La sexualidad construida por la institucionalidad

Periodista

Especial para SEMlac

Ponerle una dosis de homosexualidad a toda creación artística, dramática o informativa pudiera ser una moda de fácil acceso para algunos realizadores de productos comunicativos que gozan hoy del anhelado «éxito» de cierto público.

A simple vista, es más de lo mismo, si se toma en cuenta que en los últimos tiempos la diversidad sexual tiene una especie de «boom» en la web, en la pequeña y gran pantalla, pero sin pecar de absolutos, la mayoría de los acercamientos a estas realidades parten de personas no heterosexuales —aun cuando este modo de vivir la sexualidad ocupa una posición hegemónica frente al resto de las diversidades sexuales.

El reto se vuelve aún más complejo cuando se pretende abordar estas temáticas desde una producción nacional todavía insuficiente y en ocasiones con facturas poco atrayentes no solo en el audiovisual, sino también en las publicaciones impresas y digitales.

Desde principios de 2008 la diversidad sexual ha tenido en Cuba un mayor posicionamiento en los medios de difusión, consecuencia de las acciones en favor de la libre y responsable orientación sexual e identidad de género, donde las celebraciones de las Jornadas contra la Homofobia han desempeñado un papel importante.

En correspondencia con los acontecimientos de 2008, la diversidad sexual ha ido ganando espacios en la esfera popular en Cuba y, fuera de los marcos cerrados de la academia, se escuchan términos como homofobia, transexualidad, LGBT, entre otros; realidad que socava cada vez más la psiquis de los individuos a los que se les está persuadiendo sobre una cultura sexuada diferente al paradigma familiar tradicional de mamá, papá y nené en el que hemos sido educados.

Aun cuando desde la academia suele hacerse más de activismo que de ejercicio científico, los estudios sobre diversidad sexual carecen todavía de prácticas concretas que puedan hacerse más visibles ante los sujetos, quienes están reproduciendo, a su vez, el discurso de los medios «oficiales» de comunicación que necesita ser tan renovado como el de los profesionales productores de estos mensajes «educativos» que ejercen gran influencia en las percepciones de las audiencias y cibernautas sobre las temáticas sexuales y de género.

En el ámbito social, los modos de manifestar la sexualidad continúan asociándose a la norma o a lo pactado socialmente como «normal» y la heterosexualidad no es reconocida, al menos desde lo popular, como otro modo diverso de vivir la sexualidad individual. Por tanto, esta orientación sexual dominante está determinando los procesos de asimilación social y la cultura popular sobre el tema, sobrepasando, a veces, límites de la conducta civil.

Además, se presentan conflictos entre los propios grupos de personas víctimas de discriminación –dígase gays, lesbianas, bisexuales, trans- que también reproducen lógicas de discriminación del discurso heteronormativo y heterosexista predominante en la sociedad cubana.

Si pensamos en que Cuba asiste a una reestructuración de su modelo económico, ello implica también un redimensionamiento de la vida del ciudadano desde el punto de vista jurídico y desde su papel en el marco formativo que constituye la familia como célula fundamental de la sociedad, y donde las cuestiones relacionadas con la diversidad sexual están siendo incluidas en proyectos del Partido Comunista de Cuba que aún no se han materializado.

En la isla, la comunicación pública es guiada por la ideología precursora del proyecto socialista que aún construye la Revolución cubana. Sin embargo, en la actualidad, a pesar de los esfuerzos de instituciones y activistas, las demandas de gays, lesbianas, bisexuales, trans e intersexuales no suelen incluirse en los discursos de las organizaciones políticas y de masas, acreedoras del sistema de comunicación que responde a los intereses del Estado como máxima instancia política.

Con frecuencia, la gente reproduce lógicas y repite terminologías que, conceptualmente, son distorsionadas por las propias instituciones mediáticas, ávidas también de conocimiento sobre el tema y necesitadas de horas de capacitación y superación para sus desempeños profesionales.

Si la libre orientación y determinación de la identidad de género ha sido sistematizada por las ciencias médicas y sociales como una práctica común de la vida humana, sin dudas es un conflicto que, en una sociedad que ostenta disímiles logros en el plano cultural, los ciudadanos no sepan asumirse física y mentalmente como seres sexuados y no se perciban a sí mismos como tales, por normativas patriarcales y de resistencia al conocimiento relacionado con la cultura sexual.

No es secreto que la diversidad sexual no constituye parte integrante de la política editorial en los medios de comunicación en Cuba, ni de la prensa escrita ni del audiovisual. Las instituciones oficiales de comunicación están diseñadas para emitir solo lo que, desde la subjetividad de sus directivos y otras instancias superiores, consideran noticiable y, tal vez, ahí radica la causa de cómo se presentan cortometrajes, novelas, poesías, story lines y artículos de opinión sobre el tema.

Por otro lado, son muy escasas, casi inexistentes, las investigaciones sociales sobre lo que recepcionan o no las audiencias. ¿Cómo saber las necesidades informativas de los públicos sin realizar estudios de campo serios y responsables que ofrezcan a las instituciones de comunicación una guía para la elaboración, al menos, de aquellos temas de los cuales se tiene absoluto desconocimiento o de otros que interesen realmente a determinado tipo de receptor y no al periodista o emisor, en ocasiones, también desconocedor del tema que aborda?

Tampoco debe hacerse caso omiso a la falta de conexión entre los medios y el resto de las instituciones especializadas, generadoras de información respecto a esta agenda. Ni siquiera en el centro rector de estudios sobre educación sexual en Cuba, el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), existe una estrategia de medios para formar al resto de las instituciones en torno a la diversidad sexual; a ello se suma el poco interés de los propios medios oficiales de información en los que, generalmente, el tratamiento del tema se debe a relaciones entre colegas y no a preocupaciones institucionales.

Desde la institucionalidad, tal vez, otra causante estructural pudieran ser el sectarismo existente dentro de la propia academia y las posiciones discordantes entre quienes investigan y poseen la información sobre el tema, además del rechazo que en ocasiones hacen las audiencias al modo en que han sido elaborados los mensajes sobre personas LGBTI (lesbianas, gays, bisexuales, transgéneros e intersexuales) en los medios, consecuencia de años de herencia de paradigmas culturales machistas, normativistas, hegemónicos y patriarcales.

Se ha hecho un vínculo género-mujer, masculinidades-hombre, sin darnos cuenta de que el hombre es parte de ese género también y esto se ha reproducido en las enseñanzas respecto a la sexualidad, donde al hombre se le ha genitalizado tanto que lo hemos cohibido de muchas cosas, entre ellas el disfrute del placer para cumplir con una cultura heterosexista en la que no se siente más placer que en los genitales.

Esto forma parte de un entramado social muy grande en el que influye la cultura, esa impuesta y esa que cada cual asume, y se habla entonces de la masculinidad y la feminidad –como un proceso homogéneo– y no de las masculinidades y las feminidades.

En principio, el sexo y el género no conllevan a un determinado tipo de sexualidad ni a una determinada orientación sexual. El modo de enfrentar, asumir o vivir la orientación sexual, ya sea heterosexual, homosexual o bisexual, es un ejercicio de determinación personal en el que no tiene por qué otorgársele participación a quienes no forman parte de nuestro cuerpo y psiquis individual. Por lo que cualesquiera de estas expresiones de la sexualidad no necesitan de la tolerancia, sino más de la aceptación y, sobre todo, por las connotaciones que los términos implican, del respeto.

Ser más comprensivos, diversos y respetuosos no nos hace más ni menos homosexuales, bisexuales o heterosexuales. Conózcase que lo único que nos hace raros y diferentes no es la sexualidad ni el género.

No existen modelos ni cánones que establezcan lo que es ser bisexual, transexual o heterosexual, o hasta qué punto se es homosexual o no. Por tanto, de la misma manera que existen masculinidades, hay feminidades, homosexualidades y heterosexualidades. Una mujer con rasgos masculinos puede perfectamente tener un comportamiento heterosexual, independientemente de lo que la sociedad dicte como modelo femenino, y no tiene que ser necesariamente masculina en todo.

En la medida que esa mayoría heterosexual deje de insistir en cuáles son las causas de la homosexualidad y comprenda que las orientaciones sexuales son causadas solo por el placer y deseo individual, será mayor la contribución a esa desmitificación del estado de incertidumbre y desinformación que hace a los reconocidos socialmente como heterosexuales sentirse amenazados con los cambios que, probablemente, se avecinen.

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