Dicen que el movimiento LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros) está a la izquierda, en el sentido de contrario a la gente conservadora que tiene esas vidas ordenadas, tradicionales y predecibles –como las series de TV de los años cincuenta. Ese modo de vida está bajo amenaza por la promiscuidad del espíritu hippie, de la cual es heredera el movimiento LGBT (cuya membresía es naturalmente incapaz de relaciones ordenadas, como todas las buenas personas saben).

 

En tanto peligro para las sociedades que han normalizado y defendido la sexualidad reproductiva, la superioridad masculina y el control del cuerpo y placer femenino, las personas no heterosexuales que salen del armario son una anomalía, y si se unen, una amenaza. En el simbolismo convencional que nos legó la Revolución Francesa, está a la derecha la gente que quiere dejar las cosas tal y como están, y a la izquierda la gente que quiere cambiar el mundo. Ello permite que nos reconozcamos en la arena política, lo que a la mayor parte de la gente le parece útil y razonable.

La otra gran diferencia entre la derecha y la izquierda es que la gente que quiere cambiar el mundo es tan diversa que a menudo no se soporta entre sí. Eso le da ventaja a la derecha que, además, no tiene que inventarse reglas y ver si funcionan. La derecha solo debe perfeccionar lo ya sabido y mantener a la izquierda peleando al interior (lo admito, en este punto es cuando siento envidia y considero cambiar de bando).

Entre esos grupos que están a la izquierda «por defecto», se encuentra el movimiento LGBT. No es que estas personas se conmuevan con el golpe dado en la mejilla ajena más que el resto, o que les anime un innato sentido de la justicia. Están a la izquierda porque quieren cambiar la sociedad y hacer espacio a un grupo discriminado, invisible para la historia, los derechos y la salud. Recordemos que, hasta hace menos de un siglo, las personas sexo-disidentes eran mundial y legalmente disciplinadas hacia la heteronormatividad por la fuerza (donde «fuerza» es una metáfora para torturas, hogueras, cárceles, castración, descargas eléctricas y otros recursos creativos que las películas del medioevo nos enseñan). Y a estas alturas de la batalla eso es un problema.

Primero, porque la mayor parte de la izquierda (como la mayor parte del mundo), es aún homofóbica y machista. Así que desconfían de las «locas», las «tuercas» y esa gente que «quiere» cambiar de sexo. No pasa nada, también desconfiaban de las Panteras Negras y las feministas y de los sindicatos criticones y… (de nuevo estoy tentada a cambiar de bando).

Segundo, porque la etiqueta de un movimiento con perfil social, no económico, lleva a peligrosos olvidos respecto a lo diferente que es ser no heterosexual según sean el país, la clase social, el grupo étnico o sexo que te tocaron en suerte. Vamos, que no es lo mismo ser gay entre la aristocracia francesa, que lesbiana pobre en Sudáfrica. Y esta idea de la lucha arcoiris, como la de las mujeres en su momento, ha tenido sus toques colonialistas –en el sentido de globalizar las necesidades de la cultura occidental.

Este cruce entre desconfianza homofóbica y colonialismo interno ha generado muchísimos malentendidos, la mayoría de los cuales se resumen a un solo malentendido: los gays no pueden tener más interés que la reivindicación de sus derechos. Un lado y otro del espectro ideológico (o sea, los grupos políticos de derecha e izquierda) repiten que la lucha contra la homofobia no porta ideología en sí y utilizan ese argumento constantemente: la derecha para controlar al movimiento, la izquierda para desautorizarlo. ¿Qué si alguien en verdad cree que por militar por la diversidad sexual no se puede tomar partido político? Sigue la evidencia dejada en el muro de FB del Grupo Arcoiris, que se autodefine como «anticapitalista e independiente»:

Angel Tur:

¿Anticapitalista? O sea que si un gay tiene la iniciativa de crear t-shirts con arcoiris pintados a mano, ¿no los puede vender y obtener ganancias?

O sea, ¿que abogan por la diversidad sexual y el derecho de cada uno a amar a quien quiera, pero no por la diversidad de pensamiento político?

Carlos Alejandro Estrada Pérez:

Muy bonito todo, pero lo de «anticapitalista» os mete en un berenjenal peligroso, y es el de entrar directamente en el grupúsculo de aquellos que bajo presuntas reivindicaciones de género, ocultan una filiación política que es lo que realmente quieren defender.

La mayoría del mundo LGBT vive en países capitalistas, por lo que ir contra los sistemas donde viven y se desarrolla su lucha por sus derechos, es cuando menos un absurdo, cuando más sumamente cuestionable, no siendo precisamente el capitalismo, el sistema que peor ha tratado a las personas que se engloban en este movimiento, comparado sobre todo con el sistema comunista, que los ha perseguido y asesinado por millones, sobre todo en los campos de concentración o gulags soviéticos.

Y creo, para terminar, que Cuba sabe muy bien de lo que son tácticas y maneras de reprimir muy duramente este mundo, creo que aun hay por ahí mucha gente que padeció la UMAP y que conserva en su alma y en su cuerpo las huellas de semejante latrocinio.

Y claro, esto lleva a ciertos comentarios insidiosos contra quienes opinan tan a la ligera de las elecciones políticas ajenas:

¡Tremendas lagunas educacionales! ¿Quién enseña que el anticapitalismo es antimonetario? ¿Acaso no son el comercio y el dinero anteriores al capitalismo?

¿En qué momento de la historia tuvo la izquierda pensamiento único?

¿Por qué habríamos de imitar las personas LGBT de Cuba a quienes viven en países capitalistas?, ¿no es suficiente argumento vivir en otro país para saber que las estrategias y los recursos deben ser otros?

¿Que el comunismo ha tratado a las personas LGBT peor que el capitalismo? Hagamos un poco análisis cronológico y matemático: desde la Revolución Industrial y hasta 1917, el capitalismo se extendió por el mundo, por lo tanto, las personas LGBT que fueron reprimidas, castigadas, perseguidas, internadas, encarceladas y asesinadas durante más de un siglo habrá que colgárselas al capitalismo, ¿no?

Tras el triunfo de la Revolución de Octubre, incluso, la homosexualidad fue despenalizada en Rusia. Los Bolcheviques querían borrar a la Biblia de toda su legalidad, así que en 1922 se revirtió la tendencia normativa que inaugurara Pedro el Grande en 1716, al prohibir el sexo entre hombres en el ejército.

Stalin (¿por qué no me sorprende?) recriminalizó la homosexualidad en 1933. Dicen que para que todo el mundo tuviera solo dos opciones: aumentar la natalidad o irse a trabajar en los Gulags (Stalin adoraba las situaciones de ganar-ganar). Con esas y otras normas sociales definidas por el georgiano bigotudo, el autodenominado «socialismo real» se extendió por Europa Oriental y diversos países del Tercer Mundo. Es cierto, allí donde llegó el estalinismo, los prejuicios que ya existían contra la diversidad sexual fueron mantenidos o reforzados. Pero no se pude negar que la mayoría de la población del planeta vivió el siglo XX bajo el capitalismo, que no sacó a la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales hasta 1990. Todavía hoy, en muchos países capitalistas se penaliza la homosexualidad y es fácil montarse una clínica para curarla. ¿Culpa del espíritu de Stalin?

Pero me gusta el comentario de Carlos porque resume el problema: «lo de anticapitalista os mete en un berenjenal peligroso, y es el de entrar directamente en el grupúsculo de aquellos que bajo presuntas reivindicaciones de género, ocultan una filiación política que es lo que realmente quieren defender.»

Primero está la contradicción: se acusa de ocultar una filiación política justamente cuando se la declara. Pero lo que me interesa resaltar es esa lógica nefasta, y reproducida por un montón de gente que se las da de informada: los asuntos sociales son de las víctimas y quienes los promueven no pueden tener más interés que la reivindicación de sus derechos, lo que excluye una filiación política.

¿No suena un poco tonto?

¿En serio hay quien cree que no hay maricones imperialistas, transexuales racistas, lesbianas antiaborto o bisexuales republicanos? ¿Acaso las únicas personas capacitadas para la filiación política son las heterosexuales?

El sistema político permea todo, y se sabe: es político el modo en que se respetan, o no, los días de culto; es político cómo se distribuye el costo del acceso al agua en la sociedad; es política la libertad, o no, para elegir la escuela; es político qué tecnologías son legales sobre la base a la contaminación ambiental y el daño potencial a las personas. Es político el derecho a abortar. Es político el derecho a decir en público lo que se piensa sin que te carguen la culpa de la Inquisición, si eres católica; del 11 de Septiembre, si musulmana, o de los campos de trabajo en Siberia, por comunista.

La idea de que la lucha por los derechos no es política es un producto culturalmente discriminatorio, ya que presupone que la gente discriminada no tiene capacidad para ver más allá de sus problemas personales para conseguir empleo o defender a la familia.

Entonces, ¿quién dice que el movimiento LGBT no puede tener diversidad política? La misma lógica homofóbica de siempre. Si, estamos a la izquierda, como un grupo que quiere revertir la dominación de lo heteronormativo en cada resquicio de la vida cotidiana, pero como personas, ¿quién prueba que compartimos la ideología? En cada encrucijada social tendremos, como gente diversa, opiniones diversas, filiaciones políticas diversas. No dejas de pertenecer a la comunidad LGBT por legislar contra el derecho de los obreros a sindicalizarse, luchar por la Revolución Mundial, votar a favor de las bases militares de USA en todo el mundo o unirte a «Anonimus». Serás una lesbiana republicana, un gay troskista, un bisexual militarista o un hacker trans. No hay problema, de verdad.

No dejes que te cuelguen la etiqueta equivocada, porque, para empezar, nunca tendrás tu definición con sola una.

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