Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el estudio científico social del prejuicio entró en su etapa de crecimiento y Gordon Allport publicó su enciclopédica obra La naturaleza del prejuicio, los preocupados estadounidenses que querían combatir el prejuicio compartían la idea de que sus campañas deberían empezar por demostrar que los blancos del prejuicio son creados por el prejuicio. Es decir, se daban cuenta de que el primer paso en la operación de un prejuicio es crear el blanco, agarrar algún tipo de diferencia y convertir esa diferencia en una definición de grupo.
Así pues, el primer paso en el combate contra el prejuicio era mostrar cómo se había creado el blanco. Se esperaba que tal acción educadora detendría el proceso del prejuicio y devolvería la diferencia agarrada a sus correctas proporciones. La terapia educacional actuaba en cooperación con políticas sociales liberales que eran integracionistas y asimilacionistas. Tales políticas le decían a la gente prejuiciada: «si ustedes comparten vecindarios y escuelas con ese grupo, hallarán que su diferencia no significa que no sean seres humanos como ustedes».
Por ejemplo, en 1950, un grupo de prominentes científicos naturales y sociales convocados por la Organización para la Educación, la Ciencia y la Cultura de las Naciones Unidas (UNESCO) emitió una declaración titulada «El concepto de raza». Los científicos esperaban que su declaración detendría los comunes abusos del término «raza» para referirse a toda clase de grupos religiosos, geográficos, lingüísticos y culturales, a los que se les atribuía entonces toda clase de características. Además, si la gente entendía qué denota con propiedad «raza», y si usaba sólo la precisa definición física y fisiológicamente orientada de «raza», se daría cuenta entonces de que los científicos que hablan de «razas» no incluyen características mentales en su definición. Hay una «semejanza esencial en los caracteres mentales entre todos los grupos humanos», y las diferencias de inteligencia que miden los tests de inteligencia no son esenciales o específicas de razas. Además, la ciencia, proseguían los autores, ha mostrado que la mezcla de razas no tiene malos resultados desde el punto de vista biológico, y en el origen de todos sus resultados sociales se pueden descubrir factores sociales, no diferencias de «raza».
La declaración «El concepto de raza» trató de manera muy eficazmente las dos afirmaciones clave de los racistas de mediados de siglo: que hay razas mentalmente superiores y mentalmente inferiores, y que el matrimonio interracial está debilitando a las razas superiores. Se tenía la esperanza de confinar el concepto de raza a una estrecha esfera y quitarle todas las adiciones extrañas que el racismo ha amontonado sobre él. Se hicieron esfuerzos similares para quitar de encima de «los judíos» un cúmulo de afirmaciones históricas distorsionadas y falsas sobre ellos, así como para desenmascarar las afirmaciones de que son una raza, «los semitas», de una «sangre» u origen diferente que, digamos, «los cristianos». También entre las feministas se ha trabajado mucho para reconocer que hay dos sexos, biológicamente, y, después, para combatir el amontonamiento de otras afirmaciones de diferencia encima del hecho de la diferencia biológico-sexual. Hay dos sexos, pero uno de ellos no debería ser «el segundo sexo», en la famosa expresión de Simone de Beauvoir. Si en los años 50 hubiera habido un grupo público trabajando para combatir el prejuicio contra los homosexuales, podría haber tomado sus preceptos de la edición de 1905 de Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad de Sigmund Freud, donde éste afirmaba de manera optimista que: «El enfoque patológico del estudio de la inversión ha sido desplazado por el antropológico.» Es decir, la homosexualidad existe como práctica en todas partes, pero diferentes culturas la entienden de manera diferente y sólo algunas la denominan una enfermedad o una desviación de una norma.
La operación anti-prejuicio corriente de los años 50, en la que la ciencia o la ciencia social objetiva e imparcial era el principal instrumento de educación y corrección, había de arrancar evaluaciones que habían sido proyectadas sobre diferencias, para proceder a examinar la diferencia esencial. A fines de los años 60 y principios de los 70, esta estrategia fue sustituida por otras dos, las cuales a menudo estaban en conflicto. La primera era cuestionar de manera muy radical el estudio científico de las diferencias y cualquier forma de «esencialismo», y la segunda era reevaluar evaluaciones u ofrecer evaluaciones alternativas -una operación que a veces terminaba de vuelta en el esencialismo. Por ejemplo, se puso al descubierto que la palabra «raza», para referirse a la división de los pueblos del mundo en tres grupos mayores, caucasoide, mongoloide y negroide, no es un útil instrumento de la ciencia imparcial y objetiva, sino, más bien, una categoría deudora del racismo. Al mismo tiempo, las evaluaciones realizadas sobre la base de esa ciencia parcial eran objeto de apropiación y reelaboración. Así, Frantz Fanon pudo instar a la gente de color a que viraran la tortilla en su contienda con los imperialistas blancos, celebrando lo que había sido despreciado, haciendo una poesía de la negritud. Los lectores estadounidenses de Fanon crearon entonces la poderosa consigna «Lo negro es bello». De manera similar, las feministas de la segunda oleada pusieron en tela de juicio las ideas científicas sobre las diferencias sexuales, y, empleando el nuevo concepto de género, reevaluaron por completo los modos en que la diferencia de género ha sido erigida social y culturalmente encima de supuestas diferencias sexuales. Específicamente, se entablaron grandes debates sobre la naturaleza del orgasmo de la mujer -la cual representa la naturaleza de la sexualidad de la mujer en general- y sobre toda clase de características de género que se consideraba que reflejan la sexualidad de la mujer. Simone de Beauvoir había proclamado «la mujer no nace, sino se hace», a lo que la siguiente generación de feministas replicó que la «mujer» había sido construida con ficciones sexistas de la ciencia y, también, que se puede hacer hermosas y poderosas a las mujeres y sus maneras de ser.
Las dos estrategias de este período estaban concebidas para tomar el control del proceso de hacer definiciones -de rechazar viejas definiciones y hacer nuevas-, no para combatir el prejuicio como tal. En términos de acción política y de política social, las estrategias tenían implicaciones contradictorias. Las críticas de la ciencia y las desconstrucciones conceptuales suministraban la base teórica para la asesoría y talleres sobre diversidad, promotores de la tolerancia, en las escuelas y las comunidades; pero las reevaluaciones culturales apoyaban con frecuencia o movimientos separatistas o, finalmente, lo que llegó a conocerse como «la política de identidad». A medida que el ideal del crisol -la marmita en la que las diferencias se funden sin dar origen a nada perjudicial- se desvanecía, se hacía difícil racionalizar los programas sociales que, como la acción afirmativa, habrían de realizar la fusión.
Mientras este contradictorio resultado se estaba revelando en los 70, surgió el Movimiento de Liberación Gay, tanto un producto de las estrategias de apoderarse de definiciones como uno de los principales contribuyentes a ellas. El prejuicio que el Movimiento de Liberación Gay trataba de combatir, llamado «homofobia» en 1972, fue entendido como un prejuicio que constituyó un grupo. Creó el blanco «los homosexuales», un grupo que se consideraba definido por sus prácticas homosexuales, esencialmente ligadas a compañeros del mismo sexo. Para definir el grupo homosexual y para subrayar su patología con respecto a la mayoría heterosexual, se había hecho un despliegue de ciencia que ciertamente no era objetiva ni imparcial. Así pues, el Movimiento de Liberación Gay puso sus mirillas directamente en esa ciencia y sus definiciones, lo cual, en la práctica, implicaba hacer cosas como urgir a la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos de América a dejar de clasificar la homosexualidad como una patología.
La ciencia homofóbica manejada por la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos de América estaba ciertamente muy lejos del Sigmund Freud que, en una nota de 1915 a sus Tres ensayos, había dado esta muy clara instrucción: «La investigación psicoanalítica se opone de la manera más resuelta a cualquier intento de separar a los homosexuales del resto de la humanidad como un grupo de carácter especial.» Pero la ciencia homofóbica podía apelar a un Sigmund Freud que no era tan desprejuiciado en su enfoque de la homosexualidad -a saber: el que consideraba la homosexualidad como una desviación del resultado heterosexual normal del desarrollo, y, por ende, anormal. Este Sigmund Freud -podríamos llamarlo Sigmund el Prescriptivo en oposición a Sigmund el Descriptivo- era un pionero que tenía un pie teórico en las postrimerías del siglo XIX, cuando la mayoría de las personas consideraba moralistamente que la sexualidad humana estaba al servicio de la reproducción humana, y un pie en el siglo XX, cuando la sexualidad humana estaba llegando a ser entendida, con la ayuda de Freud, como gobernada por el Principio del Placer. La sexualidad humana era dividida solamente en sexualidad homosexual y sexualidad heterosexual a insistencia de aquellos que se aferraban a la ideología del sexo-para-la-reproducción, podríamos llamarlos los monogamistas, personas que percibían que su hegemonía estaba cediendo terreno a fuerzas que apoyaban el sexo-por-placer, al campo de los hedonistas. «El homosexual», como «el heterosexual,» fue creado en una acción de retaguardia de tremenda intensidad por personas que eran no solamente homofóbicos, sino sexofóbicos o fóbicos al sexo-por-placer.
Los activistas-teóricos del Movimiento de Liberación Gay que pusieron sitio a la Asociación Psiquiátrica de los Estados Unidos de América entendieron muy bien que, de manera característica, las personas que tienen miedo de sus propios impulsos tratarán de situar esos impulsos atemorizadores fuera de sí mismas -y para ello necesitan a otros. Y una categoría, «el otro». Pero, a principios de los años 70, feministas lesbianas radicales, como Monique Wittig en Francia y Adrienne Rich en los EUA, emprendieron una fuerte crítica de la categoría de «homosexual» que no se basaba en esos conceptos psicoanalíticos -porque se pensaba que ese legado estaba demasiado viciado. Identificaron a los monogamistas como los principales partidarios de la heterosexualidad como norma, y concluyeron que el sexo-por-placer había sido asignado a los homosexuales, quienes eran clasificados como transgresores al margen de la norma. Pero recalcaban que la heterosexualidad normativa es parte de la opresión general de las mujeres por los hombres, y que ella es el ingrediente clave del sexismo. El término «heterosexismo» entró en el uso común sobre la base de este análisis, y por un tiempo fue más común que «homofobia» como denominación para el prejuicio contra los homosexuales. Pero la marea regresó a la «homofobia» en los 80 cuando la epidemia del SIDA hizo que se enfocara con más precisión el prejuicio contra los hombres gay. Al mismo tiempo, el feminismo lesbiano radical retrocedió ante el prejuicio contra las lesbianas dentro del Movimiento de las Mujeres. El Movimiento de las Mujeres y el Movimiento de Liberación Gay, que habían estado entrelazados como movimientos de liberación sexual, se hallaban en diferentes sendas en la era de la política de la afirmación de identidad. Cuando, por ejemplo, las lesbianas fueron de más interés periodístico como «la Amenaza Lavanda»* dentro del Movimiento de las Mujeres del mainstream que como objetos de la ira masculina por asumir papeles de varón con las mujeres, el significado de «heterosexismo» se volvió demasiado complicado para los propósitos de autodefensa.
Hay una regla general en lo que respecta a la operación de los prejuicios en esta historia que he estado esbozando. La regla es que los prejuicios se intensifican cuando los blancos que ellos han creado amenazan con minar la razón subyacente del prejuicio, y destruir así la defensa de la persona de la persona prejuiciada. Si se considera que un grupo llamado «los semitas», creado por el antisemitismo a partir de «los judíos», está allá fuera en el mundo reuniendo poder financiero para infiltrar gobiernos y apoderarse del mundo, entonces la defensa que creó a «los semitas» no está funcionando; debe ser apuntalada, se deben descubrir nuevos métodos para ella, recurrir a la violencia, y así sucesivamente. Si se considera que un grupo «racial» como «los negros», construido como carente de inteligencia -y también primitivo y perezoso-, está allá fuera en el mundo ascendiendo, teniendo éxito, entrando por vía matrimonial en la raza blanca, entonces se deben hallar nuevos métodos para tratar con esa gente que quiere salirse de su sitio.
Cuando el grupo denominado «los homosexuales» llegó a estar más delineado como grupo, cuando se estaban volviendo más activos y auto-afirmativos políticamente, se necesitaba contenerlos, y, por tanto, se reforzó la definición grupal de ellos.
A medida que los homosexuales han devenido una presencia cada vez más visible en los EUA, el prejuicio contra ellos se ha intensificado y ha hallado nuevas formas: el nivel de violencia ha aumentado y se han diseñado políticas de guetoización para mantener a los homosexuales fuera de las instituciones «normales» o, a lo sumo, encerrados en un clóset en ellas (como actualmente en las fuerzas armadas). Pero esta intensificación es también en parte una fuerte reacción contra un gran cambio de actitud en dirección a la tolerancia, un cambio que ha sido fomentado por el hecho de que el sexo-por-placer está convirtiéndose cada vez más en la ideología dominante, lo que ha significado que las conductas heterosexuales y homosexuales típicas se están haciendo cada vez más parecidas. A medida que la monogamia ha declinado como ideal (excepto entre los fundamentalistas) e institución, las tasas de divorcio han aumentado, y como han aparecido toda clase de familias alternativas al modelo nuclear de mediados de siglo, aquellos denominados heterosexuales y homosexuales son menos «otros» los unos para los otros. Entre los heterosexuales más tolerantes, no se considera que los homosexuales estén abriendo las puertas a la anarquía sexual o a la redefinición sexual. Sin embargo, incluso entre los más tolerantes, queda una gran cantidad de prejuicio, y me gustaría discutir esta situación desde el punto de vista psicológico en las páginas que siguen, así como tratar de caracterizar la homofobia con relación a los otros prejuicios que he mencionado: el antisemitismo, el racismo y el sexismo. Después, quiero señalar una tercera estrategia de respuesta a la homofobia que, creo yo, está surgiendo en esta era de actitudes cambiantes hacia la sexualidad y las expresiones sexuales, esta era en que los «homosexuales», como han sido denominados por cien años o más, están desapareciendo -como una pseudo-especie en peligro.
Las peculiaridades de la homofobia entre los prejuicios y a través de ellos
Después de la Segunda Guerra Mundial, en el apogeo de los estudios del prejuicio y las campañas anti-prejuicios conducidas por las ciencias naturales y sociales, prevaleció un supuesto que desde entonces ha hecho muy difícil comprender los prejuicios en sus especificidades. Ese supuesto era que todos los prejuicios son parecidos porque todos son manifestaciones de una misma personalidad prejuiciada, la personalidad autoritaria.
Todos los prejuicios son variaciones de «etnocentrismo», prejuicio de un endo-grupo [in-group*] contra exo-grupos [out-groups] -todos los exo-grupos. Una persona protestante blanca que tiene prejuicios contra los judíos tendrá prejuicios contra los católicos y los negros, y así sucesivamente, pasando por toda clase de exo-grupos, incluso exo-grupos imaginarios inventados por científicos sociales que tratan de estudiar el prejuicio. Una de las razones por las que los grupos tomados como blancos de ataque surgieron en los 70 afirmando sus identidades en términos reevaluados, es que esa tesis del «etnocentrismo» añadió, al insulto de ser tomado como blanco, el agravio de ser tomado como blanco por ninguna razón especial, sólo por ser un «exo-grupo».
En el contexto de este amplio supuesto del «etnocentrismo», el estudio psicológico del prejuicio era rudimentario y así permaneció. Era apenas posible que surgiera la idea de que diferentes tipos de personas tienen -o, mejor dicho, necesitan- diferentes tipos de prejuicio. Ni era posible reconocer que diferentes exo-grupos o diferentes blancos de prejuicio son del todo diferentes y sirven propósitos del todo diferentes. No se llegó a cobrar conciencia de que los prejuicios son como mecanismos de defensa contra grupos construidos de manera diferente mediante una proyección y después experimentados de manera diferente como fuentes de angustia y amenaza. Esos mecanismos de defensa difieren de los que son familiares para los psicoanalistas por ser sociales, es decir, por operar sobre objetos externos y no sobre deseos y objetos intrapsíquicos.
Trabajando con la idea de que los prejuicios son mecanismos sociales de defensa, podemos advertir que cada persona tiene su mezcla única de los diferentes tipos, aunque la mayoría de las personas tiene una defensa o un haz de defensas dominante característico, empleado con diversos grados de rigidez o patología. Los analistas hace mucho que notaron que esas diferentes defensas respaldan, o conforman de manera decisiva, diferentes tipos de carácter. Los diferentes tipos de carácter toman como blanco -es decir, construyen- grupos que satisfacen las particulares necesidades de ellos, y una de las cosas más importantes que se ha de señalar acerca de la homofobia es que puede servirle a toda suerte de tipos de carácter. Permítaseme mostrar brevemente qué quiero decir, empleando un esquema de tres tipos de carácter derivados de la obra de Freud.
Los obsesivos, que de manera característica se defienden con gran rigidez contra sus propios deseos sexuales y especialmente contra sus propios deseos agresivos, mantienen y aumentan el espesor de sus defensas con imágenes de objetos que están tratando de penetrar sus defensas, minarlas, infiltrarlas. Sus prejuicios están dirigidos contra las personas que ellos conciben como, por una parte, sucias y contaminantes, y, por otra, astutamente capaces de acumular riquezas. Sus grupos víctimas son personas hábiles en el comercio y educadas, tendientes de uno u otro modo a asociarse en clanes, que existen entre ellos como «extraños» o intrusos o itinerantes o intermediarios. Los judíos son el grupo víctima arquetípico de los obsesivos, pero también los homosexuales (incluyendo a los homosexuales judíos) pueden ser odiados de esa manera. Cuando se odia así a los homosexuales, se enfatiza su «degeneración». Debilitan todas las cosas y personas que tocan, lo que puede significar, en lo que concierne a los homosexuales varones, que feminizan (penetrando analmente) o castran. Se les atribuye el poder del dinero. Financian a los políticos porque son supuestamente más ricos como grupo, compran a los media, promulgan «La Agenda Homosexual» que guía la política liberal, infiltran los partidos políticos y las agencias gubernamentales, adquieren control -si son admitidos en el ejército- sobre los militares, y, lo peor de todo, enseñan, transmitiendo su modo de vida a niños inocentes. Ahora, son portadores del SIDA y están siendo castigados con esa enfermedad por su condición enferma, un castigo que debería proseguir con rapidez porque han comenzado a infectar a la comunidad heterosexual. Finalmente, los homófobos obsesivos quieren que los homosexuales sean eliminados; creen que debería haber alguna especie de Solución Final para ellos.
Los histéricos, que de manera característica se escinden en (por lo menos) dos «yo», uno más elevado, más inteligente, más casto, comúnmente más femenino, y uno más bajo, menos inteligente, primitivamente sexual, y comúnmente más masculino, necesitan objetos de prejuicio que ayuden a mantener su escisión. Ellos dan los mejores racistas: sus objetos más bajos son más oscuros, asociados con la noche y con el color oscuro de las heces, los vellos púbicos y los orificios corporales. Pero los histéricos también dan buenos homófobos: mantienen a los homosexuales (incluyendo, desde luego, a los homosexuales de piel oscura) «en su lugar», lo que quiere decir, fundamentalmente, haciéndolos disponibles para un servicio sexual degradado, real o fantaseado. El servicio más común para el que se necesitan a los homosexuales es para expresar directamente en una conducta no inhibida los deseos edípicos que los prejuiciados contra ellos no admitirán en sí mismos o no pueden realizar para sí mismos. Los homosexuales proporcionan una mascarada. «Ellos» pueden amar personas del mismo sexo, y «nosotros» (los heterosexuales) podemos castigarlos por ello. «Ellos» pueden hacer lo que está prohibido, y «nosotros» podemos ser los buenos traspasando nuestros deseos prohibidos a ellos. Pero, mientras tanto, «podemos» disfrutar su amor indirectamente, mirarlos en filmes pornográficos, imaginarnos como sus amantes, e incluso quizás pasar una temporada o experimentar con ellos y luego regresar a nuestro mundo, «olvidando» que alguna vez lo abandonamos o que hicimos lo que hicimos. Es muy importante, entonces, que «ellos» vivan al alcance de la mano, no fuera de nuestro mundo, sino en él; deberían tener los cuartos de criado de una subcultura -digamos, de una cultura de bar-, donde puedan ser un secreto. Los homófobos de esta especie no quieren eliminar a los homosexuales; quieren usarlos, esclavizarlos.
Los narcisistas agarran diversas marcas de diferencia, en dependencia de cuál diferencia sea la más cargada emocionalmente, la más significativa y amenazadora para ellos. Para muchísimos narcisistas, la diferencia clave es la diferencia sexual anatómica, pero esta diferencia elemental también puede ser desplazada a los dominios, por ejemplo, de la diferencia mental o la diferencia cultural. Los narcisistas niegan esa diferencia y, a la vez, la acentúan. Necesitan estar con personas a quienes ellos consideren como ellos mismos, que puedan reflejarlos como en un espejo y reforzar los lineamentos de sus identidades, pero también dicen que esas personas no-son-yo. Para los hombres narcisistas, las mujeres son mujeres fálicas -es decir, como hombres- y, a la vez, seres castrados de capacidad inferior. Los homosexuales pueden ser lo mismo: como ellos y menos que ellos. Tanto en las culturas homofóbicas como en las no-homofóbicas, los hombres también forman grupos de iguales del mismo sexo que son tan decisivos para sus identidades y sus órdenes sociales como lo son sus familias -a menudo más decisivos-; pero en las culturas homofóbicas tales grupos son estructurados adicionalmente al ser definidos como no-homosexuales. Los grupos, equipos, clubes, unidades militares, etc. de hombres les permiten a sus miembros un homoerotismo seguro si pueden ser claramente deslindados de los grupos homosexuales; sus grupos pueden incluso incluir actividad homosexual si hay un límite, «no como ellos». Desde el punto de vista psicológico, lo que los grupos de iguales del mismo sexo les dan a sus miembros se podría llamar suplementación genital. Los hombres sienten aumentada su potencia sexual, su poder fálico, cuando están con compañeros; necesitan más de un pene los hombres cuyas ambiciones son grandes, pero cuya autoestima no está asegurada internamente, y que sufren una gran angustia de castración. Se expanden, por así decir, para ser los iguales de sus padres; se desidentifican de sus madres. Las mujeres, también, se sienten suplementadas y definidas como no-homosexuales en sus grupos, pero también tienden a fundirse con sus madres a través de tales grupos en la misma medida o más de lo que los usan para cobrar individualidad respecto de sus madres. Para las mujeres narcisistas pegadas a sus madres, las lesbianas son una atracción, pero también una amenaza perturbadora.
Las distinciones realizadas a lo largo de líneas caracterológicas proporcionan un particular modo de ver las formas que toma la homofobia en cualquier momento histórico y cultural dado. Se puede considerar, por ejemplo, que el debate estadounidense durante 1993 sobre los homosexuales en las fuerzas armadas dio por resultado una transacción psicológicamente más feliz para los homófobos histéricos que para cualquier otro tipo.
Los homosexuales han de ser admitidos en las fuerzas armadas, de modo que estén disponibles para servicio sexual real o fantaseado, pero sigan siendo secretos, sigan encerrados en el closet, no lo digan. Para los obsesivos, esa transacción es una horrible apertura de la puerta a los infiltrados, una invitación a los violadores, y para los narcisistas, es un terrible suceso en el que las fronteras se vuelven borrosas, una derrota para el proyecto de establecer esferas de autodefinición. En ese debate estaban en discusión homosexuales fantaseados de maneras diferentes. Estaban los homosexuales que iban a violar a hombres heterosexuales en sus camas o a acercárseles con insinuaciones sexuales en las duchas, a seducirlos -ésos son los primitivamente sexuales que es preciso mantener en su lugar como la gente de color. Después estaban los homosexuales que iban a infiltrarse en las fuerzas armadas como una conspiración, quitándoles el poder a los hombres heterosexuales, minando la moral de combate y haciendo a todos vulnerables al enemigo, convirtiendo a los verdaderos hombres en mujeres como una enfermedad corruptora. Después están los homosexuales que tornarían borrosas las fronteras al tener un aspecto de hombres heterosexuales y actuar exactamente como ellos, al ser tan viriles y soldadescos que los hombres heretosexuales podrían no ser capaces de distinguirlos o de ser suficientemente distintos de ellos -una herida narcisista.
Para esta manera de pensar, la homofobia es el prejuicio más difícil de estudiar sistemáticamente, así como el más difícil de combatir o desconstruir, porque es el prejuicio que está en una sintonía de carácter con la mayoría de los tipos de carácter. Y esto ni siquiera está tomando mucho en cuenta que la homofobia es un racimo de prejuicios que incluye variantes para hombres y mujeres, y para la masculinidad y la feminidad, en los prejuiciados y en sus blancos. Sin embargo, señalar la complejidad de las homofobias no quiere decir que no haya características comunes entre las homofobias obsesiva, histérica y narcisista. Se puede ver una característica común observando que la sintonía de carácter con todos los tipos de carácter es compartida por la homofobia con otra forma de prejuicio que sólo lentamente está llegando a ser reconocida como prejuicio: el prejuicio contra las personas de un diferente estadio de desarrollo. De éstas, el prejuicio contra los adolescentes -a quienes se les dio el nombre de «adolescentes» al terminar el pasado siglo, precisamente cuando la expresión «los homosexuales» entró en circulación- es el más parecido a la homofobia, porque implica el tomar como blanco a un grupo que es considerado sexualmente anárquico, aunque en el caso de los adolescentes la culpa de la anarquía es atribuida de manera explícita a la inmadurez en el desarrollo; ellos están «detenidos». Pero, en todo caso, la inmadurez sexual o la desviación de la heterosexualidad es la acusación denominador común; es decir, para todos los tipos de carácter prejuiciados los homosexuales son como adolescentes, o son adolescentes. Este vínculo también va en la otra dirección: detrás de la retórica de odio a la «generación X» se halla la idea de que los X no son suficientemente heterosexuales, son promiscuos y tienen aversión a los compromisos matrimoniales, son egoístas e impulsados por el placer, y así sucesivamente. En resumen, gay.
Más allá de las homofobias
Para aquellos que se dedicaran a combatir las homofobias, ¿qué indicaciones podrían seguirse de la historia de los esfuerzos por combatir el prejuicio y la comprensión de los prejuicios en general y de las homofobias en particular que he bosquejado? Ésta es una cuestión amplia para abordar, y aquí no puedo hacer más que continuar en el estilo de bocetos rápidos.
En primer lugar, creo que es importante recuperar el objetivo de los años 50 de combatir el prejuicio mismo -pero hacerlo sin regresar a la idea de que hay un solo prejuicio, el etnocentrismo, o un solo tipo de personalidad prejuiciada. Considero que la estrategia doble de los años 70 y 80, que combinaba desconstrucción y política de identidad, no es una combinación eficaz para la Liberación Gay en el momento actual, aunque era necesaria en aquel tiempo tanto para echar abajo los supuestos monolíticos acerca del prejuicio como para darles a los gays y lesbianas que habían sido hechos víctimas aliento y medios para pelear en respuesta.
Ahora la afirmación de la identidad perpetúa definiciones de grupo que son legados de los prejuicios y legados de las defensas contra los prejuicios, instrumentos de resistencia. Tal afirmación de identidad sigue teniendo sentido para los afroestadounidenses, quienes comparten una larga historia y tradiciones de grupo que pueden ser valiosas en el modo en que lo son las tradiciones de un grupo étnico o religioso; de manera similar, tiene sentido para las mujeres, cuya diferencia biológica y reproductiva de los hombres sí las distingue como un grupo en algún grado (un grado del todo variable con las circunstancias). Pero no tiene mucho sentido para un grupo que fue separado de la población general en un momento particular como lo fueron «los homosexuales», porque ellos estarían en mejor posición si la diferencia que se ha afirmado acerca de ellos desapareciera. No estoy diciendo que los homosexuales estarían en mejor posición de ser absorbidos en la mayoría heterosexual, asimilados o convertidos, o cualquier cosa por el estilo. Estoy diciendo que estarían en mejor posición si la diferencia artificial heterosexual/homosexual se retirara y se volviera común decir: todos los humanos son sexuales de un modo o de otro, o en más de un modo, o de un modo ahora y de otro después; todos los humanos son sexualmente del todo lábiles y realizan más de una elección de objeto sexual. La afirmación de grupo mantiene en el mismo lugar el problema, el cual es la diferencia que fue construida históricamente y luego elaborada con todo tipo de teorización pseudocientífica y representación cultural. Una política de identidad que reevalúa, afirmando que «lo Gay es bueno», y haciéndolo con Orgullo Gay, era necesaria para ayudar a vivir más abierta y libremente a muchas personas encerradas en el closet y perseguidas; pero dentro de ese modo de proceder ha sido difícil decir lo que yo considero que es preciso decir, a saber: «Estamos luchando por hacernos a nosotros mismos innecesarios como instrumentos de las necesidades defensivas de otras personas; mientras nos afirmamos como grupo, estamos esperando que lleguen los tiempos en que no seremos forzados a ser un grupo.»
Para tener presente el objetivo de desaparecer y ayudar a alcanzarlo, se requiere que haya un reavivamiento y continuación de la crítica de la ciencia y la desconstrucción de los conceptos de grupo de principios de los años 70, es decir, una crítica dirigida directamente a la BINARY heterosexualidad/homosexualidad y su historia desde el final del siglo XIX. Esta crítica puede usar como fuente no solo el trabajo feminista-lesbiano radical de principios de los 70 que mencioné, sino también los volúmenes de la Historia de la sexualidad de Foucault, muchas obras de «teoría queer», las muy importantes observaciones perspicaces de La homosexualización de los Estados Unidos de América de Denis Altman, y, muy recientemente, el excelente panorama de La invención de la heterosexualidad de Jonathan Ned Katz. El libro de Katz es el primero, que yo sepa, que registra con fuerza y claridad los indicios históricos de que la heterosexualidad normativa está debilitándose porque las definiciones de la heterosexualidad cuadran cada vez menos con los hechos del modo en que las personas que son reconocidos como heterosexuales organizan realmente sus vidas sexuales, sus familias y sus necesidades sociales.
Considero que las diferencias entre los denominados heterosexuales y los denominados homosexuales están disminuyendo por la razón que Katz subraya: porque el sexo-por-placer ha sustituido al sexo-para-la-reproducción como la ideología dominante del momento y los modos de perseguir el placer no se dividen a lo largo de líneas hetero/homo. Pero hay también una razón que Katz no advierte: tanto heterosexuales como homosexuales en la era del sexo-por-placer están cada vez más conscientes de la necesidad humana de estar en relaciones que, desde el punto de vista del desarrollo, es anterior incluso a la necesidad libidinal visible en el complejo de Edipo. Esta necesidad, que es de afecto entrañable, no está atada a objetos amorosos del mismo sexo o del opuesto, aunque habitualmente surge primero en la díada madre-hijo (lo que la hace del sexo opuesto para los varones, del mismo sexo para las hembras); tampoco está atada a la reproducción. Esta necesidad elemental de tierno afecto amoroso, de cuidados, de apego, es el centro de atención de los estudios en la mayoría de las escuelas actuales de psicoanálisis, y ha llegado a serlo en un momento en que la ausencia de tal afecto y cuidado es manifiesta en los desórdenes del carácter (más bien que neurosis de síntoma) que traen a tantas personas a los actuales escenarios de terapia.
En otro nivel, el estudio motivacional iniciado en los años 50, pero continuado realmente en los 70 y 80, necesita que se lo reviva y reoriente. Esa tradición del estudio motivacional estaba dirigida a delinear una personalidad prejuiciada -la personalidad autoritaria- y luego pensar en cómo se podría reducir o hacer más tolerable el autoritarismo como configuración de la personalidad mediante diferentes estructuras familiares y sociales, diferentes modos de criar a los niños, de distribuir los bienes de la sociedad y de integrar las instituciones. El estudio motivacional en nuestro momento necesita, creo yo, que se lo pluralice, es decir, que se lo funde sobre el reconocimiento de que hay muchas motivaciones para los prejuicios y muchas especies de personalidades o tipos de carácter prejuiciados para quienes los prejuicios son organizadores de la vida (puesto que las defensas son organizadores intrapsíquicos). Y este estudio requiere ser armonizado con las necesidades humanas elementales puestas al descubierto -por su insatisfacción- en los desórdenes del carácter, los desórdenes que están en la base de las manifestaciones más extremas y a menudo violentas del prejuicio.
Una de las razones clave para tomar esta plaza es que ella muestra adónde se necesita dirigir el trabajo antiprejuicio que va más allá de las necesidades conductuales-cognitivas. Puede ser dirigido a personas de los diversos tipos de carácter que se han vuelto rígidas y encerradas por sus rasgos, que han cesado de crecer y se han vuelto mecánicas; y puede ser dirigido a personas con desórdenes de carácter. Además, de esta visión revisada del trabajo antiprejuicio se sigue que nadie que quiera combatir las homofobias debería hacerlo sin combatir también toda clase de prejuicios. La homofobia no debería seguir siendo entresacada del campo de los prejuicios como lo fue «el homosexual» del campo de la sexualidad humana. O, para decir lo mismo en otras palabras: mientras haya racismo histérico, por ejemplo, habrá homofobia histérica; mientras haya antisemitismo obsesivo, habrá homofobia obsesiva; mientras haya sexismo o heterosexismo narcisista, habrá homofobia narcisista. La tarea de combatir las homofobias ha de estar dirigida, finalmente, a las raíces de los prejuicios en los caracteres y las patologías de los caracteres, y, por ende, dirigida también a las condiciones sociales que promueven esos caracteres y patologías. La psicología que se halla detrás de tal trabajo no puede ser meramente conductual-cognitiva; ha de ser psicoanalítica, considero yo, porque solo el psicoanálisis tiene una caracterología de algún modo adecuada a la tarea.
Referencias:
Allport, G. (1954). The Nature of Prejudice. Reading, MA, Addison-Wesley.Altman, D. (1982). The Homosexualization of America: The Americanization of Homosexuality, New York, St. Martin’s.Foucault, M. (1978). The History of Sexuality. Nueva York, Pantheon Books.Freud, S. (1905). Three Essays on the Theory of Sexuality, Standard Edition, 7, 123-145.Katz, J.N. (1996). The Invention of Heterosexuality, Nueva York, Plume-Penguin.UNESCO (1961). The Race Question in Modern Science, Nueva York, Columbia University Press.
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* N.del T.: «La expresión ‘Amenaza Lavanda’ fue acuñada en 1969 por miembros de la Organización Nacional por las Mujeres (NOW) para describir lo que ellas consideraban que era una amenaza de relaciones públicas para el emergente movimiento de las mujeres: las lesbianas. (…) Purgadas de la NOW y proscritas de otros grupos feministas, por 1970 las lesbianas también se dieron cuenta de que tampoco los hombres gay las querían en sus grupos. Decidiendo usar el término como una fuente de orgullo y no como una señal de vergüenza, las lesbianos vistieron camisetas color lavanda con el texto «Amenaza Lavanda» sobre el pecho al asistir al Segundo Congreso de Mujeres Unidas celebrado en la ciudad de Nueva York en 1970.», Rita Mae Brown, Reader’s Companion to U.S. Women’s History.
* N. del T. In-group: Un grupo selecto en el que todos los miembros tienen una fuerte sensación de identidad con el grupo, una sensación de elitismo en lo que respecta a su grupo, y tienden a actuar de manera que los otros queden excluidos (el out-group). Nótese que el término connota fuertes sentimientos positivos hacia el grupo como una abstracción y no necesariamente hacia los miembros individuales del grupo, quienes, en realidad, pueden tenerse mucha aversión unos a los otros. En ocasiones también se le llama el we-group [grupo de nosotros]. Out-group: un grupo que abarca a todas y cada una de las personas que no están en el in-group de uno. En ocasiones también llamado they-group [grupo de ellos]. (The Penguin Dictionary of Psychology, Arthur S. Reber, 1995)
«Homophobias: A Diagnostic and Political Manual», Constellations, junio 2002, vol.9, no. 2, pp. 263-273.
Elisabeth Young-Bruehl: psicoterapeuta en el Hospital del Instituto de Pennsylvania en Philadelphia y en el Centro para Entrenamiento e Investigación Psicoanalíticos de Columbia. Se doctoró en filosofía bajo la tutoría de Hannah Arendt en la Nueva Escuela para la Investigación Social. Ha ejercido la enseñanza en la Universidad Wesleyana y el Haverford College. Entre sus libros se destacan La libertad y la filosofía de Karl Jaspers (1981), Hannah Arendt: Por amor del mundo (1982, 2004), Anna Freud : una biografía (1988), La mente y el cuerpo político (1989), Caracteres creativos (1991), La anatomía de los prejuicios (1966), Sujeto a biografía: Psicoanálisis, feminismo y vidas de mujeres que escriben (1998), Cariño: una psicología del corazón (2000, con Faith Bethelard) y ¿Adónde caemos cuando caemos enamorados? (2003)
Tomado de: Revista Criterios No. 35 (Traducción del inglés: Desiderio Navarro)