Ha sido muy importante que el Centro Oscar Arnulfo Romero haya dedicado un espacio de la Jornada por la No Violencia, en 2016, a las mujeres lesbianas y trans, seguramente por la preocupación que genera la violencia que esas niñas, adolescentes y mujeres han sufrido a lo largo de sus vidas.
En el caso de las lesbianas, esa violencia tiene nombre: se llama lesbofobia. Es una forma de agresión hacia las mujeres que aman a otras mujeres.

A las mujeres lesbianas no se les ve desde el amor. Jamás se habla desde su inteligencia, su bondad, su capacidad de crear una familia, su sacrificio como hija, como hermana. Jamás se piensa en la mujer lesbiana desde la ternura, porque es muy fácil construir en el imaginario popular esa mujer negativa, varonil, desposeída de esas cualidades que el patriarcado infiere que pertenecen a las mujeres y del concepto de feminidad que el patriarcado ha construido para ellas. Y lo hace porque responde a intereses de poder, de dominación.
Pocas veces se valora que esa mujer es una disidente de la heteronormatividad, que no tiene que depender de un hombre para sacar adelante su vida, su economía, ni su familia.Y si se piensa en ella, entonces, hay que satanizarla, porque “esa mujer es un peligro”: contraviene lo establecido, disiente del poder hegemónico, que es el poder del hombre y de la heterosexualidad. Eso está tan construido que es como si se hubieran sentado en una mesa para decir y diseñar cómo crear la imagen negativa de esa mujer que nunca puede ser percibida desde el amor.
Y nunca se piensa cuánto sufren esa niña o esa adolescente que descubre que el objeto de su deseo afectivo y erótico es otra mujer; que descubre que no quiere pertenecer a un hombre ni construir su vida con un hombre.
Las mujeres lesbianas no somos hombres; somos mujeres que amamos a otras mujeres y queremos que ese sea un amor legítimo, reconocido.
Se debe pensar en lo difícil que es para una mujer defender su lugar en el mundo como mujer sin rendir pleitesía a quienes han establecido la cultura patriarcal: cuando quiere que se le reconozca como mujer sin tener que llevar el pelo de una cierta manera, sin tener que pintarse las uñas, ponerse unos tacones, llevar una falda, caminar contoneándose…Cuando siente y necesita que su forma de estar en la vida, esa otra disposición de ser como ser humano, se respete para vivir a plenitud, serenamente, con dignidad, porque es su modo de ser, la manera que ha elegido para construirse como mujer.
Una de las violencias más terribles es la lesbofobia interiorizada. Es la peor de todas las violencias porque es la que vive esa mujer, esa niña, esa adolescente negándose día a día, evitando que los demás sepan lo que sienten y quienes son; se avergüenzan de mostrarse en público, llevan una doble vida: la íntima, encerrada dentro de sus cuatro paredes y la pública, la que muestran a los demás para evitar que las señalen con el dedo, las incriminen, para que no caiga sobre ellas el estigma de esa “diversidad perversa”. La violencia interiorizada no les permite llegar a ser mujeres plenas, sanas, liberadas.Esa es la peor de todas las violencias, la que la mujer lesbiana ejerce sobre sí misma.
Y existe la que vivimos todos los días en silencio, por la manera en que se ha silenciado la lesbofobia. Una palabra que raramente se pronuncia. Sucede incluso cuando se organiza una Jornada Cubana contra la Homofobia y la Transfobia y no se expresa también contra la lesbofobia.
Las mujeres lesbianas sufrimos otros tipos de violencia que los hombres homosexuales no sufren. El hombre homosexual, en una sociedad patriarcal, ocupa de todas formas un puesto cimero respecto a la mujer. En la escala de valores está primero el hombre heterosexual, luego la mujer heterosexual, le sigue el hombre homosexual y, finalmente, la mujer lesbiana; y después incluso la persona transexual.
Esos son los escalones y hay que señalarlos, ponerlos a la luz porque muchas personas que se declaran como no lesbofóbicas, lamentablemente, lo son. No se dan cuenta, pero se manifiesta, cuando dicen: “a mí no me pongas en esa habitación porque ella es lesbiana”. O: “mira esa lo que parece”. Porque no son capaces de respetar esa otra imagen y porque, al final, las lesbianas somos víctimas de esos otros mitos: “las lesbianas son conflictivas, agresivas, se enamoran de cualquier mujer”. Son mitos absurdos que, repito, construidos y muy bien pensados.
Es importante no solo hablarlo o mencionarlo, sino colocarlo visiblemente porque la mujer lesbiana no tiene espacios en la historia.
Carlo Magno fue un excelente guerrero y era homosexual; también Aristóteles, connotado filósofo, como lo fue Shakespeare, reconocido poeta y dramaturgo; como lo fueron Lorca o el propio Da Vinci, el genio del Renacimiento. Pero, ¿dónde está la lista de las grandes y geniales mujeres lesbianas?, ¿cuáles son las filósofas, escritoras, políticas, historiadoras, aquellas mujeres que también han cambiado la historia?
Ese vacío obedece a que la historia ha sido escrita por los hombres y las mujeres hemos estado ausentes, incluidas las heterosexuales. Pero incluso cuando se reconoce que existen grandes mujeres, se evita mencionar su orientación sexual.
Este es un llamado a la reflexión: no se sabe casi nada de la sexualidad de las mujeres lesbianas, no se sabe de qué enferman y mueren, cuáles son sus angustias, cuáles sus inquietudes, sus realidades económicas y familiares.
En nuestro país no tienen derecho a la reproducción asistida, como no tienen derecho a la adopción. Si existe una familia creada porque una de ellas tuvo hijos, como resultado de una relación heterosexual, no los pueden adoptar entre ellas mismas, de modo que esos hijos siguen teniendo solo una madre biológica aunque tengan una madre biográfica que haya acompañado su crecimiento y les haya dado tanto amor.
Esa es la realidad en la que vivimos y es importante y necesario colocarla en el discurso público y en la sociedad.
Uno de los planteamientos fundamentales de la Red de Mujeres Lesbianas y Bisexuales, desde el activismo, es que la educación es un pilar importante para que se entienda, por ejemplo, que el binarismo sexual y de género no solo es una visión pasada, sino también muy peligrosa; educar en la heteronormatividad como lo normal es peligroso, por las discriminaciones y las exclusiones que eso implica. La educación es la única vía para deconstruir esa tradición que cargamos sobre los hombros y que afecta, realmente, la vida de tantas personas que no somos heterosexuales, personas que no se identifican como macho, hombre, varón, masculino ni como mujer femenina a la usanza.
La red aboga por el derecho a la reproducción asistida, al reconocimiento de la maternidad en sus diversas variantes y a tener visitas conyugales en prisiones, un derecho que compete a toda la población LGBT. Cuando se prohíben esas visitas, las personas que guardan prisión son doblemente penalizadas: por el delito cometido y porque no pueden acceder al encuentro íntimo con su pareja, previsto solo para heterosexuales.
Igualmente se reclama la aprobación del matrimonio igualitario, no solo por el hecho de tener derecho a esa opción, sino porque hay que avalar, matrimonial o legalmente, que esas personas tengan otras garantías. Si dos mujeres viven juntas y una de ellas muere, la otra –por ejemplo– no puede acogerse a su pensión. Te puedes pasar toda una vida con una persona, compartiendo todo con ella y, de pronto, cuando esa persona falta, quedas desprotegida y no puedes acogerte a un derecho tan esencial que sí está garantizado para todas las personas heterosexuales.
Solo demandamos el derecho a ser reconocidas como ciudadanas y ciudadanos, en igualdad de condiciones, que nuestras orientaciones sexuales e identidades de género no sean una objeción para que podamos vivir libres, plenamente, como personas de este país al que pertenecemos.
*Transcripción de las palabras pronunciadas por la autora durante el panel “Violencia de género hacia mujeres lesbianas y trans”, realizado el 24 de noviembre de 2016 en centro cultural El Mejunje, Santa Clara.

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