Diversidad sexual, una mirada en perspectiva cristiana

Seguir aportando al debate sobre la temática del diversidad sexual continúa siendo un imperativo y un desafío, mas cuando se trata de colocar esta temática en el ámbito de la pastoral eclesial y ecuménica.

Un imperativo, no con la intención de imponer un tema, sino como urgencia de responder a una necesidad de la comunidad cristiana de ser coherente y consecuente con la centralidad de su misión de «dar vida y en abundancia», lo que vino a hacer Jesús de Nazaret. Un desafío porque, a pesar de lo mucho que se ha debatido desde todos los espacios posibles de reflexión hoy, resulta difícil hacer comprender la realidad que viven muchas personas con una orientación psico-afectiva-sexual hacia su propio sexo y/o que experimentan una disyunción psicológica entre su sexo biológico e identidad sexual. Aún se mantienen actitudes xenofóbicas (rechazo a la diferencia) con legitimación ya sea religiosa, política, social, «científica». El espectro sigue siendo amplio, las posturas heterogéneas.

 

Sabemos que los últimos lustros del siglo XX trajeron consigo cambios sustantivos en temas sensibles a la realidad diversa del ser humano. En su relación con la naturaleza, la emancipación humana y planetaria fue particularizando sus luchas al reconocer los múltiples rostros de la opresión y dominación que generaba el sistema patriarcal en las diferentes formaciones histórico-sociales.

No solo la condición de clase por la situación económica y política de los diferentes grupos sociales ha sido causa de exclusión, marginación, opresión de unos grupos por otros privilegiados, sino que la condición de género, clase, etnia, raza y etaria han profundizado esa opresión.

Sobre estos conflictos no solo se produjo una corriente crítica desde las ciencias sociales y otros ámbitos del pensamiento, sino que esa reflexión fue producto y animó un conjunto de luchas proféticas y libertarias que han incidido en cambios políticos sustanciales en muchas sociedades.

Sin embargo, la dominación, los prejuicios, los colonialismos, el imperialismo y el patriarcado se reproducen en las políticas sociales y públicas, en las mentalidades y las prácticas cotidianas individuales, familiares, comunitarias y sociales. La religión puede ser, en este sentido, legitimadora o contestataria al status quo, puede facilitar la superación de prejuicios, prácticas discriminatorias o entorpecer procesos de lucha por la justicia, equidad, integridad y dignificación del ser humano y el medio ambiente.

Específicamente en el ámbito cristiano, muchos han sistematizado hoy la gama de posturas y representaciones sociales de las iglesias en su tarea teológica, hermenéutica bíblica y en el ámbito del magisterio y la pastoral. Frente a la temática de la sexualidad y la familia, en todos sus aspectos, las iglesias han evolucionado y al menos han dado pasos en el abordaje pastoral. Lo que hoy, en términos de salud sexual, derechos sexuales y reproductivos, encuentra en el campo religioso cristiano puentes o campos minados y muros.

En el aspecto teológico, la gama de posturas se mueve desde un pensamiento marcado por el fundamentalismo, apegado y sustentado por un literalismo bíblico que en sus actitudes más benévolas, a veces demagógicas, alcanza a decir «no condenamos al pecador, sino al pecado». Ahí encontramos expresiones –tanto entre católicos como protestantes– desde las llamadas tradiciones históricas hasta los grupos pentecostales, evangélicos y neocarismáticos.

Al sistematizar el debate teológico sobre este tema a finales del siglo XX y citando a W.Müller cuando expone las principales tomas de posturas cristianas en relación con el tema de la homosexualidad, Javier Gafo las divide en cuatro grupos:

El primero, el que dice «no» a la orientación y al comportamiento homosexual. «Para los autores incluidos en este grupo, la orientación homosexual aparece en alguna forma como irreconciliable con la voluntad de Dios. Ello significa que, no solo el comportamiento homosexual es considerado pecaminoso, sino que la misma condición es calificada como problema moral. Dentro de este grupo, hay quienes consideran que los homosexuales son responsables, al menos parcialmente, de su orientación. De ahí que el cambio hacia la heterosexualidad aparezca como una exigencia a la que está llamado el homosexual».

Se incluye en este grupo al teólogo suizo protestante KarlBarth, para quien «no existe ninguna vida de varón cerrada en sí misma, sino que hace referencia a la mujer y esta al varón. En obediencia al plan de Dios, tal como aparece en los relatos del Génesis, el varón y la mujer viven en una referencia mutua, que es esencial en su ser humano. La humanidad del varón y la de la mujer consisten en concreto en que existan ‘cohumanamente’-‘mitmenschlich’: el varón con la mujer y la mujer con el varón. Por ello, la homosexualidad representa una perversión, una decadencia; en ella, cada uno de los sexos no es cuestionado por el otro, sino que ‘vive para sí, se basta a sí mismo'». Gafo considera a este grupo minoritario hoy.

El segundo grupo dice «sí» a la orientación y «no» al comportamiento homosexual. Aunque Müller considera este grupo como mayoritario actualmente, pensamos que entre sus posturas y las anteriores, entremezcladas, constituyen la mayoría hoy, cuando emerge el fundamentalismo por la expansión del movimiento llamado neopentecostal en países del tercer mundo.

Müller plantea que acá se mueve, mayoritariamente, el sector católico. Estos dicen «no» a las acciones y al estilo de vida homosexual; «sí» –en parte o limitado– a la orientación; y un claro «sí» a la persona homosexual. Aquí deben incluirse, claramente, las tomas de postura de la Iglesia Católica en Persona Humana y en el Catecismo y tomas de postura episcopales, como las del recién dimitido papa J. Ratzinger.

Entre los protestantes, Helmut Thielicke se diferencia de Barth, al distinguir entre orientación y comportamiento. «Aquella forma parte de la psicopatología, de la enfermedad y el dolor, como consecuencia de la destrucción del orden de la creación y es, por tanto, algo no pretendido por Dios. La homosexualidad es consecuencia del pecado original y constituye algo no querido por Dios», afirma el primero.

El tercer grupo definido por Müller es el que acepta tanto la orientación como el comportamiento homosexual. Sus autores no descalifican la orientación homosexual, y aceptan, éticamente, el mismo comportamiento homosexual cuando se dan las mismas condiciones que legitiman el comportamiento heterosexual.

Aquí deben citarse varias tomas de posturas de Iglesias protestantes: la episcopal, ciertas Iglesias anglicanas, evangélicas estadounidenses o de Alemania, y la postura de los cuáqueros. En ocasiones existen, dentro de cualquier Iglesia protestante, diversidad de posicionamientos, a veces en tensión, que debutan en divisiones.

En este grupo se considera que el ser homosexual no es un valor o antivalor, es una condición de algunos sectores. La persona no elije su orientación, sino que la descubre. La valoración moral de la conducta de los y las homosexuales debe ser discernida en los mismos criterios éticos que para las personas heterosexuales. «Las expresiones homosexuales son en sí mismas neutras y su moralidad depende del hecho de que sean forma de expresión genuina de amor: ‘Los homosexuales tienen el mismo derecho a la intimidad y a las relaciones que los heterosexuales. Como los heterosexuales, están también obligados a aspirar en sus relaciones a los mismos ideales… Las normas que rigen la moralidad de la actividad homosexual son las mismas que gobiernan toda actividad sexual'».

Javier Gafo añade otros matices de pensamiento, entre los cuales están los que dicen «sí» a la orientación y «sí» -parcial- al comportamiento. Aquellos que «por una parte no descalifican la orientación homosexual, pero sin ponerla al mismo nivel de la heterosexualidad -como lo hacen los autores del apartado anterior- y por otra afirman una aceptación ética, ciertamente matizada, del comportamiento homosexual».

En la segunda década del siglo XXI, que pensamos fuera el siglo de la espiritualidad, la paz, la superación de prejuicios, la exclusión, la pobreza, las castas, la realidad nos abofetea la ingenuidad utópica en la cual caemos.

El «sueño de las serpientes» del cantautor Silvio Rodríguez no queda en la cama o en la mente recostada. El pensamiento teológico emerge en todos sus niveles (en representaciones congregacionales, de liderazgo pastoral o académico), en la mayoría de los casos, como acto segundo, y en ocasiones como acto primero, de las entrañas de una eclesialidad alienante, controladora de la sexualidad humana y de los cuerpos, sobre todo el de las mujeres; desconocedora y cerrada al diálogo con lo que la experiencia de las personas tiene que decir, con lo que las ciencias (como don de Dios en la sabiduría y razón que da al ser humano) hoy comparten, cerrada a la obra del Espíritu de libertad, de la verdad que va quebrando muros y abriendo brechas.

El fenómeno va aún más allá. El discurso teológico antecede o es producto, en una circularidad entre la tarea hermenéutica de la Iglesia, el contexto y la práctica eclesial (la pastoral). Entonces, ¡cuánta dificultad reconocemos en este que debe ser el sustento teológico del quehacer de la Iglesia, los agentes pastorales y las comunidades, cuando desean participar debido a una experiencia de fe y necesidad religiosa (de religarse) de personas con orientación psico-afectiva homosexual en todas sus expresiones! ¡Cuánto se siente en la piel, y más adentro, la subestimación, recelo, desconfianza y discriminación, cuando se tiene una vocación definida y sentida como respuesta al llamado de Dios y de su pueblo al servicio pastoral, sacerdotal, ministerial!

Ay Jesús que pregunta ¿qué hicisteis por los pequeñitos, por el amor al prójimo, por la vida plena que significa también vivir plena y responsablemente la sexualidad en comunión, pareja, estabilidad como derecho humano? Ante prácticas excluyentes y discriminatorias también resuena la pregunta de Dios, ¿Dónde está tu hermano?

Esperamos que podamos ser iglesias que tiendan puentes de amor y respeto, que reconozcan en la diversidad la acción creativa y amorosa de un Dios Trino, comunitario, familia. Que seamos iglesias seguras, comunidades de aceptación, de iguales; que como el Dios que nos convoca, no hagamos acepción de personas, por muy minoritarios que sean el grupo y rasgo que ellas tengan.

*Pastora evangélica de la Iglesia Bautista Ebenezer de Marianao.

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