Cada etapa de la vida de un individuo: prenatal, neonato, niñez, adolescencia, juventud, adultez, vejez y muerte, está matizada de particularidades que, aunque a veces sus límites entre una y otra no están bien definidas, la hacen verdaderamente únicas e irrepetibles.
Todas las etapas, sin embargo, no son experimentadas de igual forma en los seres vivos, precisamente por las condicionantes de todo tipo en las que a las personas les toca desarrollarse: por ejemplo, no evoluciona una mujer de igual manera que un hombre si los roles que les corresponden asumir están transversalizados por posiciones divisorias desde el género, y los esquemas que determinan lo que significa ser mujer u hombres están mediados por esquemas rígidos sustentados en el binarismo de género.
La amalgama de situaciones puede ser diversamente increíble.
Una etapa singular es la juventud. Lo “joven hace referencia a la edad del sujeto (…) mientras que la categoría juventud se define por una práctica cultural acumulada como una creación social”[2].
En esta estructura patologizante se encuentran las personas con identidades trans.
Son tres los escenarios que atentan para que estas personas transiten por la etapa de la juventud con estabilidad. Y ubicamos la reflexión en el grupo de personas pertenecientes a Transcuba, Red de Personas Trans, Parejas y Familias.
La familia, ese espacio que debería proteger, brindar confort y seguridad y garante de derechos primarios, se vuelve de los más hostiles.
Figura El shock emocional, la aceptación y la adaptación, por Isa Vázquez.
Un número importante de personas trans deciden, o se ven forzadas a desprenderse de sus seno familiar por la violencia a la que se ven sometidas. La representación y roles sociales que esperan los padres y madres no se corresponde con la forma en la que los hijos e hijas conforman sus identidades clinicalizadas como transexuales.
Un conflicto inicial está ubicado en las propias personas no logran ubicarse dentro del esquema binario centralizado en el locus genitalis, y partiendo de él garantizar una postura acorde a lo que se pacta socialmente para hombres y mujeres.
Esta contradicción se vuelve intensa cuando, convincentemente, la persona sostiene que no se corresponde el rol que se le quiere designar con los que está sintiendo, deformando la estructura tradicional familiar y dándole paso a diversas formas de concebir las dinámicas familiares, en el caso de las personas de la Red Transcuba, casi en su mayoría muy poco funcionales porque no se garantiza el acceso a oportunidades y posibilidades exitosas de vida, desde la preparación, desde las vinculaciones afectivas no prohibitivas, desde el respeto a los derechos humanos básicos como son la identidad y estabilidad familiar.
Estas personas con vivencias tan fuertes generalmente “rompen”
[2]Nieto Piñeroba, 2008, p. 320.
[3] La ruptura puede incluso puede ser sin dejar el escenario familiar.