Educar a niños y niñas desde una perspectiva de género y desde el respeto a la diferencia garantiza mayor libertad en la forma de vivir sus relaciones sociales.

Cada persona tiene derecho a desarrollarse como considere más oportuno; no puede ser una condición para convivir, responder a los cánones establecidos en la tradicional sociedad machista y patriarcal que determina los modos de actuar para mujeres y hombres.

Entender esa relación de respeto a la diversidad y a las diferentes maneras de vivir la masculinidad y la feminidad contribuye a la construcción de una vida más justa y democrática para los seres humanos.

De igual forma sucede con la diversidad sexual: generalmente se educa a niños y niñas en la heterosexualidad, reconociendo esta orientación como la “positiva”, la que cumple con lo establecido. Todo lo alejado de esta norma es “negativo” y alrededor de ello se construye una serie de estereotipos que marcan a toda persona que tiene otra orientación. Se reconoce la homosexualidad y la bisexualidad como las diferentes, sin reparar que ambas categorías y la heterosexualidad están contenidas en los entendidos de diversidad sexual.

La educación con perspectiva de género juega un papel fundamental en la construcción de esa sociedad caracterizada por el respeto a las diferencias y muchas veces no nos percatamos de eso. Hasta este momento de la vida, como muchacha de 25 años, trabajadora, recientemente graduada, no me había hecho la pregunta que da título al presente trabajo. Tampoco había coincidido en debate con una madre que estuviera asumiendo la crianza de un niño de 10 años y una niña de 5.

Su nombre no es importante, lo que sí resulta necesario destacar es que todo comenzó cuando, hace un tiempo ya, intentando entrar en el sitio digital de Telesur, esta madre de apenas 32 años se encontró con un cuestionario sobre género y sexualidad.

Quizás las preguntas de la encuesta no resultaban tan complejas como fueron todas las otras que aparecieron en su cabeza y que pudieran ser las interrogantes de cualquier madre o padre.

“¿Qué hacer si mi hijo quiere ir a la escuela con una saya de uniforme o a una fiesta con un vestido? ¿Cómo reaccionar si mi hijo no quiere ponerse un abrigo morado porque dice que es de hembra? ¿Cómo explicarle a mi hijo que si se enamora de un hombre ese no es el fin del mundo, sin animarlo a que lo haga?”

En una sociedad como la cubana, donde se dan pasos certeros por la equidad de género y se impulsa todo lo referido a la sexualidad libre y responsable, no falta este tipo de preguntas, que atormentan a más de un familiar, y para a cuales no siempre se encuentra respuesta.

Nuestra entrevistada, por ejemplo, piensa que si se encuentra a su hijo con un vestido puesto lo primero que haría sería preguntarle qué hace con eso y esperar su respuesta. Haciendo gala de su sinceridad, manifiesta que casi seguro le diría que los hombres no se visten así, aunque después trataría de conversar con él para entender el motivo real de su proceder.

Ante el dilema de educar a hijas e hijos, más de una madre decide regirse por los cánones establecidos en la tradicional sociedad patriarcal. A corto plazo esto le traerá menores problemas en la interacción social de los infantes, pero habrá pensado ¿cuántas consecuencias pudiera acarrear esta decisión en el futuro?

El camino puede ser aun más difícil para quienes, sin todo el conocimiento necesario, intentan educar a sus hijas e hijos en la equidad. Si bien la crianza de los pequeños de casa recae muchas veces en las madres, cuando de género se trata todos tienen algo que opinar.

Sobre esto la madre protagonista de las presentes líneas nos comparte su experiencia. “Esto me trae conflictos familiares porque, generalmente, todo el mundo en mi casa piensa que los varones y las niñas son diferentes. Entonces tú tienes que criar de una forma al varón porque es varón y tienes que tratar o criar de otra forma a la niña, porque es niña. Eso me pasa con mi familia, sobre todo, en las conductas que tienen que asumir en la calle frente a las personas: cómo se tienen que sentar, cómo tienen que hablar, a qué tienen que jugar”.

Dilemas como estos se enfrentan diariamente en muchas familias cubanas y,aunque el tema está, como pudiera decirse, de moda; todavía es escasa la preparación que hasta hoy se tiene con respecto al género, la diversidad y la educación de hijos e hijas.

Ante la pregunta sobre cómo ser madre con perspectiva de género no pretendemos dejar otra opinión que no sea la de nuestra protagonista: “viviendo, actuando y pensando desde esa perspectiva para transmitirlo a los hijos y educarlos en función de eso. Entonces, tratar de imponerlo sin ser consciente de eso o sin tenerlo incorporado implica caer en una hipocresía que, a la larga, los hijos percibirán en las contradicciones que se darán a diario entre lo que dices y lo que haces”.

Dilemas como estos son comunes, pues no se educa a la sociedad en la diversidad de raza, de religión, de sexo, de género, aunque sí se han dado algunos pasos en ese sentido.

La diversidad sexual y la diversidad de género, elementos directamente relacionados con la historia que ha dado pie a esta reflexión, se trabajan fuertemente desde el Centro Nacional de Educación Sexual y otras instituciones cubanas; pero, pese a esto, para entender y respetar la diversidad todavía falta un largo camino por recorrer.

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