Desde octubre de 2012 la vida de Adela -enfermera en el hospital María Escobar Laredo de la comunidad pesquera de Caibarién, en Villa Clara, provincia a 400 kilómetros de la capital- pasó del anonimato a la notoriedad pública.
Al convertirse en delegada a la Asamblea Municipal del Poder Popular (concejala), en la Circunscripción 5 de su localidad, no tenía más pretensión que batallar por los derechos de quienes la eligieron. Pero ser la primera transexual cubana en asumir un cargo gubernamental la convirtió al instante en símbolo de la comunidad LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros) cubana.
Si bien su hito no acaparó titulares de la prensa nacional, en diversos blogs fueron apareciendo noticias y entrevistas, luego amplificadas por medios internacionales, donde se revelaba la compleja historia de vida de esta mujer atrapada en un cuerpo de varón.
La boleta electoral de aquellas votaciones tenía el nombre de José Agustín Hernández, con el cual fue inscrita Adela hace 48 años, y la foto acompañante en su autobiografía no permitió maquillaje ni signos de transformismo. Sin embargo, desde edades tempranas ella se había percatado de que su verdadera identidad rebasaba las convenciones dictadas por sus genitales externos.
Defender esa voluntad frente a una sociedad homofóbica, que incluso al interior de la familia la hizo víctima de rechazo, la convirtió en la mujer tenaz y desafiante que es hoy.
La prueba más terrible de ese tránsito fue haber cumplido cárcel entre 1980 y 1982 debido a una denuncia de su padre por ser homosexual. Aunque la homosexualidad no es considerada un delito, puede ser utilizada por libre interpretación como una actitud de «peligrosidad», según lo contemplado en el artículo 72 del Código Penal Cubano(1).
Si bien la orientación sexual no se menciona explícitamente entre las conductas peligrosas, en ocasiones se interpretó que las personas no heterosexuales contravenían la «moral socialista» y fueron sancionadas por ello.
Pero Adela no perdió la esperanza de ser reconocida socialmente. Durante la VI Jornada Cubana contra la Homofobia, coordinada en el mes de mayo en varias provincias del país por el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), se le vio orgullosa encabezando los pasacalles y asistiendo a talleres y conferencias.
Aunque de manera consciente no había abrazado la lucha por los derechos de su comunidad LGBT, acogió de inmediato la convocatoria del Cenesex para sumarse a una causa defendida desde su propia historia de vida.
Todavía transpirando el paso de conga con que desfilaron las banderas multicolores por las calles de Morón, municipio del norte de Ciego de Ávila, provincia donde transcurrieron en mayo las actividades centrales de la Jornada, accedió a compartir con SEMlac remembranzas y proyecciones.
«Desde que tengo uso de razón, mi vida ha sido la de una mujer, aunque estoy atrapada en un cuerpo masculino», abre el diálogo de manera arrasante, como evidencia de la seguridad que signa su carácter.
«Mi padre nunca me aceptó como soy. Quería que fuese un varón tradicional y, al no ser así, me desechó como hijo. Solo mi madre me acompañó y defendió siempre.
«En los distintos niveles de enseñanza pasé mucho trabajo debido a las trabas y tabúes que existen en Cuba para las personas homosexuales. Pero fui creciendo y me propuse estudiar para, cuando un día me faltara mi mamá, pudiera ser alguien», revela.
Nació en el central azucarero Adela, pero en la infancia se mudó a Sagua La Grande, municipio villaclareño. La mayor parte de su primera enseñanza transcurrió en becas (internados), debido al rechazo del padre, quien no solo se negaba a su manutención, sino que contribuía a su hostigamiento.
Contrariamente a lo que sucede a menudo con personas transexuales, Adela pudo terminar sus estudios en el nivel medio y solo después fue transformándose el cuerpo para acercarlo a su identidad de género femenina.
Buscando un lugar distinto al de la sufrida infancia y adolescencia, llegó a Caibarién en 1984 y allí asentó su destino. Logró graduarse de enfermería y hace 14 años trabaja en el Hospital de esa localidad, donde pasó de ser auxiliar de limpieza a asistenta de enfermería, y en la actualidad forma parte del equipo de electrocardiograma.
«Vivo en una comunidad muy pobre, donde hay bajo nivel cultural, con una población en la que existían 70 desempleados y nadie participaba en las reuniones, cotizaban o hacía trabajo voluntario», comenta.
Escuchando su locuacidad y pasión, se descubren las razones por las que Adela se convirtió en referente de su pueblo, por encima de prejuicios centenarios.
Durante 28 años se ha mantenido al frente de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) (2) en su cuadra, a propuesta del vecino Luis Rojas, teniente de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR).
«Para mi comunidad soy una líder, aunque no me considero así, sino una persona responsable que creció y vivió bajo principios revolucionarios y, como tal, tengo que cumplir con este proceso», afirma.
«Cuando me eligieron como precandidata a la Asamblea Municipal del Poder Popular tuve una inmensa satisfacción. Estaba compitiendo con dos miembros del Partido Comunista de Cuba y vicepresidentes de la Asamblea, y les gané con 170 puntos en la primera vuelta y en la segunda con 280 puntos por encima. Fue una sorpresa porque, aunque la gente me quiere, no pensé que confiaran en mí de esa manera», confiesa.
¿Cómo fue el proceso de descubrirte mujer?
A mí lo que me falta es la operación, porque en todo lo demás siempre he sido una mujer. Esta decisión resultó muy dura y drástica, sobre todo en los tiempos de mi adolescencia, porque todo el mundo se creía con derecho humillarme, verbal y físicamente. Pero yo me sé defender, no me quedo sentada a esperar que me ofendan y si tuve que sacarle el puño a algún homofóbico, lo hice.
El rechazo en la escuela me llevó casi a abandonar mis estudios, pero reflexioné y seguí adelante porque sabía que el día que mi mamá faltara, iba a ser una doña nadie corriendo en las calles, si no tenía una profesión. Yo quería estar bajo los principios revolucionarios que defendí desde pequeña y ser alguien en la vida, una trabajadora más. Si llegué a delegada fue por mis condiciones y mi prestigio.
En la beca del preuniversitario los homosexuales se fueron para el último cubículo del albergue de varones, pero yo me quedé en el primero porque los que estaban a mi alrededor me aceptaron tal y como era. No solo tuve maltrato; también muchos alumnos me apoyaron y hasta el director de la escuela me ayudó a continuar estudiando y que se me fuera quitando el miedo a estar en público.
La etapa más dura fue cuando estuve presa porque mi propio padre me acusó a la policía por ser homosexual, en 1980. La denuncia era por peligrosidad, porque en aquel entonces ser homosexual era una deshonra. Me sentenciaron a cuatro años aunque, por buena conducta, solo cumplí dos. Estuve en una cárcel de máximo rigor donde, sin embargo, convivía con hombres a los que les gustaba compartir con personas como yo. Pero el solo hecho de estar encerrada sin haber cometido un delito fue el dolor más grande mi vida.
Con el tiempo lo rebasé y le di una «galleta sin mano» (lección) a las personas homofóbicas, porque les demostré que de verdad soy Adela y que soy más revolucionaria e íntegra que quienes me miraban como un ser extraño y maligno. Como persona tengo el mismo derecho que las demás o quizás más, porque me siento feliz de estar en mi patria y de luchar por ella.
¿Qué hiciste al salir?
Después de aquello, no podía convivir más con mi papá; dejé mi familia y mi casa para irme a correr aventura. Así llegué a Caibarién, donde llevo 30 años y, aunque es un pueblo de pescadores, muy pobre, no encontré tanta homofobia aquí.
Al tiempo me integré a una compañía de transformistas, un oficio en el que trabajo hace 20 años, también como opción económica. Me gustaba ese trabajo porque quería ser mujer y verme en un gran escenario frente al público. Nos presentamos en centros nocturnos y he logrado que me aplaudan, me quieran y apoyen.
También como mujer habrás tenido algún encuentro con el machismo
Bueno, a mí me gusta sentir la presión del hombre, aunque las mujeres también mandamos y nos imponemos. Nosotras estamos a la par de ellos.
Uno de mis sueños es poder casarme con un muchacho a quien amo. Tiene 21 años y hace cuatro que estamos juntos. Él ha sido una parte de mi vida, me ha inspirado en todas estas luchas, porque aunque es muy joven y no tiene familia, nos hemos dado el cariño que nadie nos ofreció, me respeta y ayuda.
Llevas poco tiempo ejerciendo tu cargo. ¿Has tenido alguna señal de rechazo por ser transexual?
Para nada. Desde que comencé no he encontrado limitantes ni discriminación. Hasta ahora pude resolver varios problemas de mi comunidad: el alumbrado público, remodelar el callejón de la entrada de mi barrio y arreglar el consultorio médico de la familia, que no tenía agua ni luz. Estoy más comprometida porque mi pueblo espera más de mí en un rol que debo cumplir cabalmente, como está dispuesto en la Constitución. Ahora solo represento a electores de mi barrio, pero quién sabe si en algún momento también sea a nivel de provincia.
A la par te convertiste en referencia para el movimiento LGBT
Represento a la comunidad que me eligió, pero también a las personas que han roto las normas de lo heterosexual. De hecho, cada vez que alguien como yo tiene un problema, viene a contármelo para que lo ayude. Me ven como líder aunque solo me considero un ser humano al que le gusta ayudar a todas las personas que pueda, porque tengo un valor extraordinario para luchar contra lo más difícil.
¿Cuánto crees que ayuden las Jornadas contra la Homofobia?
Han contribuido mucho, pero nos falta. Desde que Mariela Castro se afirmó como directora del Cenesex, la vida de las personas LGBT ha dado un cambio exitoso. Ya no solo se siente en La Habana, también en Ciego de Ávila, en Santa Clara, en Santiago de Cuba. Cada día se suman más personas que van agradeciendo estas acciones para que las familias homofóbicas aprendan a aceptar a sus hijos tal y como son.
¿Qué cambios propones en ese sentido?
Para que la sociedad cambie, este proceso tiene que seguir trascendiendo a todas las provincias y a los municipios más pequeños, como el mío. Pero sé que es poco a poco. Hubiese querido que mi familia estuviera viva ahora para traerla por la fuerza, a empujones si fuese necesario, para que aprendiera de estas marchas, conferencias, conversatorios. Por mi parte, comenzaré a dar charlas educativas para multiplicar en Caibarién lo que aquí he aprendido.
¿Proyectos?
Tengo una lista de necesidades de mi comunidad que pretendo ir resolviendo. En lo personal, mi otra aspiración es operarme los genitales y ponerme los senos más grandes. Ya me dieron turnos para empezar el tratamiento en La Habana.
¿Has recibido también asistencia psicológica?
Yo no necesito de eso, porque yo misma me retroalimento de mis cualidades. Mi psicóloga soy yo.