Transformismo, bajo el azote de los prejuicios

Los transformistas anhelan que algún día su trabajo sea valorado en Cuba como un arte y queden atenuados obstáculos y prejuicios que ahora se les interponen para vivir en paz y garantizar, mediante sus espectáculos, desarrollo profesional y sustento económico.

Ser transformista significa a menudo enfrentarse al rechazo familiar, llevar una existencia semioculta resguardada de miradas censuradoras, y temer cualquier incidente con la fuerza policial.

Un joven habanero, que prefirió identificarse como Mario y gusta de lentejuelas, exquisitos atavíos y mechones de cabello que lo transfiguran en una diva, cuenta que se suele asociar el transformismo con el travestismo, cuando el primero –aclara- es una profesión que ambiciona la calidad artística.

«Nosotros –explica- usamos nuestro cuerpo para crear una ilusión visual y realizar un trabajo escénico riguroso. Somos profesionales y deberíamos ser valorados como tales. Lamentamos que asocien nuestra imagen con conductas marginales, prostitución y enfermedades de transmisión sexual».

«A mí, por ejemplo, no me interesaría dejar de ser hombre. Me convierto en un personaje femenino, pero eso no significa frustración por no ser mujer», argumenta Mario en charla franca con SEM, acomodado en la sala de su casa.

«Los transformistas tienen una construcción artificial, no están dispuestos a asumir de modo permanente una construcción femenina», apunta el estudio Transexualismo, travestis y transformistas. Estudio de un grupo de identidad social en Cuba (julio, 2003), tesis de licenciatura de Janet Mesa, de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana.

Entre sus demandas está ser valorado por sus habilidades y que se les permita trabajar sin limitaciones, enfatiza Mario, quien desde hace seis años sube casi todos los fines de semana a escenarios nocturnos.

Él es un joven de buenas maneras, de 36 años, con porte intelectual. Cuando conversa nada tiene que ver su comportamiento con estereotipos extendidos, como el amaneramiento y la frivolidad.

Tampoco la decoración de su casa difiere de un hogar común de la populosa barriada de Centro Habana, donde se encuentra el Teatro América, sala art decó durante décadas templo de la bohemia gay, y otros sitios de reunión para los miembros del ambiente.

De viernes a sábado Mario se transfigura en una señora de corte clásico, que canta y conduce espectáculos en cumpleaños, fiestas, «paladares» (restaurantes en casas de familia) y otros espacios de recreación creados por la iniciativa privada en el estrecho límite permitido por el Estado cubano.

Asimismo, Mario alterna el transformismo con otra profesión, del mundo de las artes visuales. Son dos ámbitos laborales que no se entrecruzan y gracias a los cuales se sostiene él y contribuye a los ingresos familiares. Su gusto por el transformismo se ha nutrido y reforzado con visitas asiduas a puestas teatrales.

Él imita a Mirta Medina, vedette cubana de carácter temperamental y repertorio amoroso, que emigró hace años a Miami, Estados Unidos, pero es uno de los íconos del transformismo en la isla.

También Mario puede presentarse como Letal, personaje que el actor y cantante español Miguel Bosé interpretó en el largometraje de ficción Tacones lejanos, del director manchego Pedro Almodóvar.

Otras figuras de la escena musical, como las cubanas Rosita Fornés, Maggie Carlés y Lourdes Torres, la colombiana Shakira y las mexicanas Thalía y Yuri son tomadas como referentes para puestas que se proponen reproducir con virtuosismo, hasta el más mínimo detalle, la personalidad de las estrellas.

Mario estima que existen unos 25 transformistas en la capital cubana, y en provincia una cantidad parecida, con calidad artística apreciable. De ellos, según sus cuentas, al menos dos son heterosexuales y uno de ellos aparece en el largometraje Suite Habana (2003), del cineasta Fernando Pérez.

Los transformistas habaneros cobran entre cinco y veinte dólares por actuación, tarifa módica para una labor que requiere de maquillaje, vestuario, aditamentos de peluquería importados o con alto precio en divisas, y el apoyo de un medio de transporte y un asistente para los cambios de trajes. El precio de entrada a esos espectáculos en «paladares» u otros negocios privados ronda los cinco dólares.

Esta vocación tiene una especie de cumbre nacional en un restaurante privado en la barriada de Diez de Octubre, donde desde hace diez años realizan un concurso cada primero de enero, fecha de festejo oficial en la isla por el inicio en 1959 del proceso político y social comandado por el presidente Fidel Castro.

Los concursos miden, entre otros parámetros, interpretación, desplazamiento, doblaje, peluquería, maquillaje. Un jurado de artistas cubanos, algunos con prestigio internacional, se ocupa de seleccionar las propuestas más depuradas.

En el oficio existen perfiles como baladistas, soneras, humoristas y bailarinas de cabaret. Sólo uno de los transformistas populares en La Habana canta con su propia voz. La mayoría dobla a divas de carácter apasionado y extrovertido.

Turistas, músicos y actores extranjeros han filmado a los transformistas cubanos en escena y periodistas extranjeros han buscado sus vivencias, reveladoras de un mundo emergido a la luz pública en los años noventa.

En ocasiones –recuerdan miembros del ambiente- hubo manipulación en el exterior al difundir las filmaciones. Los espectáculos carecen de tintes políticos, pero han sido transmitidos en medios de comunicación de otros países como una rebeldía contra normas del sistema socialista cubano.

Uno de los momentos críticos fue en 1995, cuando el Teatro América celebró un festival cuyas imágenes luego fueron exhibidas en una televisora de la ciudad estadounidense de Miami como si fuera una protesta de la comunidad gay contra el gobierno comunista.

«Muchos queremos emigrar para buscar perspectivas económicas y profesionales», puntualiza otro transformista entrevistado No encontramos aquí un espacio suficiente para nuestra labor y nos sentimos en situación de riesgo».

«A menudo somos explotados», se queja. «Colaboramos con documentales, filmaciones y entrevistas, pero no recibimos retribución. Nos ocurre también que las obras artísticas que indagan en nuestro mundo y profesión a menudo quedan inconclusas o, una vez finalizadas, no son exhibidas en ninguna parte».

Los entrevistados reiteran que para laborar se topan con dificultades. Aparentemente existen disposiciones que impiden la actuación de transformistas en salones de recreación estatales y los dueños de «paladares» están advertidos de que no pueden organizar espectáculos en sus instalaciones.

Ante cualquier duda de que su labor sea tan seria como la de cualquier profesional, Mario relata detalles de arduos entrenamientos, dietas, sesiones de maquillaje de una hora para cada espectáculo y el dominio de interpretación que hay que alcanzar para contentar a públicos muy variados. Cada actuación requiere unas cinco horas de preparación.

«Logramos dejar satisfecho al espectador, que aplaude, se divierte, se asombra y ríe. Nos dejan flores, propinas y mensajes con propuestas amorosas. Nuestro trabajo de ilusión visual crea a veces fantasías sexuales. El público nos trata con admiración, nunca con agresividad», cuenta un transformista que sube a escena con un personaje arrolladoramente humorístico.

«Hay transformistas que se quedaron en el camino por no encontrar donde trabajar y algunos optaron por emigrar a Estados Unidos y Europa, donde al menos dos de ellos han logrado vivir de sus presentaciones», refiere Mario.

«La frustración profesional es un denominador común para los transformistas», resume Janet Mesa en su investigación.

En Cuba, los antecedentes del transformismo se remontan a la primera mitad del siglo XX, cuando participaban en carnavales, comparsas, clubes privados y espectáculos de cabaret. Luego no aparecieron referencias o manifestaciones de esa vocación hasta finales de la década del ochenta, señala Mesa.

Entre las figuras siempre recordadas está el ya anciano Mailán, que durante la primera mitad del siglo XX trabajó en cabarets habaneros de lujo, como Montmatre y el Parisién, además de presentarse en Estados Unidos y Francia. Cuentan que ahora, en sus años de retiro, se dedica a coser ropa para espectáculos artísticos.

Después de 1959 y hasta la década del noventa no era frecuente que personas se manifestaran con una imagen femenina en la escena social, pues existían sanciones jurídicas contra la ostentación de conductas homosexuales. Sin embargo, algunos transformistas explican que, si bien se han flexibilizado las sanciones jurídicas, sienten acoso policial y temen ser multados, detenidos y encarcelados.

Tampoco cifran esperanza en poder solucionar sus necesidades mediante mecanismos institucionales, como el Centro Nacional de Educación Sexual. «Estuvimos muy ilusionados en algún momento –recuerda un transformista entrevistado, que se identificó como Ariel-, pero pasó el tiempo y no encontramos suficientes respuestas para nuestros problemas y demandas».

De acuerdo con el texto de Janet Mesa, la tendencia es que la mayoría posee bajo nivel cultural por prematuro abandono escolar durante la adolescencia, etapa de definición sexual que provoca el rechazo del grupo escolar. «El bajo nivel refuerza la imagen marginal», agrega la psicóloga.

Mario toma distancia del travestismo, al que alude como un espacio identificado con la prostitución y la marginalidad, por lo que motiva hostilidad de la sociedad.

De acuerdo con algunos transformistas, existe mayor tolerancia para el mundo homosexual en la isla desde mediados de la década del noventa. Coinciden en que la conmovedora película Fresa y chocolate (1993), de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, hizo mucho a favor en el ámbito nacional.

El tema es ignorado por la prensa nacional, de carácter estatal, y en los medios masivos de comunicación le ha dedicado atención sólo un reconocido psicólogo, Manuel Calviño, quien conduce un programa televisivo. Por su parte, la realizadora cubana Lisette Vila, quien dirige el Proyecto Paloma, ha consagrado documentales al tema.

«Si se nos permitiera trabajar todos ganaríamos: nosotros, la sociedad y el Estado. Existiría un espacio de distracción general, podríamos colaborar con campañas de prevención del VIH/sida, y habría mayor recaudación de moneda nacional y divisa», opina Mario.

En los últimos años, algunos transformistas han respondido a invitaciones excepcionales, formuladas por amigos, para trabajar en fiestas, a nivel de barrio, por el aniversario de la fundación de los Comités de Defensa de la Revolución, organizaciones barriales extendidas por toda la isla. También se han presentado en celebraciones de otras organizaciones políticas, como la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba.

Mientras hojea un álbum de fotos en que aparece bella y sensual, Mario puntualiza: «aun hay discriminación contra los homosexuales, pero todos nosotros también vivimos y formamos parte de este país, trabajamos a favor de él».

Recuadro

ALGUNAS DEFINICIONES

TRANSFORMISTA: Actor o actriz que hace cambios de trajes y de caracterización de sus personajes.

TRANSEXUAL: Personas que sienten que su identidad de género no coincide con las características fisiológicas del sexo biológico al que pertenecen por nacimiento. Algunas de estas personas recurren a tratamientos hormonales o quirúrgicos para hacer que sus características físicas correspondan con la identidad de género.

TRAVESTI: Persona que se viste, usa maquillaje y se comporta como una persona del otro sexo. Para muchos travestis es una condición necesaria para disfrutar la vida sexual.

TRANSGÉNERO: Persona con características de travestis y transexuales, por ejemplo, que se pueden vestir como una persona del otro sexo y quizá usar hormonas, pero no se someten a una cirugía. El término también es usado para referirse a travestis y transexuales a la vez.

Julio de 2004

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