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Vive en Pinar del Río, la más occidental de las provincias cubanas, y lleva el nombre de un boxeador ruso a quien su padre gustaba ver combatir; pero no le interesan los cuadriláteros. A Naudi Martínez González le gusta la noche: es travesti.
“Desde pequeña sentía una atracción muy grande hacia lo que tenía que ver con el sexo opuesto, sobre todo en relación a cómo vestirme: a los 15 años un amigo me invitó a una fiesta gay y por primera vez vi lo que era el travestismo, la transformación de hombre a mujer, y eso me fascinó”, relata Martínez a SEMlac. “La fiesta fue un sábado y el fin de semana siguiente ya estaba vestida de mujer. De eso hace 15 años”, precisa.
En la casa, la decisión del entonces adolescente cayó, literalmente, “como una bomba”. Pinar del Río, a unos
“Mi familia materna me apoyó, pero en la paterna casi nadie me trata, más bien me ignoran. Mi papá estuvo muchos años sin dirigirme la palabra y, aunque ahora comenzó a hablarme de nuevo, sigue sin entender. No me acepta”, dice.
Para Martínez, la vida de un travesti es estar permanentemente en una disyuntiva. “Se trata siempre de escoger: o eres travesti o eres profesional; o eres travesti o trabajas en determinado sitio que te interesa; o eres travesti o eres aceptado”, confiesa a SEMlac.
Esta historia es similar, a grandes rasgos, a las de otros travestis cubanos. Ya en 2004 un estudio de las psicólogas Janet Mesa y Diley Hernández, publicado por la revista cultural Temas, intentaba definir características comunes de estas personas y analizaba que podrían estar construyendo un nuevo grupo de identidad social en Cuba.
Un total de 19 travestis fueron entrevistados por estas especialistas, en más de una ocasión, entre 1998 y 2003. Como norma, compartían la exigencia de lograr una imagen lo más femenina posible.
El fracaso en ese empeño podía «implicar la sanción del grupo, materializada en la burla, la crítica y, por último, el rechazo», añadía el estudio titulado «Transformistas, travestis y transexuales: un grupo de identidad social en la Cuba de hoy», que fue reproducido en el sitio de Diversidad Sexual del Centro Nacional de Educación Sexual (http://www.cenesex.sld.cu/webs/diversidad/diversidad.htm).
A la posible censura dentro de su propio grupo o de la comunidad homosexual, descrita entonces por las investigadoras, se suma el rechazo y la marginación que estas personas sufren cotidianamente por parte de la sociedad.
“En la calle experimentamos mucha violencia, casi a diario, y no es solo cuando alguien te agrede físicamente, sino también cuando te miran con burla, curiosidad o mala cara; cuando vas a comprar algo y te tratan mal; cuando por ser travesti piensan que eres seropositiva al VIH”, cuenta Martínez.
Estas personas a menudo son víctimas de amenazas de abandono, descalificaciones, prohibiciones, aislamiento y hasta golpizas por parte de sus parejas, refiere, por otra parte, un trabajo de Ada C. Alfonso y Mayra Rodríguez, del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex).
“Muchos hemos experimentado maltrato también en la casa o en el barrio. Por ejemplo, cuando un vecino no quiere que converses con su hijo varón porque tiene miedo de que vayas a contagiarlo. Es verdaderamente difícil. Para soportarlo hay que tener mucha voluntad y estar muy segura como persona de lo que quieres ser”, agrega la pinareña.
Entre las características comunes al grupo, el artículo de Temas menciona el bajo nivel cultural asociado con el temprano abandono de los estudios, sobre todo en la adolescencia, “etapa en que la definición sexual provoca el rechazo del grupo escolar”.
Naudi Martínez es parte de esa norma. “Ser travesti ha significado renunciar a muchos sueños, sobre todo al de estudiar. Tengo vencido el doce grado, pero no pude estudiar Informática, que es la carrera que me gusta”.
Aquella investigación también perfiló otra problemática que confiesa experimentar esta pinareña: aun cuando en la esfera laboral cubana no existe, legalmente, prohibición para el empleo de estas personas, les cuesta encontrar trabajo.
“Apenas con verme me dicen que no hay plaza. En estos momentos trabajo la peluquería por cuenta propia porque en otra cosa ha sido imposible”, confiesa Martínez.
Sin embargo, ella ha encontrado, en su ciudad, un espacio de realización desde donde puede ayudar a otros: colabora como promotora de salud en la sede del Centro Provincial de Prevención de Infecciones de Transmisión Sexual y Sida en Pinar del Río.
“Fui una de las primeras promotoras travestis en esta provincia. Me formé en el primer curso. El Centro fue muy importante para mí y para las otras promotoras travestis, pues nos ayudó a unirnos y eso es muy importante. Aquí hacemos planes, nos reímos, lloramos, compartimos. El Centro nos ayuda a confiar en nosotras mismas”.
Para Naudi Martínez, sin embargo, no fue la vinculación a las labores de promoción lo que definió su percepción de riesgo frente al VIH/sida.
“Yo nací en
Sin embargo, pese a estar convencida de la necesidad de relaciones sentimentales confiables y seguras, a Naudi le cuesta encontrar una compañía estable.
“Nunca he buscado pareja para matar la soledad, aunque los travestis generalmente sufrimos soledad y falta de cariño familiar. Pero es difícil. En mi casa, por ejemplo, mi mamá me acepta como travesti, pero me prohíbe llevar a mis parejas. Imagínate lo duro que es verse en un parque, un portal, una esquina; aguantar la censura de las personas que nos ven y nos acusan de inmorales. Las relaciones así no duran. Hace un año que no tengo una pareja estable”.
Por lo general, transformistas, travestis y transexuales prefieren la nocturnidad al día. “La noche debilita la censura social porque brinda una posibilidad de pasar inadvertidos”, afirma la investigación de Mesa y Hernández. Naudi lo sabe por experiencia propia.
“No salgo de día travestida. Pero de noche, cuando estoy vestida de mujer, soy otra. Me siento muy bien, más segura, no me cuesta trabajo socializar con las personas en la calle. De noche soy otra”.
Enero de 2010